Prólogo
El frío de la noche empezaba a penetrar en mis huesos, pero no me importaba. Era demasiado pronto para regresar a mi apartamento, o tal vez fuese ya muy tarde, pero eso me daba igual. Ella seguía allí arriba, en su torre, y mientras su luz estuviese encendida yo seguiría observando.
Es una estupidez, lo sé. A esta distancia no podrá verla. Si ella se asomase a la ventana tan solo vería una silueta difusa, ni siquiera podría distinguir su rostro. Pero sabía que era ella, nadie más quedaba en el edificio a esas horas, ni siquiera los equipos de limpieza. Solo una adicta al trabajo como ella sería capaz de pasarse horas allí encerrada.
Podía ser un caballero y acercarme para llevarle algo para cenar, pero no quería que me acusase de que la controlaba, cosa que era verdad. Soy un maldito acosador que sigue cada uno de sus movimientos, que la observa en la distancia. Pero no es por miedo, no es porque tema el rechazo, es porque respeto lo que está haciendo, y no me estoy refiriendo a su complicado trabajo, sino al motivo por el que se ha alejado tanto del mundo en que ha crecido.
A diferencia de ella, yo no solo he aceptado mis orígenes, sino que decidí asumir la responsabilidad de supone ser un hijo de la mafia. Sí, mi padre es el jefe de la mafia rusa allí en Las Vegas, y aunque yo ahora haya fijado mi residencia en el otro extremo del país, sigo llevando mi apellido con orgullo, así como mantengo el tipo de trabajo que se espera empeñe alguien como yo.
La mafia ya no es lo que era el siglo pasado, ha evolucionado. Digamos que hoy en día no somos más que gente de negocios, aunque no nos importa caminar con un pie a cada lado de la línea que separa lo legal de lo que no lo es.
¿Por qué cuento todo esto? Pues porque precisamente estoy acosando a una mujer que no puedo tener por ser quién soy, una mujer increíble; hermosa, inteligente, luchadora, tenaz… Pero el motivo por el que está lejos de mi alcance es porque quiero protegerla de mí, de lo que soy, del equipaje que llevo conmigo.
Ella es la hija del feje de la mafia irlandesa aquí en Chicago, conoce este mundo muy bien, bueno, tan bien como su padre y su hermano le han permitido. Pero ha decidido salir de él, trabajar en un campo totalmente distinto a los negocios de la familia. Su padre no solo se lo ha permitido, sino que le facilitó que lo hiciera. Construyó para ella una torre donde estuviese a salvo, donde aquellos que quieren atacar a su padre no puedan alcanzarla.
Y ahí estoy yo, en el edificio al otro lado de la calle, recostado sobre la cubierta que protege el pequeño puerto aéreo para drones comerciales. Con la vista elevada hacia el firmamento, buscando entre las ventanas iluminadas la imagen de aquella que me robó el corazón hace tiempo, esperando capturar un recuerdo que em acompañe esta noche. Preocupándome por si no regresa a casa pronto para dormir las horas que necesita.
No me engaño, estoy allí, esperando que ese hilo dorado, que une a las almas emparejadas, tiré de ella hasta la ventana, para que ella también pueda mirarme. No me verá, pero supondrá que estaré en el apartamento de abajo, seguramente preparándome la cena, o duchándome después de un largo día de trabajo. Algo que no haré hasta que ella haya abandonado el edificio. Incluso cuando lo haya hecho, controlaré el trayecto de su coche. Sabré el momento exacto en que atraviese la verja de su jardín, cuando entre en casa… Calcularé mentalmente cada movimiento que esté haciendo después, y cuando esté seguro de que esté en su cama, yo me recostaré en la mía.
Soñar que ella esté recostada al otro lado de mi colchón es un sueño recurrente para mí, pero un sueño que jamás podrá ser real. No puedo reclamarla, pero eso no quiere decir que permita que lo haga otro. Eso me convierte en un ser odioso, retorcido y egoísta, pero es que yo nunca he dicho que sea una buena persona. Su seguridad es mi prioridad, como la de toda la familia, como la de su hermano y mi mejor amigo, y por eso de alguna manera ella también es mía.
Mi nombre es Adrik Vasiliev, un pecador que ha escogido su propia penitencia.
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