Leo
Si algo tenía de bueno el que mi nueva familia estuviese al mando del hospital donde ahora trabajaba, era que no tenía que perder el tiempo solicitando ese día libre a recursos humanos, y mucho menos esperar a que me lo concediesen. Bueno, tenían más cosas buenas, pero esa era una de ellas.
—De verdad que te lo agradezco, Anker.
—No te preocupes, para eso está la familia. —Sentí la suave palmada que depositó en mi hombro, como para darme ánimos. —Tómate el tiempo que necesites.
—Creeme, no estaré allí más de lo necesario. —En cuanto pudiese, regresaría.
—Cualquier cosa que necesites, estamos a una llamada.
—Te lo agradezco.
Me giré para encontrar a Jade despidiéndose de su hermano Drake. Me acerqué a ellos, tratando de no interrumpirles.
—Tengo los pasajes —Jade alzó su teléfono, para indicarme que estaban allí dentro. Lo del mundo digital tiene sus ventajas. —Drake nos ha conseguido asientos en primera clase.
—No tenías por qué hacerlo —dije mirando a Drake. Era un gasto que debería haber asumido yo, porque precisamente yo fui quién le pidió que me acompañase.
—Tengo muchos puntos de viaje sin usar —encogió los hombros, como si no fuese gran cosa el gastarlos con nosotros.
La idea de que Drake podría estar implicado en la muerte de Jasper empezó a rondar de nuevo mi cabeza.
—¿Te encuentras bien? —Sus ojos estaban sobre mí, manteniendo ese gesto curioso de “puedo oír los engranajes de tu cabeza funcionando”.
No podía exponerle mis sospechas, y mucho menos darle pie a que las descubriera. Drake solo necesitaba una pequeña pista para dar con mis más escondidos secretos, así que busqué la manera de salir de su radar.
—Sí, es solo que me ha sorprendido. Parecía que estaba tan bien —él asintió, como entendiendo. ¡Mierda!, seguro que me había descubierto.
—Como médico eres consciente de que con su edad es algo normal que uno muera. Pero te entiendo, uno no se hace a la idea de perder a un familiar, y querrás conocer cada detalle relacionado con su muerte. Incluso yo he pensado si la dieta draconiana a la que le sometí podría haber tenido algo que ver en acelerar el proceso. Las pruebas médicas tampoco es que fueran agradables. Pero los datos lanzan una conclusión firme; ocurrió lo que tenía que ocurrir, y ninguno tuvimos la culpa. Cierto que yo no soy ningún médico, pero el sistema se encarga de analizar datos, y las estadísticas son las que son. Así todo, te mandaré todo lo que tengo sobre él para que me des tu opinión. —Parecía que él estaba casi convencido de que sus maquinaciones con el abuelo no habían sido las causantes, o casi. ¿El gran genio tenía dudas sobre su trabajo?
—Me gustaría echarle un vistazo. —Él me dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.
—Si encuentras algo que te parezca incorrecto, por favor, dímelo. Podemos aprender de los errores, pero antes tenemos que saber dónde están y cuales son.
—Lo haré. ¿Puedes mandármelo a mi correo electrónico? Así tendré algo que revisar en el avión. —le pedí.
—Eso está hecho. De verdad que agradezco el punto de vista de un profesional.
—Será mejor que nos demos prisa si queremos coger el avión —me apremió Jade.
—Mantennos informados. —No sé si Drake me lo dijo a mi o a su hermana, pero tampoco iba a preguntar, porque ya estábamos caminando en dirección opuesta.
Jade
Estaba preocupada. Leo se pasó todo el viaje con la cabeza distraída, aunque no soltó mi mano en ningún momento, como si tuviese miedo de perderme. En la terminal eso podía entenderlo, aquello era un hormiguero, pero ya sentados en el avión, esa opción era imposible que ocurriera. La única explicación que existía era que me necesitaba a su lado, solo eso.
Entre el barullo de gente que esperaba a sus familiares en la puerta de llegadas conseguí encontrar a sus padres. Solo los había visto una vez, pero digamos que su madre se grabó a fuego en mi memoria por méritos propios. En cuanto nos vieron, alzaron la mano para saludar.
Al reunirnos, Leo fue directo a saludar a su madre, pero al que estrechó en un largo abrazo fue a su padre. Si no recordaba mal, era el abuelo paterno el que había fallecido.
—Será mejor que os refresquéis y os cambiéis antes de ir al velatorio. —El rostro de Maya, la madre de Leo, mostraba algo de contrariedad, como si la idea no le agradase demasiado.
—Creí que no estaría listo hasta mañana. —Los dedos de Leo se apretaron casi dolorosamente alrededor de los míos. Tampoco a él le gustaba la idea de acudir.
—Es Jasper Kingsdale, incluso muerto consigue que las cosas se hagan como el quería. —Daniel, el padre de Leo, puso los ojos en blanco al decirlo.
Empezamos a caminar hacia la salida del edificio, mientras su madre trataba de rellenar el incómodo silencio con algo más ameno.
—Así que al final vosotros dos estáis juntos. —Sonrió de manera traviesa, como si ella hubiese sido cómplice de esa hazaña, o más bien como si ella lo hubiese vaticinado.
—Quería esperar a decíroslo en persona en vuestra próxima visita a Las Vegas, pero está claro que ahora es el momento. —Sus ojos buscaron los míos, mostrándome con aquella dulce mirada que estaba feliz por nuestra situación. —Le he pedido a Jade que se case conmigo. —Una profunda aspiración de aire salió de la boca de su madre.
—Madre mía. —Se llevó la mano al pecho de forma teatral, mostrando una auténtica sorpresa, pero una que estaba dibujando una sonrisa en su rostro. —¿Así, tan rápido? —Si yo me había sorprendido, ni que decir que ellos también lo estarían.
—Cuando encuentras a la persona correcta —su mirada estaba sobre mí, tratando de decirme con sus ojos que apoyaban cada una de sus palabras—, el tiempo deja de ser importante. —Los labios de Leo depositaron un suave beso sobre la mano que me aferraba, enviando un estremecimiento por mi cuerpo que alcanzó mi corazón de lleno. ¿Podía comérmelo a besos en mitad de un aeropuerto? Sí, pero no con sus padres delante y de camino a un velatorio. Contente Jade.
—Me alegro por vosotros —dijo con orgullo su padre. —Encontrar la felicidad no es algo fácil para los Kingsdale, así que cuando la alcanzas, es mejor atarla tan fuerte como puedas.
—Mi pequeño ya es un hombre —dijo con añoranza su madre.
—Hace tiempo que soy un hombre, mamá —se quejó divertido Leo.
—Oh, seguirás siendo mi pequeño hasta que me muera —le dio un par de golpecitos en la mejilla de forma cariñosa, lo que hizo que Leo pusiera los ojos en blanco.
—Solo se le pasará cuando le traigas un nieto —escuché el susurro de su padre con demasiada claridad, estaba claro que el mensaje era para los dos.
Hijos, todavía teníamos tiempo para eso ¿verdad? Busqué la mirada de Leo para encontrar algo de apoyo a mis pensamientos, para encontrar un leve encogimiento de hombros. Estaba claro que la idea no le preocupaba demasiado, algo así como cuando lleguen, llegarán. Eso me hizo respirar de nuevo, aunque no demasiado relajadamente. Ese punto tendríamos que aclararlo cuando estuviésemos solos.
Ya en casa de sus padres, donde pasaríamos estos días, nos asignaron la habitación de invitados, que según palabras de su madre, tenía una cama más grande que la de la antigua habitación de Leo, la cual revisé con curiosidad. Maya alzó un par de veces las cejas cuando dijo las palabras “cama grande”, por lo que entendí que esperaba sirviera como aliciente para la fabricación de ese primer nieto. No es por nada, pero mi libido se había escondido en una esquinita. Ni de broma íbamos a practicar sexo en casa de sus padres, me daba yuyu.
Nos duchamos, nos vestimos con ropas de luto, y nos dirigimos a la gran mansión Kingsdale, donde se había instalado la capilla ardiente del difunto patriarca. Impresionaba, he de decirlo, pero no por lo enorme y llena de rancio abolengo que parecía, sino por el ambiente snob y avinagrado que se respiraba allí.
—No te separes de mí. —Los dedos de Leo se cerraron posesivamente sobre mi mano, pero esta vez no parecía buscar apoyo para enfrentarse a lo que venía, sino más bien parecía ser él el que iba a protegerme a mí. Y lo entendí en cuanto enfrentamos a la que era su familia. Más les valía no cerrar la puerta, porque pensaba salir de allí en cuanto tuviese una oportunidad. Parecían una reunión de estilosos vampiros, en la que yo sería servida como aperitivo. ¿Miedo? Sí, pero como decía el abuelo Vasiliev; “el miedo lo tenemos todos, lo que nos distingue es lo que hacemos con él. Unos se paralizan, otros huyen, un Vasiliev pelea”. Llevo sangre Vasiliev en mis venas, no pensaba irme de allí sin presentar una buena batalla.
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