Leo
Papá volvió a mirar de nuevo el reloj. Mamá se estaba tomando lo de ‘no hay prisa’ al pie de la letra. ¿Cuánto tiempo la llevaría ducharse y escoger un conjunto nuevo? Evidentemente no lo mismo que a cualquiera de nosotros dos. En fin, las chicas hacen complicadas este tipo de cosas.
Papá estaba a punto de levantarse para ir a buscarla, sospechando que tal vez le había ocurrido algo, cuando el sujeto de nuestra preocupación a apareció finalmente. Se había cambiado de blusa, nada más, pero lo que me dio la pista de que algo estaba mal fue su palidez.
—¿Te encuentras bien? —preguntó papá, un segundo antes que yo.
—Sí. No te preocupes.
—Podemos dejar la cena para mañana, si no te sientes bien. —le ofreció mi padre.
—No, está bien. Tengo hambre.
Pero sus palabras no fueron del todo verdad, porque parecía comer de manera mecánica, no disfrutando la comida. Y le dedicó mucha más a tención al alcohol que a la comida, aunque ambos los engullía como si llevase tiempo sin alimentarse. Mamá no era así. Algo le pasaba, algo que no quería contarnos.
Cuando nos despedimos esa noche, no me quedé muy tranquilo sobre su estado, pero sabía que tenía a papá a su lado. Solo esperaba que él me llamase si me necesitaban. ¿De qué sirve tener un hijo médico si no abusas de sus atenciones? Quizás fuese una tontería, pero eso tenía que valorarlo yo mismo. Papá y yo nos entendimos con una simple mirada, si ellos me necesitaban estaba a una llamada. Él averiguaría lo que le ocurría a mamá.
Daniel Kingsdale
—Nos tienes preocupados. —solté nada más quedar a solas. Ella no detuvo su paso, y siguió a avanzando por el pasillo hasta la puerta de nuestra habitación.
—Esto no podemos hablarlo en mitad del pasillo. —Así que de verdad había ocurrido algo, y por lo que parecía, era grave.
Una vez estuvimos a solas en la habitación, Maya no esperó a que yo cerrase la puerta, fue directa hacia el mini bar. No me importaba pagar la desorbitante cuenta que llegaría por eso, pero necesitaba que no siguiese emborrachándose, la necesitaba sobria. Así que cerré la puerta con firmeza antes de que metiera la mano dentro.
—Lo necesito.
—No hasta que me digas qué es lo que sucede. —No la había vuelto a ver así desde aquella fiesta en casa del bisabuelo Kingsdale, en la que se encerró en el baño con una botella de clarete. Maya había estado siendo presionada, humillada y ridiculizada por mis primas, y la tensión llegó a tal nivel que acabó refugiándose para emborracharse y llorar. Por fortuna la encontré a tiempo para llevármela a casa y que no ocurriese algo más grave. Hablamos sobre lo ocurrido, y prometimos contarnos todo desde ese día. No nos ocultaríamos nada, nos contaríamos todo, porque entre dos podríamos soportar mejor la mierda que nos tirasen encima.
Maya se sentó, derrotada, encima de la cama. Sus ojos se alzaron tímidamente suplicando ayuda. Pero no podía hacerlo hasta que me contara lo que había ocurrido. Me senté a su lado para que sintiese el apoyo de mi cuerpo. Juntos podríamos con todo.
—¿Qué sucede? —pregunté con voz suave.
—Ha vuelto. —su respuesta me confundió.
—¿Quién? —quise saber.
—No hablamos mucho sobre el padre biológico de Leo, porque no había mucho que decir. Solo fue el resultado de una noche salvaje, fiesta y alcohol. Solo le vi una vez, y fue cuando concebimos a Leo. No tenía más que un nombre, y ninguna esperanza de volver a encontrarme con él, o eso creía. —Sentí como mi bello se erizaba.
—¿Lo has visto? —ella asintió—¿Esta noche? —volvió a asentir.
—Sabe que tiene un hijo.
—¿Cómo? ¿Se lo dijiste tú? —Ella ya estaba negándolo antes de que terminase de preguntarlo.
—No lo sé, no tengo idea de como se enteró. Solo me acorraló en el ascensor y me dijo que sabía que teníamos un hijo. —Sentí sobre mi cabeza un gran peso, una losa enorme que me aprisionaba dolorosamente.
—¿Qué quiere? ¿Ejercer como padre a estas alturas? ¿Dinero? —Había pasado demasiado tiempo, demasiado para hacerse la víctima, no con el estilo de vida despreocupado y desmedido de actividad sexual que parecía vivir por aquel entonces. Pero si había descubierto que tenía un hijo con alguien que ahora tenía dinero y una familia que cuidaba su imagen pública… Quizás estaba pensando en sacar tajada.
El miedo golpeó mi pecho con fuerza. El secreto que habíamos guardado todo este tiempo podía destruirnos ahora. Aunque podía argumentar que sabía del embarazo de Maya, y que la amaba tanto que no me importaba de quién fuese el niño. Podía soportar que me llamasen calzonazos por cargar con el hijo de otro, no era tan grave como ser homosexual a ojos del bisabuelo.
—No quiere dinero. —Aquello me sorprendió.
—¿No quiere chantajearnos? —Seguramente habría otra cosa que para él tuviese más valor. ¿Y si lo que pretendía era algún favor de nuestra familia? El poder, los contactos, podía valer más que el dinero.
—No, él…—tragó saliva— quiere que llegado el momento le digamos la verdad, que él es su padre, que lleva su sangre. —Estaba sorprendido y confundido a partes iguales.
—¿A Leo? —ella asintió.
—El único que le importa es Leo.
Una sensación entraña creció en mi pecho, llenándolo de un pavoroso vacío. Yo era el padre de Leo, el único padre que había conocido toda su vida. No, no era un niño, tenía 30 años, podía razonar con él el motivo de todo el engaño, el porqué mantenerlo todo este tiempo, incluso convencerlo de que nada cambiaba, solo la composición genética de la que estaba hecho su cuerpo, algo que realmente no importaba para mí. Le había amado desde el momento en que la obstetra nos enseñó la primera ecografía de nuestro hijo, nuestro. Nada podía cambiar eso. Yo seguía siendo su padre. Pero sentía la amenaza de aquella revelación como lo que era; la posibilidad de perderlo.
—Necesito tiempo. No podemos decírselo así. Hay… hay… —traté de calmarme para pensar.
—No ha puesto una fecha. Solo ha dicho que cuando llegue el momento, yo debo decirle la verdad. —Los ojos de Maya me decían que ella cargaría con toda la culpa, que no me arrojaría a los leones. Pero no podía permitirlo. Tomé su mano con fuerza.
—Le diremos toda la verdad. Es un chico listo, sabrá entendernos.
Habíamos mantenido mi secreto durante todo este tiempo, disfrazando mi relación con James como solo algo laboral, algo entre socios y amigos. Leo no sospechaba que los fines de semana que nos quedábamos en San Francisco lo hacíamos en su apartamento, y que la que dormía sola era su madre. Tampoco imaginaba que mis viajes de negocios eran realmente escapadas que hacía con él a lugares donde una pareja de hombres no sería algo extraño.
Maya lo sabía todo, a ella nunca la oculté nada, éramos dos amigos que compartían confidencias, y que además vivían juntos. Dos grandes amigos.
Pero ese hombre me estaba empujando a revelar mi secreto a otra persona, y aunque fuese mi hijo, un secreto corre peligro de dejar de serlo cuando se dice en voz alta. Y como escuché una vez, los secretos tienen piernas.
—Necesito fuerzas para hacerlo, y tener la cabeza despejada. —Maya se dejó caer sobre el colchón, agotada.
—Tienes razón, mañana pensaremos en todo esto con más calma. —Quizás la almohada podría aconsejarnos la manera de hacerlo de una manera que no fuese dolorosa para ninguno de nosotros. Bueno, eso era mentira, iba a doler, pero teníamos que conseguir que no hiciese mucha sangre.
—Si, mejor mañana. —convino Maya conmigo.
Me tumbé a su lado, cerré los ojos y la abracé. Habíamos pasado por todo esto juntos, y superaríamos este nuevo obstáculo de la misma manera; juntos.
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