Estaba en mi descanso cuando mi teléfono empezó a vibrar, y sí, digo vibrar, porque cuando uno está realizando un trabajo remunerado no puede permitirse el que su teléfono empiece a sonar delante de los clientes.
Lo saqué del bolsillo de mi pantalón para encontrar en nombre de mi primo Franccesco en el identificador.
—Que sea rápido, estoy en un descanso. —Le di un buen mordisco a mi manzana. Un descanso de 5 minutos no daba para mucho.
—Necesito tu ayuda.
—Creo que te dije que aprendieras de una vez a cambiar la rueda. Te dije que no iba a estar disponible cuando pincharas de nuevo. — No pude aguantarme las ganas de recordarle que soy mejor que él en algunas cosas. Lo siento, me quema el que los dos estudiásemos lo mismo y él tuviese un mejor trabajo. A mí me encomendaban tareas aburridas y rutinarias, lo que se les asignaba a un pasante o un administrativo, mientras que a él le daban casos que defender ante los tribunales.
—Esta vez no será tan pringoso.
—Ahora estoy en el trabajo, ¿podrás esperar a mañana por la mañana? —miré mi reloj para comprobar el tiempo que em quedaba, dos minutos y tendría que salir de nuevo a la jungla.
—Quiero despedirme del trabajo. —¡¿Qué?! Estaba loco.
—Es broma. —Sabía que había escuchado bien.
—No, no lo es. —Loco, estaba loco, no había otra explicación.
—No fastidies. Eres el niño prodigio de Morgan, Stinger & asociates, ¿por qué querrías irte de allí? —Yo mataría por un puesto como el suyo.
—¿Niño prodigio?
—Sí, estoy cansada de oír eso en mi oficina. El viejo Morgan no hace más que presumir de haberte atrapado antes que los demás. Cada vez que los lomos plateados se juntan en algún evento no hacen más que presumir de fichajes. —Era un mundo de alfas, para ellos no era más que una insignificante mujer sin instinto depredador, una gregaria.
—Yo nunca he oído que hicieran eso. —Ser invisible a veces tenía sus ventajas.
—Serías un tipo insoportable si supieras ese tipo de cosas. —Lo único que necesitaba Fran era que le inflase más el ego.
—No se desvíe del asunto, letrada.
—Vale, quieres despedirte de tu estupendamente pagado trabajo, dejando atrás la posibilidad de convertirte en socio del bufete en un futuro. Y no es broma.
—Exacto. —No quería preguntarle por qué, eso era asunto suyo. Tampoco le recriminaría nada, era adulto para tomar sus propias decisiones, y para eso ya se encargarían sus padres. Así que solté el aire y me preparé para ayudarle, porque eso era para lo que me llamaba, estaba segura.
—No voy a preguntar qué problemas tienes en el paraíso, pero adelante, ¿qué necesitas?
—Pues el caso es que no quiero crearme ningún enemigo, y mucho menos acabar teniendo algún problema legal. —Contratos y recovecos legales, ese era mi campo.
—Quieres que busque algún agujero por el que puedas escaparte.
—Exacto. —Trabajo pesado y exprime cerebros, algo que no me apetecía precisamente en ese momento. ¿Algo sesudo mientras esquivas niños correteando entre las mesas? No podía tener mi atención en dos sitios a la vez, no de esa manera.
—De acuerdo, mándame una copia a mi correo, le echaré un vistazo.
—De verdad que te lo agradezco. Te recompensaré por esto. —no tardó mucho en llegar una copia de su contrato a mi correo. No pude resistirme, lo abrí para ir directa a aquello que quería saber. Lo sé, soy una masoquista, me gusta sufrir viendo como otros cobran sueldos indecentes por algo que podría estar haciendo yo. Y justo llegué a la obscena cifra. No pude evitarlo, le envié un mensaje.
—Te odio. —¿Qué sería tan insalvable como para dejar de ingresar esa cantidad?
No pensé en ello hasta que salí del Château y lo encontré esperándome. Trabajar allí me abstraía tanto del resto de preocupaciones, que era mucho mejor que una terapia mindfulness. De allí salía cansada físicamente pero más relajada.
—¿Terminaste? —me preguntó apenas salí por la verja.
—Eres un impaciente. —le acusé.
—Pero me quieres. —su cabeza se inclinó para ver a alguien detrás de mí. —Hola Gabi. –saludó.
—Hola Fran. —Su voz me sonó algo seca, seguramente también el día había sido largo para ella.
—¿Qué tal el día? —no tenía tiempo de una charla educada. Mis pies me estaban matando y necesitaba arrancarme el uniforme para darme una ducha. Es lo que tiene el sudor, que pica.
—Bien. —Ya estaba llegando al aparcamiento de enfrente de la estrecha carretera cuando escuché como Fran me llamaba.
—¡Espera! —Me alcanzó en unas pocas zancadas, aunque no me quedé observando, con aquellas piernas largas era predecible. —¿Pudiste echarle un vistazo? —puse los ojos en blanco, ¿Quién se pensaba que era?
—¿Crees que me ha dado tiempo de sentarme a leer? Lo llaman trabajo por algo, Fran.
—Lo siento. Sé que soy un impaciente. —me puso su cara de perdóname. Le he visto llorar y moquear cuando se raspó las rodillas en una caída, no podía ser dura con él.
—Te prometo que lo revisaré mañana por la mañana, y si encuentro algo te llamaré a la velocidad del rayo. —Me senté en el coche detrás del volante. Solo ese gesto supuso un alivio para mis piernas.
—Está bien. Sabes que cuento contigo.
—Sin presión, Fran. No sé si encontraré algo. —Él me sonrió, y por fortuna no empeoró la situación diciendo eso de “sé que lo harás”. ¿No sabe la gente que con esa frase metes más presión todavía?
—Descansa, tienes pinta de necesitarlo. —Cerró la puerta y movió la mano al otro lado del cristal para despedirme.
Puse en marcha el coche y salí lentamente hacia la carretera. El coche prácticamente iba solo hacia mi destino, como si fuera un ser independiente que sabía hacia dónde tenía que ir. Si un día inventan algo así gastaría hasta mi último centavo en conseguir uno.
Ducha, pijama, cama y a cerras los ojos. Menos mal que cené en el Château, eso acortaba la lista de tareas a hacer antes de cerrar los ojos.
Por la mañana estaba esperando a que se calentara mi café mientras revisaba el contrato de Fran en mi table. No es lo mismo una pantalla grande que una pequeña, se aprecian mejor los detalles cuando el campo de visión es más amplio.
No sé el tiempo que estuve con ello, solo sé que decidí pasar a l apantalla grande de mi ordenador para estudiarlo mejor, incluso todavía tenía mi bol de cereales al lado del ratón mientras trabajaba. Por fortuna lo había vaciado. Cuando entró la llamada de Fran, que esperaba, me pilló repasando algo que me parecía haber encontrado.
—Estoy con lo tuyo.
—¿Y bien? —Impaciente.
—Si no te da miedo jugar con ellos, puede hacerse. —Si tenía tantas ganas de irse era una opción que le serviría, retorcida, pero viable.
—El premio merece el riesgo. —Sí, estaba desesperado, y ahora estaba convencida de que para él merecía la pena. ¿Qué tendría entre manos?
—Entonces te mandaré una copia de mis anotaciones. —Solo esperaba que entendiese mis resúmenes en el margen de los párrafos marcados. A veces solo yo podía entenderme. Algo bueno y malo; malo porque no podía pasarle mi trabajo para que lo aprovechase otra persona, y bueno porque nadie podría llevarse el mérito de mis esfuerzos sin hacer un gran trabajo de interpretación.
—Preferiría que me lo explicases con el documento delante. —Y yo que pensaba que había terminado.
—Ya, ¿también quieres que vaya a exponer tu caso ante el tribunal?
—¿Querrías ser mi abogada en este asunto? ¿Me representarías cuando les plantee mi rescisión de contrato? —¿Me estaba pidiendo…?
—Estás hablando en serio, ¿verdad?
—¿Qué me dices? —Me debatí entre hacer lo que me pedía, no porque no me apeteciese, sino porque se suponía que no era libre para hacer ese tipo de cosas.
—Tendría que ser algo a título personal, dudo que en el bufete les guste que me encargue de esos temas personalmente. — Tendría que hacer malabares para escaparme del bufete y hacer lo que me pedía, y ni de broma tenían que enterarse, porque serían capaces de perseguir a Fran como si fuese un jugoso conejo.
—¿Todavía te tienen haciendo trabajos de pasante? —Ahí, metiendo el dedo en la herida.
—El plena era digital y me siguen enviando a hacer los trámites a la alcaldía y a los organismos oficiales. ¿Tú te crees? —Él sí que sabía que no sentía devoción por mis jefes.
—Son unos cretinos. No saben apreciarte. —Asentí a esas palabras.
—¿Cuándo quieres hacerlo? —Tenía que trazar un plan para escabullirme, y eso necesitaba su tiempo.
—Mañana mismo si fuese posible. ¿Qué me dices? ¿Estarías preparada? —Y encima con prisas. Repasé mentalmente mi agenda de los lunes.
—Supongo que seguiré con la rutina de todos los días, así que creo que podré escaparme durante una hora. ¿Podrás concertar una cita con recursos humanos con tan poco tiempo de antelación? —Podía enfrentarme a alguien de recursos humanos y conseguir mi objetivo con tan poco tiempo. Sí, podía hacerlo.
—Sin problema. Avísame en cuanto salgas de tu bufete para venir al mío. —Ahora sí que el plan estaba en marcha.
—Claro.
—Y Paula.
—¿Sí?
—¿Podrías ponerte tu ropa más profesional? Quiero que le metas miedo a ese cretino. —Ese inciso me sacó una sonrisa. ¿Quién ha dicho que a un abogado no le gusta hacer de malo? Todos tenemos una vena sádica escondida en nuestro maletín, lo que me recordó…
—¿Maletín incluido? —Seguro que tenía cara de pilla cuando lo dije.
—Por supuesto.
—De acuerdo. Sabes que esto de costará caro ¿verdad? —No solo iba a ser divertido, sino que esperaba obtener algún tipo de recompensa por todo el esfuerzo y planificación que requería este favor.
—Te compensaré, prometido. —Sonreí de forma golosa, había un par de ideas que me pasaron por la cabeza sobre esa recompensa… Hay muchas maneras de que un chico guapo te compense, aunque sea de la familia. No penséis nada sucio….
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