Varias semanas antes…
Mi madre dice que soy un poco impaciente, y tiene razón. Soy de ese tipo de personas que espera que todo el mundo haga las cosas igual que yo; rápido y eficiente. Dejar las cosas para mañana puede significar que llegan tarde, y en nuestro mundo, eso a veces puede significar la muerte. ¿Demasiado tremendista? Estamos hablando de mafia, aquí los problemas pueden resolverse con balas, o un cuchillo, una cuerda… Hay muchas formas de matar, y yo he aprendido todas ellas, aunque no haya tenido que usarlas, pero si que estoy preparado si fuese necesario.
Como decía, soy un impaciente, y un poco toca pelotas, pero no dejaría de presionar por ello. Seguro que Emil estaba harto de mí, pero todavía no me había echado de su despacho, lugar en el que estaba en ese momento mirándolo como un perro a un chuletón.
—Esto no va a ir más deprisa porque me observes todo el rato desde ahí, Owen. —Lo dijo sin apartar la vista del monitor de su ordenador.
—Lo sé. —No pude evitar esbozar una sonrisa de medio lado cuando escuché su bufido.
—Confía en mí, te llamaré cuando tenga los resultados.
—Eso también lo sé. —Esta vez sí giró la cabeza para mirarme con los párpados entrecerrados.
—Podrías hacer algo productivo y traer algo de comer para este pobre informático, al que explotas sin remordimiento alguno. —Emil ladeó la cabeza esperando mi respuesta a su puya.
Lo reconozco, estaba algo pesado con el tema de esa rata curiosa que se movía por la ciudad metiendo las narices en algunos de nuestros asuntos, pero es que cuando el gran jefe se pone serio, el resto hacemos lo posible por tenerle contento. ¿Por qué? Pues porque cuando Alex Bowman dice que hay que tener a ese tipo controlado, es porque olía que podía causarnos problemas. Que fuese mi padre no mejoraba las cosas, porque sobre mí recaía más responsabilidad. No es que mi padre me lo exigiera, es que había entendido hacía tiempo que no podía dormirme en los laurales, dejando que otros hicieran el trabajo. Si la situación se torcía, yo tenía que saber apañármelas por mí mismo. Además, haciendo todo tipo de trabajos, aprendía el funcionamiento de cada parte de la empresa. Podría haber puestos más o menos importantes, pero si uno fallaba, repercutía en el resto. Como decía esa frase “la cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones”. Mi padre es el más fuerte, y como futuro heredero, yo tenía que conseguir estar a la altura.
—Está bien. —Golpeé mis muslos antes de ponerme en pie y abandonar mi puesto de vigilancia sobre su persona. Más bien era acoso, porque estaba sentado frente a él y no dejaba de mirarlo sin decir una sola palabra.
—Que sea algo bueno, y si viene con postre, mejor. —Tenía que reconocer que el tipo era sutil, pero directo.
—Veré lo que puedo hacer. —Bueno y con postre, Emil estaba pensando en un menú de El Fogón, el restaurante de mi querido primo Santi. No es que me entusiasmara ir hasta allí como estaba el tráfico a esas horas, pero ya que estaba obligando al pobre hombre a trabajar hasta esas horas de la tarde-noche, un viaje hasta allí era un precio justo. Además, siempre podía visitar a mi mejor amiga.
Curioso, ¿verdad? Que un tipo como yo acabase teniendo como mejor amiga a una chica, y no una cualquiera, sino una tan dulce e inocente como ella. Bianca… Sí, seguro que a Santi no le importaría que le robase a su novia unos minutos. Saqué mi teléfono del bolsillo y marqué su número.
—Hola. —Pude escuchar una suave música de fondo, señal de que esos dos estaban preparando la cena. Desde que Santi se había liberado del turno de noche, solo cocinaba para dos.
—¿Puedo apuntarme a cenar?
—Tu sabes que hoy hay flan de café de postre. —Me acusó con mofa.
—Por supuesto. ¿Tendrías dos de esos?
—¿Vas a venir con alguien? —preguntó sorprendida y curiosa. Lo sé, no soy de los que se presentan con compañía, así que era normal su reacción.
—Tú dile a tu novio que prepare cena para cuatro, a no ser que quiera quedarse sin comer. —Me encantaba meterme con él.
—¿Has olvidado que trabajo con cuchillos grandes y afilados? —Escuché la voz de Santi en la lejanía, prueba de que Bianca había puesto el altavoz.
—Por supuesto, Santi-San. —Escuché su bufido. ¿No he dicho que me encantaba meterme con él? Tenía que hacerle sufrir un poco, él se había llevado a una chica estupenda, tenía que equilibrar su balanza para que no todo fuese felicidad.
—Como tardes mucho le daré tu ración al perro. —me amenazó él.
—No tienes perro. —le recordé.
—No, pero como tardes mucho se lo mando al tuyo. —Eso sí que era una amenaza, el perro de mis padres era un pozo sin fondo. Era un sacrilegio darle de comer las delicatesen que salían de las manos de Santi, pero sabía que él era capaz de hacerlo por chincharme.
—Estaré allí en menos de 20 minutos. —Cerré la comunicación con una sonrisa. Me gustaba mi vida, puede que tuviese momentos intensos, pero se compensaban con buenos amigos y familia.
Miré mi reloj justo cuando alcanzaba el portal del edificio de Bianca, 18 minutos, no estaba mal. Subí las escaleras de dos en dos, porque quería estar justo frente a su puerta cuando hicieran los 20 minutos. Nada como provocarles un escalofrío en el cuerpo, ¿sería eso lo que hacía papá? ¿Esperar la reacción que provocaban sus retorcidos juegos de palabras con la gente? De él esperaba cualquier cosa, era el mejor.
Ya frente a la puerta del apartamento, pulsé el timbre tres veces rápidas y consecutivas, mi llamada identificativa. Fuese el que fuese el que estaba al otro lado, sabía que era yo.
—Das miedo. —Dijo Santi nada más abrir la puerta, provocando que una sonrisa canalla se dibujara en mis labios.
—Yo también te quiero. Bueno, ¿Dónde está mi flan? —Dije mientras me acercaba a la cocina frotándome las manos.
—¿Dónde has dejado a tu acompañante? —Preguntó Bianca con la cabeza ladeada mientras buscaba detrás de mí con la mirada.
—Nunca dije que traería compañía. —Vi como una de sus cejas se alzó inquisitiva.
—Ya me parecía a mí demasiado raro. —fingí hacerme el sorprendido por sus palabras.
—¿No crees que pueda traer a una chica algún día?
—Tú hazte el gracioso, pero algún día caerás… —dijo antes de meterse un tomatito cherry en la boca.
—Y yo estaré ahí para verlo. —apoyó Santi. Dejé escapar una carcajada.
—Solo hay una chica para mí, y esa eres tú. —Besé su mejilla mientras me sentaba junto a ella.
—Búscate a otra, Casanova, esta ya está pillada. —Que eso lo dijese un tipo que me apuntaba con un enorme cuchillo de cocina me tenía que haber amedrentado, pero no, yo no soy de esos.
—Sí quisiera, te la robaría. —Aferré la cintura de Bianca al tiempo que ella ponía los ojos en blanco.
—Ni en tus sueños. —Aunque la frase siguiese el mismo todo de broma, sus ojos me miraban de una manera demasiado amenazadora para pasarla por alto. Había en ellos una clara advertencia de “aparta tus manos de mi chica, o te las corto”, así que como les tenía cariño, las llevé sobre la mesa.
—¿Podrías meterme esos flanes y un poco de eso que huele tan bien, en unos envases para llevar? —Santi frunció el ceño ante mi petición.
—Dijiste que venías a cenar, no que te lo llevarías. —me recriminó Bianca.
—Lo siento, tengo a Emil castigado detrás de un monitor, y merece que le lleve algo de cenar mientras me soluciona un problemilla. —Desvié ligeramente la vista hacia Santi, él sí que podía hacerse una idea de que tipo de problema era el que podía tener entre manos.
—Vale, pero esto te costará un par de entradas para el ballet, y no uno cualquiera, mi chica quiere ver el Cascanueces.
—¿Ese no es el que tiene todas las localidades agotadas hace días? —Santi si que se había vuelto un chantajista.
—También podías haber pedido un menú para llevar del restaurante de abajo. —Tenía razón, pero es que Bianca no estaba allí, y me apetecía ver como estaba.
—Eres un chantajista. —Santi me tendió una bolsa con los recipientes de comida ya dentro.
—Lo tomas o lo dejas. —Se había vuelto un duro negociador, estaba claro que estaba aprendiendo demasiado de su padre.
—Lo tomo. —Casi arranqué la bolsa de sus manos, pero es que no quería que se arrepintiese. —Pero espero que hayas puesto mucho de todo, porque esas entradas me saldrán muy caras. —Tendría que pedir algunos favores, o mejor dicho, tendría que devolver algunos que no me apetecía perder. Aunque… mejor le decía a mi padre que se encargase de ello, a fin de cuentas, Emil y yo estábamos trabajando en algo que él había ordenado.
—Vuelve pronto. —Le guiñé un ojo a Bianca antes de girarme hacia la puerta.
—No se lo digas, que le tenemos aquí mañana gorroneando la cena otra vez. —Le regañó Santi, pero cuando vi su expresión sabía que no lo decía en serio. Tan solo le gustaba picarme. En fin, me estaba bien merecido, yo había empezado con este juego.
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