Leo
—Bueno, ¿qué te parece? —Revisé por última vez el amplio salón del apartamento. Incluso las vistas eran espectaculares, y eso que apenas podía ver algo desde la posición en la que estaba.
—¿A quién dices que tengo que sobornar para vivir aquí? —Jade soltó una carcajada.
—Pídele a la subdirectora Costas que formule una petición en tu nombre, seguro que algo podrá hacer por ti.
—¿Crees que sería prudente llamarla ahora mismo? —pregunté mientras sacaba mi teléfono. —Lo necesito para ayer. —Mi comentario provocó una explosión de más música celestial proveniente de la garganta de mi duende de ojos verdes.
—Como eres. —consiguió decir. —Bueno, el tour ha terminado. —Mi ánimo se aflojó ligeramente, pero soy un apersona educada.
—Te agradezco realmente esto que has hecho por mí. No todo el mundo se toma el tiempo de ayudar a alguien que apenas acaba de conocer.
—Mi madre siempre dice que debemos tratar a las personas de la misma manera que nos gustaría que nos tratasen a nosotros, y eso es lo que he hecho. Ser el nuevo nunca es fácil. —Algo me decía que a ella también le costó encajar en alguna parte.
—Mañana me toca a mí corresponder por tu cortesía. ¿Puedo invitarte a un café a media mañana?
—Todo depende de cómo se me dé la mañana, estoy de guardia. Pero si estoy libre, por mí estupendo. Aunque te recuerdo que yo también tengo cuenta en la cafetería. —Lo olvidé.
—Ya, pero puede que lleve algo rico para acompañarlo.
—Mmm, eso me gustaría. Sorprendeme. —dijo mientras entrecerraba los ojos.
—Lo haré. —prometí.
Mientras bajaba en el ascensor recibí un mensaje de mis padres; ya habían llegado a Las Vegas con mi coche. Pero ¿no dijeron que vendrían el fin de semana? Seguro que mamá estaba demasiado impaciente por ver dónde se había metido su hijo. Así que marqué su número y esperé.
—Hola, cariño.
—Hola, mamá. ¿De verdad estáis aquí en Las Vegas?
—Hace mucho que tu padre y yo no nos tomamos unos días de vacaciones, y pensé que este era un buen momento para que me llevase a cenar y a ver un espectáculo de esos que hay por ahí. —Buena excusa, pero los conocía a ambos. La impaciencia de mamá, cuando se trataba de mí, siempre arrastraba a papá sin mucho esfuerzo.
—Parece un buen plan.
—¿Verdad que sí? Dice tu padre que nos digas donde estás para pasar a recogerte.
—Pues exactamente no sé dónde es, pero os mando mi ubicación. —Usé la aplicación de mensajería de mi teléfono para enviársela.
—Parece que no estamos muy lejos. No te muevas. Estaremos ahí en unos minutos.
—Os espero en la acera.
No perdí el tiempo. Mientras los esperaba, envié un mensaje a la subdirectora para que enviase mi solicitud para alquilaa un apartamento en el edificio. Ya en la acera, no podía dejar de mirar la enorme mole de acero y vidrio en la que deseaba alojarme. No solo el lugar estaba bien, sino que tenía el aliciente extra de una vecina que me gustaba, y mucho.
Nunca me había pasado algo así antes. Quiero decir, que he conocido chicas, he tenido relaciones esporádicas, y otras algo más serias, pero nunca antes había sentido esa especie de conexión especial con alguien nada más verlo. Soy médico, y sé que seguramente mi alucinación fue provocada por el golpe que me di en la cabeza, pero eso no les quitaba mérito a esos preciosos ojos color jade. Jade, era imposible olvidar su nombre.
Calle abajo podía ver como se aproximaba mi coche. No es que le hubiese echado de menos, pero me gusta reencontrarme con los objetos familiares. Supongo que es un efecto de pasar largas temporadas lejos de casa. Papá detuvo el auto al llegar a mi altura, pero antes de llegar a la puerta, mamá ya estaba bajando para saltar sobre mí y estrujarme como si fuese un osito de peluche.
—Cuanto te he echado de menos. —confesó junto a mi oreja.
—Hemos hablado ayer. —le recordé.
—No es lo mismo. —dijo mientras me soltaba. En eso estaba con ella, el contacto físico no lo puede reemplazar una llamada telefónica ni una videoconferencia.
—Entrad rápido, no quiero que nos multen por detener el tráfico. —protestó papá.
Mi madre enseguida corrió para ocupar el asiento de atrás, dejándome libre el del acompañante del conductor. Yo sabía que no era para que le indicase a mi padre el camino a mi hotel, sino para que ella pudiese verme con más comodidad.
—Este no tiene pinta de Hospital. —dijo mi padre señalando el edificio del que acababa de salir.
—No. He venido a ver un apartamento para alquilar. —resumí. Tampoco tenía que explicarles todo lo que tenía que hacer para conseguirlo.
—No parece ser una zona residencial. —dijo mi madre mientras observaba el entorno por la ventanilla.
—No me había fijado en eso. —Observé al otro lado del cristal, tratando de apreciar los detalles que buscaba mi madre. Ella sí que estaba acostumbrada a trabajar en zonas destinadas a viviendas de todo tipo, aunque ellos se especializaban en viviendas unifamiliares.
—Creo que a nuestro hijo le da igual mientras sea un lugar habitable. —Y eso que no les había contado donde me tuve que alojar algunas veces cuando estaba en uno de esos países a los que había viajado a ayudar. Una caseta de campaña y una ducha de agua caliente a veces eran lujos con los que soñábamos.
—Ya sabes que me conformo con poco. —No necesitaba una bañera de hidromasaje como la que mamá instaló en su enorme baño. Había lujos que en mi opinión no merecían la pena. Pero claro, a ella le gustaba meterse en su baño de burbujas al menos un día a la semana, así que para mamá eso no era un lujo innecesario.
—¿Dónde te alojas? —preguntó papá.
—Estoy en el Luxor.
—Nosotros estamos en el Celebrity´s. —Mamá lo dijo con una sonrisa de autosuficiencia. Ella tenía orígenes más humildes que los Kingsdale, pero enseguida se acomodó a los lujos, y hospedarse en aquel hotel lo era.
—Espero que cenes con nosotros, nos han dicho que no podemos irnos sin probar la cocina de cualquiera de sus restaurantes.
—Tu padre quiere ir al asiático y yo al europeo, necesito que inclines la balanza en uno de los dos lados. —Ya había comido comida rusa, así que solo por cambiar…
—Asiático. —Mi respuesta provocó la risa triunfal de mi padre.
—Eres un tramposo. —le acusó mamá.
—¿Pero si yo no he dicho nada? —se defendió mi padre.
—He visto como os mirabais. —Mamá entrecerró los ojos hacia mí al decirlo.
—No es verdad. —nos defendí.
—Da igual, hoy cenamos en el asiático y mañana comemos en el europeo. —decretó mamá como si el plan de ruta ya estuviese cerrado. Papá soltó otra carcajada. La verdad, admiraba la relación de mis padres, eran de ese tipo de personas que parecían más dos amigos que un matrimonio.
—Tu madre sí que sabe cómo conseguir lo que quiere. —dijo mi padre.
—Recuerda lo que dice el abuelo Kingsdale; haz feliz a tu mujer y ella te hará feliz a ti. —El abuelo lo decía en un sentido un poco diferente a como mi madre lo interpretaba, pero papá nunca la corrigió. Creo que incluso le divertía que ella tuviese su propia opinión al respecto.
—Si, cariño. —dijo papá con tono fingidamente obediente.
—Y ahora quiero que me lo cuentes todo. ¿Cuánto tiempo llevabas maquinando lo de venirte a Las Vegas? ¿Qué ocurre con Maryorie y tú? ¿Tienes un mejor puesto que en San Francisco? ¿Tienes despacho propio? —Mamá soltó toda la batería de preguntas, y esperó a que le dijese algo, aunque sabía que si no hablaba en ese momento ella añadiría unas cuantas más.
—Fue una oportunidad que se presentó de improviso, y decidí aprovecharla casi de inmediato. Ya no hay un Maryorie y yo. Me han ofrecido el puesto de director de mi sección, aunque de momento soy el único especialista en cardiología pediátrica que tiene el hospital. Y sí, tengo mi propio despacho.
—Oh, vaya, lo siento. Creí que Maryorie y tú ibais en serio. —dijo mi madre apenada.
—La cosa no iba bien, así que este cambio llegó en el momento oportuno. —reconocí.
—Bueno, los cambios son sinónimo de nuevas oportunidades. Trabajo, compañeros, y quién sabe si algún nuevo amigo se convierte en algo más. —Sonreí para mis adentros, porque ella había dado en el clavo. Tenía una nueva amiga, una que me gustaría que fuese algo más.
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