Leo
—Parece que la chica te gusta. —dijo mi padre con una sonrisa traviesa en los labios.
—Mucho. —Va a ser la madre de mis hijos.
—¿No vas un poco rápido, Casanova? —preguntó mi madre conteniendo la risa.
—¿Cuánto tardaste tú en saber que papá era el indicado? —Mi pregunta la descolocó.
—Eh…Pues no sabría decirte. —Giró la cabeza para mirar a mi padre, como si él pudiese ayudarle a responder mi pregunta.
—Tu madre no pudo resistirse, la seduje con mis dulces palabras. —Se acercó a ella y la estrechó junto a su costado, sacándole una sonrisa.
—Tu padre siempre ha sido muy convincente. —Estiró su cuello para besarle la mejilla.
Siempre me había encandilado la complicidad que existía entre ellos. Encontrar a alguien con el que compartir mi vida de esa manera, se me hacía muy difícil. Pero ellos lo habían logrado, así que había posibilidades. Y ahora que había encontrado a Jade, deseaba haber dado con esa persona.
—Así que, según tú, debo seducirla con mi don de gentes. —Me acomodé en el taburete de la zona de desayuno mientras esperaba mi respuesta.
—Solo sé tu mismo, cariño. Sincérate con ella, no trates de fingir lo que no eres. Si te acepta tal y como eres, todo irá bien. —Papá estrujó más a mamá, mientras compartían una mirada cómplice. Antes encontraba ese gesto asquerosamente pegajoso y acaramelado, pero ahora… Mataría por encontrar algo así.
Jade
Mi estoicismo se derrumbó nada más atravesar la puerta de mi apartamento. Mis piernas dejaron de sostenerme con entereza, rindiéndose finalmente a la debilidad que las había atacado en la puerta del ascensor. Si existe un cielo, todos los ángeles de allí arriba estarían divirtiéndose de lo lindo viéndome de esta manera. Yo, la rompe pelotas, la vapuleadora de hombres, la que no se dejaba seducir por ningún descerebrado con cara bonita y abdomen definido, acababa de sentir como su mundo se daba la vuelta como una tortilla. Ese hombre me había noqueado.
No es que reniegue de los hombres, ni mucho menos, pero tengo en la familia unos estándares que difícilmente han llegado a alcanzar la mayoría de los chicos que he conocido. Mi padre es un ser atento, dedicado y maravilloso, y mi hermano Drake no se queda atrás. Guapos, inteligentes, sensibles, lo tienen todo, y por eso ningún espécimen ha conseguido llamarme la atención, al menos hasta ahora.
Y ¡Pum!, aparece un hombre guapo a rabiar, simpático, inteligente y con las ideas claras, lo que se dice alguien con los pies en el suelo. Es lo que diferencia a un chico de un hombre, hombre. Cualquiera puede tener un buen cuerpo, cualquiera puede memorizar datos, pero la experiencia vital no se consigue en un gimnasio o en una biblioteca, hay que experimentarla.
Y Leo había madurado, se notaba. No es de los que busca seducir mujeres como un reto personal, no necesita poner otra muesca en su cinturón, no como Hugo. Ese idiota se pensaba que una nueva conquista es todo lo que la vida puede ofrecerte. Le calé desde el primer minuto, a Hugo le atrae la excitación de la caza, la conquista y rendición de su presa. Después se aburre y va en busca de otro nuevo reto.
Pero Leo… Ese hombre me intrigaba, lo hizo desde la primera conversación que mantuve con él. Pero eso no me preparó para lo que acababa de ocurrir hacía un minuto. Mis dedos pasaron suavemente sobre mis labios, que todavía hormigueaban por su contacto. Leo sabía lo que quería, y no tenía miedo en cogerlo. Pero al mismo tiempo, respetaba los límites que yo podría ponerle. Y el problema estaba ahí, que no podía ponerlos. Y así me iba.
Tuve que apoyarme en la pared para poder volver a erguirme, porque mis malditas piernas se habían rendido, se habían convertido en gelatina con un único beso. Y eso me aterraba y me enardecía, porque no sabía lo que ocurriría cuando fuésemos más allá. Y Sí, íbamos a ir más allá, porque ahora que le había probado no podía detenerme aquí. ¿Un beso? ¡Maldita sea!, quería más, mucho más. Pueden llamarme loba o como sea que denominen a las mujeres que saltan sobre los hombres para devorarlos, porque eso era lo que deseaba hacer, comerme a ese hombre sin dejar un trozo de piel sin explorar.
Sus manos eran grandes, firmes, y al mismo tiempo su tacto era delicado. Prometían control, determinación, y la seguridad de que podría sostener cualquier cosa que pusiera en ellas. ¿Sería igual en todas partes? Me mordí el labio inferior cuando una mala idea pasó por mi cabeza. ¿Me diría algo si exploraba la consistencia de sus músculos? Quería saber si sus abdominales eran aptos para arañarlos.
—¡Basta! —Sacudí mi cabeza para sacar esas ideas de mi calenturienta mente.
Solo un hombre había provocado esos deseos en mí, los mismos que me hicieron cometer estupideces. Pero en mi defensa diré que era joven e inexperta, y que ir a la universidad a veces te hace creer que no hay nada malo en soltarte un poco. Pero ahora no era una jovencita inexperta e impresionable, ahora era una adulta que había aprendido a separar los juegos y los flirteos de lo realmente serio. Lo sé, ¿a quién no le apetece un poco de buen sexo? El caso no es eso, sino el saber ver más allá de ello. ¿Acostarme con un hombre guapo? ¿dejarme seducir por una promesa de placer carnal? Sí, no estaría mal. Pero nunca me llevaría esa experiencia al terreno laboral, demasiados problemas.
Si hubiese querido podría haberme acostado con Hugo. Era guapo, encantador, y no habría tenido ningún problema con él si la relación no hubiese cuajado. Ya sabía de antemano que no iba a cuajar, demasiadas diferencias entre nosotros. Pero tendría que verlo todos los días en el trabajo, y no podría evitar recordar que habíamos compartido fluidos.
El sexo para mí es algo íntimo, privado, algo que no se debe compartir a la ligera, porque te expones totalmente a otra persona. El sexo es un acto no solo placentero, sino una declaración de confianza. Confías en que la otra persona te cuide, te proteja de todo daño, que aprecie el regalo que le estás entregando. Para la mayoría de los hombres el sexo solo es un acto recreativo, como ir al cine y ver una película. Ellos solo buscan su disfrute, y si además dejas una buena reseña para que otras quieran ver ‘su película’, pues es un extra.
Hugo está en ese momento en que el sexo solo es diversión, no un compromiso de cuidar y proteger a la persona con el que lo compartes, porque no está preparado para mantener una relación duradera. Hugo no está preparado para comprometerse.
Pero Leo… ¡Agh!, no digas tonterías. Cuando te ha besado no estabas pensando en su capacidad de compromiso, sino en lo bien que lo hacía, en lo excitante que era su sabor, en las posibilidades que abría su forma de succionar tus labios, y en lo que podría llegar a hacer. Un escalofrío recorrió mi espalda en anticipación, enviando un escandaloso hormigueo a mi zona íntima. Definitivamente, mi vagina estaba dispuesta a probar esa experiencia. Su forma de besarme traía consigo tantas promesas…
¿Había llegado el momento de echar por tierra el apodo que me habían puesto en los corrillos de alfas frustrados? Ya saben, donde los hombres se reúnen para criticar a sus anchas a las mujeres. Les da igual que sean sus compañeras o no. Los más crueles son algunos médicos, que se creen que por ser auxiliares o enfermeras, las mujeres no tiene otro motivo para existir que ser sus concubinas. Tratan de imponerse a la menor ocasión. En cuanto a las que están a su nivel, como yo, o como Pamina, no somos más que serpientes con las que hay que tener cuidado al acercarse. ¿Mi apodo? Bragas de hierro. ¿El motivo? No he cedido a ninguno de los patéticos intentos de seducción de ninguno de ellos.
Por suerte ese tipo de trato vejatorio está penalizado duramente dentro del hospital, por eso los idiotas critican cuando creen que no les oyen aquellos que no piensan como ellos. Su grupo es pequeño, pero intentan no sacar el pie fuera de la línea que les han marcado.
En cuanto a mi… Es posible que haya llegado el momento de cerrarles la boca. Bragas de hierro va a quitarse el cinturón de castidad. No porque quiera que ellos me vean diferente, sino porque he encontrado a un hombre que parece merecer la pena, y me pone cardíaca, todo hay que decirlo. Solo espero no equivocarme. Estoy en una edad en que ese tipo de errores pasan una factura difícil de pagar.
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