Leo
Me sentía mal dejar a Jade en casa, pero como ella dijo, ella no había sido invitada a esa lectura de testamento. Además, creía que esto era algo íntimo, familiar, y no quería ser la quinta pata de la silla. Reconozcámoslo, yo tampoco quería que presenciase lo que me temía sería una batalla verbal por aquellos que se iban a sentir desairados. Los conocía a todos, y ninguno tendría suficiente con la parte que Jasper hubiese decidido legarles. Ver una familia actuar de esa manera, como hienas peleando por hacerse con un trozo más grande del cadáver, me avergonzaría, sobre todo porque eran completamente lo opuesto a la suya, la nuestra. Ustedes me entienden. La familia Vasiliev, a la que acababa de aterrizar por una extraña carambola del destino, era muy diferente.
No podía dejar de pensar en lo distintos que eran los Kingsdale y los Vasiliev. Los primeros solo eran familia por el apellido que llevaban, los segundos eran de ese tipo que aceptaban a un nuevo miembro sin cuestionarlo, y que cuidaban de él como si hubiese sido criado en su seno desde el momento en que nació.
—Veo que lo estás llevando bien. —Comentó mi padre a mi lado.
—No sentí mucho afecto por Jasper, lo reconozco. —Y mucho menos desde su intento de chantaje.
—No, me refiero al hecho de haber descubierto que tienes otro padre. —Noté como mi madre aferraba el brazo de su marido, tratando de sostenerse en él.
—Te repito que mi padre eres tú, Nick solo fue el donante de esperma que me engendró —le regañé para recordárselo.
—Ellos no te ven como un espermatozoide perdido, Leo.
—No —reconocí—. Ellos quieren integrarme en su familia como un miembro más. —Y eso me beneficiaba con el asunto de Jade. —Lo que no entiendo es que vosotros me soltaseis todo el asunto, y después salieseis corriendo de Las Vegas. —Mi comentario provocó un suspiro por parte de mi madre.
—Es algo que tienes que asumir tú mismo, sin interferencias por nuestra parte. Además, Nick nos pidió que no interviniésemos. No sé, puede que tuviese miedo de que tratásemos de influenciarte de alguna manera en su contra —dijo mi madre.
—¿Lo habríais hecho? —Ambos se dedicaron una mirada cómplice.
—Nuestra familia es dañina de más de una manera, pero no podría dejarte ir. —Miedo, es lo que transmitían las palabras de mi padre.
—¿Crees que los escogería a ellos antes que ha vosotros? Eso nunca pasaría —les garanticé.
—El dinero es lo único que mantiene unidos a los Kingsdale, sin eso, dudo mucho que pudiésemos llamarnos familia —reconoció papá con pesadumbre.
—Miradme bien, los dos —los detuve para plantarme frente a ellos, y entendiesen la firmeza de mis sentimientos. —El resto de los Kingsdale pueden irse al infierno. Los únicos que me importáis sois vosotros. Me habéis dado todo lo que teníais, me habéis protegido, cuidado y educado para convertirme en un hombre que sepa ver más allá del dinero que tiene o deja de tener la gente. Para mí, la única familia Kingsdale que importa la formamos nosotros tres. El resto no son más que un cáncer que se alimenta de todo lo que pueden devorar.
—¿Y los Vasiliev? —Mamá tragó saliva al pronunciar aquel apellido.
—Puede que su concepto de familia sea diferente, pero eso no me apartará de vosotros, nunca. Si me quieren a mí, tendrán que aceptaros a vosotros, porque venimos en el mismo lote.
—Bueno, creo que ya lo han hecho. —Papá señaló con la mirada al hombre que nos observaba a cierta distancia, y que no se acercaba porque intuía que la nuestra era una conversación privada en la que no debía intervenir. Su cara me sonaba, era Dimitri, el hermano de Anker, el director del hospital, y marido de Pamina. Lo recordaba de la cena familiar en la que había sido presentado al resto de la gran familia Vasiliev. Él debió de entender que aquel era el momento de acercarse, y fue lo que hizo.
—Hola, soy Dimitri Costas —se presentó a mis padres, estrechándonos la mano.
—No sé si decir que encantada de conocerte es lo apropiado en este caso —dijo mi madre, provocando una sonrisa en Dimitri.
—La familia no solo está para las fiestas, sino para los momentos en que necesitas a alguien que te ayude. —Pues sí, los había incluido a ellos también como parte de la familia ¿verdad?
—Espero que no te arrepientas cuando estés ahí arriba. —dije en broma, pero la seriedad que adquirió su rostro me golpeó como un buen derechazo directo a la mandíbula.
—Un Vasiliev nunca retrocede si la familia lo necesita. —Sus palabras enviaron un escalofrío por todo mi ser. Parecía como si acabase de pronunciar una ley vital que jamás se le ocurriría quebrantar. ¡Porras!, parecía que todos los de esta familia eran realmente intensos.
—Entonces será mejor que subamos. Quiero quitarme esto de encima lo antes posible. —si por mí fuera, sería el último acto que compartiría con el resto de los Kingsdale. Sin el bisabuelo Jasper manejándonos a su antojo, éramos libres de hacer lo que nos diera la gana, y en mis planes no estaba el mantener a esa gente tóxica en mi vida.
Subimos en el ascensor hasta el bufete, en cuya recepción nos topamos con el primo Alastair montando un espectáculo.
—¿Cómo que no puedo entrar? Tengo tanto derecho como mi hermana Sofía. —Señaló a la aludida que permanecía expectante en el pasillo, claramente a mitad de recorrido de la sala en la que deberíamos entrar.
—Lo siento, señor Kingsdale. Pero sin invitación no puede acceder. —Un hombre de seguridad mantenía la mano alzada para evitar que avanzara, mientras el asistente de la iglesia, un tipo bajito con lentes, recitaba frente a él la que debía ser la norma a seguir.
—Ella tampoco ha traído esa carta. —señaló a Sofia para justificarse.
—No está entendiendo. Solo aquellos miembros de la familia que acudieron al sepelio han sido invitados.
—Oh, discúlpeme si estaba demasiado consternado por la muerte de mi bisabuelo, como para tener fuerzas de presenciar ese acto de despedida hacia sus restos. —Dudo que fuese algo parecido. Más bien me inclinaba por creer que hubiese salido a festejar la muerte del viejo con una buena borrachera, y al día siguiente no estuviese en condiciones si quiera de ponerse en pie por la resaca.
—Sus razones no son importantes. El señor Kingsdale dio órdenes explícitas sobre aquellos que tendrían derecho a su parte de la herencia, y me temo señor, que usted ha sido excluido. —Y sin más se dio la media vuelta, dejándonos a todos con la boca abierta. El viejo había hecho su primera criba.
Los gritos e improperios de Alastair resonaron en aquellas paredes mientras lo sacaban de las oficinas entre dos miembros de seguridad. ¿Importarme? A mi no me importaría marcharme, no dependía de la herencia que el viejo hubiese decidido dejarme. Pero claro, yo no era un vividor sin ingresos como Alastair. Casi me dio pena, casi. A partir de ese momento solo dependería de lo que sus padres quisieran darle.
—Disculpe, caballero. Usted no pertenece a la familia Kinsdale. No puede entrar. —El pequeñajo, lo siento, me resultaba curioso que alguien de su tamaño tratase de detener a Dimitri, la comparación era casi una broma en sí misma. Como decía, el asistente, que luego me enteraría que era un abogado junior del bufete, se interpuso en el camino de Dimitri para impedirle el paso al pasillo.
—Soy el representante legal de los señores Daniel, Maya y Leónidas Kingsdale. Cualquier documento que les presenten deberá ser analizado por mí, y supongo que tendrán que firmar más de uno. La cuestión es, ¿quieren detener la reunión para llamarme y que los analice a posteriori? Seguro que ustedes cobran por horas, y que alargar la reunión un largo lapso de tiempo puede incrementar sus honorarios. Yo podría decir lo mismo, pero prefiero gastar mi tiempo cumpliendo con el trabajo que me han encomendado mis clientes, y no pasándolo en pensar todas las maneras en que puedo hacerles perder el tiempo a ustedes, alargando el papeleo que quieren dejar resuelto a ser posible hoy. —¡Toma!, y encima le sonreía —Como descubrirán, soy una persona que valora su tiempo, y a la que no le gusta que otros se lo gestionen a su antojo. —El asistente pareció meditarlo. Parecía que él no estaba capacitado para tomar esa decisión.
—Señor… —Un hombre más mayor, con un traje hecho a medida y reloj muy caro, se aproximaba en ese momento hacia nosotros. Estaba seguro de que había escuchado toda la parrafada de Dimitri.
—Dimitri Costas, de AV y asociados. —El nuevo pareció reconocer el nombre del bufete, pues alzó una ceja en señal de reconocimiento.
—¿Los del caso London? ¿De Las Vegas? —le tendió la mano a Dimitri como si fuese alguien que le encantaba conocer. Dimitri sonrió como el depredador que debía ser.
—También tenemos despacho en Miami.
—No creo que haya ningún inconveniente en que el señor Costas nos acompañe durante la lectura, Oliver. —Le dijo al asistente con condescendencia.
Y así, con apenas un asentimiento de cabeza en agradecimiento, Dimitri había conseguido entrar en aquella sala de acceso restringido. El asunto pintaba bien, Dimitri sabía perfectamente cómo desenvolverse en aquel estanque de tiburones.
