Leo
Dos visitas del abuelo en el mismo día no podían ser algo bueno, y mucho menos a estas horas. El motivo por el que había venido a Las Vegas cada vez se acercaba más a mí, lo presentía. De alguna manera yo estaba en medio, y eso no me gustaba. Para una vez que conseguía algo por mis propios medios, lejos de su influencia, y él venía a ensuciarlo. Vale, puedo ser algo pesimista, pero es que la experiencia me decía que sería así. El bisabuelo Jasper sabía como destrozarle la ilusión a cualquiera.
Revisé la hora en mi teléfono mientras me acercaba al hall de entrada, la operación de Jade todavía tardaría un buen rato en terminarse, así que podría tener esa conversación que el abuelo me había pedido. ¿Asustado? Con el abuelo uno nunca podía esperar una palmadita de ánimo en la espalda.
Divisé su arrugada figura esperando en la entrada, rodeada por sus omnipresentes guardaespaldas.
—¿Podemos hablar en algún lugar más privado? —Esa era su forma de saludar cuando quería ir directo al grano. Al menos no daba rodeos inútilmente.
—En mi despacho. —Le sugerí.
No hablamos demasiado hasta que cerré la puerta, solo una conversación insustancial que sabía no nos llevaría a ninguna parte. Pero cuando estuvo acomodado en el sillón frente a mí…
—Voy a ir directo al grano, quiero que regreses a San Francisco. —Sí que fue directo.
—Ahora no puedo, iré cuando tenga un par de días libres. —No sabía lo que quería realmente. Todos mis asuntos en San Francisco habían sido finiquitados.
—No entiendes, quiero que regreses a tu puesto en el hospital Saint Francis Memorial. —Otra vez la palabra quiero, nada de necesito.
—¡¿Qué?! No voy a volver. Aquí tengo un trabajo mejor. —Y tampoco iba a decirle que el ambiente era completamente distinto y más sano para mi salud mental. Además, mi relación con Jade era la guinda del pastel. Incluso diría que ella era la parte más importante de todo el lote.
—Vas a hacerlo, porque yo te lo estoy pidiendo. —No tuve que pensarlo mucho, ya no era un niño al que podía asustar.
—No. —Dudo que esa palabra se la dijeran muchas veces.
—No te he pedido tu opinión, te he dado una orden. —dijo con arrogancia.
—Que seas el cabeza de familia no te da ese poder sobre mí.
—Vas a hacerlo, porque sino habrá consecuencias. —Casi me daba miedo de preguntar.
—¿Vas a desheredarme? Porque no me importa, puedo vivir sin tu dinero.
—¿Y tus padres? —Tampoco me preocupaban, tenían su propia fuente de ingresos, no necesitaban al abuelo.
—Creo que ellos también saldrán adelante sin tu ayuda. —Aun así, les llamaría nada más terminar esta conversación para informarles sobre las amenazas de Jasper.
—Yo no estaría tan seguro. —¿Qué quería decir? Pero no dejaría que me coaccionara.
—Ninguno de nosotros te necesitamos a ti, a tu dinero o a tus influencias. —¿Por qué sonreía?
—Eres el único que se ha atrevido a plantarme cara, y por eso siempre has sido mi favorito. Y sí, se que de toda la familia eres el único que puede salir adelante y triunfar sin mi ayuda. Pero no estamos hablando de eso. —Ya decía yo que no podía recibir un simple halago, con él siempre había un “pero”. Y hablando de “peros”, yo también tenía uno.
—No me interesa. —Me puse en pie dispuesto a echarle de mi despacho, o al menos que entendiese que esta conversación para mí había terminado.
—Yo creo que sí. ¿Qué crees que ocurrirá cuando empiecen a circular rumores sobre la homosexualidad de tu padre? ¿cuándo aparezcan fotografías comprometidas de él con ese socio suyo? ¿Qué dirá la gente cuando se entere de que tú no eres su hijo? La reputación es algo efímero que puede perderse en un segundo, y luego no hay manera de restituirla. —Todavía estaba tratando de asumir que el abuelo sabía que yo no era un hijo legítimo, cuando me di cuenta de que me estaba amenazando.
—¿Lo sabías? —El cabrón puso los ojos en blanco, aunque creo que no se sorprendió tanto por el echo de que yo también lo supiera.
—¿Crees que soy estúpido? Las pruebas siempre han estado ahí delante, solo tuve que confirmarlas. Pensé que tu padre había recapacitado cuando se casó con tu madre, pero luego se lio con ese otro depravado y lo echó todo a perder. He estado a un suspiro de echarle a la calle, de repudiarle. Pero estabas tú, el único que merece ser salvado de toda esa panda de inútiles. —Así que no le había echado antes a los leones porque no quería perderme a mí, pero ¿perderme de qué? Ahora estaba haciendo que le odiase, no creo que fuese por cariño.
—Yo no soy ningún premio. —Y mucho menos quería ser el de alguien como él.
—¡Eres cardiólogo!, por la Santísima Trinidad. ¡Claro que eres un premio! Quién no quiere a un médico de los buenos a su lado. Si algo me ocurriese, siempre te tendría a ti para curarme. —¿Qué medicación estaba tomando? ¿Se escuchaba lo que decía?
—Puedes pagar a los mejores médicos, no me necesitas a mí. —Si le diese un infarto en este momento, me pensaría muy seriamente el cumplir con mi juramento hipocrático. Antes no me gustaba, ahora lo odiaba.
—No es lo mismo un empleado que alguien de la familia. Los empleados vienen y van, la familia se queda. —Y el hipócrita lo decía con convicción.
—Te equivocas, la familia también puede irse, y en mi caso te puede echar. Sal de mi despacho. —Abrí la puerta y esperé a que cumpliese con mi petición.
—Tienes más agallas que todos los demás juntos—se puso en pie—, y por eso volverás, porque vas a solucionar esto. Y lo harás porque los quieres y no permitirás que sufran. Lo harás porque no tienes a nadie más. —Salió por mi lado con una sonrisa de victoria en la cara. Y me odié a mi mismo, porque sabía que él tenía razón, haría cualquier cosa por mis padres. Pero al mismo tiempo se equivocaba, sí que había alguien más, ahora tenía más familia. Quizás Drake con su intelecto, o Grigor o … Por el final del pasillo vi como se acercaba un hombre que conocía, un hombre con el que compartía mi sangre. Nick nos observaba en silencio, pero en sus ojos pude ver más, parecía decirme “estoy aquí si me necesitas”. La familia era importante para ellos, ¿podrían ayudarme?
Tendría que avisar a mis padres, que se preparasen para lo peor. Y le pediría a mi nueva familia que ayudasen a mis padres a instalarse aquí, en Las Vegas. Tendrían que volver a empezar de cero, crearse una nueva reputación, pero era mucho mejor que vivir bajo el yugo de Jasper Kingsdale.
Nick se detuvo frente a mí, solo que al otro extremo del corredor. Ambos observamos como Jasper avanzó hacia los ascensores, con la seguridad no de quién lleva a tres tipos armados para protegerle, sino de quién sabe que ganará la partida porque tiene las cartas marcadas.
—Problemas. —dijo finalmente Nick cuando estuvo a mi altura. No era una pregunta.
—Y de los gordos. —añadí.
—Si me lo cuentas, estoy seguro de que le encontraremos una solución. —Una cosa es desearlo, pensar en hacerlo, y otra finalmente dar el paso. Pero algo me arrastró a creer.
—Supongo que de todas las personas con las que puedo hablar, tú eres la que más conoce del asunto. —Una de sus cejas se elevó.
—¿Tus padres?
—Sí. ¿Tienes unos minutos? —Le señalé mi despacho.
—Para la familia tengo todo el tiempo del mundo. —Entró sin vacilar, lo que me dio fuerzas para continuar. Me invadió una extraña sensación, era como estar arropado, una certeza de que con él podía luchar contra cualquier dragón, que no me dejaría caer solo, que pelearía a mi lado hasta el final.