Luka
No pude sacarme de la cabeza la manera en que Chandra me había echado de su casa. Porque había sido eso, prácticamente me había empujado fuera. Puede que estuviese un poco distraído, porque no me di cuenta de que mi hermano había entrado en la cadena de montaje en la que estábamos trabajando. Es lo que tiene el cuerpo, que enseguida se pone a trabajar cuando se le sumerge en una tarea rutinaria.
—¿Cómo te encuentras? —Grigor me observaba como si buscase él mismo la respuesta en mi cara.
—¿A qué te refieres? —Soy un hombre de ciencia, para mí esa pregunta era ambigua. Tenía que saber si se refería a mi aspecto, producto de las peleas, o al motivo por el que mi mirada parecía algo perdida. Seguro que intuía que algo me preocupaba.
Mi hermano había pasado mucho tiempo lejos de la familia, de mí, pero todo ese tiempo parecía haberlo hecho crecer más deprisa que al resto. A veces pienso que ha madurado hasta convertirse en alguien más viejo que yo, y eso que le saco dos años de edad. Pero la cárcel es lo que tiene, que te cambia de maneras que no puedo ni imaginar.
—A como estás procesando todo esto. —Señaló con su índice su propia cabeza. Bien, ahora sabía que se refería a lo que estaba dándome vueltas en el cerebro. Pero ¿qué sospechaba él que tenía que procesar?
—¿Te refieres a lo de Chandra? ¿Sabes que ella y yo…? —Dejé la frase en el aire esperando que él la terminase.
—Dijo que se encargaría de ti. —¡¿Chandra?! Eso no encajaba con ella. Es una persona que no suele meterse en líos, de las que prefiere trabajar detrás de un teclado, observar el mundo detrás de una pantalla. Aunque pensándolo bien, debía haber cambiado, porque la Chandra que encontré la noche anterior estaba claro que estaba de fiesta. Eso no encajaba con la chica tímida y retraída que conocía.
—Sí que lo hizo. —¡Mierda! Seguro que ella fue la que me propuso llevar la fiesta a su casa, y yo acepté. Esto no tenía lógica, ninguno de los dos haríamos algo así. Pero las evidencias estaban ahí.
—Entonces ¿todo bien? —volvió a insistir. Parecía preocupado, como si realmente se preocupase por la manera en que el que nos acostásemos me hubiese afectado. ¿Sabría que era la primera con la que hacía eso desde la universidad? Desde aquel día que abrí las puertas del infierno.
—Bien no es la palabra que usaría. —confesé. Había complicado una amistad, y lo había hecho con alguien muy cercano a Grigor. De no ser por Dafne, estaba convencido que ellos dos acabarían juntos.
—Cada persona es diferente. Solo tienes que procesarlo lo mejor que puedas. —¿Qué? Sonaba como si ella le hubiese contado todo. ¡Cómo no!, son amigos, seguro que incluso compartían ese tipo de información íntima.
—Lo peor no es que ocurriese, sino que no lo recuerde. —Grigor asintió ante mis palabras, como si no fuese algo que le sorprendiera.
—No sé si habrá próxima vez, pero espero que tengas más cuidado. —¿Próxima vez? Me había echado de su casa, dudo que quisiera repetir la experiencia. Aunque me estaba esforzando por recordar cualquier parte de esa noche. Ni siquiera recordaba haberla besado, porque tuve que hacerlo.
—No creo que haya próxima vez. —Las cejas de Grigor se alzaron sorprendidas.
—¿Estás seguro? —preguntó incrédulo. Parecía mentira que no me conociera, yo no soy un maldito acosador que persigue a su presa. Si ella me había echado de su casa después de una noche de sexo, no sería yo el que la buscase para repetir. Con un no tengo suficiente.
—Parece mentira que me preguntes eso, no he cambiado tanto en estos años. —Es algo que nos inculcaron desde que éramos niños; el respeto, la protección, y la determinación.
—Precisamente por eso pensé que querrías estar dentro. Creí que eras de los que necesita un poco de acción. —Señaló mis nudillos magullados por la pelea anterior. Para mí eran dos tipos de “acción” diferentes. Golpear a un energúmeno de dos metros y más de 100 kilos, no es lo mismo que tener una noche de sexo con una preciosidad de chico. No señor, ni punto de comparación.
—Da igual lo que yo piense. Ella es la que no quiere. —Para mí esa era una manera definitiva de zanjar el asunto. No había que darle más vueltas.
—¿Seguro? —¿Otra vez esa expresión de incredulidad?
—Casi le faltó darme una patada en el culo cuando me echó de su casa. —Era una señal realmente contundente, al menos según mi forma de entenderlo.
—Me sorprende, porque alguien como tú nos vendría muy bien en el grupo. —¿Grupo?
—¿Qué grupo? —pregunté.
—Primero entré yo, pero en cuanto se lo conté a Dafne, no hubo manera de dejarla fuera. Así que estamos los tres. —Mi cabeza estaba girando tratando de entender. Mes taba diciendo que lo de anoche… ¿Éramos cuatro en aquella habitación?
Me llevé las manos a la cabeza, tratando de procesar todo aquello. Así que mi hermano y Chandra se habían acostado, y cuando Dafne se enteró, lo convirtieron en un trío. Y encima ¿ahora quería que yo participase de esos encuentros sexuales como un cuarto integrante?
—El grupo está un poco cojo. Yo solo no puedo con las dos. —¡Hay, Dios! —Si estoy con una, no puedo estar encima de la otra. —No podía procesar aquello. Mi hermano teniendo sexo con dos mujeres a la vez, y pidiéndome ayuda para satisfacerlas, porque no podía él solo. En ese instante, un pulso electromagnético frio todas las neuronas de mi cerebro.
—Me alaga, pero es demasiado para mí. No podría… no puedo hacerlo. —Alcé las palmas de las manos para demostrar que no podía con ello, mientras me alejaba de él y de esa loca propuesta suya.
—Lo de anoche no tendría que haber pasado, pero estamos trabajando para encontrar una solución química para evitarlo. —¿Le había pasado también a él? Ese remedio del que hablaba, para poder rendir como las chicas necesitan, se había inventado hacía tiempo, y era una pastillita de color azul.
Ni él ni yo llegamos a los 30 años. Si empezamos ahora a necesitar químicos para mantener una erección, ¿qué ocurriría cuando llegásemos a los 40? Me negaba a pensar en que las chicas buscasen en otros hombres lo que ya no podríamos darles. Imaginar a Chandra con otros hombres me revolvió el estómago, mucho más incluso que el hecho de que se acostase con mi hermano. Tampoco quiero decir que esa idea me encantase. Pero era su decisión.
Ya ni me asustaba que Chandra le hubiese contado mi gatillazo en la cama. Estaba claro que entre ellos había pocos secretos.
El coche cuyo montaje estaba supervisando avanzó hasta la línea donde tenía que intervenir. Subirme en él, y llevarlo unos metros más adelante, a la zona de verificación de sistemas y programación. Era mi puerta para salir de aquella zona peligrosa.
—Tengo que irme. —Ni siquiera me atreví a mirarle a la cara cuando me alejé de mi hermano.
—Si cambias de opinión, solo tienes que decírmelo. Chandra seguro que acepta. —No quise escuchar más. —Esta noche estaremos en el “Apocalipsis”. —Pero lo hice, porque él se encargó de que lo oyese.
La visita de Grigor no hizo más que empeorar el caos que reinaba en mi cabeza. Tenía demasiado que dar vueltas, analizar, sopesar, y sobre todo, asimilar. ¡Un cuarteto!