Leo
Mi primer día de guardia. Se supone que mi jornada laboral se reparte entre días de consultas y jornadas de guardia, en la que visito a mis pacientes ingresados en el hospital, y estoy disponible por si entra una urgencia. Normalmente son en fin de semana, sábado o domingo, y las cubro con el resto de compañeros. No es lo mismo un cardiólogo de adultos que uno de niños, pero se supone que podemos tratar a cualquier paciente. A mí no me da miedo tratar a adultos, son menos delicados, pero entre mis compañeros sí que hay alguno que tiene cierto miedo escénico, por llamarlo de alguna manera. Un niño es un terreno algo más complicado en el que trabajar.
Mi primera visita fue a la planta de neonatología, donde quería ver como se encontraba el pequeño paciente cuya operación presencié. Lo encontré en una pequeña cama, porque no se le podía llamar cuna, era una versión en miniatura de una cama hospitalaria. Tenía puesta una mascarilla, por la que controlaban no solo la cantidad de oxígeno que llegaba a sus pulmones, sino que facilitaba la evaluación de su capacidad respiratoria.
Me quedé embelesado viendo como su pequeño pecho subía y bajaba rítmicamente, sumido en la paz que se respiraba en aquel acogedor lugar. De no ser por los equipos médicos, parecería que estaba durmiendo en su habitación.
—¡Ah!, hola, doctor Kingsdale. —Una nerviosa doctora Khandhari me saludó. Me pareció evidente que había tratado de mejorar su aspecto antes de saludarme, y que mi presencia allí la había pillado en su café de primera hora de la mañana.
—Buenos días, doctora Khandhari. —Un rubor ascendió por su cuello hasta sus mejillas, convirtiéndola en la copia exacta de una colegiala que se tropieza con un chico guapo, uno que evidentemente le gusta. Y no lo sabía solo por el comentario de Jade, sino por las muestras evidentes que tenía frente a mí. Vale, no me habría molestado en interpretar aquellas pistas si no estuviese sobre aviso, pero la evidencia era la que era.
—Veo que ha venido a visitar a nuestro pequeño bebé Montero. —dijo mientras deslizaba una rápida mirada al pequeño, y después volvía su rostro excesivamente sonriente hacia mí.
—Quería saber cómo le iba, sí.
—Ha pasado buena noche. La intervención ha sido un éxito. Está alcanzando unos niveles de saturación similares a los de un bebé de su edad. —Mi vista se centró en el medidor de oxígeno en sangre. Sí, los niveles eran buenos.
—Me alegro. —Pasaron unos segundos de incómodo silencio, al menos para mí. —Bueno, será mejor que siga con mi ronda. —Empecé a moverme para salir de la sala.
—¿No le apetece un café? Se empieza mejor el día con algo caliente y estimulante en el estómago. —dijo mientras se interponía en mi camino.
—He desayunado bien, tengo suficiente en mi sistema para aguantar hasta media mañana. Pero gracias por su oferta, doctora. —Traté de pasar a su lado con educación.
—Oh, somos colegas, puedes llamarme Kamala—empezó a acompañarme—. Entonces, podemos quedar para tomar ese café a media mañana, ¿qué me dices? —Su sonrisa creció mientras esperaba una respuesta a su segundo intento.
Kamala Khandhari no era fea, quizás tuviese dos o tres años más que yo, pero eso realmente no importaba. En otro momento no me habría importado tomar ese café con ella, charlar, incluso explorar ese camino que ella deseaba tomar… Pero seamos sinceros, ella no era un duende de ojos verdes, ella jamás tendría una oportunidad. Pero tampoco podía ser un grosero y darle con la puerta en las narices, no soy de esos.
—Estoy de guardia, no puedo comprometerme a ese café, porque no sé cuando podré tomármelo. Pero seguro que tenemos otra ocasión para ello. —Kamala sostuvo la sonrisa, consciente de que la había esquivado en esta ocasión, pero con la pequeña esperanza de poder seguir intentándolo más adelante.
—Oh, por supuesto. Tenemos pendiente ese café. —Me apuntó con su dedo a forma de disparo, tratando de parecer simpática.
—Claro. —Abandoné la sala y me dirigí hacia el final del pasillo, donde estaban los ascensores.
No podía dejar de pensar en lo que nos hacen los nervios, nos convierten en estúpidos o adolescentes inseguros, como en este caso. Y hablando de adolescentes enamorados, ¿qué estaría haciendo mi duende? Tomé mi teléfono y abrí la aplicación del hospital, quizás me diría si la doctora Sokolov estaba libre u ocupada. Pues no, eso no venía, tan solo decía que su turno de hoy era ‘quirófanos de guardia’. ¿Estaría en mitad de una intervención? ¿y si me acercaba a…? Antes de ponerme en marcha entró una llamada a mi teléfono. No soy de esos que contesta a la ligera, odio que me atosiguen con llamadas comerciales, pero esta vez entró por directorio de la aplicación y ponía que era de administración, así que respondí.
—Diga.
—Doctor Kingsdale, ¿podría acercarse a la sala de reuniones de dirección? —dijo una voz masculina.
—Sí, claro. Estaré allí en diez minutos. —Podría ser algo menos, o tal vez más. No había hecho antes el trayecto desde neonatología a la torre de administración, así que me aventuré a calcular lo que podría llevarme.
—Bien, le estaré esperando. —La llamada se cortó sin darme tiempo a preguntar de quién se trataba.
Al final fueron ocho minutos los que me llevó estar frente a la puerta de la sala que me habían indicado. No sabía el motivo por el que me habían convocado, pero me sentía como un niño al que han hecho llamar del despacho del director. ¿Había hecho algo que no debía? Golpeé con los nudillos un par de veces, antes de que una voz desde el interior me hiciese pasar. Al otro lado había un hombre alto, de unos cuarenta y muchos, de complexión fibrosa y mirada azul penetrante. Estaba claro que se cuidaba, porque una imagen de él golpeando con saña un saco de boxeo se materializó en mi mente.
—Siéntese. —dijo secamente.
—¿Podría decirme quién es usted y qué hago yo aquí? —pregunté, provocando una ligera sonrisa en los labios del hombre.
—Soy Nickolay Vasiliev, el administrador de la Torre Vasiliev, donde usted ha solicitado un apartamento en alquiler. —Saber eso relajó la tensión que mantenía mi trasero apretado.
—No sabía que se desplazaba hasta el lugar de trabajo de los candidatos a inquilino. —A mí me parecía raro, muy raro.
—Como ya sabrá, tanto el edificio de apartamentos como este hospital pertenecen al Holding Vasiliev. —Eso no respondía a mi pregunta.
—Eso tengo entendido. —El administrador aguantó un par de segundos en silencio, hasta que volvió a sonreír.
—Solo he venido a hacer unas gestiones al Hospital, y he aprovechado para rematar el asunto de su alquiler, si le parece bien.
—Si me dice que tengo el apartamento, a mí me parece estupendo. —le aseguré.
—Su candidatura ha sido aceptada, esa es la parte fácil. —Aquello me intrigó.
—¿Y cuál es la difícil?
—Que acepte todas las cláusulas del contrato. Léaselo. —Me tendió una tablet con un documento abierto.
—¿Ahora? —pregunté.
—Yo tengo todo el tiempo del mundo, y usted está libre hasta que el deber le llame. —Me pareció aceptable.
—Está bien. —Empecé a leer el contrato.
La seguridad estaba al tanto del equipo privado de los apartamentos, por lo que me veía obligado a obedecer sus ordenes en caso de que ellos lo creyesen oportuno, por mi seguridad. Esto me ponía en la tesitura de no preguntar y hacer lo que me dijeran, y eso no me gustaba demasiado, pero pensé… ¿Qué van a hacerme? ¿encerrarme en mi apartamento si se declara un incendio o algo así? ¿Qué podría hacer la seguridad del edificio que me pareciese un abuso de poder? Era un edificio, no una república bananera. Había estado en situaciones complicadas por el gobierno local o por grupos paramilitares en alguno de mis viajes, y había aprendido algo, acatas lo que te mandan y sales de allí en cuanto puedes. Si me parecía que algo estaba mal, solo tenía que buscarme otro apartamento.
Como médico, se me pedía que estuviese dispuesto a asistir a cualquier inquilino si era necesaria la presencia de un sanitario. Era algo a lo que no estaba sujeto antes por contrato. Un médico siempre está disponible si le necesitan, que tontería.
Y luego estaba la parte en que me comprometía a no hacer modificaciones en el apartamento sin contar con el consentimiento del administrador, y me comprometía a que dichos cambios los realizase el equipo de mantenimiento suministrado por la administración. No era una joya arquitectónica como uno de esos edificios históricos, aunque supongo que era su manera de protegerse de inquilinos con afición a las reformas, lo que podía modificar las características del apartamento y disminuir su valor.
—Me parece correcto. —dije.
—Muy bien, firme aquí. —El administrador deslizó el documento para mostrar un recuadro que pedía mi firma. Estampé mi rubrica.
—Ahora mantenga la cámara frente a usted para tomar una imagen. —Eso me desconcertó.
—¿Una foto? —Me parecía demasiado para firmar un contrato. ¿Lo siguiente qué sería, un scanner del iris?
—El acceso al estacionamiento subterráneo de vehículos se basa en reconocimiento facial. Llegue en el coche que llegue, al que se le da permiso de entrada es al inquilino. Revisé las instrucciones de seguridad y accesos al edificio.
—Lo dice como si estuviese entrando a una instalación militar o del gobierno. —bromeé, pero él no sonrió.
—Nos tomamos muy en serio la seguridad de nuestros inquilinos. Los protocolos se crearon para mantenerle a salvo a usted y al resto. Si algún día alguien lo secuestra y le obliga a punta de pistola a entrar en el edificio, ya me lo agradecerá.
—¿Están preparados para eso? —pregunté sorprendido. Ese nivel de seguridad era demasiado elevado para unos apartamentos.
—Nuestra empresa no solo se encarga de la seguridad de edificios, entre nuestros clientes se encuentran clubes, hoteles, oficinas, instituciones y por supuesto, personas muy importantes.
—Habla como si la empresa fuese suya. —dije en voz alta antes de arrepentirme de haberlo hecho.
—La empresa es de mi hermano, pero pertenece al Holding Vasiliev, así que, de alguna manera me siento parte de ella.
—Como una gran familia. —deduje.
—Eso es lo que somos, una gran familia. —Nickolay se puso en pie y estiró su mano hacia mí para que la estrechara. —Y usted acaba de entrar en ella. Bienvenido a la familia.
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