Leo
Soy demasiado mayor para cometer este tipo de locuras. ¿A quién se le ocurre correr entre la gente con una bolsa llena de bollos? Pues a mí. En mi defensa diré que la culpa de todo la tuvo el tráfico. El taxi iba demasiado lento, por eso pude ver la cola de gente esperando en la calle delante de una pastelería. Un hombre salió de allí mordiendo un bollo que tenía una pinta deliciosa, y recordé mi promesa a Jade; traeré algo rico.
¿Qué hice? Decirle al taxista <<me bajo aquí>>, le pagué lo que le debía y salí como una bala a esa tienda. Esperé mi turno, compré cuatro bollos, y después salí corriendo con mi tesoro en la mano hacia el hospital, que si no recordaba mal, quedaba a menos de dos manzanas de donde estaba.
Lo peor no fue llegar apestando a sudor a mi puesto de trabajo, eso se solucionaba cambiándome de ropa y un paso rápido por un baño con jabón y una toalla, no precisamente por ese orden. No, lo peor fue mantener mi acelerado corazón en un constante estrés por miedo a que la repostería acabase en el suelo, o aplastada contra un transeúnte. Creo que no me permití sentirme a salvo hasta que la bolsa acabó suavemente depositada sobre la mesa de mi despacho.
—¿Algún problema? —La voz de John me hizo girarme hacia mi espalda con sobresalto. Su ceja alzada parecía recriminarme el que llegase tarde. Miré mi reloj, y evidentemente, llegaba tres minutos pasada mi hora de entrada.
—Una parada inesperada, solo eso. —Levanté el paquete brevemente para hacerle notar el motivo de la demora.
—Si usted no se lo dice a nadie, yo tampoco. —Se acercó para curiosear en el paquete como un gato goloso. Su sonrisa me dijo que había hecho bien en pedir bollos extra. —Usted sí que sabe cuidar a tus compañeros de trabajo, Dr. Kingsdale. —¿Era una mala persona si no le decía que mi intención no era tener un detalle con él, sino con cierto duende de ojos verdes?
—No tengo muchos momentos brillantes, pero alguno sí que me llega.
—Todavía tenemos tiempo para nuestra primera consulta, ¿quiere que vayamos a tomar un café para acompañar a esos bollos? —dijo John mientras señalaba con la mirada la bolsa de la repostería.
—Acabamos de desayunar como quién dice, ¿no sería mejor aplazarlo hasta media mañana? —le sugerí. Yo al menos tenía el desayuno dándome vueltas en el estómago, aunque claro, seguramente era por la carrera que me había dado para llegar a tiempo al trabajo.
—Tenía que intentarlo. —Se encogió de hombros como si aceptara el aplazamiento sin intención de insistir más.
—Me cambio y nos ponemos a preparar la primera consulta. —le comenté.
—Iré a revisar la sala de examen, por si quiere explorar a alguno de sus pacientes. —Podía usar el fonendo para auscultar en mi propio despacho, pero John tenía razón, estaríamos más cómodos en la amplia sala de examen anexa a la consulta. Yo podía adaptarme, pero debía pensar en la comodidad de mis pacientes.
Estaba acercándome a mi consulta cuando recibí una llamada de Jade. Ver su nombre en el identificador de llamada del teléfono dibujó una gran sonrisa en mi rostro.
—Lo he traído. —fue mi saludo.
—¿El qué? —preguntó desconcertada.
—Algo rico para acompañar el café de media mañana. —le recordé.
—¡Ah!, es estupendo. Pero no te llamaba por eso. —Escuchar esas palabras me puso en alerta.
—¿Ocurre algo? —Llámenme fatalista, pero si siempre te pones en lo peor, las buenas noticias son realmente muy buenas, y para las malas ya estás preparado.
—Necesito que te acerques a la planta de neonatología. Hay un paciente que me gustaría que revisases. —Se me encogió el estómago al oír eso. Vale, soy cardiólogo infantil, pero los bebés siempre son especiales para mí. Son tan frágiles…
—De acuerdo, tengo un rato hasta mi primera consulta.
—Te lo agradezco.
Entré en la sala de examen anexa a mi consulta, para encontrar a John revisando una de las estanterías.
—John, tengo que acercarme por neonatología para echarle un vistazo a un paciente de la doctora Sokolov. ¿Podrías decirme cómo llegar? —En la visita guiada pasé por muchos departamentos, pero si soy sincero, no puedo decir que sabría llegar a la mayoría de ellos. Y se supone que trabajo aquí, no debería ir preguntando a cada persona con uniforme que encontrase en mi camino.
—Abra la aplicación del hospital. Busque la sección de neonatología, ingresos, y dele al botón de ‘cómo llegar’. La aplicación le irá guiando hasta allí. —¡Vaya!, esta aplicación era como Google maps pero en su versión de interior.
—Genial, muchas gracias. —Me puse a hacer precisamente lo que me dijo.
—Entretendré a su paciente si llega tarde. —Sus ojos me miraron de forma acusatoria, como si me estuviese diciendo que esa era mi costumbre, una que tenía que corregir. ¡Por todos los Apóstoles!, solo había llegado unos minutos tarde mi segundo día de trabajo.
—Cuento con ello. —No necesitaba que un ayudante me dominase. Se supone que el jefe soy yo, y no debo aceptar reprimendas de un subordinado.
Siguiendo las indicaciones de la aplicación me desenvolví perfectamente por el hospital. Era muy detallada, y te iba informando en tiempo real de dónde estabas, qué ascensor tomar y el botón de qué planta debía apretar. Si fuese un paranoico vería un peligro en que esa aplicación pudiese encontrarme, sobre todo porque también podría hacerlo fuera del hospital. Pero en ese momento me resulto realmente práctica.
—Leo. —La sonrisa de Jade me recibió al final del pasillo, pero podía notar en ella que no estaba feliz. Seguramente nuestro paciente había provocado esa tristeza.
—Cuéntame. —le pedí.
—Acompáñame. —La obedecí.
La sala de neonatología parecía muy profesional, pero al mismo tiempo flotaba en el ambiente una sensación de pequeño hogar. Era cálida, con luz natural, colores suaves, e incluso el sonido de los equipos parecía amortiguado.
Nos detuvimos junto a una pequeña cama, donde un bebé, supuse que niño por el gorrito azul que cubría su cabeza, dormitaba ajeno a nuestra presencia. Tenía unas pequeñas gafas de oxigenoterapia, y sus manos las mantenía alejadas con sujeciones, seguramente para que no se quitase de la cara el equipamiento que le ayudaba a vivir.
—El bebé Montero tiene programada para mañana una intervención, para corregir una malformación que le dificulta la respiración. Al revisarle he notado algo en su corazón, y no estoy segura de sí soportará una anestesia general.
—Entiendo. —Me centré en revisar los datos del monitor en el que aparecían las constantes del pequeño. Ritmo cardíaco, tensión arterial… Los parámetros parecían normales, pero un médico no solo se basa en los datos que recoge una máquina, sino en las impresiones de su propia exploración.
Tomé mi estetoscopio, calenté con mis manos la parte que posaría sobre la joven piel de mi paciente, y después la coloqué sobre su pecho. El bebé arrugó su boca, molesto con mi exploración, pero no rompió a llorar. Escuché en varios puntos, buscando esa alteración que Jade había encontrado, y ahí estaba, un pequeño murmullo, apenas imperceptible, pero que decía mucho para aquel que sabía escuchar.
Pero no podía darle malas noticas, sobre todo porque era evidente que el pequeño necesitaba esa operación. Así que tomé una rápida decisión.
—Haremos algunos ajustes para que pueda llevarse a cabo la operación. —Mis palabras parecieron aliviar la tensión que debía estar soportando.
—Gracias. —dijo con una sonrisa que habría iluminado una noche cerrada.
—No tienes que dármelas, es mi trabajo. —Su mano se posó sobre la mía, enviando una extraña sacudida por todo mi cuerpo.
—El gracias es por no haber dudado en involucrarte. —En ese momento no lo dije en voz alta, pero era una realidad; haría cualquier cosa que ella me pidiera.
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