Leo
Cuando te dicen que no puedes hablar de algo de lo que te sientes orgulloso, no solo te sientes frustrado, sino que se apodera de ti una extraña sensación que no puedes describir. Tienes miedo a fallar, a que alguien consiga descifrar lo que ocultas, y al mismo tiempo deseas que lo hagan.
—Es precioso. —escapó de mi boca.
Ver palpitar aquel pequeño corazón era todo lo que necesitaba para hacerme feliz. Habíamos luchado durante horas, buscando los motivos por los que aquel corazón infantil no latía. De acuerdo, estaba fuera de un cuerpo humano, y hacía poco que había salido de la impresora 3D que lo había fabricado, pero se suponía que debíamos hacerle latir.
No voy a explicar cómo, ni siquiera yo mismo era capaz de entenderlo, pero era así, latía. Pero sí que tenía algo claro, y es que me sentía como el Doctor Frankenstein en su laboratorio. Habíamos dado vida a un amasijo de células, y lo utilizaríamos para salvar la vida de un ser humano.
—Eso es porque he limpiado toda la sangre. —dijo C.C. desde mi lateral. Giré la cabeza para observar cómo se retiraba el delantal con el que se había protegido, y lo desechaba dentro del depósito de restos biológicos para incineración.
—No había tanta. —comentó Drake a mi derecha. Él si que tenía cara de orgullo, y lo comprendía, de alguna manera habíamos presenciado un parto y él era el papá de la criatura.
—Ya os dije que no necesitábamos bombear sangre real. —Ese fue el primer error que solucioné. Mientras bombease líquido, daba igual el que fuera. Al final nos decantamos por un suero fisiológico, algo inocuo.
—Esto se merece una celebración, ¿no crees jefe? —le preguntó C.C. a Drake.
—¿Dulce o salado?
—Esto se merece alcohol, y del bueno. —sugerí.
—No es buena idea. —C.C. se alejó de mí sin dar más explicación. Había una historia ahí, pero no pensaba preguntar.
—Entonces dulce. —decretó Drake.
—Chocolate. —pidió C.C. dos incubadoras más atrás.
—A mí me parece bien. —apoyé la propuesta de ella.
—¡Mierda! Tendrá que ser mañana. —dijo Drake mientras observaba la hora.
—Ten compasión de mí, jefe. —La voz de C.C. llegó demasiado cerca, lo que provocó que diese un respingo. La maldita se movía rápido y era sigilosa. ¿Cómo podía hacerlo con un cable enganchado a su cuerpo?
—Hagamos un trato, les diré a los de la cafetería que te preparen algo rico para cenar, y mañana te traeré chocolate para desayunar. —Por la expresión de C.C. parecía que la había convencido.
—¿Hago el pedido? —De no haber estado trabajando durante cuatro horas con ella, la voz incorpórea de nuestra asistente virtual me habría asustado. De hecho, lo hizo, hasta que me explicaron que era la IA de apoyo para el proyecto.
—Tú sí que me quieres, TAM. —Su nombre tenía una explicación, pero no me quedé con ella, estaba más pendiente de solucionar el problema que teníamos en ese momento en las manos, y hablo de forma literal.
—Yo haré el pedido de mañana. ¿Te importa que salga primero? —me preguntó.
—No, adelante. —Que pasase primero por la cabina de descontaminación no era un problema para mí. Además, él llevaba mucho más tiempo que yo allí dentro, seguro que tenía unas ganas terribles de salir.
Volví a observar fijamente nuestra palpitante creación, era tan frágil…
—Si tengo algún problema te llamaré, no te preocupes. —No le había dado mi número a C.C., pero sabía que TAM la pondría en contacto conmigo si lo necesitaba. ¡Demonios! TAM podría hacer cualquier cosa que incluiría un aparato electrónico.
Un pitido resonó en la sala, lo que hizo que C.C. girase la cabeza hacia el otro extremo.
—Elvis ha abandonado el edificio, te toca.
—¿No quieres ir tu primero? A mí no me importa. —le ofrecí.
—Yo vivo aquí. —Tenía que ser una broma, ¿verdad? —Ve saliendo, que quiero poner a dormir a los niños. —Me dio una palmadita en la espalda, como si fuésemos colegas.
No protesté, me metí en la cabina y pasé por el proceso inverso de la esterilización. La verdad, era más rápido que a la entrada. Supongo que no había peligro de llevar algún patógeno peligroso al exterior.
Cuanto tomé mi teléfono del cajón de la ropa, advertí que tenía algunos mensajes y un par de llamadas perdidas. Respondí a mis padres mientras viajaba en el ascensor, y llamé a Jade cuando estaba dando el primer paso dentro del comunicador entre edificios.
—Hola. ¿Ha ido todo bien?
—Ha costado, pero creo que sí. —¿Cuánto sabría ella de lo que estaba haciendo su hermano en el laboratorio secreto?
—Me alegro. —La luz que llegaba del exterior me decía que era bastante tarde.
—¿Qué te parece si te invito a cenar? —Lo que me recordó que debía mandarle a Drake un mensaje para que me consiguiera un poco de ese chocolate de la victoria para desayunar yo también. Lo compartiría encantado con mi duende.
—Mi hermano ha dicho que tenemos carta blanca en el Celebrity´s. ¿Qué te apetece? —¡Wow!, con jefes como él merecía la pena meter horas extra.
—¿Qué te parece si lo discutimos en el coche?
—Por mí perfecto. Te espero en el hall de entrada. —Por el ruido que escuché de fondo, supuse que estaba en la cafetería.
—En 10 minutos estoy allí. —Solo tenía que dejar la bata en mi consulta, y salir pitando.
La vi allí sola, observando la oscuridad de la noche al otro lado de las puertas acristaladas. Tenía ganas de besarla, pero después de tanto tiempo en el laboratorio, el efecto del colutorio habría desaparecido. Menos mal que todavía nos quedaban los piquitos. No lo pensé, en cuanto vi su sonrisa, tomé sus labios, aunque con brevedad.
—Te he echado de menos. —Observé por el rabillo del ojo como el hombre de seguridad nos observaba. Seguro que sabía que trabajábamos allí, y que las normas decían que lo que acababa de hacer no estaba permitido. Pero me daba igual, se suponía que ambos habíamos terminado nuestra jornada laboral, estábamos a salvo de posibles sanciones.
—Y yo a ti. —Su sonrisa era contagiosa.
—Vamos a cenar, tengo hambre. —Tomé su mano, para caminar juntos hacia el aparcamiento. Si el resto pensaba que era una manifestación de nuestra situación sentimental, no se equivocaban. Jade y yo estábamos juntos, aunque todavía me faltase hacer la proposición oficialmente.
—¿Primera cita? —preguntó ella.
—Lo que tú quieras que sea. —le concedí.
Caminamos entre los pocos coches estacionados, hasta llegar al extremo más alejado donde estaba el suyo. Apenas noté la distancia, porque mis pies flotaban, como si caminase sobre una nube. Había entrelazado mis dedos entre los suyos, mientras pensaba en lo hermosa que puede ser la vida.
—¡La cartera! —Aquella voz autoritaria y amenazante me sacó con violencia de mi mundo de ensueño. —¡Deprisa! —apremió.
El tipo nos amenazaba con un cuchillo de considerables dimensiones, pero lo que daba más miedo eran sus ojos inyectados en sangre. Soy médico, puedo reconocer a un yonqui desesperado cuando lo veo.
—Tranquilo. —Alcé las manos en alto para que viese que no era una amenaza.
—He dicho que me des la cartera. —Acercó más el cuchillo de forma amenazante. Rebusqué en mi bolsillo y le di lo que pedía. No es que llevase mucho, solo algunos dólares y monedas por si necesitaba sacar algo de la máquina de golosinas o de café del hospital.
—Toma. —Jade también le estaba ofreciendo la suya.
—El reloj, el teléfono, lo quiero todo. —El tipo miraba nervioso a su alrededor, vigilando cualquier posible amenaza.
Me quité el reloj, saqué el teléfono y estaba a punto de dárselo, cuando recordé que para Jade ese aparato era su bien más preciado. No podía permitir que se lo arrebatase. Así que me armé de valor, y puse en práctica lo que había aprendido en las clases de autodefensa que aprendí hacía tiempo. Cuando viajas a lugares como los que visitaba con Médicos Sin Fronteras, era mejor ir preparado, por si acaso.
Pero los delincuentes habituales no son como los de Las Vegas, de eso me di cuenta cuando la hoja de aquel cuchillo atravesó dolorosamente la piel de mi abdomen.
Seguir leyendo