Tenía que reconocer que Emil era un genio, y que papá no se quedaba atrás. ¿Conseguir una identidad falsa? No tuve que hacerlo, solo se necesitó un poco de imaginación. Me explico, cuando me saqué mi carné de conducir, que es el documento identificativo por excelencia en este país, recurrí a mi nombre completo por sugerencia de mi padre, y ese es Owen Daro Bowman. El mismo funcionario que me inscribió pensó que mi apellido era Daro Bowman, uno de esos compuestos, como Saint Claire. Y no, no fue voluntario, digamos que yo propicié esa creencia por sugerencia de mi padre. Según él, era mejor no llevar el apellido Bowman a algunos lugares si es que querías pasar desapercibido.
Como decía, solo tuvimos que aplicar un poco de imaginación. ¿Saben lo que puede hacerse con una resina de esas…? Mejor no lo explico, basta con decir que Emil puso una especie de máscara sobre mi carné, donde la parte de Bowman desaparecía. Y así, conseguía una identidad nueva. Ante ustedes estaba Owen Daro, relación con el todopoderoso Alex Bowman cero.
Así que me presenté frente al taller a primera hora de la mañana, con mis pantalones vaqueros desgastados, unas deportivas en mis pies, y una cazadora que conseguí en una de estas tiendas de segunda mano. El único que podría delatarme era mi teléfono, pero solo tienes que ponerle una carcasa llamativa para que nadie le prestase mucha atención a lo que había al otro lado, además que ocultamos la marca convenientemente.
—Buenos días. —Saludé mientras entraba en el taller. Esquivé algunos coches que estaban en reparación, hasta que alcancé a la primera persona que encontré. —Busco al dueño. —El tipo, un joven de más o menos mi edad entrecerró los ojos hacia mí.
—¿Quién pregunta por él? —Mal asunto que te recibieran así.
—Vengo por lo del anuncio de la entrada. —Señalé con mi pulgar al portón del taller, ahora levantado hasta tocar el techo, o casi. Las cejas del joven se alzaron, al mismo tiempo que su mirada me recorrió analizándome.
—Diego, aquí hay alguien que pregunta por ti. —Avisó en voz alta sin apartar sus ojos de mí.
—Si es por el asunto del Cadillac dile que todavía no está. —Escuché la misma voz que estaba cantando la noche anterior. Provenía de algún sitio en la parte de atrás, y se mezclaba con la música y todos esos ruidos propios de un taller; llaves de carraca, atornilladores eléctricos, alguna llave inglesa cayendo al suelo, golpes de martillo…
—No es el del Cadillac, viene por el anuncio. —Casi como si aquella hubiese sido una palabra mágica, salvo la música, el resto de ruidos cesaron, y un montón de cabezas aparecieron medio ocultas en varios puntos del taller.
Un hombre, de unos cincuenta y muchos, avanzó entre los coches mientras se limpiaba las manos con un trapo. Pelo oscuro, ojos castaños y piel aceitunada, gritaba ascendencia sudamericana por todos sus poros. El nombre de Diego le quedaba que ni pintado.
—Hola, soy Diego. Así que vienes por el puesto de ayudante.
—Owen, y sí. —El hombre señaló un camino entre los coches, que noté nos llevaba hasta un pequeño despacho al fondo.
—Dejad de holgazanear, tenemos plazos que cumplir. —Escuché algún bufido, pero los ruidos de taller se iniciaron de nuevo. —Y bien, muchacho. ¿Tienes algo de experiencia con coches? Y no me refiero a conducirlos. —Me amenazó con un dedo como si estuviera cansado de escuchar esa broma.
—Pues supongo que lo básico; cambiar neumáticos, comprobar los niveles, sustituir baterías, ese tipo de cosas. Pero aprendo rápido y soy fuerte. —Diego me señaló la silla frente a una abarrotada mesa llena de papeles, mientras él se sentó detrás de ella.
—Bien, fuerza es algo que necesitamos. Andamos un poco escasos de eso. —Estaba por afianzar esa parte de mis virtudes, cuando escuchamos una voz desde la puerta.
—Te he oído. —Me giré hacia atrás, para confirmar que efectivamente no me había equivocado, era la voz de una chica. Una que me miraba de la misma forma escrutadora que el primer chico, aunque tengo que reconocer que esta estaba más guapa. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo, y un buzo de trabajo enorme remangado para que no le colgase más allá de las muñecas. A todas luces le quedaba enorme, aunque eso no parecía incomodarle.
—¿Ya has terminado con el Mitsubishi?
—No.
—Entonces vuelve con él. El dueño vendrá en tres horas a recogerlo. —Ella puso los ojos en blanco y se dio la vuelta para irse. Quizás me quedé más tiempo de lo necesario observando el punto en el que debía de estar su trasero. Imposible determinar si era redondito y duro con aquella holgura. ¡Céntrate Owen!, me recriminé.
—Olvida la interrupción, a mis mecánicos no les gusta la competencia. —Por el atuendo podría haber pasado por una visita que no quería mancharse, pero las palabras de Diego dejaron claro que ese era su lugar. —Me gustaría ver cómo te manejas en el taller, ¿Cuándo podrías pasarte para probar un par de horas? —tenía que pasar por alguien que necesitaba el trabajo.
—Pues ahora, si le viene bien. —Diego sonrió.
—Ese es el espíritu. Te pondré de ayudante con mi mejor mecánico, si pasas su corte, ya estás dentro. —Mentalmente me preparé para evaluar al tipo y hacerme su amigo. —¡Mack! Voy a buscarte algo para que tu madre no te cuelgue de las orejas.
—¿Sí, jefe? —Un hombre de unos cuarenta y pocos de pelo rojo apareció en el marco de la puerta.
—Llévate al chico para que te ayude, a ver si entre los dos conseguís terminar con la Ford antes de mediodía. —Las cejas del tal Mack se alzaron sorprendidas
—Sí, jefe. —Pero no añadió nada más.
—¡Eh, Owen! —Me giré hacia mi espalda cuando escuché la voz de Diego.
—¿Sí? —Me tiró a las manos lo que parecía un buzo de mecánico metido en una bolsa.
—Puedes dejar la cazadora en los vestuarios. —Señaló con su pulgar una puerta al lado de su despacho.
—Gracias.
—Bien, Owen. —Empezó Mack—Cuando te cambies te acercas a esa camioneta pick-up—la señaló con el dedo—, con la puerta trasera abollada.
Y eso hice, me cambié, y cuando llegué junto a Mack y la camioneta, él me señaló una caja de guantes de látex negros.
—El jefe es de la vieja escuela, a él no le importa llevar las uñas llenas de grasa, pero al resto nos gusta besar de vez en cuando a alguna chica. —El tipo era simpático, así que sonreí y me dispuse a ponerme los guantes con un “amén” en los labios. Besar a chicas, eso estaba bien.
Nos metimos de lleno con la abolladura, y he de reconocer, que con dos tipos fuertes era más fácil conseguir desencajarla para poder trabajar en su reparación. No es que supiese mucho de esas cosas, aunque sí aprendí algo en esos cursos especiales que había tomado. No creo que ellos quisieran saber que podía hacerle el puente a cualquier coche, nuevo o viejo que cayese en mis manos, o que podía abrir cualquiera de esas cerraduras. Eso mejor me lo guardaba.
—Estás hecho un toro, chaval. —Me alabó Mack. Tenía que reconocer, que de todos los hombres que había visto por allí, debía de ser el que mejor forma física tenía.
—Intento cuidarme. —dije quitándole importancia.
—¿Qué tal lo lleváis? —diego apareció en nuestro puesto inspeccionando el trabajo que habíamos avanzado.
—El chico le pone ganas. —Bogó a mi favor Mack.
—Eso es bueno. ¿Qué te parece si le contratamos a prueba? —le preguntó.
—Por mí estupendo, desde que Hardy se fue andamos un poco cojos de tipos fuertes. —La mirada de Mack hacia su jefe parecía de súplica. Bien, había hecho un buen trabajo con él, hora solo faltaba el jefe, así que le miré con mi mejor carita esperanzada.
—Está bien, muchacho. Cuando terminéis con eso, pásate por el despacho para hacer el papeleo.
—Gracias por darme esta oportunidad. —Diego sacudió la mano como apartando una mosca.
—Deja de lamerme el culo, muchacho. Solo trabaja duro y estarás aquí mucho tiempo. —Al menos era un hombre sincero.
—lo haré. —diego se fue antes de escuchar mi respuesta.
—Vamos a terminar esto, entre los dos podemos tenerlo listo antes del cierre. —Primer detalle, ahora sabía porqué Mack había alzado las cejas cuando su jefe le dijo que terminásemos el trabajo antes de mediodía. Aquella reparación llevaría mucho más tiempo, y ambos lo sabían. Tenía que tener cuidado con diego, era un listillo, pero ya le cogería la medida.
Antes de volver con la furgoneta, volvía a repasar a todo el personal. Había contado 5 mecánicos más en jefe, pero quitándole a él y a la chica de la lista, no sabría decir quién era el tipo de la capucha. ¿Era uno de ellos? ¿O quizás alguien que trabajó aquí y se había quedado con una llave? Me inclinaba más a pensar en lo primero, porque si lo sorprendían, tendría una excusa para estar allí.
Bien, ahora que estaba dentro, tendría tiempo de descubrir a nuestra rata. ¿Sospecharía que había ido ahí a buscarle?
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