Dany
No es que haya comprado muchas cosas para la cena, solo somos mamá y yo, pero precisamente por eso me gusta darnos algún capricho. A mi madre la traen loca los bígaros, así que encargo en la pescadería un kilo para que se ponga morada. Además, allí los cuecen, ese trabajo que me ahorro.
Abro la puerta de casa haciendo equilibrios con las bolsas de la compra. No puedo pedir ayuda, mamá está en la agencia de viajes y no volverá hasta las 8. Cuando teníamos nuestra propia agencia de viajes era más fácil, se cerraba desde medio día y listo. Pero desde que trabaja en la agencia de Viajes del Corte Inglés, no tiene más remedio que hacer lo que el jefe ordena. Tampoco podemos quejarnos, tiene un buen sueldo y no tiene que preocuparse de las facturas. Cerrar no es que fuese lo que quería, pero la vida te empuja hacia lugares que no quieres ir.
Mamá es una mujer fuerte, más de lo que ella piensa. Cerrar su negocio y volver a empezar trabajando para otro no es lo más duro que ha hecho. Para mí, lo más difícil fue criarme ella sola. El impresentable de mi padre biológico la dejó tirada cuando yo tenía dos años. Desde entonces ha tenido alguna que otra pareja, pero no se ha atrevido a ir más lejos de lo que fue con él. Como ella dice, «No voy a cambiar mi vida por nadie», y la entiendo.
Conoció a mi padre cuando estaba de vacaciones en Almería. A mi madre siempre le gustó el sol y el estilo de vida de España, por eso se cargó una mochila al hombro y se vino a explorar la costa del mediterráneo con unas amigas. Cuatro británicas locas eran un imán para la vista, y mi madre siempre fue muy guapa. Que Gerardo se encaprichase con ella no es imposible de creer. Lo llamo Gerardo porque no soy capaz de llamarlo mi padre, ni siquiera papá. Ese título solo se le concede a la persona que ejerce como tal, y él nunca lo hizo.
Antes de darse cuenta, mamá se había enamorada de su morenazo, como ella siempre le llamó. Y lo que podía haber sido un romance de verano se convirtió en algo más. Mamá decidió quedarse en España con él, sobre todo porque la perspectiva de formar una familia a su lado le pareció un futuro maravilloso.
Pero enseguida se dio cuenta de que Gerardo era un culo inquieto que no aguantaba mucho en ninguna parte. Cambiaba de trabajos casi cada año, y no le importaba que estos fuesen en ciudades diferentes, incluso creo que eso era el mayor aliciente. El espíritu libre que encandiló a mi madre era de esos a los que no se deja atar, y una familia era demasiado peso en su maleta.
Un día, cuando la agencia de viajes apenas llevaba funcionando 4 meses, Gerardo le dice a mi madre que le ha salido un trabajo en Barcelona. No preguntó si debía aceptarlo, simplemente llegó y dijo que haría las maletas, que nos mudábamos. Pero esa vez mamá no le sonrió y se puso a hacerlas, esa vez le dijo que ella se quedaba, que estaba contenta con su negocio, y que si él se quería ir y dejar a su familia a tras sería su decisión. Gerardo ni se lo pensó, hizo su maleta y se largó, esos sí, llevándose la mitad del dinero de la cuenta. Menos mal que mamá estuvo rápida y sacó lo que quedaba y lo metió en una cuenta corriente aparte.
No volvimos a saber nada de él, nunca preguntó por mí, y no se encargó ni de mi manutención. Por lo tanto, ese hombre dejó de ser mi padre de forma voluntaria.
No he tenido la necesidad de buscarlo, aunque puedo hacerlo cuando quiera, solo tengo que localizar a Gerardo Aguirre. Mamá tiene sus datos del DNI, y la dirección de sus padres, pero a ellos tampoco tengo intención de conocerlos. También supieron de mi existencia y ni siquiera han levantado el teléfono para llamarme, lo que me lleva a pensar que mi padre no ha sido la primera vez que ha dejado embarazada a una desconocida.
En fin, dejemos el pasado donde está, y pensemos en el presente. Hoy es Noche bBena y tenemos que dar gracias por lo que tenemos. Como dice mamá, somo ella y yo contra el mundo. Bueno, queda su familia, pero desde que decidió dejar de lado su futuro en su localidad natal, tampoco es que tengamos mucho contacto. Alguna postal por Navidad, los cumpleaños… Lo que se hace con la familia lejana con la que apenas tienes relación, pero que la educación te obliga a mantener el contacto.
Cuando paso por delante del salón veo que mamá ya ha dejado todo preparado. La mesa está puesta para dos comensales. A ella siempre le han gustado estas cosas elegantes; los servilleteros, los bajo platos, la cubitera con su pie al lado de la mesa… Casi parece una cena romántica para dos, solo que el motivo es claramente navideño, y no lo digo solo por los enormes calcetines rojos que cuelgan por encima del televisor, sino por los muñequitos de nieve y los trineos con renos que están impresos en el mantel.
Bien, hora de ponerse en serio con mi parte. Dejo las bolsas en la cocina, me quito los zapatos, el chaquetón y todas las capas que mantienen el frío lejos de mí, y me pongo el delantal para terminar de preparar lo que me queda. Los bígaros los dejaré para última hora, porque llegan calentitos en su paquete. Sacaré más tarde el acerico con forma de tomate donde están los alfileres, con las que mamá hurga para sacar el bicho de su concha.
Meto el vino en la nevera, aunque probablemente se enfriase más rápido si lo saco al balcón, no es que lo sea realmente, porque no tiene ni medio metro de ancho. Si quieres caminar por él tienes que hacerlo de costado. Los constructores ahorran espacio donde sea.
Después preparo el aliño para los langostinos, los embadurno bien y los dejo reposar para que cojan el saborcito del ajo y el limón. A los bígaros apenas les meto mano, pero a los langostinos a la plancha sí que les he cogido el gusto.
También solemos hacer verdura a la plancha; tomates, espárragos trigueros, berenjena, calabacín, y los montamos después en un mil hojas con queso de cabra. Tengo unas croquetas de jamón que nos suele dar la vecina del primero todos los años, es su soborno para que mamá la coja plaza en los viajes del INSERSO.
—Ya he llegado. —Oigo el saludo de mamá desde el recibidor. Lleva viviendo en España casi 30 años, y aunque su español es casi perfecto, todavía tiene ese acentillo que la delata como extranjera.
—Estoy en la cocina. —Le aviso. Ella aparece a mi lado y estira su cuello para darme un sonoro beso en la mejilla, eso sí, lo acompaña con un abrazo de abuela que casi no me deja respirar.
—Ya has estado de celebración en el trabajo. —La acuso con una sonrisa en la cara.
—Una copita de champán. —confiesa. Mi madre no es de esas que beba mucho, como tienen fama los ingleses, pero cuando lo hace, se le ponen unos enormes coloretes rojos que la hacen parecer una muñeca antigua. —Como me traía Bianca no he podido rechazarla. —dice toda pizpireta mientras se quita el abrigo. —¿Qué queda por hacer? —estira el cuello para observar todo el tinglado que tengo desperdigado por la cocina.
—Casi nada. Ve a ducharte y así ponemos los langostinos mientras me ducho yo. —De esa manera teníamos los langostinos vigilados.
—Muy bien, me pondré mi traje de noche. —Alza las cejas de forma sugestiva.
Mamá y yo tenemos una tradición. La mesa y la comida pueden ser de lo más elegantes y refinados, pero nosotros cenamos en pijama, esos sí, en uno nuevo y elegante, y si le ponemos unas zapatillas divertidas y calentitas mucho mejor.
Media hora después, estamos sentadas a la mesa brindando con un vino espumoso. Mamá se ha puesto un lazo rojo en el pelo, que le recoge la melena como si fuese una jovencita de 16.
—Por nosotras. —brinda mamá. Alzo mi copa para chocarla con ella.
—Porque somos estupendas. —Mamá sonríe y toma un sorbo, yo hago lo mismo. ¡Vaya!, está rico el vino. Para ser del paquete de la empresa no está mal.