Hugo
Llamé a la puerta de la sala del ecógrafo de ginecología, y esperé a que me diesen permiso para entrar. No quería encontrarme con el trasero de algún paciente dándome la bienvenida, y mucho menos el de mi hermano.
—¡Ah!, ya has llegado. —Me saludó Bruno. Tumbada en la camilla estaba mi cuñada, Nika, con la tripa al aire, dejando que la radióloga extendiera el gel sobre su abdomen.
No era la primera vez que la sometían a esta prueba, habían pasado por un infierno para intentar tener un bebé, pero no había dado resultado, al menos hasta ahora. Y lo sé, porque estuve a su lado todas las veces que me lo pidieron.
Ver sufrir a mi hermano era duro. Deseaban tanto ese bebé que no llegaba, que dolía cada fracaso por el que tenían que pasar. Y Nika… ella era la que peor lo estaba pasando.
—Toma. —Bruno me tendió su teléfono.
—¿Quieres que os saque una foto? —No necesitaba su teléfono para sacar una instantánea, bastaba con sacarla con el mío y después enviársela.
—No, quiero que grabes la pantalla. Yo no quiero perderme nada. —Estaba a punto de decir algo, pero la voz del técnico que interrumpió.
—¿Listos? —Bruno tomó con fuerza la mano de Nika. Ni un tornado podría separarlos.
—Sí. —dijeron a la vez.
—Muy bien, allá vamos.
Lo mío no son las ecografías, casi ni sabía interpretarlas, pero cuando oyes el sonido de un pequeño corazón latiendo, sabes que lo que estás viendo es una nueva vida. ¿Cómo sé que es el latido de un feto? Por el ritmo, es más veloz que el de una persona adulta.
—¿Estás grabando a nuestro bebé? —preguntó Bruno sin apartar la mirada del monitor.
—Eh, sí, claro. —Mentira, pero ellos eso no lo sabían. Aquel sonido me había dejado igual de noqueado que a ellos.
Con rapidez le di al botón para grabar la imagen del pequeño guisante que crecía en el útero de Nika. Mi sobrino, o sobrina, estaba allí dentro. Lo habían conseguido.
—Tenemos un bebé sano de 16 semanas de gestación. Enhorabuena papas, y tío. —La técnica se giró hacia mí para sonreírme. En otro momento le habría devuelto la sonrisa con un toque de “¡Eh!, preciosa, ¿te apetece tomar un café conmigo?”, pero en ese instante, el ligón que llevaba dentro había sido desplazado completamente.
—Gracias. —Ver el brillo en el rostro de Nika, esa alegría desbordándoles a ambos, me hizo sentir feliz y al mismo tiempo… vacío.
Mataría a cualquiera que intentase hacerle daño a mi hermano gemelo, su inocencia y buen corazón, su falta de experiencia, lo hacían un ser vulnerable. Quiero decir, que no estaba tan curtido como yo en asuntos vitales. Y daba gracias al cielo por la suerte que había tenido de alcanzar a la mujer de la que siempre estuvo enamorado. Pero eso no quería decir que no le tuviese envidia en ese momento.
Ellos dos tenían un vínculo que yo nunca he logrado con otra persona. Nunca lo busqué, es verdad, pero había algo en mi interior que se estaba removiendo, alzando una voz que me hablaba con más fuerza: “Terminarás solo” “No hay nadie especial para ti”. Eso duele. Menos mal que conseguía calmarla dándole un buen revolcón. El sexo es la mejor medicina para aplacar esos síntomas de debilidad.
—¿Lo tienes? —preguntó Bruno hacia mí.
—Claro. —Le aseguré.
Tomó el teléfono de mi mano para empezar a teclear en él.
—Es hora de que los abuelos de Miami se enteren. —Mis padres saltarían de alegría, literalmente. Y como esperaba, su llamada no tardó en llegar.
Cuando salí de aquella habitación, me sentía extraño, feliz, pero con un hueco vacío en mi interior. Quizás, charlar con alguien que también sintiese esa carencia nos ayudaría a ambos a no sentirnos tan solos. Mis pasos me llevaron directamente hacia el despacho de Leo. Su familia vivía en Los Ángeles, y había llegado no hacía mucho, seguro que no había hecho muchos amigos. ¿Cómo iba a hacerlo si estaba todo el día metido en el hospital? Ese tipo no sabía lo que era tener vida propia.
Llamé a su puerta, esperando que estuviese allí. Lo que no esperaba, fue que abriese él mismo, con el pelo revuelto y toda la pinta de haber sido sorprendido haciendo algo indecente. Sé de lo que hablo, soy un especialista en salir de cuartos pequeños después de darle un buen repaso a alguna enfermera.
—¿Necesitas algo? —Su rostro sonrosado era la única pista que necesitaba para saber que no debía molestar.
—Nada, ya veo que estás ocupado. —Le guiñé un ojo y di un paso atrás.
—Muy ocupado. —Lo que no esperaba es que una voz femenina, que conocía muy bien, respondiese por él a su espalda. ¡Mierda! ¡Jade! ¿Pero qué había hecho este hombre? Lo que tu nunca has podido, idiota, derribar a bragas de hierro.
La puerta se cerró dándome en las narices, dejando escuchar unas risillas al otro lado. Dejándome claro, que el único que seguía solo era yo. Leo había encontrado compañía, pero no una que fuese a irse, sino una que se quedaría a su lado mucho tiempo.
Mi madre siempre decía que lo mejor para los corazones tristes era el chocolate caliente y alguien con quién hablar. Yo tendría que conformarme con el chocolate, así que fui a la cafetería a conseguirlo. Mi turno terminaba en unos minutos, solo tenía que revisar que el último pedido de piel artificial estuviese preparado para el trasplante del día siguiente.
Lo malo de la planta de los laboratorios, es que no había papeleras en las que tirar el vaso vacío. Los pasillos eran, además de solitarios, demasiado asépticos. Lo único que se movía por allí, era uno de esos robots de limpieza y yo. Lo mejor para alejar esa maldita sensación de soledad que cargaba encima.
Pasé mi identificación por la cerradura de seguridad, y me adentré en la sala de máquinas. Lo que no esperaba era encontrar a alguien allí.
—Ah, hola. —saludé. La chica golpeó con la rodilla para encajar una cubeta en la parte inferior de una de las impresoras, antes de girarse hacia mí.
—Hola. ¿Me traes algo rico? —Miró mi vaso con ganas.
—No, lo siento, lo terminé de camino aquí. No sabía que iba a encontrarme con alguien, sino te lo habría traído. —¿Flirtear? La chica estaba buena. Podía notar unas caderas perfectas dentro de aquel anodino uniforme de hospital.
—Ya era pedir demasiado que un chico guapo me trajese—se acercó a mí para oler el interior del vaso—chocolate. —¿Había gemido? Sí, y era lo que mi entrepierna había estado esperando para despertar de su letargo.
—Acabo de terminar mi turno, puedo invitarte a tomar uno, si quieres. —me ofrecí.
—Me temo que eso no es posible. —suspiró con pena— Vivo encerrada en esta torre. —Señaló su alrededor.
—¿No puedes escaparte unos minutos? —pregunté travieso. Quizás, si me la camelaba podría… Era simpática, ¿por qué no?
—Si salgo de aquí, el dragón puede quemarme. —dijo en un susurro. Debía de estar realmente aburrida de estar allí dentro, porque ni conocía a ninguna enfermera o técnico que se atreviese a bromear de aquella manera con un médico. Y no, ella no podía ser médico, no estaría encargándose del mantenimiento de los equipos, ¿verdad?
—Y no queremos que eso suceda.
No sé cómo sucedió. Charlamos animadamente durante un buen rato, creo que se nos hizo de noche, no lo sé, allí dentro uno pierde la noción del tiempo. El caso es que una cosa llevó a la otra, y acabamos haciéndolo encima de una mesa, y no, yo no fui el que estuvo encima. Aquella chica era salvaje, desinhibida, y a todas luces necesitaba algo con lo que salir de su aburrida monotonía. Una suerte que pasara yo a saludar.
Pero todo tiene una parte mala, y no fue el que una vez terminado el sexo cada uno nos fuéramos por nuestro lado. Dejamos muy claro que esto era algo sin compromiso por parte de ambos. No, lo malo, es que soñé con ella y esa manera de lamer mis labios y decir con aquella voz aterciopelada y tremendamente sexy que sabía a chocolate. ¡Dios!, es repetir esa palabra en mi mente y ponerme caliente como un toro encelado. ¿Qué demonios había pasado?
En fin, siempre podía regresar a su torre y llevar un poco de chocolate a la princesa que estaba allí encerrada. Soy travieso, lo sé.
Crees que hemos terminado con Leo y Jade?
Pues no. La próxima semana llega Dra. Jade, no te la pierdas