Maryorie
Cabreada era una definición que se quedaba corta para definir cómo me sentía. Leo me rechazo, ese cretino del director también lo hizo, y no de la mejor manera. Mi plan de entrar en el Hospital Altare de Las Vegas se había ido al traste, y con él, el de atrapar a Leo. Estaba claro que la distancia había jugado en mi contra, él tenía un nuevo campo de caza en el que conseguir a otra.
No me gustaba la idea de regresar a Chicago, no porque hubiese perdido a Leo, sino porque tendría que empezar a seleccionar un nuevo candidato a marido, uno que tuviese un buen trabajo con el que consentir todos los caprichos de su esposa. Pero en el Saint Francis Memorial había pocas opciones viables. Los buenos ya estaban cogidos, o eran demasiado viejos o feos. Tendría que valorar la opción de romper algún matrimonio, y eso no me gustaba, porque tendría que compartir la billetera de mi baza con su exmujer, y eso significaba menos para mí.
Estaba tan obcecada en mis pensamientos, que no me di cuenta de la gente que esperaba para entrar en él ascensor. Al menos no lo hice a tiempo para evitar que el café de aquel tipo se derramase sobre mi mano.
—Oh, lo siento. —Estaba a punto de descargar toda mi frustración sobre él, cuando me di cuenta de que llevaba puesto un uniforme de médico.
—Ay —me quejé, mientras me detenía en observar su identificación. Doctor Di Angello, dermatología. ¿Cuánto cobraba un dermatólogo aquí?
—Te he quemado. —Sus suaves manos tomaron la mía para inspeccionar el daño que el líquido caliente había causado. Dolía un poco, pero apenas había provocado un poco de enrojecimiento.
—Duele —lloriqueé con voz lastimera.
Sus ojos se alzaron hacia mí, revelando un verde precioso, que resaltaba sobre un rostro joven y muy atractivo. ¡Vaya!, esta opción sí que no la esperaba. ¿Cómo era ese dicho?; Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana.
—Hay que refrescar la zona —tomó mi brazo para guiarme delicadamente hacia uno de los baños cercanos.
Humedeció algo de papel y lo depositó sobre la rojez de mi piel. Alivió, pero no demasiado.
—Esto servirá hasta que lleguemos a mi consulta. —Bien, él mismo se había erigido en mi caballero de brillante armadura. Era caballeroso y atractivo, solo necesitaba averiguar si tenía que deshacerme de alguna novia incómoda, porque lo que es alianza, no había visto ninguna en sus dedos.
Subimos hasta la planta de consultas, para llegar a la suya. Me guio hasta una silla, para después depositar con cuidado mi mano sobre la camilla.
—Doctor Di Angello, ¿quiere que me ocupe yo? —Si las miradas matasen, habría aniquilado a aquella enfermera entrometida.
—No es necesario, Patrice. Yo me encargo. —El doctor Di Angello me ofreció una hermosa sonrisa, que seguro habría derretido a más de una mujer. —No te he preguntado cómo te llamas. —Me lo comía. Un hombre como este no podía estar soltero, tendría que ir con cuidado.
—Maryorie.
—Bien, Maryorie, voy a ir con cuidado, ¿de acuerdo? —La enfermera depositó una bandeja sobre la camilla, que contenía suero, vendas y un tuvo de pomada. Al menos era eficiente. Tendría que pasarle por alto el que mirase embobada a mi futuro marido. Era evidente que ella suspiraba por él, pero el doctor no había mostrado señales que ella pudiese aprovechar.
—Ssssshhh —siseé cuando vertió el líquido frío sobre mi piel.
—Es solo para limpiar la zona, ya está. —Con cuidado secó la superficie y después empezó a extender la crema sobre los puntos enrojecidos. —Tienes unas manos preciosas. —No, no, no, que no fuese gay, por favor.
—Las suyas también son bonitas, doctor Di Angello. —Esperé a su reacción ante mi comentario.
—Llámame Hugo. —Sus dedos se deslizaron con delicadeza sobre mi piel, extendiendo pausadamente la crema. —Esto te aliviará y ayudará a la regeneración cutánea. —Cuando terminó con la pomada, procedió a vendar la zona para protegerla. —Bueno, ya está. —No podía dejarle escapar.
—Debo invitarte. Te he dejado sin café, y tú a cambio me has atendido.
—No hace falta.
—Por favor, no solo he sido la causante de esto, sino que me siento fatal por haberte dejado sin ese café que seguramente necesitabas. Déjame al menos reponerlo. —Nada como un gesto de educado agradecimiento como el que él haría, para conseguir no ser rechazada.
—Me temo que no tengo tiempo para aceptarlo —se disculpó—. Mi siguiente paciente está a punto de llegar. — Pero yo no me rendiría.
—Entonces déjame que te invite a almorzar. Por favor, no me dejes con esta mala sensación. —Él sonrió de forma infantil. ¿No era adorable?
—Está bien. Mi turno acaba a las dos. Puedes llevarme a almorzar entonces. —Sonreí feliz.
—Gracias. Te esperaré en el hall de entrada a esa hora.
La suerte no me había abandonado. ¿Tengo que decir a qué dediqué el tiempo mientras esperaba mi cita? Investigué todo lo que pude a mi presa. Internet es la mayor central de información que uno puede consultar.
El doctor Hugo Di Angello era más que un simple dermatólogo, era parte del programa de injertos de piel artificial del Altare, y eso no solo le reportaba fama, sino que era una pieza importante dentro del hospital, porque era una de sus mayores fuentes de ingresos. Ser su esposa no solo me daría acceso a una suculenta billetera, sino que me abriría las puertas más elitistas de esta ciudad, incluso de muchas del resto del país. Tropezarme con él era más que una señal del cielo.
Aunque el dato más importante era que no estaba casado, no tenía novia, y sí, le gustaban las mujeres. Convertirme en aquella que lo atrapase sería mi objetivo más importante. Y eso me llevaba a preguntarme ¿qué podría ofrecerle para conseguir ponerle un anillo en el dedo? Fuera lo que fuese, tendría que ponerlo en práctica en apenas dos días, porque no tenía mucho más tiempo, solo los tres días que pedí libres en el trabajo. No pensé que necesitaría mucho más para convencer a Leo para que me ayudase a conseguir ese trabajo.
Antes de la hora de mi cita repasé todos los puntos importantes. Primero, no parecer desesperada por la cita. En otra ocasión me cambiaría de ropa, pero se suponía que era un inocente almuerzo de agradecimiento, así que solo me aseé, cambié la ropa interior y la blusa que se había visto afectada por el derrame de café. Dejé la falda y los zapatos que no habían sido afectados. Me perfumé sutilmente, retoqué mi peinado y mi maquillaje.
No hice reserva en un restaurante, porque quería jugar la baza de “chica nueva en la ciudad”. Dejaría que él me sugiriese o que eligiese el restaurante, y después me empeñaría en pagar la cuenta, aunque él discutiese ese punto conmigo.
Después le pediría que revisase mi vendaje, le llevaría a mi habitación del hotel, y una vez allí… Mejor me aseguraría de tener sitio en el restaurante del hotel, así lo de subir a mi habitación a revisar el vendaje pasaría como algo más normal.
Una vez que lo tuviese desnudo y dispuesto, conseguiría conquistarlo con el sexo. Los hombres son simples, dales algo que los vuelva locos, que los atrape como la miel a las moscas, y no tendrán ganas de alejarse de ti.
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