Jade
¿Alguna vez han buceado entre tiburones? Esos bichos se mueven a tu alrededor, estudiándote, buscando el punto y el momento adecuado para lanzarse sobre ti y darte una buena dentellada. Pues bien, aquellos tiburones eran los más peligrosos a los que me había enfrentado, aunque llevasen ropas de diseñador. ¿Por qué lo sabía? Porque ninguno parecía estar afligido por la muerte de su familiar, sino expectante ante lo que iba a ocurrir a partir de ahora.
Casi podía escuchar sus pensamientos ¿Quién ocuparía ahora el trono? ¿Quién conseguiría el poder? Ninguno de ellos iba a huir de esa pelea, salvo quizás Leo y sus padres, que parecían no estar interesados nada más que en salir de allí y poner tanto espacio como fuese posible con aquellas personas. Respeto, formalidad, y después, con la misma elegante corrección, escaparían de aquella tela de araña antes de que se devorasen unos a otros.
La imagen del tío Viktor me vino a la cabeza. Él los convertiría a todos ellos en polvo con solo una mirada. Ojalá estuviese aquí. Un deseo inútil, pero que me daba algo de fuerza, porque sabía que podía llamar a la caballería y estaría aquí antes de que la situación se pusiese demasiado intensa. ¿Era demasiado tarde para pedir refuerzos?
—Vaya, vaya. El pequeño príncipe ha decidido honrarnos con su presencia. —El tipo que se paró delante de nosotros, y me desnudó con la vista sin ningún tipo de vergüenza, estaba claro que era algún familiar directo de Leo. Por la edad, diría que un primo.
—Arthur. —saludó con pocas ganas Leo.
—¿Y esta joyita? —¿Sería demasiado violento que le partiese la boca? No soy violenta, pero hay veces que…
—Jade, este egocéntrico amoral es mi primo Arthur. Y ella es la doctora Sokolov, mi prometida. —La vista del tipo fue directa a mis manos, notando evidentemente que allí no había un tradicional anillo de pedida, sino uno extrañamente verde.
—No me digas más, la has conocido en uno de tus viajes a esos países tercermundistas a los que vas. ¿Y qué especialidad desempeña, doctora? ¿Le gusta nuestro país?
Leo estaba a punto de responder, seguramente insultando a su primo, pero me adelanté.
—Tráfico de órganos—espeté, sorprendiéndoles a ambos—. Y Estados Unidos tiene un potencial de mercado muy alto.
—¿Qué? —Fue lo único que salió de su boca.
—Por tu estilo de vida—señalé con la vista la copa que sostenía en su mano—, el color de tu esclerótica, diría que pronto necesitarás de mis servicios. Cuando te falle el hígado, llámame. —Le guiñé el ojo de forma cómplice, lo que le desconcertó y asustó a partes iguales.
—¿Eh? —Su voz apenas fue un graznido estrangulado.
—Si nos disculpas, tenemos que presentar nuestros respetos —Leo tiró de mi brazo para apartarme de un pasmado Arthur. —¿Tráfico de órganos? —preguntó junto a mi oído. Pude apreciar el tono divertido en su voz.
—Si desconciertas al enemigo, tienes media batalla ganada. —No recordaba dónde lo había oído, pero era evidente que había funcionado. Ahora Arthur no sabía por dónde atacar.
—Eres tremenda. —Sí, mi prometido también le había encontrado el punto divertido a mi contraataque. Como alguien dijo una vez, todo vale en el amor y en la guerra. Pues bien, era evidente que esto era la guerra.
Nos acercamos hasta sus padres, que estaban en un grupo formado por cinco personas, tres de ellas mayores, y el resto más o menos de nuestra franja de edad.
—Abuelos, tíos, Meredith. Queremos presentaros nuestras condolencias. —aunque asintieron con rígida cortesía, su atención no estaba en la formalidad, sino en mi presencia al lado de Leo.
—Gracias. Por lo que ha comentado tu padre, esta debe ser tu prometida.
—Así es. Jade, estos son mis abuelos Catherine y Eduard.
—Mucho gusto. —Podía haber estirado la mano hacia ellos, pero por su postura, sabía que el contacto físico no era algo que tolerasen. Así que simplemente incliné la cabeza ligeramente, igual a como habían hecho ellos antes.
—Este es mi tío Magnus, y su esposa Clarissa. —Por su juventud no me extrañaría que sería la segunda o tercera. —Y su hija, mi prima Sofía. —Evidentemente ella no estaba muy contenta con que su padre se hubiese casado con alguien que tendría su edad, pude que incluso algún año menos.
—Un placer conocerlos, aunque esta no sea la mejor ocasión.
—Creí que nunca darías el paso, Leo. Pero veo que al final has sentado la cabeza. Tú eres la que trabajaba en el hospital de San Francisco, ¿verdad? —Sofí estiró la mano hacia mí, tratando de parecer más accesible que el resto, pero había algo en su forma de mirarme, que me hacía sentir judgada y además… ¡Que zorra!, ella sabía que yo no era Maryorie.
—Me temo que no, yo ejerzo en el Hospital Altare, de Las Vegas. —Su ceja izquierda se alzó ligeramente, aunque no fue de sorpresa.
—Siento la confusión. Así que en Las Vegas. —Noté que se moría por preguntar algo más, pero Leo se le adelantó.
—El Altare es un referente a nivel nacional, incluso me atrevería a decir que mundial. No se puede comparar con el Saint Francis Memorial.
—Has subido de categoría. Bien por ti —le elogió su abuelo. Prestigio, parecía ser que era lo que les importaba. Y supongo que el sueldo también sería importante.
—Creo que es donde operaron de la rodilla al hijo del presidente —se aventuró a intervenir Magnus.
—Y dónde Carla Bruni se ha borrado las arrugas, pero se supone que eso no lo puedo decir. —dije en tono un poco confidencial. ¿Querían glamour? ¿Qué tal una supermodelo convertida en esposa del primer ministro francés? Aún a su edad, seguía siendo un jugoso cotilleo que los elitistas y morbosos ávidos de chismes sobre los famosos se morirían por hacer circular.
—¿Carla Bruni? —La esposa joven del tío de Leo picó la primera.
—Eso nunca ha salido de mi boca —dramaticé exageradamente al decirlo.
—¿Hablaste con ella? ¿La conociste? —preguntó Clarissa entusiasmada.
—He firmado un contrato de confidencialidad, no puedo confirmar nada de eso —le guiñé un ojo, para transmitirle que así había sido, pero de mi boca nunca saldría. Bueno, al menos me había ganado las simpatías de alguien de la familia, aunque a todas luces, no era la que más peso tenía. Como escuché una vez a la tía Lena, mi nueva amiga no era más que una mujer florero, de las que los hombres ricos y viejos llevaban colgada del brazo para presumir y sentirse más joven y darle envidia a otros de su mismo sexo. Hombres.
—Bueno, tía Catherine. Parece que has encontrado a alguien que puede aconsejarte sobre esos retoques que necesitas hacerte. —Sofía era una víbora que disparaba veneno a la menor ocasión. Tendría que andarme con cuidado con ella. Si a su propia familia la trataba así, no quería ni imaginar lo que haría con una forastera descastada como yo.
Reconozcámoslo, en Las Vegas el apellido Vasiliev era importante, pero yo no era más que una Sokolov, algo así como parte de la familia menos importante. ¿importarme? No, el resto de la familia me demostró que para ellos era igual al resto. Pero visto desde fuera era otra cosa, y más para alguien que no vivía en Las Vegas.
Pero sentí una especie de ofensa el que atacase de esa manera a mi futura abuela política, así que me erguí en su defensa, aunque solo fuera para poner a esa alimaña donde debería estar, lejos de mí.
—Creo que os dejaré una tarjeta a las dos. Tú también necesitas algunos arreglos un poco urgentes. La edad nos pasa factura a todos —la miré directamente, viendo como el golpe iba directo a su ego. Oh, era un placer hacer ese tipo de cosas con la gente que se lo merecía. Si andaba mucho tiempo por aquí acabaría cogiéndole el gusto a esto.
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