Leo
El sonido insistente del timbre de la puerta me sobresaltó. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de alarma, ¿había un incendio en el edificio? Fue el instante en que pasé la vista sobre mi teléfono cuando me di cuenta de lo que ocurría, ¡era muy tarde!
—¡Mierda! —maldije mientras sacaba mis pies de la cama, para correr hacia la puerta.
Por el camino recogí el pantalón que usé el día anterior, y fui metiendo las piernas dentro. No era plan que quién fuese me encontrase en calzoncillos, y con esa incómoda erección con la que amanecemos los chicos.
—Ya estoy, ya estoy. —grité mientras me acercaba a la puerta.
Giré el pomo para tropezar con la impresión un poco hastiada de la persona al otro lado. Incluso enfurruñada Jade estaba guapa.
—Es tarde. —Me alejé de ella antes de que terminase la frase.
—Lo sé, lo sé. Dame solo dos minutos y nos vamos. —Corrí de nuevo a mi cuarto y busqué una camiseta limpia que ponerme encima.
Lo bueno de los jeans es que puedes llevarlos varios días y nadie te acusará de ser un guarro. El asunto de la ducha… Bueno, tendría que solucionarlo con mucho desodorante por esta vez. Unas deportivas en los pies, el teléfono, la cartera, un vistazo en el espejo para domar el pelo y dejarlo presentable, y ya estaba listo para salir a combatir. Algo que aprendí en las jornadas interminables en los hospitales de campaña, un médico solo necesita descansar y estar listo para trabajar, el resto no importa.
—¿Mala noche? —dijo Jade cuando llegué hasta ella. Parecía contener una sonrisa, para evitar que fuese demasiado evidente que se estaba divirtiendo con mi apuro.
—Ni te imaginas. —dije mientras tomaba las llaves del coche sobre la encimera.
Cuando mi madre se pone intensa, es peor que un interrogatorio de la Gestapo. Mi error fue darle un hueso para que le hincase el diente. En buena hora invité a Jade a cenar. Tenía la cabeza como si hubiese pasado toda la noche de copas, era una resaca extraña, pero igual de demoledora.
—Conduzco yo. —declaró Jade con contundencia.
—Vale. —Dejé las llaves sin protestar, no iba a quejarme. Lo último que necesitaba era concentrarme en el tráfico a estas horas. Mejor que condujese alguien que se conocía el camino, los atajos y estuviese acostumbrado a esa locura.
Una vez dentro del ascensor, me di cuenta de algo. Me giré hacia ella y puse mi mejor cara de disculpa.
—No voy a besarte. —Sus ojos se abrieron ante mi comentario— Pero no es porque no quiera, sí que lo deseo, pero no me he lavado los dientes, y apesto como un ogro de las ciénagas. No voy a … —Antes de decir la siguiente palabra, su boca depositó un rápido beso sobre la mía, enmudeciéndome.
—La regla del segundo. —dijo con una sonrisa.
—¿Qué? —pregunté desconcertado. ¿Qué era eso de la regla del segundo?
—Si dura un segundo o menos, no es un beso.
—Sí que lo es. —le contradije. Al menos para mí sí que lo había sido.
—No, es un piquito. —decretó.
—¿Un piquito? ¿Cómo si dos pájaros chocaran el pico o algo así? —Las puertas del ascensor se abrieron. La primera en moverse y salir fue ella.
—Es algo breve, como un choque de palmas entre colegas, o una palmadita en la espalda. No llega a ser un golpe entero, ni dura demasiado como para que sea incómodo.
—Ah. —Mentira, no entendía nada, pero no tenía la cabeza para analizar nada complicado en ese momento. Quizás más avanzado el día…
—En este caso, no ha sido lo suficientemente largo como para llegar a notar tu ‘aliento de dragón’ mañanero. Así que hemos salvado los obstáculos, aunque lo que he conseguido no haya sido un beso, beso, como el de anoche. — Cuando dijo esa última parte, su mirada se volvió esquiva. Además, pude notar cierto sonrojo en sus mejillas. Le había gustado, ¡Sí!
—Tenemos que volver a hacerlo. —sugerí mientras la seguía hasta su coche.
—Estaría bien. —Decidido, iba a meter un cepillo de dientes, dentífrico y colutorio en el cajón de mi escritorio. Uno nunca sabe cuando se le presentará la ocasión de besar a una chica, a esta chica. El eco de algo relacionado con las ‘normas del hospital’ alcanzó mi cabeza.
—¿Estaré infringiendo alguna norma si te beso en mi descanso? —La mano de Jade de detuvo sobre la manilla de su puerta, pero no tiró para abrirla.
—No si también es el mío. —dijo pensativa.
—Entonces será mejor que nos coordinemos. —¿Estaba sonriendo? ¡mierda!, sí. Podía notar mis labios curvados hacia arriba. Ella entró en el coche, acto que imité, solo que por la parte del acompañante.
—O hacerlo donde no puedan vernos. —sugirió mientras le daba al arranque.
—Eso también me gusta.
La conversación no volvió a centrarse en el asunto ‘beso’, aunque fue agradable y distendida durante el trayecto.
—No tenemos tiempo. —Lo sabía. Lo que no esperaba, es que Jade hiciese una maniobra brusca para estacionar en una plaza libre en el aparcamiento exterior. Se suponía que teníamos un área para médicos, pero ella había estacionado en la zona de visitantes. Pero la entendía, estábamos más cerca de la entrada, la que daba a la zona de consultas.
—¿Una carrera hasta el edificio? —pregunté mientras salía del vehículo.
—Hasta la zona de consultas. —me corrigió.
—Pero no llevamos el uniforme. —le recriminé mientras corría a su lado.
—Con la identificación sobra. Pero no está de más que dejes una bata en la consulta. —Le sonreí, al menos hasta que recordé que me había dejado la identificación en casa.
—¡Mierda! —se me escapó entre dientes.
—La olvidaste. —dedujo.
—Acabarán despidiéndome. —Llego tarde, me olvido la acreditación, y ahora quería besar a una compañera en el trabajo. Me la estaba jugando.
—Tranquilo, te ayudaré a hacer la maleta. —Y encima se reía de mí. ¿Por qué ella apenas parecía que estaba haciendo un esfuerzo? Seguro que hacía más cardio que yo. Nota mental, ir al gimnasio a ponerme en forma.
El tipo de seguridad que estaba en la entrada nos miró mal, al menos a mí. Lo noté por el gesto tenso de su cuerpo mientras tocaba algo sujeto en su cinturón, supuse que una pistola Taser.
—Vamos tarde. —le gritó Jade de pasada, lo que pareció calmarle. Algo que agradecí, porque si se tiraba sobre mí, no solo llegaría mucho más tarde a mi turno, sino que tendría que pelear con un tipo preparado para derribar a gente problemática. Voy a resumir, yo acabaría con la cara besando el suelo, y de seguro que despedido. Genial, sin trabajo antes de cumplir una semana de mi contratación.
Corrí detrás de Jade, que tomó las escaleras para subir a la planta de consultas. Vale, el ascensor podría ser lento, sobre todo si subías las escaleras a su velocidad. ¿Dónde demonios entrenaba esta chica? Mis pulmones estaban a punto de salir por la garganta, y ella se reía como si apenas empezase a calentar. Y yo que creía que estaba en buena forma.
Cuando llegué a la puerta de mi consulta, encontré a John esperando fuera. No dijo nada, solo permanecía allí quieto, con una ceja alzada, como si esperase una explicación. A Jade la perdí antes de llegar al pasillo.
—Yo… me quedé… dormido. —expliqué entre jadeos. John negó con la cabeza como si fuese una de esas institutrices británicas.
—Iré por una bata mientras recupera el resuello. —Agradecí su ofrecimiento asintiendo con la cabeza.
—Leo. —Estaba a punto de entrar en mi consulta, cuando escuché la voz de Jade. Giré la cabeza hacia ella, para encontrarla con su bata puesta y su identificación colgada del cuello. Apenas tuve tiempo de sonreírle, cuando ella se acercó para darme otro de esos piquitos. Al final acabarían gustándome. —Te veo a las once y media. —susurró en mi oído antes de alejarse por el pasillo.
—Ahora sí que lo entiendo. —dijo John con una sonrisa traviesa en los labios. ¿Pensaba que me había dormido porque ella y yo…? ¡Oh, no!
—Yo…—No me dio tiempo a continuar.
—Por algo es el rey de la jungla, doctor león.
Seguir leyendo