Yuri Vasiliev
Desde la muerte de mis hermanos he albergado en mi interior el descabellado deseo de volver a verlos. Hablar con ellos una vez más, contarles el dolor que me supuso su pérdida, y sobre todo mostrarles como he encauzado mi vida para mantener a la familia a salvo.
Ellos me fueron arrebatados cuando yo apenas estaba preparado para afrontar una pérdida como esa, era un niño que ni siquiera sabía valerse por sí mismo. Pero no solo sobreviví, sino que vengué su muerte. Me llevó años conseguirlo, pero todos y cada uno de los malnacidos que participaron en sus asesinatos recibieron su merecido. Uno a uno acabé con todos ellos.
Cada año honro su muerte brindando por ellos, no olvidarlos es lo único que me queda por hacer. Pero nunca pensé que la vista me jugase una mala pasada como aquella. Tengo más de ochenta años, mi vista ya no es lo que era, por eso me sorprendí al verlo. ¿Qué estaba mal?, ¿mi vista o mi memoria?
Cuando lo tuve cerca noté las diferencias. El pelo era de otro color y tenía un peinado algo diferente. Su voz tenía otro tono, pero seguía siendo igual de potente y segura a como la recordaba. Y sus ojos, aquellos ojos sí que eran los mismos; azules, intensos, como los de todos los Vasiliev. Era Nickolay, mi hermano Nickolay, pero al mismo tiempo no lo era.
—Abuelo. —giré el rostro hacia el rostro preocupado de Anker.
—Estoy bien, solo ha sido un recuerdo del pasado. —O tal vez no. Doctor Kingsdale, tenía que recordar ese nombre.
Anker me miró de esa manera que decía que no estaba convencido de la veracidad de mis palabras, pero no las discutiría.
—Nos esperan para sacarte la sangre. —Algo que nunca me entusiasmó.
—¿No podemos…? —no pude terminar la frase.
—No abuelo, el chequeo es obligatorio. Ya me dijo el tío Viktor que intentarías librarte otra vez. —Lo intenté, pero mi nieto es igual de tenaz que su madre.
—Está bien. Pero a cambio quiero que me dejes unos minutos tu ordenador. —Mi petición lo sorprendió.
—Espero que no te pongas a ver videos de esos guarros mientras te toman la muestra. —Esto de tener tratamiento VIP era bueno. Podía sentarme en el despacho de Anker, y allí me harían todas esas cosas que hacen a los viejos cuando los revisan; sacar sangre, presión arterial, niveles de azúcar… La visión por suerte la tenía controlada, y mis dientes estaban perfectos, los originales y los implantados.
—No tengo edad para esas cosas. —A los 80 uno descubre que el sexo no es lo más importante en una pareja, sino la complicidad, la comprensión, el cariño. Cierto es que podía tener relaciones con cualquier mujer, pero no sería la mía, no sería a la que amo. Como he dicho, el sexo no es lo importante, hay otros placeres que sí podemos compartir.
—Ya, no estoy tan seguro. —Y lo decía porque alguna que otra vez nos pilló a su abuela y a mí retozando en algún lugar escondido.
Ya en su despacho dejé que me tomaran las constantes. Incluso me hicieron un electro cardiograma. Y quizás, solo quizás, no me importó tanto el pinchazo en el brazo porque estaba concentrado en el expediente de cierto doctor que había llamado mi atención. La fotografía de Kingsdale me confirmó que realmente no me había equivocado.
—Voy a imprimir algunas cosas. —Avisé a Anker. Él y yo sabíamos que no necesitaba permiso para curiosear tanto como quisiera, y si decidía llevarme algo tampoco me detendrían. Otra cosa es que no despertase curiosidad en él, que lo hizo.
—Al final resultó ser algo. —dijo Anker a mi lado, mientras ojeaba el expediente que tenía abierto en el monitor.
—Ya me conoces, soy de los que no suelta una presa cuando la ha mordido. —Noté el respingo que dio la enfermera que estaba frente a mí. Le sonreí y le guiñé el ojo para quitarle hierro al asunto. Ella no debería tenerme miedo.
—Eres un tipo travieso. —me acusó mi nieto, arrancando una sonrisa divertida de la chica.
—Ya hemos terminado. —dijo ella después de un rato.
—Perfecto. —Me puse en pie sin preguntarle si los parámetros estaban dentro de lo normal. Si estaba bien, nadie me diría nada, y si estaba mal, ya tendría a Mirna detrás de mí dándome la lata.
—Te acompañaré a la salida. —se ofreció Anker.
—No te preocupes, ya la conozco y tú tienes cosas que hacer. —Sabía que siendo el director podría ir y venir a su antojo, incluso irse de allí sin decir nada. Pero mis palabras iban en otra dirección; no necesito niñera. Para venir lo entendía, quería asegurarse de que no volviese a escabullirme, pero a hora que estaba hecho no quería que siguiera tratando como un viejo cabezota y tonto. Puedo ser lo primero, pero no lo segundo.
—De acuerdo. —Me tendió las hojas que había recogido de la impresora para mí. Sus ojos me decían que si necesitaba algo más, él estaba a mi disposición. Asentí aceptando su oferta. Pero no era a él al que necesitaba, sino a su tío, a mi hijo Viktor. Si alguien podía conseguir lo que quería era él, y cuando le explicase los motivos pondría todo su empeño en hacerlo, y le daría prioridad. Tanto Viktor como yo no creemos en las coincidencias, y aquel parecido para mí no lo era, y debía averiguar el por qué.
De camino a mi despacho en la última planta del Celebrity le envié un mensaje a Viktor. Él no es de los que abandonan su propio castillo, todo el que quiere verle acude a su oficina en el Cristal´s. Pero yo soy su padre, vendrá a mi despacho porque yo se lo he pedido. Otra cosa es que sea yo el interrogado y no al revés. No le anticipé el motivo por el que le invitaba a comer, y eso significaba que estaría dándole vueltas al motivo.
Conozco a mi hijo, son de los que no van a una batalla sin antes haber estudiado el campo, el clima, al enemigo, a sus aliados, y a todos los implicados, o no, en el juego.
—Espero que no sea algo sobre tus análisis. —dijo Viktor nada más atravesar mi puerta.
—Hola. —saludé.
—¿Y bien? —Le tendí el expediente de Kingsdale.
—¿Leonidas Kingsdale? Ya con ese nombre parece algo peliagudo.
—Eso dímelo tú. —Le tendí la fotografía que siempre tenía en mi escritorio, esa en que estábamos mis hermanos y yo. Era el último recuerdo que tenía de ellos de cuando estaban vivos, una vieja fotografía en la que yo tan solo era un niño. Mi cuñada Emy sostenía en sus brazos a mi pequeña sobrina de apenas unos meses, a su lado estaba mi hermano Viktor, orgulloso y feliz por haber fortalecido nuestra mermada familia. Y a mi otro lado estaba mi hermano Nickolay sentado en su silla de ruedas. Nickolay.
—¿Qué tratas de decirme?
—Son como dos gotas de agua, salvo por el pelo. —Viktor pareció entender.
—Quieres que averigüe si es solo coincidencia o hay algo más. —No lo preguntó, él me conocía bien.
—Algo me dice que ese joven tiene una historia que nos interesará descubrir. Buena o mala, eso tendrás que descubrirlo.
—Pondré a mi mejor equipo a investigarlo.
—Bien. Y Viktor, no quiero que esto salga de entre tu y yo. No al menos que sepamos hacia dónde nos lleva.
—Seremos discretos—me aseguró—. ¿Hasta dónde quieres que llegue? —Era su manera de preguntarme si había algún límite que no debía sobrepasar. Para mí era un asunto de familia, y eso debía de tratarse con mucho tacto.
—Hasta el final de la vía. —Y conociéndole, iría más allá.
—Está bien. Te mantendré informado. Y ahora, vamos a comer. Es pecado venir hasta aquí y no saborear las delicatesen que crean tus chefs. —Tener un hotel de lujo con varios restaurantes igual de exclusivos tenía sus ventajas, como el poder comer cualquier menú en mi propia oficina.