Jade
Mientras conducía en dirección a casa de los abuelos, no podía dejar de pensar en las palabras de mi madre, aquel día que un chico del colegio me rompió el corazón, o eso pensé. Cuando tienes 12 años todo se ve de una forma totalmente diferente a cuando tienes 28 años.
El caso es que estaba en mi habitación, echa un ovillo sobre mi cama, dejando que mamá me consolase con sus dulces palabras, después de que Oliver Sparks hubiese pedido ir al baile a otra chica. Pensaba que la afortunada sería yo, pero evidentemente no fue así.
Mamá dijo que el dolor pasaría pronto, porque parecía que Oliver me gustaba, pero no tenía pinta de estar enamorada de él. Las únicas referencias que tenía sobre el asunto era lo que había leído en esas novelas románticas que había conseguido a escondidas. Allí las protagonistas sentían mariposas en el estómago y esas cosas, sensación que creí experimentar cada vez que Oliver me sonreía. Pero mamá tenía otra opinión.
—Cuando estés realmente enamorada lo sabrás. —dijo.
—¿Tú como lo descubriste? —pregunté.
—El amor no es igual para todo el mundo. A algunos los golpea como si un fuego artificial hubiese estallado dentro de tu pecho, otros experimentan una lenta sensación de calor que te envuelve. En mi caso no sabría decirte como ocurrió, pero sí que no fue como esperaba. Tu padre me hizo volver a confiar, me dio seguridad, me conquistó de una manera que no tiene nada que ver con ramos de flores y ese tipo de detalles cursis. Creo que un día simplemente descubrí que vivir sin él me destrozaría, porque había encontrado una razón para vivir. Y no me refiero a existir, sino a sentirme llena de ganas por disfrutarlo todo, de exprimir todo aquello que la vida podía ofrecerme.
No entendí realmente lo que me dijo, pero con el tiempo lo haría. Para una niña de 12 años, vivir era sinónimo de respirar y poco más. La pasión ya la teníamos, pero no sabíamos reconocerla. Y no me estoy refiriendo al sexo, sino a la pasión por la vida, por devorar el mundo a tu alrededor y aquel que todavía no había descubierto.
¿Mariposas en el estómago? Leo me provocaba mucho más que eso. Todo lo que tenía que ver con él me arrastraba con facilidad a extremos que no me había imaginado que pudiese desear alcanzar. Nunca imaginé que hiciese todas esas cosas por un hombre. Era como si mi cerebro hubiese regresado a la adolescencia, porque estaba saturado de hormonas que le impedían razonar. ¿Quién me iba a decir que me saltaría todas las reglas por estar con él?
Todo lo que experimentaba con él era más intenso que lo que había vivido antes. Un beso, un simple beso, hacía que los dedos de mis pies se encogiesen de placer.
Un suspiro a mi derecha me recordó que él estaba allí, y que no había hablado desde hacía un buen rato. Estaba acongojado, y no era para menos.
—Todo va a ir bien. —Estiré la mano para tomar la suya, tratando de darle fuerzas para superar este paso.
—Para ti es fácil decirlo, son tu familia. —También era la suya, pero entendía que no había tenido tiempo de prepararse para lo que estaba por llegar.
—Ya conoces a muchos de ellos, y sabes que no te van a comer. —Quizás el humor ayudase a aliviar la tensión que percibía en él.
—No si hay postre para todos. —¿Había bromeado? Sí, pero su sonrisa no era la misma de siempre.
—Oh, tranquilo. Habrá de sobra. —Al menos ya había asimilado lo que significaban los postres para su padre y sus hermanos. Es lo que tienen los tipos grandes con apetitos igual de descomunales, que los postres eran una tentación en la que no les preocupaba caer. Es más, creo que incluso así tienen una justificación para machacarse después en el gimnasio con sesiones draconianas de lucha.
—¿Siempre suelen hacer esto? —preguntó, todavía sorprendido.
—¿Lo de planificar una cena familiar con tan poco tiempo? —quise saber.
—Eso también, pero a lo que me refería, es a convencer a la gente con tanta facilidad para que no pueda negarse. —Casi suelto una carcajada. El pobre no tenía ni idea del poder de persuasión con el que se había enfrentado.
El tío Nick no le dejó escapatoria, cierto, pero había miembros de la familia que era mucho más difícil de esquivar. No quería verle encarando al tío Viktor, a él sí que no había manera de negarle nada. No solo por su forma de envolverte con sus palabras, sino por esa mirada suya que te mantenía sujeto a la silla como un conejito asustado. ¿Intimidante? No había una mejor palabra que pudiese definirlo.
—Si no estás cómodo con esto, todavía estamos a tiempo de dar media vuelta. —Siempre podíamos poner alguna excusa, aunque con Viktor había que tener cuidado de no mentir, porque iba a pillarte.
—Ya es demasiado tarde. Se ha movilizado toda la familia por mi culpa, no voy a fallar ahora. —Tomó aire profundamente, llenándose de valor. Si algo tenía que reconocer, es que no era de los que se echaba atrás, y eso me gustaba.
—Cuando los conozcas verás que no son tan terribles. —le aseguré.
—No me dan miedo. —aseguró— Tan solo me imponen. Tienen una manera de hacer las cosas que a veces da vértigo. —Sabía que no era solo por aquella cena familiar tan repentina.
—Los Vasiliev somos así. ¿Por qué hacer las cosas despacio cuando puedes hacerlas rápido? Y no, eso no quiere decir que se hagan mal. Cuando uno de la familia se lanza a algo es porque está listo, o en su defecto tiene una red de seguridad preparada por si sale mal. Pero eso ya lo irás viendo con el tiempo. —le aseguré.
—Creeme, ya lo he notado. —El corazón de Alma, la cena con la familia al completo… Sí, podía decirse que había tenido su buena parte de situaciones precipitadas.
—Voy a darte un consejo. —Él se giró hacia mí, prestando mucha atención—Solo sé tú mismo. Ya les tienes medio encandilados. En cuanto conozcan el resto de ti, caerán rendidos a tus pies. —le aseguré.
—¿Tú crees?
—Lo sé. —Yo lo había hecho.