Cada nueva zona, cada nuevo departamento, me dejaba más sorprendido. No es que no hicieran las cosas como en el resto de hospitales, es que ellos sabían cómo darle una vuelta de tuerca más a todo. Como esa increíble sala blanca, como la llamaban. A través de la enorme cristalera podía ver las cuatro habitaciones habilitadas con todo lo necesario para atender a un paciente llamémoslo delicado.
Hay ocasiones, como en un trasplante, que las medidas de seguridad anti infecciones se extreman a límites estratosféricos. Una infección y todo el trabajo no habría servido de nada, porque podía acabar con la vida del paciente.
—Toda la sección tiene un circuito cerrado de ventilación, y cada habitación tiene el suyo aparte. Son más asépticas que un quirófano. —explicó Jade.
—Ha sido buena idea el mantener a los familiares al otro lado. Desde aquí pueden ver al paciente sin interferir en su recuperación. —Eché un vistazo a los sofás que estaban en aquella sala diáfana. Había uno frente a cada una de las cuatro habitaciones, y por lo que podía apreciar en el techo, había carriles para que las cortinas plagadas al fondo de la sala se deslizasen, consiguiendo un poco de intimidad.
—La idea original era darle el mejor servicio al paciente, sin desatender a los familiares. A fin de cuentas, cada uno sufre a su manera.
Jade giró su cuerpo hacia la salida de la sala, dándome a entender que allí ya había terminado la visita.
—Creo que ya me lo has enseñado casi todo, solo falta la zona de quirófanos. —Había oído maravillas sobre el quirófano que habían construido en la parte superior de la torre nueva.
—Sé lo que estás pensando. —Me dedicó una mirada cómplice.
—Ah, ¿sí? —Me hice el inocente.
—El quirófano con iluminación natural. —Pues sí que lo sabía.
—¿Podré verlo?
—Si tienes permiso para la próxima intervención, sí. Pero no se hacen visitas turísticas. En este hospital nos tomamos muy en serio las medidas higiénicas. Pasar por el complicado proceso de esterilización, tanto de personal como de las instalaciones, es un gasto innecesario.
—No me ha parecido que aquí escatimen gastos.
—Para dar unos servicios hay que quitar otros, pero tienen muy claro cuáles son los importantes.
—Y tener contento al personal es uno de ellos. —Deduje por lo de la cuenta en la cafetería.
—Creo que la política de la empresa es conseguir que los buenos trabajadores no quieran irse de aquí, así que hacen que el trabajo sea más atractivo, por así decirlo.
—Un empleado contento hace mejor su trabajo. —resumí.
—Exactamente.
—Es una buena política. Lástima que no la apliquen en todas partes.
—La familia Vasiliev tiene unos objetivos diferentes al resto. Para ellos ganar mucho dinero no es lo principal, sino el construir algo que perdure, una imagen de marca sólida.
—¿Vasiliev? Ese apellido no es el del ingeniero de…—Ella no me dejó terminar la frase.
—El que diseñó el sistema para fabricar e implantar piel, sí. Drake es un genio multidisciplinar. Dale un reto y te conseguirá una solución innovadora.
—Me encantaría conocerle. —confesé.
—Puede que lo hagas, suele pasarse por el hospital de vez en cuando. —Si mi nuevo trabajo no me hubiese atrapado ya, ese aliciente remató el pastel.
Una llamada entró al teléfono de Jade. Ella rápidamente respondió.
—¿Sí?… Voy enseguida. Me parece que el tour se ha terminado, tengo una urgencia. —Eso me hizo pensar.
—¿Qué especialidad es la tuya? —Todo este tiempo juntos y no lo había preguntado.
—Soy anestesista, los grandes olvidados. —Puso los ojos en blanco. Sí, la suya era una especialidad que no muchos médicos se decidían a estudiar
—Un placer conocerte. —dije mientras ella se alejaba.
—Activa la aplicación de tu teléfono. —dijo antes de desaparecer por una puerta. ¿Mi teléfono?
Abrí mi terminal para encontrar un mensaje del hospital. Para poder utilizar la red intrahospitalaria, debía instalar una aplicación con la que comunicaría directamente con la centralita del hospital. De esa manera solo tenía que marcar una extensión o buscar en el directorio, para comunicar con un médico, enfermera o departamento. El Altare iba más allá, y no dejaba de sorprenderme. Con la familia Vasiliev al mando, no me extrañaba que el ingeniero Drake Vasiliev hubiese implementado todas estas maravillas tecnológicas. Casi me sentí como un visitante dentro del Nautilus del capitán Nemo.
Con dos pasos instalé y me registré en la aplicación, y lo hice de camino a mi nuevo despacho. Cuando llegué, encontré una caja con uniformes, batas y un fonendo, todo todavía en su embalaje original. Comprobé la talla y era la mía. ¿Cómo sabían ellos cual era? ¿Tendría que darme miedo eso? Parecía que tenían un excesivo control de todo. ¿Y si su política no era solo retener a sus empleados con estupendos alicientes? ¿Y si además los tenían tan controlados que les impedían irse? Por si acaso trataría de marcar una sana distancia entre mi trabajo y mi vida privada.
Me senté en mi cómodo sillón, y empecé a adelantar la primera tarea pendiente; leer el manual para empleados. Estaba precisamente a punto de finalizarlo, cuando llegó un mensaje tanto a mi ordenador como a mi teléfono. Ambos eran el mismo, estaban sincronizados, y decía que al día siguiente tenía concertada una cita con mi primer paciente. Revisé su expediente, para comprobar que se trataba de la misma historia que había visto en la entrevista con la junta de selección, solo que esta vez tenía frente a mí todos los datos personales que no habían aparecido antes. Alma Rodríguez, una niña de ocho años. Tenía ganas de conocerla, sobre todo porque necesitaba encontrar la manera de ayudarla antes de que no pudiese hacerlo.
—¿Doctor Kingsdale? —La pregunta vino acompañada de un par de golpes en la puerta abierta.
—¿Sí?
—Soy su enfermero, John Smith. —Tenía frente a mí un hombre de unos cuarenta, de rasgos… ¿afroamericanos? No, era más de aborigen haitiano, quizás con una mezcla africana.
—Encantado de conocerte. Espero que me ayudes con todo lo que no conozco de por aquí. —Él sonrió afable en respuesta.
—Cuente con ello, doctor. Mi misión es facilitarle el trabajo.
—Bien. Nadie me dijo que me asignarían a un enfermero.
—Oh, yo tampoco sabía que me iban a trasladar hasta que recibí el aviso. —Me mostró su teléfono. La pantalla me sonaba al tipo de mensaje que enviaba la aplicación que acababa de instalar.
—Me parece que esa aplicación va a controlar mi vida. —dije en voz alta.
—Sí que te tiene controlado en todo momento, pero así no tienen que estar dando vueltas para buscarte cuando es urgente localizarte. —¿Era así como enviaron el aviso a Jade? Supuse que sí. —Un aviso y sabes cuando uno de tus pacientes acaba de ser registrado en urgencias. —Eso estaba bien, pensé.
—Espero que sepa cuando no estoy de servicio. —confesé. Nada peor que recibir un mensaje como ese en tu día libre. No me malinterpreten, me preocupo por mis pacientes, pero hay que desconectar de tu trabajo.
—Oh, lo sabe, sí que lo sabe. En cuanto sales del recinto este trasto se desconecta automáticamente, pero en cuanto te pones el uniforme de nuevo…Ya puedes estar preparado porque no te dejará escapar. —Y lo decía con una sonrisa, pero dudé, ¿eso era bueno o malo? ¿Dónde me había metido? Bueno, si la cosa se ponía fea, siempre podía tomarme una excedencia e irme a un país remoto con médicos sin fronteras.
De momento, lo bueno es que estaban cubriendo todas mis necesidades sin tener de pedirlas, nada de rellenar formularios para solicitar uniformes o material como el que había aparecido sobre mi mesa.
—¿Qué le parece si vamos haciendo el pedido de todo el material que necesitamos para abastecer la consulta? Si está tan vacía como este despacho, tendremos que pedir de todo, incluso piruletas.
—¿También hay piruletas en suministros? —pregunté sorprendido.
—No lo sé, pero voy a comprobarlo.
Mi nuevo compañero de trabajo me daba buenas vibraciones, y se le veía feliz. ¿Y si no era tan malo como pensaba todo este control?
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