Mi primera llamada a través de la aplicación del hospital no tardó demasiado en llegar. A parte de la identificación de la persona que llamaba y de la presentación de la misma, no difería mucho de una llamada normal.
—Hola doctor Kingsdale. Necesito que me digas qué número de pie calzas. He de enviarte el calzado para quirófano y para hospital, aunque este último puedes comprarlo por tu cuenta si necesitas algo específico. Solo quería ir adelantando el material que puedes necesitar para mañana. Tenemos un buen stock en el almacén. Espero haber acertado con el uniforme. Más o menos tienes la complexión de mi marido, así que he calculado a ojo. Pero con el calzado no quiero arriesgarme. —dijo Amy. Esta mujer sí que estaba en todo. Y ahí tenía a mi controladora.
—Pues un 9,5.
—Veo que tenemos en stock. Te lo mandaré al despacho. Se me olvidó comentarte que tienes una taquilla para la ropa y el calzado junto a la estantería. Está mejor explicado en el anexo de recursos. Ahí te detalla su funcionamiento. —¿Funcionamiento?
—Gracias.
—Siento si te parece que todo esto va muy deprisa, y que tal vez tengas la sensación de que necesitas algo más de tiempo para acomodarte, pero es que por aquí solemos hacer las cosas con prisa. Además, es imperativo de que el servicio de cardiología infantil esté en marcha lo antes posible. —Algo me decía que mi primera paciente tenía algo que ver con ello.
—Ya he visto que tengo una cita para mañana.
—Espero que no tengas ningún problema con eso.
—No. Cuanto antes empiece mejor.
No soy de esas personas que necesitan su tiempo para aclimatarse a su nuevo entorno. Supongo que eso sea por mi trabajo en médicos sin fronteras, allí no hacías más que posar un pie en tu nuevo desino y ya te ponían a trabajar. Y los pacientes no llegaban de uno en uno, sino que tenía una larga cola esperando.
—Perfecto. Entonces, si no necesitas contactar conmigo, nos veremos en una de las reuniones semanales. —No tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—Supongo que la dinámica de trabajo vendrá en uno de esos ficheros que están en mi terminal. —adelanté.
—De verdad que lo siento, pero te irás familiarizando con todo ello poco a poco, no te preocupes. —se disculpó.
—Tranquila, seguro que pronto le cogeré el ritmo.
—Eso creo.
Nos despedimos y me centré de nuevo en mi terminal. Lo miré como hacía antiguamente a los libros voluminosos que tenía que estudiarme antes de un examen. En fin, tenía mucho que repasar esa noche. Transferí todos los ficheros que encontré en mi escritorio a mi correo, para poder revisarlos esa misma noche con más calma. No tenía más plan que llegar a mi habitación del hotel, darme una ducha y cenar algo mientras veía la televisión. El entretenimiento simplemente había cambiado.
Lo que sí me dio tiempo a revisar fueron mis horarios y ese ‘funcionamiento’ de mi taquilla para el uniforme. Esta gente llevaba lo de la higiene a un nivel superior. No solo dejaba mi uniforme allí, sino que al cerrar la taquilla se activaba el protocolo de higienización, para que todo patógeno, germen o virus que pudiese haber quedado adherido a mi ropa durante la jornada, fuese exterminado con la inmersión en aquella cabina de luz ultravioleta UVC, ya saben, esa que destruye el ADN de los microorganismos, la que se utiliza en los quirófanos y en las habitaciones y utensilios a esterilizar.
—Ya está todo listo para mañana, doctor Kingsdale. ¿Alguna cosa más antes de que vaya? —¿Ya era tan tarde? Cómo pasa el tiempo.
—No, gracias, John.
—Entonces nos veremos mañana en la consulta. —dijo con una sonrisa.
—¿A las 8? —pregunté de forma tentativa.
—A las 8:30. El turno es de 8:30 a 14:00. A las 8 entrará cuando tenga el turno de quirófanos. Esta semana todavía no tiene programada ninguna intervención, así que el cuadrante de los horarios está modificado. Yo tengo mi copia en el teléfono. —Alzó su aparato para enseñármelo.
—Eh, sí, vale. ¿Eso está…? —dejé la pregunta sin terminar precisamente para que lo hiciese él por mí.
—Aquí, en la aplicación del hospital. —Me mostró la pantalla de su teléfono, para mostrarme todo el proceso de apertura y selección de mi cuadrante de turnos.
—Vale, lo tengo. —Demasiadas cosas, pero como dijo Amy, lo controlaría pronto.
—Abra su aplicación. —Me incitó John. Obedecí mansamente, porque parecía que iba a tutelarme durante el proceso, y lo agradecía. —¿Ve?, aquí tiene el icono de turnos. Al seleccionarle le sale el calendario semanal, y si quiere ver cómo quedará el mes actual o los siguientes, solo tiene que desplazarse por el calendario. —Realmente parecía fácil.
—Ah, es muy intuitivo.
—¿Necesita alguna cosa más? —preguntó de nuevo.
—No, si tengo alguna duda podrá esperar a mañana.
—O me manda un mensaje por la aplicación, estoy en la lista de contactos. —Tenía que acostumbrarme a esto.
—De acuerdo. Entonces nos vemos mañana.
—Que descanse, doctor. —Sacudí la cabeza cuando John ya no me veía.
Estaba a punto de ponerme en pie y salir de mi despacho, cuando se me ocurrió una pequeña maldad. Busqué el mejor ángulo y me saqué una foto. Tenía que mandársela a mis viejos compañeros del hospital. Con un poco de suerte, esa imagen llegaría a manos de Livingstone. Ya podía verle rabiando por el puesto que había conseguido. Despacho propio, eso era algo que él tenía, y que al haberlo conseguido yo me ponía a su nivel. Pero había algo que lo superaría, y eso era…
—Aquí en mi nuevo despacho, como director del servicio de cardiología pediátrica en el Altare Hospital de Las Vegas. —Tecleé con rapidez antes de enviar.
No pude contener una sonrisa malévola que apareció en mi cara. Que digan lo que quieran, pero qué bien sienta dar envidia a las personas que se lo merecen.
Recogí mi chaqueta, y me puse en marcha hacia la salida del edificio. Como llegué en taxi, la vuelta sería igual. Tendría que contratar a alguien para que me trajese el coche, o directamente venderlo y comprarme otro. Y el apartamento, tenía que buscar un sitio donde vivir. Todo había ido tan rápido, que no me había dado tiempo a pensar en esas cosas hasta ahora.
Mientras avanzaba por los pasillos, sopesé la idea de regresar a San Francisco. Realmente no me apetecía. Pero sí había alguien allí que podría ayudarme con el asunto del coche. El tema era que tendría que dar algunas explicaciones. Marqué su número y esperé a que se abriese la comunicación.
—Hola, cariño. —me saludó.
—Hola, mamá. ¿Podría pedirte un favor?
—Lo que necesites, cariño. Ya lo sabes.
—¿Podrías acercarme el coche a Las Vegas? —Apreté la mandíbula, esperando lo que sabía iba a llegar.
—¡Las Vegas! ¿Qué te ha llevado a Las Vegas? ¿No te habrás casado en una de esas bodas exprés?
—No, mamá. Sabes que yo no te haría eso.
—Uf. —respiró aliviada.
—Es que… He conseguido trabajo aquí.
—No sabía que estuviese buscando un cambio. —Con lo que trabajó el bisabuelo para meterme en el otro hospital… No se lo pedí, pero él lo hizo.
—Se presentó una buena oportunidad que no podía desaprovechar. —Tampoco era plan empezarle a contar el motivo por el que había decidido irme.
—Vaya, me alegro por ti. Tu padre y yo subiremos el jueves a San Francisco, pero supongo que podríamos quedarnos un día más y de allí hacer un viaje a Las Vegas para pasar el fin de semana. Así podríamos pasar un rato con nuestro hijo. —A veces, cuando mis horarios me lo permitían, quedaba con ellos para tomar un café y charlar. Pero Livingstone se empeñaba en ponérmelo difícil. Era una tremenda casualidad que justamente los jueves, el día que mis padres se desplazaban a su despacho arquitectura de San Francisco, Livingstone me encontraba una tarea extra de última hora.
—Me encantaría veros.
—Te llamaré para concretar.
—Perfecto. —Ya estaba saliendo hacia el estacionamiento, cuando me pareció reconocer una figura sentada en uno de los bancos junto al estanque decorativo del pequeño jardín lateral. —Estamos en contacto. —Corté la llamada, y me acerqué un poco más a aquella figura.
Estaba hecha un ovillo, como si quisiera alejarse del mundo, protegerse. Reconocía esa sensación, y no podía permitir que alguien pasase por ello a solas. Acorté la distancia, hasta detenerme junta a ella.
—¿Qué te sucede? —La cabeza de Jade se alzó hacia mí, mostrándome un rostro bañado de lágrimas. No podía dejarla sola, así que me senté a su lado, y esperé a que ella se decidiese a compartir su dolor.
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