El corazón parecía que iba a saltar fuera de mi pecho, pero no era nada malo, darle una sorpresa a mi novio nunca podría serlo. En vez de regresar al campus el domingo como tenía previsto, estaba haciéndolo el sábado por la noche.
Mis pies volaban mientras me acercaban al edificio de los Omega Zeta Phi, la fraternidad de Ray. Si mi antiguo profesor de educación física me viese en ese momento esquivando a la gente que abarrotaba la calle, seguro que me habría puesto un sobresaliente. No solo estaba zigzagueando entre universitarios que bailaban o estaban ebrios, o a punto de estarlo, algunos, todo al mismo tiempo, sino que lo más peligroso era no chocar contra algún vaso de bebida. Es lo que tienen las fiestas de las fraternidades, hay un descontrol total dentro y fuera del edificio.
Encontrar a Ray iba a ser complicado, porque nadie sabía dónde estaba nadie en una fiesta de fraternidad. Así que revisé toda la planta inferior, pero no lo encontré. Al final, alcancé su habitación, la que compartía con un tal Walter. Al abrir la puerta encontré las luces apagadas, y por fortuna, a nadie dentro dándose el lote. Eso ocurre mucho en este tipo de fiestas.
Cerré la puerta para dejar el ruido fuera, y me acerqué hasta el escritorio de Ray. La de tiempo que habíamos pasado allí los dos repasando apuntes y estudiando para los exámenes. En su fraternidad eran más flexibles con la presencia de estudiantes de otros sexos a horas tardías, no como en mi residencia. Por eso solíamos intercalar el lugar de estudio, dependiendo de nuestras necesidades.
Escuché un golpe contra la puerta y risas femeninas. No tendría que haberme asustado, pero lo que sí me puso nerviosa fue escuchar como manipulaban la cerradura para abrir la puerta.
—Voy a comerte entero. —¡Mierda! Si me pillaban allí sola, curioseando entre las cosas de Ray, tendría que dar muchas explicaciones.
Con una agilidad que emulaba a la de un gato, me escondí dentro del armario. La puerta del lado de Ray siempre estaba abierta, porque era un desastre. Su compañero Walter sí que era un maniático del orden, incluso tenía ordenadas sus camisas por colores.
—Quítatelo todo. —¿Aquella voz era la de Ray? No, tenía que estar confundida, él no podía…
Me acerqué a la puerta del armario, para poder ver entre las lamas horizontales lo que ocurría a escaso un metro de distancia, justo a los pies de la cama.
—¿Quieres verme las tetas? —¡¿Diana?!, ¡esa era Diana! Ella y Ray… No podía ser, esto no podía estar pasando.
—Sabes que me encantan. —Ray se acercó a los dos enormes orbes para estrujarlos en sus manos, en cuanto estos quedaron liberados de la ajustada camiseta de Diana.
—Espera, tengo que quitarme el sujetador. —Incluso el reproche sonó demasiado sensual.
Cuando la prenda liberó del todo los pechos, Ray los atrapó con avaricia.
—¡Dios!, tienes unas tetas prodigiosas.
—Y tú un rabo muy juguetón. —Diana aferró la cintura de los pantalones de Ray, para tirar de él y poder acariciar mejor el bulto que estiraba la tela de sus pantalones.
Ray besó la sucia boca de Diana, sin dejar de masajearle una teta. Estos dos estaban demasiado centrados en sobarse a conciencia el uno al otro. Tenía que irme de allí, pero no podía escapar de aquel armario, porque me pillarían, y tampoco era capaz de apartar la vista de lo que estaba presenciando, porque era la constatación de que Ray me estaba engañando con otra chica. Lo único que me faltaba era presenciar la traición de mi novio y mi compañera de habitación, y encima ser sorprendida espiándolos.
—¿Esta vez vas a chupármela? ¿O esa caricia solo se la haces a Jack? —Esa era otra. Se suponía que Jack y Diana tenían una relación. Aunque visto lo visto, parecía ser que el único que entendía que era exclusiva era el pobre running back de los Columbia Lions.
—Depende, ¿tú vas a hacerme un cunnilingus como los que hace él? —Le había oído decir, más de una vez, que estaba orgullosa de cómo había enseñado al pobre paleto de pueblo a hacer esa delicada práctica sexual. Según decía, el chico había tardado, pero se las apañaba bastante bien. Diana nunca se había cortado a la hora de pedir lo que quería en el sexo, y si no alcanzabas el nivel, te mandaba de paseo sin compasión.
—Lo que voy a hacer es ponerte a cuatro patas, darte unos azotes y metértela hasta el fondo, que sé que es lo que te gusta. —No, a Diana le gustaba un cunnilingus bien hecho, se lo exigía a todos sus amantes, y era la práctica sexual que más solicitaba, a ella no le iba…
—Cómo me conoces, canalla. —¡¿Qué?!
Diana se sentó en el borde de la cama, tiró del pantalón de Ray, le bajó la cremallera y le sacó el miembro para prestarle la caricia sexual que él había solicitado.
—Oh, sí. Nena, tú sí que sabes cómo hacerlo. —gimió Ray.
No podía dejar de mirar la maestría y eficiencia con la que Diana metía y sacaba aquel pequeño mástil de carne de su boca, succionando como si disfrutase de un helado en un día de calor. Los gemidos entrecortados de Ray no solo indicaban que lo estaba disfrutando, sino que la chica estaba haciendo un gran trabajo.
Él me lo pidió una vez, pero me negué. ¡Diablos! No había estado con ningún chico antes, con él perdí mi virginidad. ¿Y me pedía que le hiciese una felación? En ese instante supe que yo nunca le hubiese dado lo que quería, y quizás por eso estaba acostándose con Diana, porque había cosas que yo no sabría hacer y ella dominaba. ¿Cómo pude pensar que un chico con su bagaje se conformaría con lo que podía obtener de mí? Que acabase acostándose con Diana era culpa mía. Mi inexperiencia lo había empujado a sus brazos sin remedio.
Ray apartó a Diana y la alzó con rapidez para besarla con ganas. Después, le dio la vuelta, la empujó sobre la cama para que se pusiera a cuatro patas sobre el colchón, se colocó el preservativo con rapidez, y antes de penetrarla con una fuerte estocada, le dio un sonoro azote. La muy zorra gimió, como si le gustase. Yo nunca podría encontrar placer en que me golpeasen. En este juego siempre ganaría ella.
Con el escándalo que estaban haciendo estos dos en la habitación, entendía por qué Diana creía que era silenciosa cuando tenía encuentros sexuales con sus ligues en nuestra habitación, mientras yo estaba dormida en mi cama.
Cuando llegaron al orgasmo, los dos gritaron como salvajes, sin dejarse nada dentro. Incluso Ray me sorprendió. Cuando teníamos sexo éramos más silenciosos, más comedidos. ¿Era eso lo que buscaba en Diana?
—Eres perfecta. —dijo Ray mientras salía del cuerpo de ella.
—Podríamos hacer esto todas las veces que quisieras, no necesitamos escondernos de Didi si la dejases. —La respuesta a esa pregunta me interesaba, así que ni siquiera respiré esperando sus palabras.
—No puedo. —Ray se alejó de Diana y empezó a quitarse la poca ropa que le quedaba encima.
—¿Por qué no? —preguntó demandante ella. Ray le dio la espalda, mientras se acercaba al sifonier, abría un cajón y cogía un calzoncillo limpio para ponérselo.
—Porque la necesito. Tengo que sacar la maldita carrera de derecho con una buena nota, si no, no me tomarán en cuenta en los Giants.
—Creí que tu padre era un pez gordo allí.
—No soy el único que quiere un puesto senior en el club. Una buena nota me aseguraría una mejor posición en la lista. —Le vi meter las piernas dentro de unos pantalones limpios, quizás con más brusquedad de la debida. Estaba claro que ese asunto le ponía de mal humor.
—Ahora entiendo qué vistes en esa mosquita muerta. —Diana se puso en pie, recogiendo su ropa de paso. —No me encajaba que un tipo de Omega Zeta Phi saliese con alguien como ella. —Mis manos se convirtieron en puños. Escuchar eso de su boca dolía. Sabía que no seríamos grandes amigas, pero al menos creía que manteníamos una relación cordial. Y ahora descubro que me tenía por un parásito de la sociedad, un desecho.
Ray se acercó al armario, lo que me obligó a deslizarme rápidamente hacia el fondo para que no me viese. Si miraba abajo…
—No me importa esperar, porque sé que ella solo es un medio para conseguir un fin. —Las manos de Diana abrazaron el cuerpo de Ray desde atrás, lo que provocó que él dejase de buscar una camisa entre las perchas.
—Solo dos trimestres y terminaremos el curso. En verano seré todo tuyo, como te prometí. —Ray se giró para mirar de frente a Diana, y abrazarla de vuelta.
—El verano pasado también prometiste que serías mío, y cuando volviste fuiste derecho a por ella. —¿Cuánto tiempo llevaban juntos? Su traición no era solo de una noche loca, era algo más prolongado en el tiempo.
—Solo lo que queda de trimestre y el de verano. Después tengo que convencerla para que haga el máster que me catapultará al puesto de abogado senior en los Giants, y cuando lo termine… —Lo dejó en el aire, como si le prometiese el cielo en ese entonces.
—Será mejor que te vistas, no quiero perderme la fiesta de ahí afuera. —Diana se giró, dándole la espalda a Ray, el cual aprovechó para darle un sonoro azote a su ya enrojecida nalga.
—Estás en mi fraternidad, nena. Siempre habrá alcohol del bueno para ti. —En otras palabras, al resto le daban del malo.
Esperé a que se vistieran y a que saliesen de la habitación. Poco después lo hice yo. Nadie se fijaría en mí cuando abandonase la fraternidad, nadie se molestaría en mirar a una chica “mosquita muerta” como yo.
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