Paula
¿Despedirme del trabajo? Creo que el sueño de todo empleado insatisfecho es hacerlo con un “que os den”, así que no me corté un pelo. Podía arrepentirme en un futuro, sobre todo viendo que incluso Fran lo hizo con cuidado para que no le perjudicase. Pero qué quieren que les diga, en mi caso no creo que se molestasen siquiera por decirles adiós. Vamos, que para mis jefes no era más que una insignificante pulga que no les importaba perder. Para ellos yo soy sustituible, y qué quieren que les diga, de malos jefes está el mundo lleno, puedo encontrar otro girando la esquina.
Sali de aquel edificio con todas mis pertenecías en una caja, una sonrisa en mi cara, y el ánimo por las nubes. Y si eso no fuese suficiente, sentir mi trasero bien acomodado en mi coche nuevo, aunque fuese temporal, me hacía sentir agradecida a la vida. Solo había una cosa que podría mejorar el día, y era encontrar con Jordan. Solo ver aquellos bíceps y su sonrisa harían que mi diablesa interior ronroneara de gusto.
Cuando me quise dar cuenta, estaba conduciendo por la obra por la que pasé con Mo el día anterior. No solo conducía despacio por la señal que limitaba la velocidad por obras, sino que estaba buscando con la vista aquel chaleco viejo y casco blanco que recordaba haberle visto la vez anterior. Por dentro estaba rezando para encontrarle. Estaba a punto de rendirme, cuando ese particular atuendo salió de la zona de obras para cruzar la carretera. Detuve el coche para cortarle el paso.
—¿Escabulléndote del trabajo? —Su expresión cambió cuando me reconoció.
—¿Paula? Vaya, no te imaginaba en un coche como este. Creo que me dijiste que era viejo. —sus ojos recorrieron el vehículo de lado alado.
—Este es prestado, el mío está en el taller de reparaciones. —Su barbilla se balanceó a un lado. Pero lo que estaba en el asiento a mi lado le llamó la atención, haciendo que se inclinara un poco más. ¿Puede el sudor de un hombre oler bien? Es sudor, se entiende que no, pero… Uf, este despertaba algo….
—Eso de ahí no parecen buenas noticias. —Su ceño estaba fruncido mientras observaba el cuadro de mi diploma asomando por la caja. ¿Qué podía decir?
—Sí, bueno. Eso es lo que parece.
—Te han despedido.
—Más bien me he ido yo. —Mi respuesta le sorprendió.
—¿No decías que necesitabas los dos trabajaos para vivir?
—He conseguido uno nuevo. —Los brazos de Jordan se apoyaron en la ventanilla del coche, dejándome ver ese huequito que le sale a los chicos en la base del cuello. ¿Sabía él lo sexy que era eso? Para que luego digan del canalillo de las chicas.
—Vaya, tenía pensado invitarte a cenar uno de estos días, pero parece que tu estás en mejores condiciones que yo. —¿Estaba bromeando? Espera, ¿invitarme a cenar?
—¿Sugieres que te invite yo? Estamos en pleno siglo XXI y soy una mujer moderna, no tengo ningún inconveniente con eso. —sacó su teléfono del bolsillo.
—Iba a pedirle tu número a Darío, pero ya que estás aquí, nos ahorramos los intermediarios.
—Un chico práctico. —le recité mi número para que lo anotase en su agenda. Un segundo después llegó una llamada a mi terminal.
—Y ese es el mío, guárdalo en favoritos. —Cuando un chico se da más importancia de la que tiene siempre hay que bajarle los humos.
—¿Y qué te hace pensar que mereces estar ahí? —Esbozó una endiablada sonrisa traviesa que habría derretido mi ropa interior. Uf, si conseguía eso con una sonrisa, no quería pensar lo que sería capaz de hacer con el resto de su cuerpo.
—Lo estaré. —Y se puso en movimiento hacia los vehículos estacionados al otro lado de la calle, abrió la puerta de una vieja camioneta pick-up, y sacó una bolsa.
No podía quedarme allí mirando como una acosadora, así que lentamente me incorporé al tráfico. Recibí un mensaje en mi teléfono que revisé en el primer semáforo que pillé cerrado; era suyo.
—Esta noche a las 7, mándame tu dirección para recogerte. —No podía decir que fuese un chico que perdiese el tiempo, así que tenía que estar a la altura. Me gané una pitada por contestar, pero mereció la pena.
—Ropa de sport, nada elegante. —Solo había un sitio en que me sentiría cómoda con un chico, donde servían buena comida, a buen precio, y donde podíamos mantener una conversación distendida, y ese era el “Rancho Rodante”.
Cuando llegué a mi nueva oficina, parecía que estaba en una nube. La espera para que me dieran mi nueva identificación de acceso a la zona de oficinas no se me hizo larga, tampoco me molestaron las miradas curiosas de las personas que se fijaban en mi caja llena de artículos de oficina.
—Te has tomado tu tiempo. —Fueron las palabras con las que Fran me recibió nada más salir del ascensor. —¿Cómo sabía que estaba llegando?
—Te han avisado desde el control de entrada que subía, ¿verdad? —su sonrisa ya era respuesta suficiente.
—Se toman muy en serio la seguridad en el edificio. —empezó a caminar guiándome hacia nuestras oficinas. No es que me quejase de la modernidad del edificio, pero sí que esta planta parecía algo… tranquila.
—¿Cuántas oficinas hay aquí? —Dejamos atrás una pared de cristal translúcido para dar paso a una amplia oficina con tres despachos equipados. ¿Cómo lo sabía?, porque podían verse las mesas desde el exterior.
—Solo las nuestras. El resto está ocupado por la zona de seguridad, o vacío. Así que no te preocupes por caerles bien a los vecinos. —Fran acababa de entrar en uno de los despachos, con vistas a la ciudad. ¡Porras!, se podía ver el exterior desde todas partes. —Y este es tu dominio. Cuando estés instalada bajaremos a almorzar al restaurante de abajo, si es que tienes hambre, claro. —miró su reloj como si pensara que era algo tarde para comer.
—¿Las dietas también entran en el contrato? —pregunté maliciosamente.
—No, es mi forma de darte la bienvenida, aunque es verdad que nos hacen descuento, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? —no pude esconder el gemido que salió de mi pecho. Amaba mi nuevo trabajo.
—Tengo que volver a leer todo eso. No pienso perderme ni una sola ventaja. —Fran soltó una carcajada.
—No deberíamos.
No sé si todo el mundo hace lo mismo, pero mi primer movimiento fue tomar posesión de mi cómodo sillón, acomodar mi trasero y girar sobre mí misma para admirar mi nuevo despacho. Era grande, no tanto como el de mi antiguo jefe, pero yo no necesitaba más. Con que fuese funcional me sobraba, yo no tengo un complejo de pene pequeño que compensar.
Respiré profundamente, empapándome a ese olor a nuevo que lo llenaba todo, y empecé a repartir mis cosas en el lugar que les correspondía. Incluso había en la pared un par de ganchos en los que colgar mis títulos.
—Ah, casi lo olvido. —Fran estaba parado en la puerta.—Bowman quiere que vayas mañana a Chicago. Está teniendo algunos problemas con su nuevo edificio y quiere que le eches un vistazo a la documentación. La tienes en tu correo. —Señaló con la cabeza hacia el monitor de mi moderno terminal. Me mordí el labio inferior, conteniendo las ganas de ponerme con ello. ¿Ese iba a ser mi trabajo a partir de ahora?
—¿Puedo mirarlo antes de ir a comer? —Fran puso los ojos en blanco.
—Ya sabía yo que no ibas a poder aguantarte. Pediré que nos suban la comida, ¿qué te parece? —Antes de que terminase la frase ya tenía los documentos abiertos y repartidos por el monitor.
—No puedes tentarme y pensar que no caeré.
—Vale, adicta al trabajo. Pero que sepas que la oficina se cierra a las 5, y que el trabajo se queda aquí, no se lleva a casa.
—Huy, tengo que llamar a Gabi para avisarla de que mañana no estaré… —Fran me interrumpió.
—Ya le he puesto al día, no te preocupes.
—¿No está enfadada conmigo? —Yo lo estaría si me fallara algún empleado con el que cuento, o al menos molesta y agobiada.
—Si no la dejas de golpe no, tienes que darle tiempo a encontrar un sustituto para tu puesto. Después… Tendrá que asumir que una abogada a jornada completa no irá a servir mesas. —En otras palabras, no iba a volver.
—Siempre lo ha sabido, tan solo parecía que no sería tan pronto.
—Voy a pedir la comida. ¿Alguna petición especial? —Mi mente se fue a cierta cita para cenar.
—Algo de verdura y pescado. —Fran asintió.
—Veré con qué te puedo sorprender, socia. —y se fue. Socia, sonaba endiabladamente bien.
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