Alex
Papá llamó a su amiga de la hostería. Teníamos sitio para hacer la fiesta, pero necesito saber para cuantas personas son. No es lo mismo comprar para 20 que para 40. Tengo una misión, pero necesito refuerzos para poder llevarla a cabo.
—Necesito a Dany. —La secretaria de papá alza ambas cejas ante mi petición, pero no dice nada hasta que levanta el auricular del teléfono y marca la extensión.
—¿Dany anda por ahí?… Vale. —Corta la llamada y marca otra extensión. —¿Dany anda por ahí?…
Hace varias llamadas a distintos departamentos hasta dar con Dany. Sí que se mueve esta chica.
—Acaba de salir para su descanso, estará en la cocina. —asiento hacia ella.
—Gracias.
La maldita cocina está dos plantas más abajo, en el lateral del edifico principal, pero tengo que pasar por los vestuarios para hacerme con una bata y toda la parafernalia de protección. Voy a parecer un polvorón de Navidad dentro de todo eso, pero es lo que hay. Las normas de higiene son muy estrictas y si queremos cumplir con toda la normativa europea y extranjera tenemos que ser muy escrupulosos con esas cosas.
Cuanto estoy listo, avanzo hasta la sala donde los empleados toman su tentempié de media mañana. La mayoría no se conforma con un café bebido con alguna galleta como en administración, y lo entiendo, porque el trabajo de fábrica es mucho más físico, además de que sus turnos empiezan un par de horas antes.
Empujo abro la puerta de la cocina, y echo un vistazo por la sala buscando el rostro de Dany. No me cuesta mucho encontrarla, porque todos se vuelven hacia mí cuando entro.
—¿Danielle Aguirre? —ella se pone en pie.
—¡Hay Dios! —dice una mujer a su lado. Los que estaban sentados junto a ella me miran con cara de aprensión, aunque no todos, la señora que se santigua y la de su lado parecen temerosas.
—Soy yo. —alza la barbilla valiente.
—¿Puedes acompañarme? —le pido.
—Tranquila, Dany. —Uno de los hombres junto a ella palmea su espalda en señal de apoyo. ¡Joder!, ni que fuese a llevármela a la cámara de gas.
Salimos en silencio, y es cuando hemos atravesado la puerta cuando se atreve a preguntarme.
—¿Va a despedirme? —Con razón me miraban mal todos los de allí dentro.
—¿Tendría que hacerlo? —Lo siento, no puedo evitar reírme un poco a su costa.
—No he cometido ninguna infracción, y todavía me quedan 3 meses de contrato, así que en principio no. Pero eso no quiere decir que no lo hagan. —¡Vaya!, la chica no se caya.
—No te van a despedir, puedes estar tranquila. —Creo notar como la tensión abandona sus hombros.
—¿Sabes para qué me quieren? —Nos detenemos a unos tres metros de la cocina. He pensado que antes de ir a ninguna otra parte necesito saber si tengo que pasar de nuevo por el soplador ese que quita el polvo. No me hagan hablar de medidas de higiene, a veces pienso que estamos en un laboratorio de esos de máxima seguridad que almacenan virus peligrosos. ¡Por Dios, que solo fabricamos golosinas!
—Necesito que me ayudes a confirmar la lista de asistentes a la fiesta de Noche Vieja de la empresa. —Su cara se sorprende.
—No sabía que había una fiesta.
—Sé que es algo precipitado y de última hora, pero precisamente por eso te necesito. Tenemos que tener confeccionada esa lista hoy mismo. —Sus cejas se unen como si estuviese buscando algo en… ¿mi cara?
—Lo siento, creo que te conozco, pero ahora mismo no te ubico. ¿Tú quién eres? —Me quito la mascarilla que me cubre la parte inferior del rostro para que al menos me vea la cara completa. Cuando la tiene a la vista, sus ojos se abren sorprendidos. —Transportes Manzanares. —Puedo ver la pregunta en su rostro, así que me adelanto a contestarla.
—Soy Alejandro Cagiga. —Solo con oír mi nombre se pone tensa. El apellido del jefe es lo que tiene.
—¿Y cómo quiere que le ayude, señor? —¡Mierda!, no pretendo que me vea como una extensión de mi padre, no si quiero conectar con los empleados.
—Llámame Alex, el jefe es mi padre. —Eso y mi sonrisa parecen relajarla un poco.
—Entonces llámame Dany.
—Bien, Dany. Aquí tengo una lista con todos los empleados de la empresa. —Le muestro la tabla con pinza sobre la que he puesto un par de folios impresos. —Tenemos que ir uno a uno y conformar su asistencia. —Ella asiente pensativa.
—¿No sería mejor que me explique dónde va a ser la fiesta y esas cosas? Así seguro que podemos ir reduciendo esa lista. —Esa seguridad me desconcierta.
—¿Solo por la ubicación?
—Verá, en Noche Vieja los desplazamientos son complicados; no todo el mundo tiene coche, algunos tendrán que coger taxi para volver… Son muchos detalles. —¡Vaya!, no imaginaba que organizar una fiesta fuese tan complicado.
—Los detalles nos llevarán su tiempo. ¿Qué te parece si nos sentamos para ultimar todos esos flecos? —ella asiente.
—En la cocina hay una mesa en la esquina que podemos utilizar. —Valoro en no tener que pasar por ninguna barrera higiénica.
—Perfecto.
Los otros empleados nos observan con curiosidad cuando regresamos, sin apartar la mirada hasta rato después de habernos sentado. Trato de aislarme de ellos y saco el bolígrafo para empezar a anotar en la parte de atrás de las hojas.
—Bien, de momento tenemos el lugar, que será la Hostería del Mudéjar, En Velayos. —Dany frunce la boca mientras piensa.
—¿Fiesta de cotillón o incluye cena? —Sopeso eso teniendo en mente nuestro presupuesto por empleado, y las palabras de mi padre «No te pases con el dinero». Bien, la cena podría subir eso considerablemente.
—Solo cotillón, pero incluye chocolate y churros a las 3 de la mañana. —Ella sopesa el dato.
—¿Barra libre o hay un número de copas máximo por persona? —Uf, esto nos va a llevar más tiempo del que pensaba. Esta chica no es que sea puntillosa, es que tiene en cuenta detalles que a mí se me han escapado. ¿Esto no tenía que haberlo comentado Julia de la Hostería? Ellos son los que hacen una oferta al cliente.
Después de media hora, ya han cambiado de turno de descanso, y nosotros seguimos con nuestra tarea. Pero al menos tenemos claras unas cuantas cosas. Vamos a poner un bus que salga desde la fábrica aquí en Las Berlanas, pase por Ávila y después se dirija a la hostería. Así recogeremos a todos los empleados que quieran ir a la fiesta, sin necesidad de pensar en el coche ni a la ida ni a la vuelta a las 5 de la mañana. La empresa pagará 4 copas, el tentempié y el transporte. Esta mujer es una dura negociadora, no querría tenerla en el comité sindical en una negociación.
—Uf, me tengo que ir. —Dany mira el reloj de la pared y se pone en pie nerviosa.
—Espera, todavía no hemos terminado. —intento retenerla.
—Tengo que regresar a mi puesto. —De ninguna manera, hemos avanzado demasiado y no quiero dejar esto sin terminar.
—Llamaré para que alguien te cubra. —Saco el teléfono de mi bolsillo y marco el número de administración. Le digo a la secretaria que se encargue de cubrir el puesto de Dany durante todo el día. Cuando cuelgo tiene su mirada encima de mí. —¿Seguimos? —Ella se encoje de hombros y vuelve a sentarse.
—Creo que ya lo tenemos todo. —Eso es lo que ella se cree.
—No, necesito la lista de asistentes confirmada, ¿recuerdas? —Ese es el motivo que me ha traído hasta ahí.
—Aquí tienes a seis, puedes ir preguntando. —Giro la cabeza, para encontrar como dos de ellos nos miran disimuladamente.
—Tú los conoces mejor que yo. —Le tiendo la tablilla con la lista y el bolígrafo. —Prefiero que tu les preguntes, yo me quedaré al margen. Solo intervendré si necesitas ayuda. —La ceja de recha de Dany se levanta. ¿Habrá visto alguna película de Star Trek? Por que este momento me parece tener delante a Spock.
—¿No crees que verán algo raro si tengo a la espalda a un mirón? —Es mi turno de encogerme de hombros.
—Algo se te ocurrirá. —Y así le dejo con la boca abierta y sin respuesta. Me gusta esto de dejarla sin palabras. En una chica que tiene preguntas y opinión para todo, sienta bien ser el que termina la conversación. Ya saben, eso de tener la última palabra.