Leo
Inspiré profundamente y solté el aire despacio. Después llamé a la puerta y esperé. La puerta se abrió al poco tiempo.
—Un poco tarde para ayudarme a recoger. —Se hizo a un lado para dejarme pasar.
—Creí que lo habíamos dejado todo en su sitio. —No habría dejado una buena impresión si dejo a mi chica sola para que limpiase todo el estropicio.
—El lavavajillas terminará dentro de poco, así que puedes ayudarme a colocar la vajilla. —Cerré la puerta a mi espalda después de entrar.
—Yo venía a pedirte un favor. —Alcé el espray para que lo viese. Ella levantó una ceja ante mi petición.
—¿En serio? —Le devolví un encogimiento de hombros junto con mi mejor sonrisa.
—Soy un pésimo paciente. —Ella sacudió la cabeza, mientras soltaba una carcajada, un preciosa y melódica carcajada. Podría acostumbrarme a escuchar ese sonido todos los días de mi vida.
Levanté mi camisa para que esparciese el cicatrizante por encima de la herida de mi abdomen.
—Curaría mejor si dejases de abrírtela. —me recriminó mientras empezaba a atenderla. Sus labios soplaron sobre el tejido lastimado con delicadeza. Sentí un escalofrío recorrer mi piel, lo que me hizo estremecerme.
—¿Te duele? —Se retiró con brusquedad, pero la atrapé para evitar que se abandonase su cometido.
—No. Continua. —le pedí.
Sus ojos me miraron con esa profundidad verde que me envolvía, que me arrastraba a un mundo del que sabía no querría salir. Sus labios estaban tan cerca y eran tan tentadores…
—Voy a besarte. —confesé.
—Lo sé.
Solo tuve que inclinarme para alcanzar la dulce tibieza de su boca. Cuando la probé, no pude detenerme ahí. Tenía que saborear su piel, recorrer cada parte de su perfecto cuerpo, dibujar cada una de sus curvas, descubrir cada parte de ella que escondía al resto, porque necesitaba descubrir todos sus secretos. De Jade lo necesitaba todo.
No fue lento, pero tampoco salvaje. Parecía que seguíamos un ritmo único que nos guiaba de una extraña manera. No fue sexo, fue mucho más, una comunión entre cuerpos, la consumación de un vínculo que parecía haber estado aguardándonos durante mucho tiempo. Yo al menos lo sentí así. Fue un reconocimiento de nuestras almas, la certeza de que nos habíamos estado buscando y por fin nos habíamos encontrado. Y esa unión no solo fue excitante, sino perfecta.
¿Saben esa euforia que alcanzas cuando encajas la última pieza del puzle? Eso había sido Jade para mí, la esquiva pieza que había estado esperando para completarme.
—Leo. —Su susurro llegó desde algún lugar sobre mi pecho, donde ella había encontrado una estupenda almohada, una almohada muy feliz, todo hay que decirlo.
—¿Tienes frío? —Después del sexo nos quedamos sobre el sofá, donde ella había quedado rendida sobre mi cuerpo. Recordar como acabó así me hizo sentirme orgulloso. Nunca, jamás, diré que un orgasmo es suficiente. Dejar a tu mujer saciada y agotada tiene un plus que enardece a mi ego.
Pero claro, después de un rato sin moverte, los cuerpos pierden calor, sobre todo el que queda encima. Tenía que cubrirla con algo, o mejor…
—Vamos a la cama. —Me levanté, llevándola conmigo.
—¡Leo! —protestó, pero se aferró a mi cuerpo como si fuera la mona de Tarzán. ¿Dónde había oído yo eso?
—Órdenes del médico, a la cama a descansar, y a taparse con una manta para estar calentita. —Como nuestros apartamentos se parecían, acerté a la primera con el que era su cuarto.
—No tengo mantas. —comentó entre risas.
—Pues tienes suerte, manta es mi segundo nombre.
¿Necesito decir que no dormimos mucho esa noche? No he sido un hombre de esos que necesitan un gran desgaste sexual para saciar sus deseos, pero con Jade parecía que no tenía suficiente. Y si además le sumamos el hecho de que mi pene se espabilaba con rapidez, pues teníamos a un ser insaciable sexualmente, algo totalmente desconocido para mí. Antes era solo eso, un buen orgasmo y aplacaba mi necesidad. Pero con ella… Me convertía en un obseso, un desesperado que mendigaba por más a los pocos minutos. No me reconocía.
Pero tuve que contenerme, no porque estuviese agotado, sino porque no podía ser un egoísta y exigirle aquel esfuerzo físico, sabiendo que al día siguiente tenía que trabajar. Un médico no puede entrar cansado al trabajo, o con resaca, eso supondría una mala atención a sus pacientes, y en algunos casos cometer errores graves.
Renunciar a más sexo fue duro, pero no tanto como esperaba en un principio. ¿Tenía ganas de besarla? ¿de saborear de nuevo cada rincón de su cuerpo? ¿De entrar en su vagina para sentir como me envolvía? Por supuesto, aunque dormir abrazado a ella era un sustituto muy aceptable. Su olor, su calor, la suavidad de su piel… Todo lo que procedía de ella saturaba mis sentidos, calmándolos, serenándolos, apaciguando esta bestia egoísta y exigente que había despertado desde lo más profundo de mi ser. ¿Siempre había estado aquí? ¿por qué había aparecido precisamente ahora? La única respuesta que podía darme es que la había estado esperando a ella.
Jade
No me entendía. ¿Que hacía allí sentada observando a Leo mientras dormía? Tenía que ducharme, tenía que vestirme, desayunar e ir al trabajo. Pero no podía dejar de mirarle. Ese hombre que parecía un dulce osito de peluche, ese ser angelical que rezumaba paz y calma, no era el mismo que me había hecho el amor como un salvaje insaciable hacía apenas unas horas. Y eso que tenía una herida que cuidar.
Así, con el pelo rubio alborotado, parecía un león que dormitaba tras haberse comido una gacela entera, y yo era esa gacela.
Me puse en pie con cuidado, abandonando el colchón con sigilo para no despertarle. Mis piernas no temblaban por el miedo a hacerlo, sino por el estado en que ese súcubo las había dejado. ¿Débiles? Necesitaría dejarlas descansar al menos tres días para que se recuperasen. Y no solo eso, mi vagina empezó a quejarse cada vez que daba un paso. La muy malvada se volvió una exigente anoche, y aún así no había tenido suficiente, era como si llorase por un poco más de atención. ¡Mierda!, ahora entendía a Tasha, ella no podía evitar saltar sobre su marido cada vez que tenía ocasión. Sabiendo lo que sé ahora, yo también lo haría. Una puede convertirse en una adicta a este tipo de sexo.
No es que tuviese mucha experiencia sexual, pero… Uf, esto había sido brutal, y aun así, tenía ganas de repetirlo de nuevo.
Abrí la ducha y me metí bajo la cascada de agua caliente, lo mejor para relajar los músculos, y descargarles de todo el estrés a los que le había sometido esa noche.
Mi piel estaba tan sensibilizada, que los pezones se endurecieron con el leve roce del agua. Un gemido lastimero escapó de mi garganta, necesitaba más, necesitaba que Leo me llenara y me empujase de nuevo a las estrellas a base de … No podía decirlo, ni siquiera pensarlo, porque eso significaría que todas y cada una de las imágenes de la noche anterior se repitieran en mi mente como una película erótica, ¡que digo!, lo que hicimos anoche no solo era erótico era mucho más caliente, era… Tranquilízate, Jade, respira.
Traté de centrarme, tomé inspiraciones lentas y profundas, me obligué a pensar en lo que tenía por delante; dos operaciones programadas, una ronda de consultas para visitar a algunos pacientes que estaban ingresados.
De nada sirvió pensar en el trabajo, porque las sensaciones de las manos de Leo acariciando mi piel volvieron a asaltarme. Él sabía cómo tocarme, dónde hacerlo. Parecía que seguía las súplicas de mi propio cuerpo, que le iba susurrando hacia dónde tenía que ir, que parte de mi necesitaba que la atendiese.
—Mmmm. —gemí como una maldita perra en celo, disfrutando del calor a mi espalda, de aquellos dedos traviesos que indagaban entre mis piernas para calmar el hormigueo que había allí abajo.
—¿Pensabas irte sin despedirte? —No era una alucinación, Leo estaba allí, introduciendo su dedo en mi resbaladiza entrada, arrancándome otro gemido, más necesitado, más profundo.
Me giré hacia él, para abrazar su cuerpo y evitar que se alejase. Ahora no podía abandonarme, no después de haber despertado a la diablesa interior que gritaba como una posesa por ser atendida.
—Tendrá que ser rápido. —Era tarde, o sería muy tarde, pero nadie me sacaría de aquella ducha sin haber desayunado mi ración de Leo. ¿Qué había hecho este hombre conmigo?
—Lo que usted mande, doctora. —Me alzó, apoyó mi cuerpo contra la pared, y me penetró de una enérgica estocada, llenándome completamente. ¿Quejarme? Podía hacerlo todas las veces que quisiera.