Paula
¿Alguna vez han llevado a un chico a una cita? Normalmente son ellos los que te recogen y deciden el lugar al que van a ir. Que esta vez fuese él el que se dejase guiar era algo nuevo, al menos para mí. No sé si le estaba dando una imagen de chica dominante, pero ya habíamos dejado claro que esta vez, ya que invitaba yo, sería también la que decidiera dónde íbamos a cenar.
Y así es como terminamos en “El Rancho rodante”, comprando un par de menús que nos llevamos en una bolsa hasta el embarcadero. No sé al resto, pero cuando vives en una zona de playas, para mi es un sacrilegio no aprovechar lo que la naturaleza nos regala. Eso sí, me gusta más el ser yo la que escoja el lugar desde el que quiero apreciar la vista. Puede ser menos cómodo, pero ganamos en tranquilidad y es mucho más barato. Tener un trabajo mejor pagado no había cambiado esa parte de mí. Como dice papá “tener mucho no significa que le des un mal uso y lo gastes rápido”. Él siempre nos inculcó la premisa de que si ahorras con cabeza conseguirás todo lo que quieres.
—Te has manchado. —Jordan se miró el punto de la camisa que le señalaba. Es lo que tiene la salsa, que acaba derramándose donde menos te interesa.
—Vaya. —Estaba a punto de frotar la mancha con su servilleta de papel, cuando le detuve.
—Espera. —No era la primera vez que compraba comida para llevar y me pringaba la ropa con la salsa, por eso siempre le pedía a Ingrid, o a la abuela Carmen, que me diese unas cuantas de esas toallitas quitamanchas que tenían siempre a mano en la food truck.
Saqué la toallita impregnada en quitamanchas de su envase individual y empecé a frotar sobre si camisa. Su pecho estaba duro, muy duro, como solo puede estarlo el de alguien que trabaja ese músculo a conciencia. Al alzar la vista hacia él aprecié que estaba algo incómodo.
—Perdona. Es que… si no se quita ahora luego queda una mancha difícil de quitar. —Extendí la servilleta hacia él para que fuese él mismo el que hiciese la tarea. Era una manía que tenía, lo de hacer de mamá gallina con todos. Si alguien se manchaba, lo limpiaba, si alguien tropezaba, lo ayudaba a levantarse. No sé quién dijo una vez que era la ayudante de la abuela.
—Lo estabas haciendo bien. —Antes de que me diese cuenta se estaba sacando la camisa por la cabeza. Toda aquella visión de carne casi me arrastra al infierno, lo digo porque pequé de muchas maneras en mi cabeza. ¡Madre mía! —De esta manera no me dejarás moratón. —me tendió la camisa para que siguiera con el proceso de limpieza. Quizás tardé un par de segundos de más en cogerla, pero es que tenía que hacer que mi cerebro volviese a funcionar.
—Lo siento, a veces soy un poco bruta. —Abrí otro paquete de toallitas limpiadoras y me puse a la tarea. Si no miraba su pecho desnudo estaría más centrada.
Lo sé, se ven hombres con menos ropa en la playa, incluso más musculosos que él, pero… es que este estaba tan cerca que podía oler su piel, y olía tan bien… ¿Qué colonia usaría?
—No es la primera vez que vienes aquí, ¿verdad? —Alcé la vista para verle otear el paisaje frente a nosotros.
Estábamos sentados en el muro del puerto deportivo, el que separa la zona de acceso de los atraques de los barcos. Desde aquel lugar se podía ver todo el puerto, el horizonte del mar al fondo, y algún que otro barco surcándolo. El ruido de la ciudad quedaba amortiguado por la lejanía del lugar, haciendo que las gaviotas fuesen los cantantes principales de la melodía creada por las olas al chocar.
—No es que sea muy elegante cenar sentado en el suelo, con los pies colgando, y probablemente se nos manchará la ropa, pero… No creo que ningún restaurante de lujo pueda competir con esto. Las vistas, buena comida, la tranquilidad… Y lo mejor de todo, poder chuparte los dedos a gusto sin que nadie te ponga mala cara por hacerlo.
—Sí, eso es lo mejor. —Su cabeza se giró hacia mí para sonreírme. —La verdad que es relajante.
—Comer con prisas ya lo hacemos todos los días, la cena tiene que ser el momento en que cerramos el día. Algo así como “terminamos por hoy”. —Le tendí la camisa ya limpia, o al menos no tan sucia como antes.
—Pero unas vistas así no las puedes disfrutar todos los días. —Empezó a meterse la camisa por la cabeza, haciendo que sus músculos abdominales se movieran de una forma… ¡deja de mirar!
—No, algo así es para una cena especial. —Sus ojos no se apartaron del horizonte por unos segundos, hasta que volvió a mirarme.
—La verdad, no eres como esperaba que fueses. —Aquello hizo que mi ceño se frunciera.
—¿Y eso es bueno o malo? —Una especie de sonrisa apareció en sus labios.
—Creo que bueno. —En ese momento volví a respirar.
—Bien, entonces no lo estropearé matándote y tirando tu cuerpo al mar para que se lo coman los peces. —Sus ojos se abrieron sorprendidos, al mismo tiempo que una carcajada surgió de lo más profundo de su pecho.
—Te juro que jamás he conocido a alguien como tú. —No sé ustedes, pero cuando un hombre te mira fijamente a los ojos sin parpadear, yo… yo tengo que apartar la mirada, me intimida.
—¿Postre? —Me puse en pie y limpié mi trasero.
—Por supuesto, quiero ver como mejoras esto. —Él metió todos los restos de nuestra cena dentro de la bolsa y me siguió. Tenía que reconocer que era una persona bien educada. Algunos jovenzuelos, y no tan jóvenes, dejan sus desperdicios a un lado para que los barrenderos se encarguen de ellos, o las gaviotas. A mi eso me parecía una falta de civismo monumental. El planeta está así por nuestros desperdicios y la gente que no se preocupa de ellos como tiene que ser. Lo mínimo es tirarlos a un contenedor donde después lo recojan para procesarlo.
—Si no te importa pasear un poco, hay una heladería artesanal en el paseo. Tienen un helado de mango y cookies que está de muerte. —Noté como sus labios se fruncieron en un extraño puchero.
—No sé, suena demasiado dulce. —puse los ojos en blanco.
—Está bien, siempre puedes pedir algo más tradicional. —A otra podía engañar, pero los helados son siempre dulces, lo que no parecía gustarle era la extraña combinación que había sugerido.
—No soy un hombre al que le guste la aventura. —Sus ojos me observaron cándidos, como si se estuviese disculpando.
—Hay un mondo de sabores por descubrir, Jordan, si no los pruebas no sabrás si te gustan. Y para decir que no lo hacen, primero tienes que probarlos. —Su cabeza se movió dándome la razón.
—La abogacía es lo tuyo, está claro. —Lo miré extrañada.
—¿A qué viene ahora eso? —Yo no le encontraba relación al derecho y a los helados.
—Sabes convencer con argumentos consistentes. —eso me hizo sonreír.
—Soy buena, lo sé.
La cita fue bien, al menos a mi me lo pareció. Charlamos sobre las cosas que nos gustaban, películas, música… También sobre nuestros planes de futuro, nuestras metas, la familia… Supongo que de todo un poco, como ocurre entre dos personas que quieren conocerse un poco mejor. Yo hice algunas preguntas que me dejé el día de la fiesta, y creo que él hizo lo mismo. Realmente le sorprendió los vínculos tan fuertes que teníamos entre los amigos y la familia.
Pero si algo tenía que ser memorable fue el momento de la despedida. Es en ese instante en que se ve si una cita ha ido bien o no, en el que uno de los dos se la juega y da un paso más. Y es en ese momento en que uno sabe si la cita va a repetirse o es la última.
—Me ha gustado. —dijo Jordan cuando detuvo el coche frente a mi casa. Por su forma de mirar hacia el edifico sabía que le intimidaba, probablemente se sentía observado por mis padres, o al menos uno de ellos, y aunque no lo creyese, el que seguramente estaría observando sería mi padre, mientras mi madre trataba de alejarlo de detrás de la cortina.
—No van a salir a pedirte explicaciones. —Su atención volvió a mí.
—Es una zona… con clase. —Sabía lo que estaba pensando, él era un simple ayudante de fontanero, y yo vivía en una casa de una zona residencial de clase alta.
—La casa era de mi abuelo. —sus cejas volvieron a levantarse al mirarme.
—¿La heredaste? —No estaba muerto, pero…
—Algo así, se fueron a vivir a otro sitio más cómodo para ellos. —Jordan asintió.
—Tu familia y tu estáis llenos de misterios. —Tenía que corregir eso.
—Ningún misterio, tan solo no somos como los demás. —Entonces supe lo que tenía que hacer.
—En eso tienes razón. —Cogí su camisa y tiré de ella mientras me acercaba para robarle un beso. No se apartó, aunque sí que parecía algo sorprendido. No tenía que darle tiempo a estropear una cita perfecta. Así que me preparé para escapar.
—Llámame si quieres repetir otro día. —Lo dije mientras abandonaba el coche y me alejaba. No quise mirar atrás, no quería estropearlo.
—Lo haré. —Escuché a mi espalda, lo que me hizo girarme hacia él para despedirle con la mano alzada y una gran sonrisa en la cara. ¡Bien Paula!, vas por buen camino.
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