Jasper Kingsdale
Podían ser los amos de Las Vegas, pero en cuanto escucharon el apellido Kingsdale enseguida hincaron la rodilla en el suelo. Tenía una cita esa misma tarde para un primer acercamiento, un pequeño tanteo de la situación. El que nos viésemos en un lugar fuera de las oficinas le daba al encuentro un matiz informal, aunque para mí nunca lo eran. Nada como disfrazar un ataque para que no lo considerasen una amenaza.
Tenía que reconocer que tenían gustos exquisitos, el hotel Celebrity´s no solo era el más famoso de la costa oeste, sino que también era bastante lujoso. ¿Cómo lo sabía nada más atravesar la puerta de entrada? Por mi experiencia puedes saber si un hotel es de los buenos por el olor, y este olía a productos caros desde la primera inhalación.
Avanzamos por el refinado y espacioso hall hasta la recepción.
—Buenas tardes. —saludó el recepcionista con educación. El llevar tres guardaespaldas pareció llamarle la atención, aunque mantuvo la compostura.
—Buenas tardes, ¿puede indicarme dónde queda la sala club? —Me pareció curioso que una sala tuviese ese nombre, pero si querían quedar allí, yo no tenía ningún problema.
—Por supuesto, señor. Pero antes sus acompañantes dejar sus armas en custodia. El hotel tiene una política muy estricta con respecto al acceso de armas a las instalaciones. —Eso no me gustó.
—Son mi equipo de seguridad, no van a crear ningún problema. —le aseguré.
—Son las normas, señor. Si no las cumplen nos veremos obligados a pedirles que abandonen el hotel. —La mirada del hombre parecía dura e inflexible, como si estuviese dispuesto a saltar por encima del mostrador para arrancarles a mis hombres sus instrumentos de trabajo. Podía intentarlo si quisiera, era un delgaducho que no le duraría ni 30 segundos a mi equipo.
Estaba a punto de decirle que se metiese esas normas por donde le cupiesen, cuando me percaté de que no estábamos solos. A nuestro alrededor, y posicionados a una distancia prudencial, había unos cuantos hombres que no nos quitaban la vista de encima. No solo había personal uniformado como miembros de seguridad, sino que noté que también los había vestidos de calle. Pero era evidente de que estaban allí por nosotros, para evitar que causásemos problemas. Mis hombres estaban nerviosos, señal de que la situación podía ponerse caliente.
No podía empezar una reunión causando problemas, porque no solo llegaría tarde, sino porque podrían impedirme que me reuniera con la persona que estaba citado. Así que hice un gesto a mis hombres, indicándoles que estaba de acuerdo con que dejasen sus armas en la consigna.
Cuando el primero de mis guardaespaldas se acercó, se abrió una abertura en la parte frontal del mostrador, que dejó al descubierto un pequeño receptáculo bien iluminado. Sobre la repisa había una pequeña pantalla, en la que apareció una fotografía de la persona que había entregado el arma, seguramente para identificarlo cuando pasara a recogerla a la salida.
Después de depositar su arma, mi guardaespaldas dio un paso atrás para retirarse, pero la voz del recepcionista le detuvo.
—Todas las armas, señor. —Parecía estar observando algo al otro lado del mostrador. La respuesta por parte de mi hombre se demoró más de lo que él esperaba, así que le apremió con una dura mirada. —Todas.
Asentí para que cumpliese la orden. Me estaban tocando las narices, pero me resarciría, si había una próxima reunión, sería donde yo quisiera.
Dos de mis hombres dejaron todo su arsenal en aquellas consignas. El tercero se retiró hacia la entrada, donde permanecería observando con su armamento a mano. No me pasó desapercibido el que dos hombres se quedasen vigilándolo, por si acaso provocaba algún problema.
Si algo tenía que reconocer, es que el sitio era tan seguro como un aeropuerto, aunque con mucho más glamour. Tendría que hacer algo parecido en mis oficinas.
—Siga el pasillo de la izquierda, la sala club está al fondo. —El recepcionista me sonrió, como si acabase de darme la bienvenida al club de tenis.
—Gracias. —Yo también podía fingir una sonrisa auténtica.
Avanzamos unos 100 metros, que no se hicieron largos porque podíamos ver el exterior por los grandes ventanales. Al fondo, había un espacio delimitado por un discreto mamparo de láminas de madera, como una persiana entreabierta hecho con enormes lamas. En una de ellas había un rótulo que indicaba que al otro lado estaba la sala club.
Contaba varias mesas de café, pero solo una estaba ocupada. Había dos hombres sentados en ella, uno de unos 50 y otro casi de mi edad, quizás diez años menos. Se pusieron en pie al verme entrar, pero en vez de saludarme, se despidieron entre ellos.
—Estaré esperando. —dijo el mayor.
—Lo sé. —dijo el más joven.
El mayor se despidió de mí con un asentimiento de cabeza, gesto que correspondí.
—Señor Kingsdale. —saludó el otro, indicándome la silla frente a él. No era la misma en que estuvo sentado el otro hombre. —¿Quiere tomar algo? —Me senté, al tiempo que observaba las dos tazas de café que había allí. Cuando estuve sentado, advertí que había un camarero esperando mi orden.
—Lo mismo que él. —El camarero esperó que le informase.
—Capuchino de avellana. —Buena elección.
—Sí, señor.
—Pero descafeinado. —Hay cosas de las que uno tiene que privarse por la edad.
—Sí, señor. —El camarero ya había retirado la otra taza y limpiado la mesa. Eficiente, rápido y educado, como era de esperar en un lugar como este.
—Bien, señor Kingsdale, mi asistente dijo que quería reunirse conmigo por algo importante. —El hombre se cruzó de piernas, muy al estilo europeo. A mi forma de ver, un poco amanerado.
—Así, es. Al menos a mí me lo parece.
—Le escucho.
—Me he informado, y parece ser que el hospital Altare se está convirtiendo en un referente de la innovación médica. Sus avances en injertos de piel le han puesto a la vanguardia.
—Eso tengo entendido. —Conocía esa técnica de no darle importancia a los logros, tratando de no hacerlos tan extraordinarios. Aunque normalmente se ejecutaba cuando querías comprar para bajar el precio, no se utilizaba por parte de los que iban a vender.
—Mi intención es formar parte de ello.
—¿Qué quiere decir?
—Verá, señor Vasiliev… ¿Puedo llamarle Viktor? —Esperé su respuesta para tutearle, era mi técnica para que me vieran más cercano.
—Por supuesto.
—Verás, Viktor. Tengo una edad en la que uno piensa en el legado que va a dejar atrás, y me gustaría dejar algo imborrable, algo que perdurase en los libros de historia. Formar parte, aunque solo sea como mecenas, de aquello que enriquezca a nuestra sociedad. —Una de las cejas de Viktor se alzó levemente.
—¿Quiere ser uno de los benefactores de los proyectos de investigación del Altare? —Sonreí interiormente, porque ahora llegaba mi jugada.
—Quiero más que eso, Viktor. Quiero adquirir el hospital, asegurarme de que todos esos proyectos se llevan a cabo, que todas sus necesidades se ven cubiertas. Puede llamarme maniático, pero me gusta asegurarme de que lo que deseo se cumple, y la única manera de hacerlo es teniendo el control. —Una leve sonrisa de reconocimiento apareció en sus labios.
—Así que quiere el control del Altare. —resumió.
—A cambio de una buena suma de dinero, Viktor. Dígame un precio. —De rebajarlo ya me encargaría después. Su sonrisa satisfecha me dijo que iba por buen camino. Nada como decirle a la otra persona que tiene la libertad de pedir lo que quiera.
—El Altare no está en venta. —Esperaba esa respuesta.
—Todo tiene un precio, Viktor. Solo debemos encontrarlo. —La negociación había comenzado.
—El Altare está bien como está. Y antes de que lo diga, no necesitamos ganar más dinero. Aunque no lo parezca, entre los objetivos de la junta no está ese, sino dar el mejor servicio a los pacientes, cubrir sus necesidades médicas, y crear un ambiente de trabajo donde los profesionales puedan desempeñar su labor sin presiones adicionales que los condicionen. —expuso con convicción.
—Yo no he dicho que quiera cambiar eso, solo quiero… —No me dejó terminar.
—El control, ya lo ha dicho. Pero da la casualidad de que las empresas Vasiliev también lo quieren, y no van a cederlo. Nos esforzamos demasiado en conseguir los mejores recursos, los mejores profesionales, y no vamos a cedérselos a otra persona. —En otras palabras, habían hecho acopio de lo mejor de lo mejor para estar a la cabeza, ser los líderes, y no iban a renunciar a ese puesto. Pues bien, yo tenía algo que decir a eso.
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