—Buenos días, cariño. —me saludó papá cuando aparecí en la cocina. Si hubiese sido un día como otro cualquiera me habría sentado a su lado para desayunar, pero mi sitio había sido tomado por otra persona.
—Hola Pau. —saludó Mo antes de meter otro trozo de bizcocho en su boca. Seguro que no había venido a casa solo para atacar los dulces de mamá, aunque tampoco perdía la oportunidad de hacerlo. Hombres, son todos unos golosos.
—Seguro que no has venido solo a comer el bizcocho de mamá. —él sonrió feliz.
—No, pero ya que estoy…
—Eso, se supone que tendrías que sobornar al inspector de seguridad, no al revés. —se medió quejó en broma papá.
—He venido a recogerte, ¿no es suficiente? —se encogió de hombros Mo. Papá puso los ojos en blanco.
—Odio tener que aparcar en el centro, eso te lo agradezco. Pero no sé, ¿qué tal si me invitas a almorzar? —sugirió papá.
—Vale. —respondió Mo antes de sorber café de su taza. Papá alzó las cejas algo sorprendido.
—Sí que ha sido rápido convencerte. —Mo volvió a encogerse de hombros.
—Nunca se han quejado de mis gastos en la empresa. Invitar a almorzar al inspector de seguridad no creo que lo rechacen. —Desde que papá había ascendido a inspector municipal de los edificios en construcción, no solo había subido su sueldo, sino que mamá estaba más tranquila. Reconozcámoslo, papá se estaba haciendo mayor, y por muy profesional que fuese, ser un bombero de rescate tenía sus riesgos. Ahora alternaba los cursos de adiestramiento de las estaciones de bomberos, las inspecciones de edificios, y alguna cosa más que él no decía. Trabajaba mucho, pero no estaba en primera línea. Papá se merecía cada uno de esos ascensos, y se afanaba en demostrar que no le habían regalado nada.
—Así da gusto. —dijo papá antes de beber de su taza. Metí un trozo de bizcocho en mi boca para ir masticándolo mientras me servía un poco de café. —No te da tiempo a saborear las cosas, cariño.
—No tengo mucho tiempo, papá. —me justifiqué.
—Pues levántate 10 minutos antes. —me repitió por enésima vez antes de beber de nuevo de su taza. Papá no presionaba, solo sugería.
—Sabes que los lunes son difíciles, papa. —Trabajando los fines de semana a jornada completa en el Château, mi cansado cuerpo pedía a gritos arañar al reloj todo lo que pudiese el primer día de la semana.
—Tienes que tomártelo con más calma, cariño. La vida no es solo trabajar. —Lo miré de esa manera que decía ¿en serio?, si nadie trabajaba más que él. No era precisamente la persona más indicada para decirme esas cosas.
—Mañana lo haré mejor. —Terminé lo último de mi taza y robé otro trozo de bizcocho para el camino. —Me voy. —me despedí con la mano mientras salía por la puerta.
—Adiós. —escuché a papá.
No sé si habrá una estadística sobre ello, pero definitivamente los lunes es el peor día de la semana. Y no es por que lo diga yo, sino que era un hecho constatado, y para muestra mi coche. Vale, era viejo, pero ¿por qué había escogido precisamente ese lunes para morir?
—No me hagas esto, por favor. Arranca. —Volví a intentarlo, pero conseguí la misma respuesta. Un ruido de que lo estaba intentando y nada más. —Mierda. —solté el aire bruscamente.
—Será mejor que vengas con nosotros. —La voz de papá llegó desde la ventanilla. —Podemos acercarla, ¿verdad? —preguntó a Mo a su espalda.
—Claro. —Papá sostuvo la puerta para que saliera.
—Llamaré al tío Marco para que uno de sus mecánicos se encargue de revisarlo. —Sabía lo que eso significaba, así que le di mis llaves.
—No le digas que me busque uno nuevo, este todavía tiene mucho que dar. —Lo miré con resignación. Sabía que hacía tiempo que había que jubilarlo, pero qué quieren, al final se les coge cariño.
—Podemos permitirnos comprar uno de segunda mano. —Sabía que papá lo decía porque estaba ahorrando, pero no quería aceptar que ellos pusieran de su dinero. Quería ser autosuficiente.
Pero como en todo hay prioridades, y la mía era hacerme con un buen guardarropa para la oficina. Quizás si veían que tenía buena presencia me tomarían en consideración para asuntos más importantes. Pero hacerse con un fondo de armario de ejecutiva salía por un buen pico de dinero, y aunque en la tienda de Nika me hacían un gran descuento, al final tenía que desembolsar una buena cantidad.
Y luego estaba el hecho de que quería independizarme. No voy a vivir toda la vida en casa de mis padres. Pero si Gabi que tenía su propio negocio, y más ingresos que yo, no lo había hecho, eso quería decir que el asunto no era fácil, económicamente hablando, claro.
Subí al asiento de atrás del coche de Mo y me até el cinturón. No necesitaba decirle a Mo en que parte de la ciudad estaba mi oficina, todo el centro empresarial estaba en la misma zona, incluso la sede de su empresa. Pero cuando tomó una desviación empecé a preocuparme.
—Por aquí no se va.
—Tranquila, solo es un pequeño rodeo. He de pasar por una obra para darles el plano con las últimas modificaciones. —miré el tubo metálico que descansaba en el asiento junto a mí.
—Yo creí que hacíais estas cosas vía email. —Imprimir planos en papel para mí era un atraso y poco ecológico ante la alternativa digital.
—En la obra es mejor tener una copia impresa. El capataz puede seguir mejor las instrucciones, los detalles se aprecian mejor, y si se mancha de cemento sale más barato tirarlo e imprimir uno nuevo que arreglar una tablet. No sabes lo que el polvillo de una obra puede hacer a aparatos tan delicados. —No había pensado en ello. Está claro que cada uno entiendo de lo suyo.
—Entendido.
En cuanto el edificio estuvo ante nosotros fue fácil de reconocer. Andamios, redes, obreros con cascos, chalecos reflectantes y cinturones de trabajo. No hacía falta ni leer el cartel de obras que había sobre la verja exterior.
Mo detuvo el coche, pero no hizo falta que se bajara de él, simplemente bajó la ventanilla. Ya había un par de hombres acercándose antes de que las ruedas se detuvieran sobre la gravilla de la entrada.
—Te he traído los cambios que te comenté en la planta…. —Dejé de prestar atención a la conversación, no solo porque fuese algo que no necesitaba saber, sino porque me llamó la atención el hombre que estaba unos pasos detrás y a la izquierda del capataz. Aquellos bíceps y aquella sonrisa eran difíciles de olvidar.
La ventanilla junto a mí empezó a bajar, fue cuando me di cuenta de que había escuchado algo de acércale el tubo a Matt. Rápidamente desperté de mi obnubilación para tomar el objeto y pasárselo.
—Gracias. —dijo el hombre.
—De nada. —Pero mis ojos no le miraban solo a él, si no a Jordan, que me sonreía desde la distancia. Evidentemente me había reconocido.
—Si tienes alguna duda estaré en la obra de North Western. —El tipo asintió. Los ojos de Jordan saltaron brevemente hacia Mo, y después se apartó cuando el coche se puso en marcha. Lo último que vi de él fue su ojo guiándose para mí. ¡Señor!, incluso sucio, y con aquel ridículo chaleco reflectante el tipo estaba para comérselo.
Jordan
—Deja de mirar a la chica, muchacho. Tenemos mucho hacer. —Matt me mostró el tubo metálico y yo asentí hacia él. —Avisa a García de que venga a la oficina.
—Sí, señor. —Me retiré de su vista para ir en busca del fontanero del que era su ayudante. Pero me tomé mi tiempo, no porque no hubiese prisa, sino porque tenía que darme tiempo a enviar un mensaje.
—Creo que he encontrado algo. —El tío Ernest me había encomendado la misión de buscar algo sucio, algo con lo que poder sacar a su competencia del mercado, y la visita del arquitecto con el tipo uniformado que iba sentado en el asiento de su coche me había dado una buena pista. ¿Qué hacía el inspector de seguridad del ayuntamiento en el coche de uno de los socios de Sparkling Architects?
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