Josephine
No necesité ningún aviso para saber que Cio estaba llegando, el sonido de su coche me avisó de ello. Mamá decía que de pequeña podía saber cuando era el coche de papá el que se acercaba a la casa, porque podían pasar cientos de coches, pero la única vez que salía corriendo hacia la puerta era cuando papá estacionaba en la entrada. Oído de perro decía que tenía. Quizás fuese así, por eso identificaba las sutiles diferencias entre un motor y otro, y el de Cio era demasiado conocido como para no reconocerlo en cuanto lo escuchaba, gritaba potencia en cuanto pisabas el acelerador.
Alcé la cabeza del motor en el que estaba trabajando, para ver como la llamativa pintura con llamas de neón cruzaba por delante del taller, en dirección al aparcamiento trasero donde solíamos dejar los vehículos terminados listos para entregar al cliente.
Saber que Cio había llegado me indicaba que la jornada laboral estaba a punto de llegar a su fin. Apreté la última tuerca que sujetaba el cable eléctrico de la batería auxiliar con la que estaba trabajando, y después me erguí para quitarme los guantes de látex. Owen le dio una mirada al reloj en la pared, sabía lo que estaba pensando, todavía quedaban diez minutos para que dieran la hora.
—Lo que queda por hacer nos llevará más de 10 minutos, así que lo dejamos para mañana. Hoy no vamos a meter horas extra. —Miré distraídamente hacia el lugar donde estaba Diego.
Puede que al nuevo le obligase a trabajar horas extra sin pagárselas, se aprovechaba de la necesidad de los nuevos, porque sabía que no protestarían por miedo a perder el trabajo. Conmigo eso no valía, si quería que me quedase sabía cual era el precio, conmigo no valía regatear el precio. Además, desde lo de la herida de papá, no solía llegar tarde a casa, por eso salía a mi hora.
—Empieza a recoger las herramientas y apaga y desenchufa toda la maquinaria que hemos utilizado. Eso ya te llevará ese tiempo, así que no le estarás robando nada de tiempo a tu jornada laboral. —Lo dije mirando al jefe, él sabía que tener el taller recogido también era parte del trabajo, nada de quedarnos fuera de horario para hacerlo. Al nuevo le enseñaría como había que hacer las cosas, antes de que Diego le inculcase las malas costumbres explotadoras que al él le convenían.
—De acuerdo. —Esa era la frase de este chico; “de acuerdo”. Si no le espabilaba yo Diego se lo comería vivo, y acabaría como alguno de los que allí trabajaban; odiando a su jefe y su trabajo. Yo no podría vivir así. El trabajo, el ambiente, todo tiene que ser armonía para que el trabajador se sienta a gusto y rinda como debe. Un empleado feliz será parte de la empresa, la ayudará a crecer, uno descontento será infeliz y hará lo justo para que no le despidan.
Me acerqué a los vestuarios, me quité el buzo y lo metí en mi taquilla. Cualquiera diría que llevar una camiseta y unos leggins piratas debajo no era lo ideal, pero eso es porque no han compartido espacio con 5 hombres, si quieren mirarle las tetas o el culo a una mujer, que se fijen en otra. Estaba poniéndome los pantalones vaqueros y calzándome las deportivas, cuando el primero de mis compañeros apareció por la puerta. Seguro que ya era la hora de salir.
—El coche de Cio está en la parte de atrás. —Comentó Jackson. Su mirada decía que sabía que Cio era mi chico, y que su presencia allí indicaba que había venido a buscarme. Era demasiado cotilla, bueno, todos lo eran.
—Lo sé. —Bajé mi pie al suelo cuando terminé de anudar los cordones, cogí mi cazadora vaquera y mi mochila, y salí de allí.
Hace no mucho, encontrar la enorme sonrisa de Cio esperándome me alegraba el alma, pero eso era antes, antes de asumir que no era a la persona a la que quería, sino sus habilidades. Así que cuando lo vi allí, apoyado sobre la puerta de su Mustang reacondicionado, sonriendo como un idiota feliz, no correspondí a esa sonrisa como antes.
—Hola, nena. —Él nunca había ido a mi encuentro a recibirme, esperaba a que yo me acercase para tomarme entre sus brazos. Ahora entiendo que esa actitud significa “Yo soy el rey, tú has de venir a mí”. Pero las cosas habían cambiado, por ello me mantuve a una distancia prudente.
—No tengo mucho tiempo, así que vayamos al grano. —Su ceño se frunció ligeramente, aunque su sonrisa no se borró. Impulsó su trasero para dejar la puerta del conductor libre.
—Claro, entonces adelante. —Me abrió la puerta y yo me senté detrás del volante.
—¿Qué es lo que le pasa? —Primero pregunta que debe hacer un mecánico, conocer los síntomas del paciente.
—Le cuesta subir la velocidad después de un cambio de marcha. —En otras palabras, quería alcanzar el punto de aceleración máxima en menos tiempo. Eso podía suponer unos valiosos segundos con respecto a tus contrincantes en una carrera. Arranqué el coche y escuché el rugido del motor, le di gas un par de veces, pero no encontré nada raro. Para tratar de dilucidar lo que podía hacer con el motor para darle ese extra que Cio quería, era conducir el coche en circuito, emular las condiciones en el que él encontraba el problema. Pero sabía lo que eso significaba, y no estaba dispuesta a ello. Antes no me importaba hacerlo, me gustaba esa sensación de adrenalina, siempre me ha gustado, pero esta vez no quería que me empujasen a ella, simplemente no me apetecía.
Cerré el contacto y salí del coche. Cio volvió a mirarme extrañado, y esta vez si que vi como su sonrisa se reducía ligueramente.
—Yo desmontaría todo el árbol de levas, le haría una buena limpieza, lo lubricaría y probaría a ver que tal va. —Su sonrisa volvió a ensancharse.
—¿Cuándo podrías hacerlo? —Era un niño impaciente por conseguir su premio.
—No sé, pregunta a Diego si puede hacerte un hueco. Yo mañana tengo el día muy liado. —Empecé a caminar hacia mi coche antes de terminar la frase.
—Pero sabes que solo dejaría que tu le metas mano a mi máquina, nena. Y la carrera es mañana. ¿No podrías hacerme un hueco en tu apretada agenda? —Corrió para ponerse delante de mi y suplicar como un perro por un hueso. Antes me habría camelado con sus dulces palaras, ahora ya no.
—Habla con Diego, ya sabes que él es el jefe. —Lo miré por ultima vez, esperando que me dijese “podemos colarnos en el taller y hacerlo nosotros mismos esta noche, nena”. Lo hice una vez, ese día que cambiamos el aceite y por el que Diego le despidió por ello. Lo que no sabía es que usamos su local para hacer mucho más que eso. Menos mal que no tenía cámaras en el interior, ni siquiera una de esas alarmas modernas. Me arriesgué por Cio la otra vez, ahora las cosas eran diferentes, muy diferentes.
—Pero nena, lo necesito. —Me encogí de hombros antes de abrir mi coche con el mando a distancia. —Me volví hacia él antes de abrir la puerta, para encontrar aquel rostro dulce de niño bueno. Pero esta vez no iba a dejarme seducir por él.
—Lo siento, desde que mi padre está en recuperación no tengo tanta libertad como antes. —A Cio le amedrentaba mi padre, seguramente porque le dejé caer que usaba un arma para hacer su trabajo.
—Trataré de convencerle. —Dijo antes de que yo cerrase la puerta. Ya sabía antes de que se lo pidiera que no iba a ser fácil, salvo que tuviese unos cuantos billetes extra para convencerle. Otra cosa no, pero Diego sabía aprovechar una buena oportunidad de negocio, y la desesperación de Cio podía venirle bien, aunque no le cayese en gracia.
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