Chandra
Lo odio. Lo odio por desear que me besara de nuevo como despedida. Aunque también lo odiaría si hubiese llegado a hacerlo. Lo odio mucho más por sumirme en este estado de confusión errática. Quiero que me bese, no quiero que lo haga. Me estaba volviendo loca.
Por la mañana tenía unas marcadas ojeras cuando llegué al trabajo, y se las debía a esa columna de cemento armado de ojos azules. No me dejó conciliar el sueño, y hacía tiempo que no tenía ese problema. Y si eso no fuese suficiente, ese idiota me había sacado de mi estado de concentración. Centrarme en mis tareas fue una tarea más difícil de lo habitual.
—No tienes buena cara. —De toda la sala de control, la única que se atrevió a asomarse a mi puesto de trabajo para decirme eso, tenía que ser su madre.
—No he pasado buena noche. —Ella me había visto con ese aspecto antes, así que entendí su preocupación.
—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estoy. —señaló su puesto con la cabeza. Antes de irse, depositó un vaso con café en mi mesa, justo como a mi me gusta, con su espumita.
Sara se alejó dejando una pequeña sonrisa en mi cara. Ella siempre tenía esos detalles. Después de tomar un buen sorbo de mi bebida energizante, me puse con la monótona tarea de controlar las cámaras de vigilancia de los negocios que protegían la empresa de seguridad para la que trabajaba, no solo los del conglomerado Vasiliev, sino de algunas otras empresas que habían contratado nuestros servicios.
El más complicado era el casino. ¿Cómo decirlo con pocas palabras para que se entienda? Mucha gente que vigilar, y mucho tramposo merodeando por allí. Y pensar que la madre de Luka y Grigor fue una de ellas me hacía pensar en lo inteligente que era el gran jefe. Si eres bueno, te recluta, o mejor dicho, te da la oportunidad de cambiar de bando con unas cuantas mejoras. A mi padre lo sedujo en la universidad, y a mí… Bueno, digamos que mi plan siempre fue trabajar para el jefe de los jefes, y el Las Vegas, ese es Viktor Vasiliev. Él no solo me da un buen sueldo y seguridad económica, sino que me mima como hace con mi padre. Menos un coche como el de Luka, o un misil transcontinental, él podía conseguirme cualquier cosa, aunque de lo último no estaba segura de si podría conseguirlo si se lo propusiera.
—¿Tienes algo que contarme? —No esperaba escuchar la voz de mi padre a mi espalda. Él rara vez salía de su despacho, a menos que fuese para ir al del gran jefe o para tratar de solucionar alguna crisis en la central.
—Casi me matas del susto. —Me llevé la mano al corazón de forma dramática, pero eso no sirvió para endulzar la cara de resolución que traía mi progenitor. Pero no fue hasta que vi mi pulsera en su mano lo que me dio una pista de por qué estaba tan exasperado. Traté de buscar una respuesta rápida en mi cabeza, pero tampoco quería que descubriera que era una mentira.
—No finjas que no es tuya, porque fui yo quién pagó en aquel puesto de Bombay por ella. De hecho, pagué las de tus dos otras dos hermanas también, y por lo que se rio tu abuela de mí cuando se enteró de lo que me habían cobrado, es algo que no olvidaré en la vida. —Pobre papá. Le vieron cara de turista y le hicieron pagar casi el triple de su valor real. Pero a él no le importó, incluso le pareció barato. A él solo le interesó ver la sonrisa de sus pequeñas aquel día cuando volvieron a casa con ellas puestas. Aquí no había ese tipo de cosas, y cada hermana tenía la suya, así que era imposible intentar decirle que no era la mía.
—Supongo que te la ha dado el abuelo. —Tomé la pulsera para examinarla. Salvo por el nuevo enganche, parecía la misma de antes. ¿Dónde demonios había colocado el rastreador el abuelo? ¿Sería el enganche? Era demasiado pequeño para que fuese físicamente posible.
Papá acomodó su trasero en mi mesa, cubriendo con su cuerpo el resto de la sala. A su manera, nos estaba dando intimidad.
—Él la reconoció nada más verla. Pero lo que nos tiene intrigados a ambos, es el hecho de que el mismísimo Luka Vasiliev en persona fuera a llevarla a la tienda para ponerle un rastreador. —Creo que le escuché decir a Dafne, que si quieres construir una mentira, era más fácil si tiene parte de verdad.
—Se preocupa por mi seguridad. —reconocí.
—Ahorrémonos tiempo—se pellizcó el puente de la nariz mientras cerraba los ojos en acto de sosegada concentración—. De Grigor podría esperármelo, sois amigos desde hace un montón de años, y Dios sabe lo paranoico que puede volverse uno en prisión. Que quiera asegurarse de que puede localizarte si estás en peligro, lo entendería. Pero ¿Luka? ¿qué tiene que ver su hermano en todo esto? —Mi cabeza solo encontró una respuesta que sabía le detendría.
—Puedes preguntárselo a él, o mejor a los dos. ¿Quieres que te pase el teléfono de Grigor? —Cogí mi aparato y fingí rebuscar entre mis contactos.
—No tengo idea de en qué juego te has metido, pero ten cuidado. —Sus ojos me miraban tristes, como si se rindiese, como si supiera que había fracasado conmigo. No podía soportar que pensara que yo era como Uma, una cabeza loca.
—Me conoces lo suficiente como para saber que no correré riesgos innecesarios. Si Grigor y Luka están en medio, dejaré que sean ellos los que se jueguen el tipo. —le aseguré. Aunque del todo cierto no fuera. Yo sería el cebo, pero ellos se encargarían de pegarse con los tiburones que queríamos pescar.
Mi padre asintió, dándome ese poco de confianza que podía reunir dentro de sí mismo, y se alejó. Momento que aproveché para mandarle un mensaje a Luka, junto con una foto de mi pulsera.
—¿Cómo se te ocurre enviársela a mi abuelo? —Con lo inteligente que era su hermano, y el poco cerebro que había demostrado tener él. ¿Tantas peleas clandestinas le habían frito el cerebro?
—Es el mejor haciendo este tipo de trabajo, y se suponía que era discreto. —Respondió después de un rato.
—Es mi abuelo, tenías que haber previsto que reconocería mi pulsera. Ahora mi padre no nos quitará el ojo de encima. —le recriminé. Este idiota no sabía el lío en el que me había metido.
Luka
—¿Qué estás tramando? —preguntó Drake al otro lado del coche que estábamos revisando.
—¿No puedo estar sonriendo por un video divertido que me han enviado? —Lo siento, no podía borrar esa sonrisa estúpida de mi cara. Había comprometido a Chandra, su padre ya sabía que yo estaba en su vida, y poco a poco iría descubriendo que iba a ser de forma permanente. ¿Cuándo lo había decidido? Pues esa misma noche, cuando no pude alejarla de los sueños calientes que me acompañaron hasta el amanecer.
—Nadie te manda videos de esos. No se atreverían. —me recordó con una sonrisa traviesa mi socio. —Estás tramando algo, y tiene pinta de ser divertido.
—Puede que lo sea, pero no pienso decírtelo. —metí el teléfono en el bolsillo y di por cerrada la conversación. Había pistas que no podía dejar en el aire con un tipo como Drake, porque él enseguida metería sus narices. Y este asunto era mío, solo mío.