Leo
Como auguré, mi madre disfrutó comprando todo lo que le había pedido, y puede que más. Los tres subíamos a mi nuevo apartamento cargados como mulas. Soy fuerte, pero habría necesitado un par de brazos más para cargar con mi parte con mucha más comodidad.
—Daniel, ¿quieres darte prisa? —Me giré lo justo para ver como mi padre trataba de obedecerla, pero fracasando de nuevo en cuanto su mirada se veía atrapada con algún nuevo detalle del edificio. Para mí estaba bien, pero para un arquitecto estaba claro que debía de contener características muy interesantes.
—Me encantaría echarles un vistazo a los planos del edificio. —¿No lo había dicho?
—¿Has visto la seguridad que tiene? Dudo siquiera que puedas averiguar el nombre del arquitecto. ¿Estás seguro de que no hay oficinas gubernamentales o algo parecido aquí? —me preguntó mamá intrigada.
—Pues no tengo ni idea. Pensé que solo eran apartamentos. Tal vez pueda preguntar. —¿Se echarían sobre mí los de seguridad si me dedicaba a husmear por el edificio?
—No metas al niño en problemas, Maya. —le recriminó mi padre.
—Ya no soy un niño, papá. —le recuerdo.
—Oh, para mí siempre serás mi niño, aunque seas un viejo achacoso que arrastre los pies al caminar. —dijo mi madre mientras me miraba con esos ojos melosos.
—¿Viejo achacoso? —repetí en voz alta.
—Cuando seas padre lo entenderás. —Ella les quitó importancia a sus palabras.
Me observaron en silencio mientras tecleaba en el pequeño terminal junto a la puerta, para que esta se abriese franqueándonos el paso hacia el interior.
—Bienvenidos a mi hogar. —dije mientras avanzaba hasta el sofá para dejar allí mi carga. No tuve ni que buscar un interruptor para encender la luz, ya estaba encendida. ¡Qué demonios!, cada lugar por el que habíamos transitado tenía las luces encendidas.
—¡Vaya! —dijo mi madre con asombro mientras inspeccionaba el lugar. —Esto tiene muchas posibilidades.
—¿Lo dices por la falta de cuadros? —Era una broma que teníamos mi padre y yo con ella. A mi madre le encantaban los cuadros, decían que vestían una casa.
—Ni un jarrón, ni una lámpara, ni una alfombra… Esta casa no tiene calidez. —Pasó los dedos por encima del apoyabrazos del sofá.
—Se supone que de eso se encarga el inquilino, Maya. ¿qué esperabas? Es de alquiler. —le recordó mi padre mientras miraba…Me acerqué a él para curiosear lo que le estaba llamando poderosamente la atención. ¿Prontuario para el usuario? ¿Qué demonios era eso?
—Vamos a colocar cada cosa en su sitio. —Mi madre tiró de mi camisa arrastrándome hacia el interior del apartamento. Llevaba en sus manos un par de bolsas, así que ya sabía lo que tocaba.
—Sí, mamá. —Tenía que ceder, se suponía que era mi casa.
Ya habíamos colocado las toallas, el papel higiénico, los enseres de aseo, y alguna cosa más, cuando la voz de mi padre nos llamó desde la puerta.
—He pedido algo para cenar. —Sus cejas se alzaron de forma misteriosa.
—¿No ibas a llevarme a cenar fuera? —le recriminó mi madre.
—He pensado que te gustaría cenar en la nueva casa de nuestro hijo. Ya que te ha hecho trabajar, que menos que nos invite a cenar. —Claro, esa era la trampa.
—Faltaría más. Lo veo justo.
—Bien, entonces vamos a terminar con tu cuarto. —ordenó mamá con autoridad, señalando de pasada a mi padre. Él no iba a librarse de ayudar esta vez.
—He llenado la despensa, ¿por qué crees que he pedido la cena? Nuestro retoño no ha tenido en cuenta nada más que el desayuno. —me acusó papá. Y tenía razón.
—La mayoría de los días comeré en la cafetería del hospital. —me defendí.
—¿Y la cena? —me recordó mamá.
—Puedo comprar algo de camino a casa. Dudo que me apetezca cocinar cuando llegue después de un largo día de trabajo. —Al menos había pensado en ello.
—¿Y los días que no vayas a trabajar? —A mi madre no se le escapaba ningún detalle.
—Tenía pensado salir a explorar la ciudad, y el tema avituallamiento está incluido en el lote.
—No puedes con tu hijo, Maya. Tiene respuesta para todo. —dijo papá con una sonrisa divertida en la cara.
—Algún día te pillaré. —me advirtió mamá con un dedo acusador.
—Ya que el tema de la cena está resuelto, voy a buscar mis maletas.
—Sí, huye, cobarde. Nosotros te haremos la cama. —Con mamá había que estar atento a lo que decía, porque a veces sus palabras tenían doble sentido. ¿Hacerme la cama? ¿Qué estarían estos dos preparándome? No quise averiguarlo, les dejé solos mientras yo regresaba al aparcamiento subterráneo del edificio a recoger las maletas que aún permanecían en mi coche.
Estaba sacando la última cuando otro vehículo estacionó no muy lejos de mi plaza de aparcamiento. Observé con curiosidad hasta que reconocí a la conductora. Una extraña burbuja empezó a crecer en mi estómago haciéndome flotar, dándome la sensación de que mis pies apenas tocaban el suelo. ¿Solo verla era suficiente para provocar esa reacción adolescente en mí? Parecía que sí. Que los cielos se apiadasen de mí, porque estaba perdido.
—Un día duro. — No era una pregunta. Sus hombros parecían caídos y sus pies pesados.
—Los turnos de guardia de un anestesista lo son. Menos mal que son de doce horas. —No sabía qué hora era, pero estaba claro que había superado esa cantidad.
—Si llegas a esta hora es que ha sido más largo. —le dije mientras caminaba a su lado en dirección al ascensor.
—Ya sabes como es esto. Un médico no puede abandonar su puesto mientras está atendiendo a un paciente. —Lo sabía muy bien.
—Y nunca se sabe lo que puede durar una operación no programada. —Cuando no tienes un estudio previo de un paciente, como es el caso de los accidentes, el médico no sabe lo que podría encontrarse. Algo sencillo puede complicarse hasta límites insospechados.
Las puertas del ascensor se abrieron a nuestra llegada, sin necesidad de que ninguno tuviese que llamar al botón. Estaba bien esto de vivir en un edificio inteligente, aunque no tanto, porque Jade pulsó el botón de su planta.
—¿Cuál es el tuyo? —preguntó con el dedo suspendido sobre el panel.
—Dos más abajo. —Ella pulsó el botón.
—Me muero por quitarme los zapatos, darme una ducha y comer algo rico y caliente. —Lo dijo con tal cansancio en su voz, que imaginé el esfuerzo que yo mismo no quería hacer cuando estaba en su misma situación. Al final acababas calentando algo de leche en el microondas y mojando unas galletas. Una idea golpeó mi mente, haciendo que mi corazón latiese emocionado.
—Si no te importa compartir, nosotros hemos pedido comida para cenar. Mis ayudantes en la mudanza han exigido un pago calórico por sus servicios. El pedido estará a punto de llegar.
—No pienso preguntar lo qué habéis pedido, me sirve cualquier cosa con tal de no cocinar. —Mis labios dibujaron una gran sonrisa ante su aceptación.
—Esa es la actitud.
Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento, como si el tiempo fuese mi aliado. Caminamos uno al lado del otro hasta mi puerta. Una vez dentro, noté la mirada sorprendida de mi padre que se había girado hacia nosotros.
—Papá, esta es Jade. Espero que hayas pedido bastante comida porque la he invitado a cenar. —La ceja de papá se alzó hacia mí, con una pregunta implícita que ya contestaría más tarde.
—Hola, Jade, soy Daniel. —Jade le estrechó la mano, pero después me dio una larga mirada acusadora. Sí, no le había dicho que mis ‘ayudantes de mudanza’ eran mis padres. Había algo retorcido en la manera en que se habían conocido.
—Necesito… Oh, hola. —Mamá hizo su entrada en la cocina.
—Hola, soy Jade. Y antes de que pregunten de dónde he salido, vivo dos plantas más arriba. —explicó.
—Es nuestra invitada a cenar. —le informó papá.
—Ah. —Mamá me lanzó una mirada rápida. Sabía lo que estaba pensando; ¡si me estaba mudando hoy! No había aterrizado mi trasero en la casa, y ya estaba invitando a una chica a cenar.
—Entonces pondré la mesa mientras tu llevas eso a la habitación. —dijo papá señalando mis maletas con la mirada.
—Yo le ayudo. —se ofreció Jade.
No sé lo que había curioseado papá en los armarios, pero estaba claro que Jade conocía mejor que él donde estaban las cosas en mi cocina. Mamá tiró de mi manga para llevarme a la habitación, donde podríamos charlar sin que nos escucharan.
—¿No vas un poco rápido? —me recriminó. Solté una carcajada antes de responder.
—Ella es una compañera del trabajo, gracias a ella conseguí el apartamento. —Hubo un destello de comprensión en los ojos de mi madre.
—Claro, esto es una forma de agradecérselo. —Aunque ella no estaba del todo convencida de que eso fuese todo. —Es guapa. —Y ahí me había pillado.
—Lo es. —convine con ella.
—Dejemos esto aquí, quiero conocer mejor a la chica que ha encandilado a mi pequeño. —En otra circunstancia ese comentario me habría hecho sentir incómodo, como un adolescente al que su madre pone en ridículo. Pero por alguna razón esta vez no fue así, porque en cierto modo era verdad. Jade me había fascinado de una menara que era difícil de ignorar.
—Se buena con ella. —le supliqué.
—Parece mentira que le digas eso a tu madre. Sabes que soy un encanto. —Ya, salvo cuando se ponía en modo protector conmigo, y eso, viniendo de nuestra familia, era como decir que tendría preparados los cuchillos por si había que degollar a alguien.
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