Viktor Vasiliev
Soy una persona que no deja de controlar su entorno, ser quién soy me obliga a hacerlo. Por eso noté que un rostro conocido pasó delante de mis narices. Era el hombre que mi padre acababa de pedirme que investigase. ¿Casualidad? Tendría que averiguarlo.
Leonidas kingsdale estaba acompañado por una pareja que podría doblarle la edad, o quizás no tanto. Me mantuve lo suficientemente cerca como para escuchar su conversación, lo que me dijo que existía una familiaridad que solo se consigue con alguien con el que has pasado mucho tiempo y al que conoces bien. Familiares, amigos… Escuchar como llamaba mamá a la mujer resolvió esa incógnita. Así que mamá…
Esperé a que caminasen en dirección a su habitación, para acercarme a la recepción y hacer una petición al encargado de turno. El hombre enseguida cuadró los hombros en cuanto me vio acercándome. Normalmente no solía pasar por la recepción, pero estaba claro que sabía perfectamente quién era yo.
—Señor Vasiliev, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó solícito.
—Las personas que acaban de tomar el ascensor, ¿en qué habitación se alojan? — Legal o no, ningún empleado discutiría mis ordenes, así que rápidamente tecleó en su terminal para responder a mi pregunta.
—417, el señor y la señora Kingsdale.
—¿Y el más joven?
—Él no se hospeda aquí. —Ese dato tendría que averiguarlo por otros medios, pero de momento tenía más información de la que tenía al salir del despacho de mi padre.
No perdí el tiempo, mientras la puerta se cerraba a mi espalda ya estaba marcando el número de teléfono de Boby, mi experto rastreador informático. Le envié una foto y le dije que realizara una investigación completa del tipo. No tenía que explicarle más, él sabía lo que quería y cómo hacerlo, como siempre. Pero aquella nueva ‘casualidad’ me obligó a marcar de nuevo su número.
—Ya estoy en ello, jefe. —dijo nada más descolgar.
—Quiero que añadas algo más a la búsqueda. Estoy en el Celebrity´s y hay alojada una pareja aquí que está relacionada con el sujeto; los Kingsdale, en la 417.
—¿Familiares?
—Puede que sean sus padres.
—¿Seguimiento estándar?
—No, sube el nivel. —¿Desconfiar? En mi trabajo es el pan de cada día. Las coincidencias pocas veces son solo eso.
—Sí, jefe. —Podía escuchar el tecleo frenético en su terminal. Podía apostar a que tenía un buen informe preparado cuando llegase a mi despacho. No estar sujetos a restricciones legales tenía sus ventajas.
Cerré la comunicación, pero mi cerebro todavía no estaba contento, tenía que hacer más. Así que busqué el contacto de mi sobrino Anker y llamé.
—¿Sí?
—El abuelo Yuri estuvo esta mañana haciéndose el chequeo, ¿verdad?
—Costó, pero sí. —Pobre Anker, le tocó lidiar con el lobo viejo.
—¿Tomasteis muestras de sangre?
—Sí, ¿por qué?
—Necesito que hagas un test genético.
—¿Crees que nos oculta algo? —Seguramente Anker sospecharía que el abuelo nos estaba ocultando alguna enfermedad. Su reticencia a pasar la revisión médica podría ser un indicio.
—No lo que estás pensando, pero de igual manera necesito que quede solo entre nosotros dos.
—Sabes que cuentas conmigo en eso.
—Bien. Te enviaré una muestra para que compares. Necesito saber si hay algún tipo de vínculo genético.
—¿Estás diciendo…? —Ahora sí que lo había entendido.
—Solo es para descartar. Quiero tener todas las cartas marcadas antes de comenzar la partida. —le indiqué.
—No esperaba menos de ti.
—Te haré llegar la muestra lo antes posible.
—Que me la entreguen personalmente en mano, yo me encargaré de todo.
—Bien.
—Señor Vasiliev. —El recepcionista llegó corriendo hasta mí, ante la mirada amenazadora de mis dos guardaespaldas, a los que tranquilicé con un gesto para que se mantuviesen al marguen.
—¿Sí?
—Los Kingsdale.
—¿Qué tienes para mí?
—Han reservado mesa en el ‘Estanque dorado’, para tres personas. —Esto me facilitaba los planes.
—Bien, gracias por avisar. —Asentí hacia el recepcionista, que pareció crecer un par de centímetros, seguramente porque antes estaba encogido.
—Para lo que necesite. —me recordó.
Cuando se alejó, ladeé ligeramente la cabeza hacia mi derecha, gesto que enseguida reconoció Igor, mi fiel amigo y guardaespaldas. Por lo que se acercó a mi lado para tener una conversación privada.
—¿Todavía recuerdas cómo se atendía una mesa? —pregunté, haciendo referencia a su época adolescente, cuando trabajaba en un restaurante para ganar un sustento. Qué tiempos aquellos.
—No tengo mucha pinta de asiático, pero me haré con esa muestra, jefe. —Como esperaba, él no había perdido detalle de mis conversaciones. Sabía lo que quería conseguir.
—Encárgate personalmente del asunto. El viejo diablo quiere discreción. —dije, haciendo referencia a mi padre.
—Cuente con ello, jefe. —Como encargado de mi seguridad, hizo un gesto para reasignar los puestos de seguridad. Yo no saldría de allí con una brecha en mi escudo de protección, y él se pondría enseguida a gestionar el asunto que le había encomendado.
Leo
Tenía que reconocer que el servicio en el restaurante era exquisito. Incluso me pareció ver como los camareros encargados de retirar los cubiertos y vasos llevaban guantes de algodón blanco. Algo poco frecuente en un restaurante asiático, pero claro, este era de lujo, y se notaba en todos los detalles, grandes o pequeños.
—No sé cómo será la comida en los otros restaurantes, pero si está al nivel de este, merece la pena cada dólar que paguemos por ella. Esto estaba espectacular. —dijo mi madre tocándose el estómago.
—Estoy obligado a apoyarte. Realmente estaba delicioso. —dijo mi padre.
—La verdad, he de reconocer que esta mezcla de ingredientes no la había probado antes. —Aunque no me desagradó en absoluto. A veces, la comida tradicional se reinventa para crear maravillas como las que acabábamos de degustar.
—Vaya, es difícil sorprender al trotamundos de mi hijo. —comentó mi madre con razón. Yo no hacía más que explicarles las diferencias entre lo que se comía allí y lo que aquí se empeñaban en llamar cocina típica de ese lugar.
—Siento ser un aguafiestas, pero para mí es tarde—dije mirando mi reloj—, yo me retiro.
—No te preocupes, vamos a estar aquí todo lo que queda de semana. Seguro que encuentras un hueco para estar con tus padres. —Sabía hacia dónde iba el comentario de mi madre. Como supuse, su estrategia era conseguir tanta información sobre mi nueva vida como fuese posible. Ella estaría más tranquila sabiendo dónde y con quién se relacionaba su hijo.
—Todavía no tengo muchos pacientes en la consulta, así que probablemente encuentre un hueco para mostraros mi lugar de trabajo. —les ofrecí.
—¡Eso me encantaría! —dijo mi madre, emocionada.
—Entonces no hay más que hablar. —Tomé mi teléfono para revisar mis consultas para el día siguiente, y como esperaba, solo tenía dos pacientes. —Tengo una hora libre a las diez, ¿os viene bien?
—Perfecto. —respondió mi padre.
—Entonces avisarme cuando lleguéis al hospital para que baje a buscaros. Si no sabéis dónde ir, acabaréis perdiéndoos. —Mi madre entrecerró los ojos ligeramente, ¿pensaba que la estaba mintiendo y que todo era un montaje?
—Lo haremos. —me aseguró.
—Muy bien, pues que os divirtáis en ese espectáculo. —Me incliné a besar a mi madre y estreché en un abrazo a mi padre.
—Hijo. —Me volví hacia mi padre, que me tendía las llaves de mi coche.
—No las había olvidado, papá. —Las tomé y me despedí con la mano mientras me alejaba.
Un mensaje llegó a mi teléfono mientras caminaba hacia el exterior. Era de administrador del edificio de apartamentos, quería que me reuniese con él para revisar mi solicitud. Bueno, al menos había sido rápido. Mentalmente crucé los dedos para ser un buen candidato para acceder a una de esas viviendas.
No recordaba cuando todo había ido tan bien en mi vida. Dejar atrás San Francisco y mi antiguo trabajo parecía haber sido la mejor decisión que había tomado.
Seguir leyendo