Capítulo 1
Tengo que hablar seriamente con mi hermano Lucas, a mi padre hay que jubilarle, y si no es así, al menos había que quitarle la dirección de la empresa. ¿A quién se le ocurre enviarle el paquete de Navidad personalmente a cada empleado? Y cuando digo personalmente me refiero a mí. Según él, si quería dirigir la empresa algún día, antes tengo que conocer a cada empleado.
Dios sabe que he intentado complacerle, incluso le propuse hacer una fiesta de Navidad para toda la plantilla, pero él ha encontrado fallos a cada una de mis sugerencias. Que si no todos los empleados van a las fiestas de empresa, que no es lo mismo una fiesta que el lugar de trabajo. ¿Y saben la última? Que no puedo presentarme como su jefe, que tengo que conocerlos sin que sepan que voy a ser yo el que firme sus nóminas en un futuro. Ahí tengo que darle su parte de razón, porque no se trata igual al repartidor que a tu jefe.
Y por eso hoy, 24 de diciembre, a las 6:21 de la mañana, estoy entregando los dos últimos paquetes. Me ha costado un triunfo dar con ellos, porque de día es casi imposible de encontrarlos en casa o despiertos. Así que después de darle muchas vueltas al asunto, y de pelear con mi padre, porque él dice que el paquete tiene que estar en su casa antes de Navidad, he decidido venir directamente al único lugar en el que sé que puedo encontrarlos a ambos: la fábrica.
Me he acercado al portero automático de la entrada principal y he llamado, y estoy rezando porque abran pronto, porque está lloviendo a mares; hace tanto frío que ya no siento los dedos de las manos, y los malditos paquetes pesan lo suyo.
—¿Sí? —Bueno, al menos han respondido pronto.
—Transportes Manzanares, traigo un par de paquetes para…
—Por el portón de descarga, en la parte de atrás. —Aprieto los dientes para no soltar una maldición, aunque tampoco hubiera pasado nada, porque ya me han colgado.
Regreso a la furgoneta del primo César, cargo los paquetes y me siento detrás del volante para conducir hasta el muelle de atraque de la parte de atrás de la nave. No lo he dicho, pero la furgoneta no es que sea exactamente de mi primo, o bueno, sí, pero no de la forma en que seguramente están pensando. Él gestiona ahora la empresa de repartos de su padre, y aunque no conduce ahora ninguno de los vehículos, en teoría todos son de su propiedad, o lo serán cuando el tío Óscar la palme.
Llego hasta el muelle de atraque para encontrar el portón abierto. Estupendo, se suponía que eso era para camiones, no para una mierda de furgoneta como la mía. Tendré que estacionar no demasiado lejos, y levantar las cajas a pulso hasta el muelle, que queda a la altura de mi pecho.
—Espera, espera. —Acabo de abrir las puertas traseras de la Kangoo, cuando una voz femenina me hace girar y mirar hacia arriba. Estupendo, a ver lo que quiere ahora. ¿No se da cuenta de que me estoy empapando? —Si acercas la furgoneta a la rampa junto a los contenedores no tendrás que cargar con las cajas. —Bueno, al menos algo es algo.
—De acuerdo. —Subo rápidamente a la furgoneta, y maniobro para colocarla como la mujer me había dicho. Entre el agua y que está oscuro todavía, de no ser por su linterna no habría sabido por dónde tenía que ir.
Con cuidado subo la furgoneta por la rampa, al final de la cual el portón esperaba levantado para dejarme entrar en el muelle de mercancías. Paro el motor, echo el freno de mano, y salgo de la furgoneta un poco más relajado, al menos allí no llueve.
—Hace una noche de perros —digo mientras salto sobre mis pies para desentumecerlos. Cuando llegue a casa voy a darme una larga ducha con agua muy, muy caliente.
—Guau. —Un ladrido suena tan cerca a mis espaldas, que me hace dar un salto hacia delante.
—Creo que Charly no está de acuerdo con eso —dice el hombre que se acerca a nosotros con una carretilla.
—A él tampoco le gusta salir fuera cuando llueve —dice la mujer mientras pulsa el mecanismo de cierre del portón. Otro habría pensado ¿por qué lo cierra? Solo es entregar dos cajas y largarme. Pero puedo ver como las ráfagas de viento meten lluvia dentro del muelle, donde espera una hilera de palés preparados para enviar.
—Espero que te paguen bien las horas extra —dice el hombre. —Hoy no apetece hacer entregas a estas horas de la mañana. —No, el horario convencional dicta que las entregas se efectuaban a partir de las 9. Pero claro, no podía decirles que había sido idea mía llevar los paquetes a estas horas.
—Con esta entrega termino, así que tampoco es tan malo. —Al menos eso es lo que les decía a mis empapadas piernas.
—Tienes pintas de estar helado, ¿quieres un poco de café? Está caliente. —Me giro para agradecerle a la mujer su ofrecimiento, pero no tengo ganas de quedarme a charlar, quiero terminar lo antes posible y… Aquella sonrisa no me la esperaba. Sí, sabía que era una mujer por su voz, pero no había visto su rostro hasta ese momento. Con este frío es imprescindible llevar la cara protegida para que el frío no te congele la piel.
Ella es mucho más joven de lo que esperaba, sus ojos son dulces y su sonrisa es de esas que te da la bienvenida de manera auténtica, nada de cortesías o fingimientos.
—Gracias. —Tomo el vaso humeante que me tiende sin apartar la vista de ella.
—¿Para quién son estos paquetes? —pregunta el hombre que está descargando las cajas con diligencia. Vaya, así da gusto trabajar. No tengo que cargar con los paquetes y además me invitan a café calentito.
—Ah, son el paquete de Navidad de la empresa para Dany Aguirre y Marcos López —les aclaro.
—¿En serio? Vaya, ya pensaba que nos íbamos a quedar sin él —dice la chica.
—Mujer de poca fe, ya te dije que el jefe no se iba a olvidar de nosotros. —El hombre, Marcos supongo, se acerca hasta los paquetes para buscar el suyo.
—Que quieres que te diga, tal y como está el asunto, y ya a la fecha que estamos, pensé que no nos tocaba. —Lo del asunto lo entendía, no es que fuesen los mejores momentos para la empresa, pero tenía grandes planes para mejorar eso. El mercado extranjero en el punto de mira, quería expandir nuestras fronteras, llevar nuestros dulces tan lejos como pudiese. ¿No lo he dicho? Fabricamos todo tipo de dulces, sobre todo caramelos. Habíamos lanzado una gran oferta para Halloween que enviamos a Estados Unidos, y los resultados fueron espectaculares. Solo tengo que conseguir que eso se mantenga en el tiempo, porque la empresa reflotaría con ese nuevo mercado. Mi padre ha confiado en mí sugerencia, por una vez y sin rechistar, y había salido bien.
—Vaya, te cambio el mazapán y el turrón de chocolate por una botella de champán. —Giro para ver como Marcos sostiene en el aire los dos pequeños envases que ha mencionado.
—¿Otra vez igual? —Ella se acerca para mirar de nuevo dentro de la caja. —Estos de administración me desesperan.
—¿No te gusta el paquete? —pregunto. El turrón de chocolate es lo que la mayoría quieren en su lote, me informé.
—Marcos tiene dos niñas celíacas, no se trata de que no les guste, se trata de que no pueden comerlo por cuestión de salud —lo comenta al aire mientras abre su paquete.
—Son paquetes estándar, Dany, no tiene porqué saber qué es lo que les gusta o no a cada empleado. —Marcos se encoge de hombros, como si no pudiese luchar contra algo que constantemente se encontraba en su camino.
—No se trata de gustos, Marcos. No hacen más que repetirnos que todos los empleados somos una gran familia, y ni siquiera se preocupan en saber que tus niñas no pueden comer gluten, o que Elisa es alérgica a los frutos secos, o que Dimas no bebe alcohol. —En mi cabeza se repitieron las palabras de mi padre; «para conocer bien la empresa, primero tienes que conocer cómo funciona y a todos sus empleados». Yo no hacía más que pensar que eso era demasiado, que un directivo no tenía que saber todo eso.
Pero esa chica acaba de demostrarme que puede hacerse, que solo hay que prestar atención a aquellos que están alrededor. Y yo que me creía el rey porque sabía que a la secretaria de papá le gustaba el café solo, sin leche. Si quiero ser como él, si quiero tener un control absoluto sobre todo lo que concierne al tejido vivo de esta empresa, tengo que empezar por hacer caso a las palabras de mi padre. Hay que conocer a aquellos con los que trabajas.
Mi abuelo levantó la pequeña empresa del bisabuelo a base de trabajo y esfuerzo. Todavía hoy lo veo alguna vez ponerse la bata y las calzas sanitarias para ponerse a trabajar en la cadena de producción junto con algunos empleados. Él arrima el hombro, no solo dando ejemplo, sino demostrando que, si hay que trabajar duro, él es el primero. Papá siempre dice «no puedes pedir aquello que tú no estés dispuesto a dar».
Aquella chica era el perfecto ejemplo de lo que papá y el abuelo intentaban transmitirme. La auténtica fuerza de nuestro negocio, el auténtico valor, no está en la imagen corporativa o en un logotipo bonito, sino en las personas que hacen que funcione. Si todavía estábamos aquí después de casi cincuenta años, es gracias a la gente que trabaja con nosotros.
—¿Estás bien? —Dany preguntó mientras ladeaba su cabeza hacia mí.
—Eh, sí, ¿por qué?
—No sé, parecías congelado.
—Dale otro poco de café, Dany. El chico todavía no ha entrado en calor. —Pero se equivocaba, Marcos se equivocaba, porque ella me volvió a sonreír, lo que hizo que un calor agradable recorriese mi pecho, calentándome por dentro de una manera reconfortante. Me sentí flotando en una extraña nube. ¿Qué tendría este café?
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