Leo
Cuando la necesidad aprieta, se despierta el ingenio. Si quería besar en condiciones a Jade, antes debía solucionar mi problema de mal aliento. Así que pensé ¿dónde podía encontrar lo que necesitaba sin salir del hospital? Boca, dientes… ¡Dentista!, ¿habría algún dentista en el edificio? Normalmente este tipo de coberturas médicas no se incluían dentro de los servicios hospitalarios, salvo que tuviese algo que ver con cirugía maxilofacial.
Busqué en la aplicación del hospital, y para mi sorpresa había un dentista. Ir hasta su consulta y convencerle de que me diese un vaso con colutorio no fue complicado. Conseguir una buena higiene solo con mi dedo y ese líquido no era posible, pero sí que conseguía eliminar la mayor parte del mal olor. Es un remedio que había tenido que utilizar en algún momento del pasado, y que en este momento también iba a sacarme del apuro.
Siguiente parte de mi plan, encontrar a mi presa y saltar sobre ella. Según la aplicación, la doctora Sokolov no estaba de guardia sino de consultas. Después de comprobar que ella no estaba detrás de su escritorio, solo había una única opción la que quedaba y era que estuviese visitando a alguno de los pacientes ingresados que tuviese que ser intervenido en pocas horas.
Sé que había despotricado contra el control de la app del hospital, del conocimiento exacto de mi posición cuando me movía por el edificio, pero conocer la situación de Jade en ese instante me habría venido perfecto. Aunque para un hombre de recursos como yo, con un teléfono a mano y la agenda con todas las extensiones del hospital, conseguir localizarla no fue difícil, solo me llevó un poco de tiempo.
Todo el trabajo quedó compensado cuando conseguí tirar de su brazo para encerrarnos en una habitación vacía. Asalté su boca antes de que pudiese decir algo que me detuviese, y había muchas cosas que funcionarían. Estábamos en el trabajo, las normas lo prohibían y … un sinfín de motivos más por los que no debería hacerlo, pero lo hice.
Volver a besarla, saborear su boca, sentir la tímida respuesta de su lengua a la invasión de la mía… Eso no tenía precio. Y como guinda del pastel, esta vez atraje su cuerpo al mío, para comprobar si sus curvas se adaptaban a las mías, ¡y diablos que sí lo hacían! Cada vez estaba más convencido de que ella había sido creada para mí, o yo para ella, ambas situaciones me servían.
—Esto no está bien. —susurró junto a mis labios.
—Lo sé. —Volvía besarla una vez más, y tampoco esta vez encontré resistencia por su parte, sino una respuesta igual de necesitada.
—Siento si te he puesto en el punto de mira de los chismosos. —Seguro que alguien nos había visto entrar allí, o nos verían salir, pero el merecía el riesgo por conseguir el premio.
—Que hablen, no me importa. —Sus manos recorrieron mis hombros, mis brazos, despertando placenteros escalofríos durante todo el recorrido. Si ella conseguía eso tocándome a través de dos capas de tela, no quería pensar lo que ocurriría cuando estuviésemos desnudos uno pegado al otro. Podíamos quemar la habitación entera.
—Tienes que ser una bruja. Yo no haría estas cosas si tuviese el control de mis acciones. —Besé suavemente la punta de su nariz, consiguiendo una sonrisa de su parte.
—Nunca me habían llamado así. —reconoció.
—Tienes razón, no puedes ser una bruja. Pero sí que eres un duende. —Su sonrisa se acentuó.
—¿Un duende?
—Sí, un duende de ojos verdes que me ha vuelto loco. —La besé de nuevo, porque… porque… ¡Va!, ¿qué importa la razón?
Sus labios tenían la capacidad de llevarme a otro lugar, a otro plano astral, pero como siempre pasa cuando te diviertes, la realidad nos devolvió de golpe al presente. Su teléfono empezó a sonar.
—Tengo que contestar. —Su voz pastosa me hizo sonreír, yo había conseguido llevarla a ese estado de aturdimiento.
No me alejé demasiado de su cuerpo, por lo que pude ver el gesto de extrañeza cuando miró su teléfono.
—No es el mío. —Sacudí mi cabeza para meter la mano en mi bolsillo y sacar mi propio aparato. Solo con ver el identificador supe por qué no había reconocido aquel tono, era Drake. ¿Sabría él lo que estaba haciendo con su hermana? Un extraño hormigueo recorrió mi nuca.
—Hola, Drake. —El cuerpo de Jade se tensó, alejándose de mí. El juego había terminado.
—Necesitamos tu ayuda. —Mi espalda se puso firme, como si el coronel me hubiese llamado a filas.
—Lo que necesites. —Podría haberle dicho que estaba ocupado, pero si su teléfono era reconocido por la aplicación del hospital, seguramente tendría acceso a mi cuadrante de trabajo. Y algo me decía que incluso podría saber mucho más. Era ingeniero, quizás incluso podría piratear el sistema y… Deja de ponerte paranoico, Leo. Él no va a averiguar lo que su hermana y tú estabais haciendo cuando nos interrumpió.
—¿Recuerdas el laboratorio de las incubadoras con órganos? —Como para olvidarlo, lo tenía grabado a fuego en mi memoria.
—Sí.
—¿Puedes acercarte ahora? —Miré mi reloj.
—Supongo que tengo una hora libre, sí, puedo hacerlo.
—No te preocupes, he despejado tu agenda. —Eso me puso nervioso. Como sospechaba, él podía hacer muchas cosas. —Esto es más urgente. —Ese comentario puso todos mis sentidos en alerta. ¿Tendría algo que ver con el corazón que estaba fabricando para Alma?
—Dame unos minutos, lo que tardo en llegar. —Miré a Jade, disculpándome en silencio. Ella pareció entenderlo.
—Cuando llegues a la planta, sigue las líneas hasta el acceso de esterilización. —¿Líneas?
—De acuerdo. Nos vemos enseguida. —cerré la comunicación sin dejar de mirar a Jade. —Lo siento. —me disculpé.
—Somos médicos, el deber está antes que el placer. —Su sonrisa se volvió triste, mientras su mirada huyó hasta mi pecho, donde sus manos estaban tratando de alisar la tela que no me había dado cuenta que ella había arrugado.
—No, solo lo pospone. —Besé sus labios con intensidad, aunque de forma breve. —No olvides que viajamos en el mismo coche.
Tomé aire profundamente antes de abrir la puerta. Saldría primero para comprobar que no había cotillas a la vista.
—Vía libre. —dije antes de salir, seguido por Jade.
—Nos vemos después. —Asentí hacia ella, pero no me atreví a sellar esa despedida con un beso.
Frustrado, resoplé mientas me ponía en marcha hacia el destino que me habían marcado. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, encontré los pasillos con poca iluminación, como si aquella zona no estuviese en servicio. Pero no era por eso, sino que advertí unas líneas de luz azul que parecían moverse por el suelo, señalándome el camino. Acababa de encontrar las miguitas de pan.
Seguí el camino señalizado, hasta alcanzar una puerta. No tenía cerradura, pero no le hacía falta. Con un casi inaudible siseo, la puerta se desplazó hacia un lateral, flanqueándome el paso. Nada más cruzar el umbral, la puerta se cerró con rapidez.
—Descontaminando. —La voz precedió a una ráfaga de aire que me revolvió el cabello. Recorrió todo mi cuerpo de pies a cabeza. —Cámbiese de ropa. —Una compuerta se abrió, dejando a la vista unas perchas para colocar la bata y todo lo que llevaba puesto. Incluso había una bandeja con el dibujo de dos suelas para poner el calzado.
—¿Puedo quedarme con los calzoncillos?
—Quítese toda la ropa. —Volvieron a repetir. Supuse que eso era un no.
—Está bien. —Ojalá no estuviesen mirando por alguna cámara, porque esto era algo incómodo.
Cuando toda mi piel estuvo al aire, la compuerta se cerró. Después, una especie de humo o bruma invadió la estancia. En ese momento comprendí por qué era tan pequeña, más que un ascensor para cuatro personas. Olía un poco raro, pero no me picaban los ojos ni la nariz, así que aguanté el minuto que permanecí envuelto por aquella extraña nube. En menos de cuatro segundos, toda ella desapareció por algún agujero.
—Vístase. —Otra compuerta se abrió, mostrando ropa limpia muy similar a la que me había quitado, salvo por la bata de médico. Además de un mono de esos impermeables, como los que se usan en los laboratorios biológicos para evitar la contaminación.
Me coloqué todo el equipo, escafandra incluida. Cuando lo tuve todo bien puesto, la pared frontal se deslizó, dejándome paso a la sala de las incubadoras. Si a través del cristal era impresionante, desde dentro lo era más. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, supongo que el mismo que sentiría Armstrong al dar su primer paso sobre la superficie lunar.
—Ya está. —Tan absorto estaba, que no me había percatado de que otro “astronauta” como yo, me había anclado un cable a una conexión en mi parte trasera. Tenía que ser el suministro de aire.
—Gracias.
—Soy C.C. —Era una mujer joven, y afable, así que correspondí a su familiaridad.
—Leo.
—Bien, Leo, acompáñame. —La seguí mientras se adentraba con familiaridad entre las enormes urnas con órganos. ¿Pero cuándo habían fabricado tantos? No recordaba que fuera nada más que uno. Pero claro, no tenía esta perspectiva.
—Menos mal que ya estás aquí. Nuestro corazón se niega a funcionar. —¿Corazón?
—¿Ya le has fabricado? —pregunté estupefacto. Porque me estaba hablando del de Alma, ¿verdad?
—Contémplalo tu mismo. —Se detuvo frente a una pecera de tamaño medio, en la que flotaba, sostenido por algunos tubos, un pequeño corazón humano. Ceo que en ese instante mi cerebro dejó de funcionar.
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