Ryder
El jefe a veces te felicitaba por un trabajo bien hecho, por tu entrega y dedicación, eso siempre era un estímulo positivo para alguien como yo, y creo que para muchas personas. Pero que lo hiciera por algo que no había hecho… Eso me mosqueó. ¿Tan fuertes eran esas pastillas para el dolor que no recordaba haber perseguido y marcado a un tipo? No, eso no podía ser, lo recordaría.
Revisé mi teléfono, busqué en la aplicación de la empresa, y sí, allí estaba la conversación. Yo había respondido a la llamada, y yo había indicado que lo había marcado. O eso ponía en mi teléfono, pero sabía que no había sido yo, estaba seguro al 99,9%. Dejaba ese pequeño margen a la duda, porque no tenía ni idea de los efectos secundarios de mi medicación, solo sé que me dijeron “tómate esto para el dolor”, y como dolía no pregunté más. Pero ahora…
Mi cabeza giró hacia el lugar donde estaba mi mujer charlando con Leo. Desde lo del disparo se pasaba todos los días por casa para controlar mi recuperación. Tener a un médico en prácticas en la familia tenía que servir de algo, digo yo. Dependiendo de su turno en el hospital venía a visitarme, pero no recordaba haberlo visto ayer, porque esa era una posibilidad, que mi hijo se hubiese hecho pasar por mí y hubiese respondido a la llamada en mi nombre. Tanto él como Josephine estaban muy agradecidos a Bowman, por su forma de preocuparse por mi salud, por poner todos los recursos posibles para mi hospitalización y recuperación, y sobre todo por perseguir al tipo que me disparó con la misma saña que si hubiese atacado a alguien de su familia.
Eso es lo que les expliqué a ellos cuando descubrieron cómo me ganaba la vida. Mi trabajo no solo no era convencional, sino que tenía trazos de ilegalidad, muchos trazos. Pero no estaba con los irlandeses porque me pagaran bien o me gustase delinquir, sino porque éramos como una familia, nos cuidábamos unos a otros.
Con lo de mi herida ellos entendieron realmente cómo era la familia irlandesa, y lo importantes que éramos todos aquellos que trabajábamos para Bowman. No éramos simples empleados, éramos familia. ¿Me estoy repitiendo mucho?
Me acerqué cojeando hasta la cocina, donde el olor a comida ya flotaba en el aire haciendo gruñir mi estómago. Dejé el bastón a un lado y me senté en el taburete junto a mi hijo.
—¿Qué tal el último turno? Dijiste que estuviste de guardia 24 horas, ¿verdad? —Aunque hubiese dormido toda la mañana, todavía quedaban algunas ojeras bajo sus ojos.
—Somos médicos, nosotros mejor que nadie sabemos lo mal que rinde el cuerpo humano cuando lo sometes a una tortura como esa. —Alcé una ceja inquisitiva hacia él.
—Entonces estuvo mal. —deduje.
—No entiendo a la gente que encuentra divertido estamparse contra una farola a casi 200km por hora. —Aquello me hizo fruncir el ceño.
—¿Otra vez llegaron heridos de esas carreras de coches clandestinas?
—Lo que trajeron los bomberos era más una montaña de carne picada de una persona. No sé ni para qué nos molestamos en tratar de salvarle, por muchas operaciones de reconstrucción a las que se someta no conseguirán hacerle volver a andar. Y no quiero ni hablar de cómo estaba el resto de él. —Su cara se desfiguró con el recuerdo, pero lo que más me llamó la atención fue el que apartase el café que todavía no había terminado. Estaba claro que había sido una imagen revuelve estómagos.
Bien, descartado Leo, solo quedaban otras dos personas que podían haber usado mi moto para hacer el trabajo, y esas eran Josephine y su madre. Esta última ya sabía que no podía ser, no sabía conducir una moto, aunque disfrutaba cuando la llevaba sentada a mi espalda. ¿Cuándo fue la última vez que nos dimos un paseo en moto como cuando éramos novios? Moví mi pie, tratando de evaluar cuanto dolor me producía. Todavía era pronto para poder accionar los cambios sin que doliese.
Descartados todos los demás, la única opción que me quedaba era mi pequeña. Tenía que haber ido directo a por esa opción desde el principio, pero me negaba a pensar en mi pequeña deslizándose entre el tráfico de forma temeraria para colocar una baliza de seguimiento. ¿Era capaz? Sí, pero era mi niña… Ella…
Cualquier padre quiere proteger a su hija, incluso negándose la posibilidad de que ella fuese una adulta que puede tomar sus propias decisiones. A diferencia de Leo, Josephine tenía muy claro desde muy pequeña lo que quería, y mi suegro tuvo la culpa. Él y su manía de dejar que mi pequeña se llenase de grasa rebuscando en las tripas de los coches. Él solo decía que tenía su sangre, que había sacado el don de su familia de escuchar a los coches. Ya, la susurradora de coches, como si el hecho de que no le gustase pintarse las uñas y maquillarse, como el resto de las otras chicas de su edad, no la convirtiese ya de por sí en un bicho raro.
Soy su padre, y haría todo lo que estuviese en mi mano por que fuese feliz. ¿Quería destripar coches? Pues que lo hiciera, no sería yo quién se lo prohibiera. Además, mi coche y mi moto nunca estuvieron mejor cuidados. Pero esto no podía seguir así, ella tenía que entender que este era mi trabajo, y que además de peligroso, no podía ir usurpando mi identidad cuando le diese la gana.
—¿Josephine vendrá a comer hoy?
—No, a comer no, pero se pasará a la hora de la cena. Ya sabes que no quiere pasarse el día yendo y viniendo al trabajo. —contestó su madre. —¿Por qué lo preguntas? ¿olvidó traerte algo de la farmacia? —Pensé rápidamente en buscar una respuesta para conseguir atraerla.
—Le mandaré un mensaje, a ver si esta vez se queda un poco más y puedo verla antes de que esas pastillas del demonio me tumben. —Rebusqué en mi teléfono la aplicación de mensajes y escribí rápido. —Pásate pronto por casa esta noche, tenemos que hablar. —Conociéndola, seguramente trataría de librarse de la regañina, buscar cualquier excusa. Pero ya no era una niña, y si cometía errores de adulto, tenía que responder por ellos.
Owen
—Bien, muchacho, hoy estarás con Jos. Tiene que trabajar en dos coches a la vez y dudo que termine a tiempo los encargos. —Asentí conforme.
—De acuerdo. —Ajusté mejor mi cuello, para que la cámara que había colocado en el botón del bolsillo enfocase a todos y cada una de las personas que estaban trabajando en el taller, y ya de paso, los clientes. Ya que estaba metido en esto, al menos cubriría tanto terreno como pudiese. De cribar la información ya se encargaría Emil, aunque luego me matase.
—Bien Jos, ya conoces de vista a Owen. Hoy te ayudará con los dos encargos. —Juro que me quedé congelado un par de segundos, ¿iba a colocarme con la chica? Creo que mi sonrisa canalla apareció en el momento menos apropiado, porque sus ya entrecerrados ojos se convirtieron en una fina línea cuando me miraron. —No me lo rompas. —La advertencia de Diego hizo que ella volviese al trabajo.
—Hola, soy Owen. —Ella se giró hacia mí con una llave inglesa en la mano, apuntándome como su fuese una espada.
—Mira, niño bonito. No estoy para tonterías, así que no me toques las narices y haz lo que te pida. Si no me das problemas no te patearé el culo, ¿queda claro? —¡Joder! Con el genio de la chica, era una auténtica bruja.
—Entendido. —Asentí serio. —¿Qué hago?
—¿Ves el coche que está en el elevador hidráulico? —giré mi atención al coche del elevador, el que ella señalaba por encima de su hombro.
—Sí.
—Ahí tienes la cubeta para vaciarle el aceite. Luego lo hechas al barril de reciclaje, pones el tapón bien prieto y lo llenas con aceite nuevo. —¿Me estaba llamando inútil? Cualquiera sabe que si no cierras bien el tapón el aceite se saldrá.
—De acuerdo. —Me habría gustado decirle un par de cosas, pero se suponía que era un ayudante que necesitaba el trabajo, así que me mordí la lengua y me puse con la tarea.
Y yo pensando que el cambio de mecánico iba a ser más interesante. Mi primer día de trabajo y ya se estaba convirtiendo en un infierno. Calma Owen, esto es temporal, cuando todo el asunto de la rata esté resuelto, enviarás a esa bruja de paseo.
Seguir leyendo