Adrik
Apuré otro sorbo de mi cacao, mientras escuchaba el resumen que Emil estaba haciendo en voz alta, con todo aquello que le había explicado. Esto de tener una reunión de trabajo mientras desayunas en tu propia casa, es algo a lo que le había cogido el gusto. Impone más algo presencial, mientras llevo un traje hecho a medida y miró a mi adversario directamente a los ojos en una distancia corta, pero a Emil no necesitaba intimidarle, y me sentía mucho más relajado con los pies descalzos y dentro de mi pijama.
—Así que tengo que encontrar cualquier denuncia contra el doctor Edgar Poe. —Fue su conclusión.
—Yo más bien iría al revés. Haría una lista con todos los logros científicos que él se atribuye, y escarbaría en todos ellos para encontrar alguna queja o reclamación. Aunque tampoco descartaría los casos en que las reclamaciones han salido adelante y él no ha podido llevarse el mérito.
—Un tipo de búsqueda así puedo hacerla en un par de horas. —Lo decía como si fuese algo rutinario, pero yo no quería algo que cualquiera pudiese conseguir, necesitaba más.
—Necesito que seas escrupuloso y concienzudo. Si se produjeron acuerdos confidenciales, quiero todos los documentos, y los nombres de los implicados, y por supuesto las fechas.
—Confidenciales. —Sus ojos se habían entrecerrado mientras repetía esa palabra. Podía escuchar los engranajes de su cerebro trabajando ya en esa tarea.
—Sobre todo esos. Un hombre jugando de esa manera tan sucia, no habría alcanzado un puesto como el suyo sin barrer toda la porquería debajo de la alfombra. Puede que el dinero sea el objetivo, pero la reputación puede levantar o hundir todo lo que esté a su alrededor. Cualquier hospital se alejaría de su sombra si se descubriesen sus trampas.
—La sanidad privada es una máquina de hacer dinero, no les preocupan los pacientes, solo llenarse los bolsillos. Dan miedo. —Emil sí que tenía claro contra quién íbamos a enfrentarnos.
—No, los que dan auténtico miedo son los abogados. —Mi padre daba más miedo que nadie, pero eso era porque le conocía. Pero de cara al público, el que realmente provocaba temblores era mi tío Andrey, el abogado de la familia. Ceo que era verle aparecer con su maletín, y todo el mundo se ponía a apretar el culo.
—Puede que me lleve algo más de tiempo encontrar todo lo que necesitas. Habrán escondido muy bien esas cosas que quieren que nadie sepa. —Contaba con ello, por eso necesitaba un buen sabueso.
—Sé que eres la persona indicada para conseguirlo. —Al menos de entre las opciones disponibles. El mejor era Drake, pero estaba demasiado ocupado; Grigor, el asunto de la reina roja, y por supuesto, un hijo de dos años. Si de bebés eran absorbentes, cuando empiezan a descubrir que hay un mundo a su alrededor que necesitan explorar, lo eran mucho más.
—Te iré informando. —Me despedí de Emil y comprobé la hora en el reloj. Tenía el tiempo justo para vestirme, recoger los trastos del desayuno y bajar a trabajar.
—Buenos días TAV. —Saludé mientras bajaba los primeros peldaños del taller.
—Buenos días, Adrik. Venus está ascendiendo. —Para TAV era una rutina informarme de la situación de Avalon, pero por lo sucedido la noche anterior, no esperaba que ella fuese al laboratorio. La investigación no solo había terminado, sino que la borrachera le dejaría una buena resaca y pocas ganas de salir de casa. Pero parecía que me había equivocado ligeramente, y lo digo porque “ascendiendo” significaba que no estaba en el laboratorio, sino en el trayecto desde su domicilio al mismo.
—¿Tiempo estimado de llegada? —Necesitaba saber dónde estaba exactamente.
—Trayectoria de aproximación, 10 minutos para convergencia. —Traduciendo, estaba a 10 minutos del edificio. Para ella era realmente tarde. A estas alturas, ya estaría con la bata puesta y procesando la primera remesa de muestras. Pero claro, ya no quedaban más para procesar.
Iba a interceptarla, solo tenía que fingir que salía a la calle para algo totalmente normal, algo como… ¡mierda!, en momentos como este era cuando echaba en falta el tener una costumbre tan mundana como fumar. Pero soy un chico sano, qué le voy a hacer. Sano salvo por… Una idea surgió de repente en mi cabeza. Corrí en dirección a la puerta trasera de acceso al taller, y salí a la calle.
—Muéstrame localización en el mapa, TAV. —Tenía mi teléfono en la mano para ver la señal del vehículo de Avalon meciéndose por la carretera. Tener una inteligencia artificial a mi servicio, diseñada para ser el perfecto asistente de un espía, tenía sus ventajas.
Esperé hasta estar seguro de que el coche pasaría a mi lado cuando cruzase la carretera por el paso de peatones. Como esperaba, Avalon detuvo el vehículo para dejarme pasar. La saludé con la mano, y como buen chico, me acerqué a su ventanilla para cruzar unas palabras educadas. No había prisa, sin coches esperando, éramos solo nosotros dos en la carretera.
—Buenos días, ¿cómo está tu cabeza? —Por su gesto sabía que no demasiado despejada.
—Está, que ya es bastante. —Ella y su particular sentido del humor. —¿Ibas al edificio principal? —Su cabeza se inclinó ligeramente hacia el edificio de su padre.
—Sí. Me he quedado sin mi porción de cereales para desayunar, así que pensaba saquear el escondite de tu padre. ¿Sus ojos se abrieron sorpresivamente?
—¿No sería mejor asaltar la nevera de mi hermano? Solo es bajar una planta hasta su apartamento. Además, es mucho menos arriesgado. —Sonreí ante su comentario.
—Ahora que tengo en mi cabeza la imagen del tesoro goloso de tu padre, es imposible que renuncie a saquearlo. —Ella negó con la cabeza.
—Hombres.
—¿Qué dices?, ¿me ayudarás a robarle un bollito? —Los ojos de Avalon se estrecharon, al tiempo que su sonrisa se volvió traviesa. ¿Sabía esta mujer lo que le estaba haciendo a mis pelotas? Uf.
—Si nos atrapa te echaré a ti toda la culpa. —Me encantaba esta Avalon traviesa y espontanea, la que dejaba todo lo racional fuera de su ecuación.
—Cuento con ello. Asumo el riesgo. —Por salvarla a ella, daría toda mi sangre. ¿Qué importaba cabrear a su padre?
—Sube. —Señaló con la cabeza el asiento del acompañante.
—Sí, señora. —Corrí hasta sentarme a su lado.
Condujo hasta el aparcamiento subterráneo, pero en vez de coger el ascensor más cercano a su plaza, caminamos por el estacionamiento hasta el otro ascensor, el que comunicaba con el área de oficinas. Una vez en la planta, avanzamos hasta el despacho de su padre. Con ella a i lado nadie se atrevió a darnos el alto, tan solo saludaban con educación para después continuar con sus tareas, al menos hasta que llegamos frente a la puerta del gran jefe.
—Su padre no está en este momento, señorita Bowman. —Informó educadamente su secretario.
—Sólo hemos venido a coger algo de su bar. —Aquella respuesta dejó al hombre petrificado. Lo sé, a mí me habría pasado lo mismo. Avalon tenía una reputación de niña buena que no cuadraba con saquear una de las botellas de alcohol de su padre.
—Eh, por supuesto. ¿Necesita ayuda? —El hombre estaba a punto de ponerse en pie, cuando ella lo fulminó con la mirada.
—Sé dónde está, gracias. —Si no tuviese una buena razón para no hacerlo, nada más atravesar esa puerta la habría aplastado contra ella y la habría besado hasta dejarla sin respiración. Pero no lo hice.
—Vigila la puerta. —Corrí hacia el lugar donde sabía que Alex guardaba los bollitos que llegan en el dron desde la pasticheria, no porque el tiempo apremiase, sino porque tenía que alejarme de ella lo antes posible.
Rebusqué en el lugar que una vez le vi guardarlos, para encontrar una caja con tres bollos dentro.
—¡Bingo! —Cogí uno, lo metí en mi boca, y después ocupé mis manos en cerrar la caja, al menos hasta que alcé la mirada hacia Avalon. Escupí lo que quedaba de bollo en mi mano, sin parecer repugnante, y pregunté. —Perdona ¿quieres uno? —Avalon estiró el cuello para ver lo que quedaba en el cofre del tesoro.
—Se va a dar cuenta. —Pero no se cortó en atrapar un dulce.
—Eso tenlo por seguro. —Cerré la caja y la guardé en su lugar. —Pero no se atreverá a decir nada, porque ha sido su pequeña la que le ha robado. —Le sonreí inocente.
—Eres un gusano rastrero. —Me acusó con una sonrisa.
—Nunca he dicho que fuese bueno. —Metí el resto del bollo en mi boca, y la insté a irnos del despacho tan deprisa como pudimos. Eso sí, escondiendo nuestro botín de los posibles chivatos.
Escuchar sonreír a Avalon mientras escapábamos hacia el ascensor, no solo me hizo regresar a cuando éramos niños, sino que también me sentí extremadamente bien. Con mi travesura había conseguido hacerle recuperar la sonrisa, y con el terrible día que tuvo el día anterior, eso me pareció el mayor de los premios.
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