Prólogo
—¿Todo bien, cariño? – un vaso de limonada fresquita apareció en mi mesa, junto con el montón de facturas que aún me quedaban por revisar.
—De momento si, papá. – sí, ese señor de pelo oscuro y ojos amables era mi padre. Richard Smith, subdirector del club de campo Shady Oaks. Ya saben, esos sitios donde la gente rica se inscribe como miembro para gozar de la exclusividad. Campos de golf, pistas de tenis, restaurantes, piscina, spa… todas esas cosas. Y no, no somos unos de esos ricos. Mi padre tiene un sueldo ¿cómo lo llamaba él?, ah, sí, desahogado, lo que nos permitía vivir en una casa de clase media a las afueras de River Oaks. También fue el que me pagó la universidad, así que nunca podría decir que era una porquería, aunque los niños “pijos” que frecuentaban el club, junto con sus padres, opinaran que precisamente era eso, una ridiculez.
Yo siempre he sabido lo que cuesta cada cosa, tengo muy claro lo que tiene que soportar mi padre para traer ese dinero a casa, y no pongo ningún reparo en echarle una mano cuando pide mi ayuda. Al principio fueron unos días en vacaciones para atender a los socios. Que si de “recoge pelotas” aquí, que si “cadi” allí, reponedora de toallas, pinche de cocina… creo que en el club había pasado por todos los puestos que no necesitaban una especialización. Salvo ese día, que estaba revisando la contabilidad. Daba gusto hacer algo en lo que sí que podía aprovechar mis conocimientos, y lo más importante, lejos de las cocinas y de la zona de spa. ¿Por qué precisamente de esos dos sitios?, pues, las cocinas porque estaba allí mi hermanastro Trevor, el chef medio estrella del club, digo medio estrella, porque estaba obsesionado con la perfección, y luchaba como todo chef por conseguir su segunda estrella Michelin, la cual nunca llegaba. Por eso era un enorme grano en el culo de todos los que se atrevían a pisar su cocina.
Y luego estaba la zona de spa, el reino de la princesita de la casa, Wendy, mi otra hermanastra. Más pija y tonta egocéntrica no podía haber, y se creía, que, por codearse con las niñas ricas, era una de ellas. Otro grano en el culo, aunque este sí que era enorme. Estos dos retoños eran el resultado de la pésima educación de Janice, la segunda esposa de mi padre. Tampoco podía pedirle mucho a la mujer, no es que fuese la madrastra mala del cuento, tan solo… estaba absorbida por sus hijos. Para ella, sus retoños cagaban bolitas de bronce.
Bueno, y así creo que os he puesto en antecedentes de lo que es mi vida. ¡Ah, lo olvidaba!, y ese chico guapo de 25 años, con cuerpo de tenista profesional, sonrisa encantadora y sexy, que pasaba por delante de la cristalera del restaurante, sin darse cuenta de que yo estaba allí dentro, y mucho menos de que existía, era Dave Wilson. Y bueno, si esta fuese una historia como la de cenicienta, podría decirse que él era el príncipe que todas quieren conquistar, el marido que todas quieren atrapar, el hijo que todo padre querría tener, y el amigo con el que todo el mundo le gustaría contar. El chico americano triunfador por excelencia. Sí, ya saben, ese que en el colegio sacaba buenas notas, quarterback en el instituto y en la universidad, segundo de abordo en la empresa multimillonaria de inversiones de su familia… la joya de la corona de River Oaks. Pero como todo tesoro, es inalcanzable. Adoraba su soltería, aunque su padre y sobre todo su madre, quisieran hacer de él un hombre decente.
Bueno, ahora sí, este es el principio de mi historia. Si quieren saber cómo continúa, solo tienen que seguir leyendo.
Continuar con la lectura