Leo
Estaba impaciente por darles la noticia a mis padres de que ya tenía apartamento, pero por alguna razón, me emocionaba mucho más decírselo a Jade. Íbamos a ser vecinos, lo que me facilitaría el acercarme a ella mucho más, tenía la excusa perfecta.
—¿En serio? —preguntó sorprendida.
—Te lo juro. —Hice la señal de la cruz sobre mi corazón, como hacía en mi club de boyscouts. Sí, los muy ricos también tenemos de eso, aunque seguramente no tenía ni punto de comparación a como lo vivían los demás.
—Vaya, si que ha sido rápido. —observó.
—No pienso quejarme por eso. —le aseguré.
—Supongo que el que me hayas esperado fuera del quirófano se debe a que necesitas ayuda con la mudanza. —No había pensado en ello, pero…
—Pues la verdad, solo tengo un par de maletas con ropa, así que tendré que conseguir todo lo demás. A las chicas se os da bien eso de las compras.
—¿Solo dos maletas? ¿No serás de ese tipo de personas que no les gusta acumular cosas?
—Supongo que mis viajes a destinos lejanos me han enseñado a prescindir de todo lo superfluo. —Como camisas de repuesto, corbatas, corta uñas… Y no hablemos de maquinillas y espuma de afeitar.
—Yo no podría. —aseguró ella.
—Supongo que todo es acostumbrarse.
—Lo siento, pero hay cosas sin las que no podría vivir, me da igual lo que diga la gente.
—¿Cómo el acondicionador para el pelo? —No había olvidado el drama que orquestó Maryorie cuando me equivoqué de marca a la hora de hacer la compra. Tuve que regresar a la tienda a descambiarlo para no oírla.
—Una chica con pelo rebelde como yo necesita un buen acondicionador, no voy a discutirlo. Pero no me refiero a eso.
—¡Ah!, ¿no? —pregunté intrigado.
—Puedo llevar el pelo como una loca, la piel reseca y apagada, incluso la ropa vieja y desgastada, pero nunca podría prescindir de mi teléfono. Puedes acusarme de lo que quieras, pero el teléfono para mí es imprescindible.
—Sí que estás apegada a la tecnología.
—A la tecnología no, pero sí a mi familia. ¿Sabes lo que es tenerlos a todos ellos al alcance de una llamada? No podría vivir si me quitan esa sensación de tenerlos cerca si los necesito. Puedo pasar varios días sin hablar con mi madre, o con mis hermanos, o mi padre, pero saber que si meto la mano al bolsillo puedo pulsar un botón y escuchar su voz… Es la mejor sensación del mundo. —La entendía perfectamente.
Cuando estaba en aquellos lugares perdidos de la mano de Dios, en el momento que no estaba pensando en el trabajo, o en como conseguir suministros médicos, mi mente no solo se dedicaba a torturarme con recuerdos de las comodidades que había dejado atrás, sino de lo que echaba de menos a mi familia. Y no, la mayoría de las veces no podía comunicar con ellos.
—La tecnología nos esclaviza, pero he de reconocer que tiene esas ventajas.
—¿Te urge mucho el que vayamos a comprar los suministros de tu nuevo apartamento? —Me rasqué la cabeza mientras lo sopesaba.
—Supongo que no estaría mal contar con lo más básico hoy, lo digo porque me ahorraría una noche de hotel si duermo en mi apartamento. —Sin contar con la comodidad que conlleva.
Aunque tuviese que dormir en el sofá, merecía la pena hacerlo en mi propio hogar. El hotel no estaba mal, pero uno no deja de sentirse enjaulado en una habitación de hotel. Es algo tan impersonal, tan… tan poco acogedor. Sé que es una apreciación subjetiva, pero quería dormir en un lugar que de alguna manera fuese mío, y un apartamento alquilado era mucho mejor que una habitación de hotel. Empezando por las sábanas, unas que solo serían mías. Suena raro en boca de alguien que ha dormido en un catre militar, vestido con ropa de calle, en la misma tienda de campaña que otros doce tipos sudados.
—El apartamento viene con los muebles básicos, así que no tienes que preocuparte por el colchón o la almohada, ni siquiera por el sofá. Pero sí que tendrás que conseguir ropa de cama, unas toallas y todo lo que suelas usar para la higiene personal. Además de llenar la nevera y los armarios con comida. —Eso quería decir que todos los apartamentos tienen lo mismo en origen.
—Eso me simplifica mucho la tarea. Supongo que todas las camas tengan las mismas medidas.
—Eso creo. ¿No te han dado la guía? ¡Oh!, vaya, lo olvidaba, está en la mesa de la cocina. Suelen dejarla allí.
—¿Guía? —pregunté curioso.
—Sí, viene todo explicado. Los beneficios de los inquilinos, ya sabes, como la lavandería, el uso del gimnasio… Yo prefiero ir al de mi hermano. —Un dato a tener en cuenta.
—¿Es mejor que el del edificio? —quise saber.
—No tiene punto de comparación, sobre todo para alguien que necesita quemar mucha frustración hospitalaria como yo. —No entendí a qué se refería, hasta que pude leer algo oscuro en su mirada.
—Es mejor golpear un saco que a una persona. —deduje.
—Mucho mejor. —dijo con una sonrisa maléfica. ¿Por qué me imaginaba que estaría pensado en Hugo cuando golpease ese saco?
Estaba a punto de hablar cuando su teléfono se puso a pitar. Conocía ese sonido, era el que avisaba de que el descanso se había acabado.
—Tengo un trauma. —Empezó a girarse para regresar hacia la zona de quirófanos.
—¿No me has dicho de qué tamaño tengo que comprar las sábanas? —grité.
—King size.
—Gracias. ¿Mañana venimos juntos al trabajo? —No tenía más oportunidades para proponérselo. Ella se giró para responder mientras lo sopesaba con rapidez, mientras camina de espaldas.
—Es una buena manera de cuidar el medio ambiente. Te llamaré a primera hora. —No me dio tiempo a decirle nada más, y tampoco era necesario, ya había conseguido lo que quería. Compartir coche me aseguraba una buena charla desde el apartamento al trabajo.
Si tenía que ir de compras para mi nuevo apartamento, solo había otra mujer por la que me dejaría asesorar; mi madre. Así que marqué su número.
—Mamá, necesito una decoradora. —No es que hubiese deseado decir eso toda mi vida, pero seguro que mi madre sí que llevaba mucho tiempo esperando oír eso.
—Se supone que estoy en mi fin de semana libre. —me recordó.
—¿Ni siquiera lo harías por tu hijo?, necesito que me ayudes a encontrar ropa de cama y toallas para mi nuevo apartamento.
—¡Pues claro que lo haré!, pero creí que estabas en un hotel.
—Acaban de darme las llaves. —Más o menos. ¿Se extrañaría mucho si le dijese que tenía una clave de acceso en vez de eso?
—Me encantaría ir a tu apartamento y ayudarte con ello.
—Pues no se diga más—miré mi reloj—, te envío un mensaje con lo que necesito, y cuando salga os paso a recoger para llevaros a mi nuevo hogar. ¿Qué te parece?
—Que acabas de hacer feliz a tu madre. —Escuché la voz de mi padre, seguro que estaba pegando la oreja para enterarse de todo.
—Me alegro. Os veo en un par de horas.
—Daniel, aparta, tenemos solo dos horas. —le apremió mamá. Escuché la carcajada de papá antes de que se cortase la llamada.
Podía imaginarme la mente de mamá trazando planes, y eso que no tenía ni idea de cómo era el apartamento. Lo bueno de esto, es que conseguiría que regresaran el siguiente fin de semana, porque seguro que mi madre ya tendría todo un camión de material preparado para decorar el apartamento de su hijo.
Empecé a teclear la larga lista de cosas que necesitaría, sobre todo de comida, porque no pensaba pasar un día más desayunando en una cafetería. Echaba de menos desayunar a mi gusto, y no subsistir con lo que puedes encontrar en ese tipo de sitios. Me moría por algo de fruta fresca en el desayuno.
Seguir leyendo