Leo
No hay nada más gratificante que darles buenas noticas a unos padres preocupados. Con la nueva medicación que le había prescrito a David, esperaba que su salud mejorase considerablemente. No es que el tratamiento anterior le perjudicase, pero no estaba ajustado para alguien de su edad; un adulto no es lo mismo que un niño. Modificar las cantidades de un medicamento en razón del peso del paciente no es suficiente, un niño no tiene el mismo sistema inmunitario que un adulto, y tampoco había que olvidar sus hormonas. En un par de años empezaría a experimentar cambios que no había que olvidar, porque desajustarían su metabolismo considerablemente. Ah, la adolescencia, qué tiempos aquellos.
—Cualquier cambio que les preocupe no duden en llamar. —Le recordé a los padres mientras salían por la puerta de mi consulta. Estaba bien esto de tener tiempo para poder acompañar a tus pacientes hasta la puerta.
Antes de poder cerrarla, vi el rostro excitado de mi madre esperando con impaciencia. Era evidente que había arrastrado a mi padre hasta mi puerta.
—Se suponía que vendríais más tarde. —Revisé mi reloj, para comprobar que efectivamente todavía quedaban 10 minutos para la hora que les había comentado.
—Ya conoces a tu madre. —dijo mi padre mientras ponía los ojos en blanco. Sí, ya la conocía.
—¿Estás libre ahora? —preguntó ella mientras trataba de echar un vistazo al interior.
—Adelante. —Cualquiera le decía que no.
Ella se adentró en la consulta como si fuese la recién descubierta tumba de un faraón egipcio, dispuesta a no perder detalle de las maravillas que hubiese allí dentro. Pero era una simple consulta de médico en un hospital, nada más.
—Vaya, un poco aséptica. Espero que pongas alguna planta que le dé algo de vida, y quizás… —Ya salió la decoradora de interiores a tomar el control.
—Mamá, es solo una consulta. Tendré que compartirla con el resto de compañeros, así que no voy a cambiar nada.
—Ah. —No pretendía hacerla callar, solo refrenarla un poco.
—Pero te doy permiso para que me ayudes a humanizar un poco mi despacho. —Eso la alegró a ella, y le hizo alzar una ceja a mi padre.
—¿Tienes un despacho propio? ¿sin compartir? —preguntó curioso.
—Os lo dije en la cena. —les recordé.
—Ya, bueno, algunos detalles no los recuerdo bien. Ese licor de arroz que tomamos era algo fuerte. —se justificó.
—Ya te he dicho que no aguantas la bebida. —le recriminó mamá como si fuese su propia madre.
—Por eso aprovecho cuando estoy solo contigo. —Papá la sonrió como si le recordase que solo se permitía esos deslices cuando estaban solos. Y le entendía, porque había pocas ocasiones en las que podía relajarse sin pensar en si lo que decía o hacía sería criticado o algo peor. Papá era una persona muy responsable. Si tiene que trabajar o conducir no bebe, y mucho menos si estaba con alguien de la familia. Nada más peligroso que estar algo ebrio cuando estás cerca de serpientes y cocodrilos.
—John. —llamé a mi asistente que estaba en la sala anexa de examen.
—¿Sí, doctor? —respondió solícito.
—Voy a enseñarles el hospital a mis padres. Regresaré antes de nuestra próxima consulta. —le informé.
—Perfecto, doctor. —No se me escapó la mirada curiosa que les dedicó a mis progenitores.
—Un chico muy atento. —susurró mi madre junto a mí cuando empezamos a caminar por el pasillo.
—Es el enfermero que me asignaron. —aclaré. No es que a mi madre le preocupase en exceso, los dos me dejaron muy claro que daban igual mis inclinaciones sexuales, que ellos me querrían de la misma manera. Pero sabía lo que opinaba el bisabuelo Kingsdale al respecto. En su familia no había sitio para homosexuales, negros, musulmanes o judíos. Para él todos ellos eran escoria que mantener alejada de nuestra rama familiar. Algo curioso, porque sí que se mantenían relaciones comerciales con ese tipo de gente. Pero el abuelo decía que una cosa es invitarlos a comer a tu mesa, y otra muy distinta llevártelos a la cama. ¿Racista? ¿Homófobo? Él sostiene que es lo suficientemente rico como para permitirse serlo. Por fortuna yo no he heredado ese rasgo de él.
No era el mismo tour que me hicieron a mí en su día, pero creo que acabaron satisfechos con lo que vieron. ¿Qué voy a decir? Si es hospital me impresionó a mí, ¿cómo no iba a ocurrir lo mismo con ellos? Era moderno, estaba cuidado, y encima no olía mal. Seguro que usaban productos de limpieza que eliminaban ese típico olor a hospital que a la mayoría del agente le desagrada. Los médicos no tenemos la nariz atrofiada, es que a al final nos acostumbramos a vivir cada día con él. Además, hay lugares en que es peor que en otros. Los despachos y las consultas siempre huelen mejor que las zonas de ingresos.
—Pasaremos a buscarte para que nos lleves a comer. —Me informó mi padre mientras los acompañaba por el hall hasta la salida.
—De acuerdo. —¿Qué cara pondrían cuando se diesen cuenta que había venido al trabajo en taxi? Seguro que mamá pondría el grito en el cielo ¿Por qué les había hecho traerme el coche desde San Francisco si luego no lo usaba? ¿Cómo les explicas que quería ir conociendo la ciudad y el tráfico antes de meterme en esa jungla? Cuando uno conduce por primera vez en una gran ciudad, además de saber por dónde ir, hay que conocer el tráfico, y no pensaba ponerme detrás del volante con el tiempo justo y la presión de poder llegar tarde al trabajo. Prefería ir haciéndolo con calma, calculando el tiempo que me llevaría hacerlo, entre otras cosas.
Mi padre pareció darse cuenta de algo, lo que le obligó a mirar hacia atrás. Yo seguí la misma dirección, para encontrar a mi madre unos metros por detrás de nosotros. Su rostro parecía haber palidecido súbitamente, y sus ojos estaban exageradamente abiertos, incluso su boca parecía tener dificultades para mantener la mandíbula en su sitio.
—¿Mamá? ¿Qué ocurre? —Busqué rápidamente la causa de aquella extraña reacción. ¿Qué había visto que la había puesto en aquel estado?
—¿Maya? —le preguntó papá preocupado.
—Yo… Estoy bien, salgamos de aquí. —dijo mientras trataba de salir del hospital con paso rápido.
No pude evitar revisar nuestro alrededor. Ella ya había pasado por aquí cuando llegó al hospital, así que el único cambio debía ser el encontrarse con una persona que no esperaba. ¿Pero a quién? Ella no era de aquí. ¿A quién había visto? ¿Algún conocido?
Aceleré el paso para alcanzarles, encontrándolos a un lado del camino de salida. Papá le sostenía las manos, mientras la observaba preocupado.
—¿Quieres que suspendamos la comida? —le preguntó papá.
—No, no hace falta. Me encuentro bien. Pero en vez de venir a buscarte, ¿qué te parece si quedamos en el restaurante? —sugirió ella.
—Claro, no hay problema. —le concedí.
—Entonces nos vemos en el almuerzo, cariño. —Me dio un beso rápido y después empezó a alejarse. No pude evitar notar como sus ojos revisaban el edifico detrás de mí, como tratando de advertir la presencia de esa persona que la había perturbado.
—Hasta luego. —me despedí de ambos. Le lancé una mirada a mi padre, de esas que dice ‘intenta averiguar qué le ha ocurrido, luego te pregunto’. Él asintió y siguió a mi madre, que parecía correr para alejarse del fuego.
Anker Costas
Cuando el tío Viktor te dice que quieres algo para ayer, no puedes evitar imprimirle esa urgencia a todo lo que te rodea. Por eso estaba esperando impaciente en el hall de entrada del hospital.
Viktor fue muy claro, quería esos análisis hechos y quería los resultados en cuanto salieran del horno en el que se cocieran. El proceso llevaría su tiempo, así que lo único que podía hacer era llevar a los sujetos de análisis un poco más rápido de lo que ellos lo harían.
—¿A qué viene tanta urgencia? —protestó el tío Andrey cuando salí a su encuentro.
—Viktor lo quiere ya, así que pregúntaselo a él. —Si quería una respuesta, que fuese él el que se la pidiese a su hermano.
—Seguro que sabes de qué va todo esto. —quiso saber el tío Nick. Al menos habían llegado los dos juntos, así me ahorraba el hacer lo mismo por duplicado.
—Prefiero enfadarte a ti, a cualquiera de los dos, antes que ha Viktor. —El tío Nick todavía conservaba esa complexión de púgil de antaño, y sé que Andrey tampoco se quedaría corto encontrando maneras de destrozarme. Pero Viktor es Viktor, y reconozcámoslo, por algo es el jefe.
—Bien, pues hagámoslo rápido, porque iré a preguntárselo en cuanto salga de aquí. —dijo Andrey. Y por la forma de mirarnos de Nick, sabía que irían juntos. Nada como llevar refuerzos para hablar con Viktor, sobre todo cuando tiene algo entre manos que lo pone así de nervioso. Aunque nervioso no es la palabra, porque Viktor es imperturbable.
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