Leo
No es que fuese la cama más cómoda del mundo, pero si no quería pasar por el largo proceso de higienización, tenía que conformarme con lo que había, y eso era la cama del médico de guardia. En este hospital se tomaban muy en serio el cuidado de los pacientes en cuidados intensivos, nada de posibles contaminaciones en toda el área de hospitalización.
Revisé los últimos datos de Alma, sin poder evitar controlar las figuras de Grigor y Drake al otro lado de la cristalera. Sabía que había alguien más allí, pero estaba más oscuro que a este lado de la separación, así que no lo distinguía demasiado bien. ¿Cómo sabía que eran ellos? A parte de que estaban muy cerca del cristal, era por su fisonomía, no había muchas personas con su complexión, sobre todo la de Grigor, que tuviesen un particular interés en nuestra pequeña Alma.
Los datos que estaba analizando me decían que todo parecía ir bien, aunque no podía quitarme de encima la sensación de algo fallaría pronto. No podía funcionar, aquel corazón lo habían fabricado hacía apenas unos días, ¡qué digo!, podían ser horas. Y ahí estaba, sorprendiéndome, manteniendo con vida a Alama, latiendo como si llevase toda una pequeña vida haciéndolo.
—¿Todo bien por aquí? —Me giré para encontrar a la directora médica llegando con un extraño paquete entre las manos. Parecía que llevase una tarta en vez de…
—Parece que sí. ¿Qué es eso? —¿Algún artilugio nuevo? En este hospital ya no me sorprendería.
—Entretenimiento. —Fruncí el ceño, tenía mucha curiosidad.
Seguí sus pasos, para verla cubrirse con el equipo de protección facial, antes de activar la apertura de la habitación de Alma. Menos mal que se podía oír todo lo que ocurría en el interior de las habitaciones desde el exterior, una precaución que beneficiaba la actuación de los médicos en caso de que algo fuese mal. Una palabra de socorro, una tos extraña, y el equipo médico estaría allí en un parpadeo.
—Hola, cariño. ¿Cómo te sientes? —No me pasó desapercibido el movimiento que hizo al dejar el paquete a la vista de la niña, provocándole tanta curiosidad como a mí.
—Tengo un poco de sueño. —Con tanta medicación para el dolor era normal que estuviese algo adormilada.
—Vaya, entonces no tendrás ganas de jugar una partida de ajedrez. —Alma se incorporó con cuidado, impulsada por sus débiles brazos. —Deja que te ayude. —Pamina accionó el control de la cama para que se sentara más erguida. —¿Mejor?
—Sí. —Alma estiró el cuello para ver mejor lo que Pamina había traído.
—Me ha dicho un ratoncito que eres muy buena jugando.
—Solo un poco. —Pamina abrió el paquete, dejando a la vista un grueso tablero de ajedrez. Después empezó a colocar las figuras sobre las casillas, igual a como se hace cuando se va a empezar una partida; las blancas a un lado, y las negras al otro.
—Algún día tienes que enseñarme. —Creo que no fui el único sorprendido al oír eso.
—¿No vas a jugar conmigo?
—Oh, te he encontrado a un contrincante a tu altura. —No sé de dónde salió, pero una especie de extensión apareció en el lateral del tablero, quedando frente a Alma.
—Ah, hola Valentín. —El rostro de la pequeña se iluminó, supongo que le estaba viendo por lo que supuse era una pantalla.
—¿Lista para jugar? —Sí, esa era la voz del hijo de Drake, aunque sonaba algo lejana.
—Te dejo abrir. —le retó la niña.
Mis ojos se abrieron asombrados, cuando vi una de las piezas deslizarse sola por el tablero. Esto sí que era una partida a distancia.
Un minuto después, Pamina estaba a mi lado, observando como los dos pequeños se metían de lleno en la partida.
—Así se le pasará el tiempo más deprisa.
—Ha sido una buena idea. —reconocí.
—Yo también lo pienso, pero el mérito no es mío. —Solo tuve que mirar al otro lado del cristal para imaginar de quién había sido; Drake. Este hombre estaba en todo, ¿es que su mente nunca descansaba? A veces daba miedo.
Un aviso de llegada de mensaje que hizo regresar al lugar dónde estaba. Era de mi padre.
—“Hay algo que tengo que hablar contigo”. —Eso me preocupó, ¿había algo más que se habían dejado en el tintero?
—“Cuando quieras”. —respondí.
—“Esta noche, por videoconferencia”.
—“Te avisaré cuando esté en casa”. —No era plan tener esa conversación en un lugar donde podrían interrumpirme o cotillear, porque algo me decía que quería hablar de un tema delicado, algo que quizás no se atrevió a decir delante de mamá.
—Será mejor que vayas a casa y descanses. Yo me quedaré por aquí hoy. —se ofreció Pamina. Ella no era cardióloga infantil, pero si la jefe te dice que te vayas, es que sabrá apañárselas sin ti.
—Sí, necesito dormir en un colchón de verdad. —Mi espalda estuvo de acuerdo.
—Ya que ayer era tu día libre y trabajaste, no está de más que descanses mañana. —Una oferta muy considerada, pero…
—Prefiero estar por aquí, si no te importa. —Era mi paciente, y aunque había aprendido a distanciarme y descansar, este caso era demasiado especial como para no estar muy pendiente de ella. Quizás con el tiempo, si todo salía bien y trasplantábamos más de estos corazones, pudiese relajarme un poco. Pero de momento no podía.
—Esto es lo que diferencia a un médico por vocación de uno que lo hace por dinero. —Sentí la pequeña palmada que me dio en el hombro antes de alejarse hacia el control de enfermería. Tenía la certeza de que ella era igual que yo.
—Doctor Kingsdale, lo están esperando. —Giré la cabeza hacia la enfermera que me había llamado.
—¿Quién? —pregunté curioso.
—La doctora Sokolov. —Escuchar su nombre hizo dar un salto a mi estómago.
—Sigan con el tratamiento pautado, y si alguna constante se descompensa… —No pude terminar la frase.
—Yo me encargo de todo, tu ve a descansar. —Pamina me empujó hacia la salida, con una confianza más propia de dos amigos íntimos que la que tendrían que tener jefa y subordinado.
Una duda asaltó mi cabeza ¿sabría ella que era parte de la familia? No seas tonto, ese tipo de cosas no se van contando por ahí. Si tendría que escoger, diría que tenía más que ver con lo que había ocurrido con Alma.
Cuando atravesé la última puerta de la zona de intensivos, encontré la sonrisa de Jade. Vestía de calle, por lo que parecía estar lista para salir.
—¿Listo para ir a comer? —Miré mi reloj.
—¿No es un poco pronto?
—No cuando eres tú el que prepara el menú. —¿Íbamos a cocinar nosotros? Este era un paso en nuestra relación que estaba preparado para dar.
Ver como interactúan dos personas en una cocina dice mucho de como es su relación de convivencia, o lo sería. ¿No me creen? Si los dos nos movíamos en una sincronizada danza, si estábamos pendientes no solo de lo que teníamos entre manos, sino de las necesidades del otro, eso quería decir que seríamos un buen equipo, y eso es algo que suma muchos puntos en la relación de pareja. Maryorie y yo nunca cocinamos juntos, ella prefería ir a cenar fuera antes que cocinar. Después de probar su cocina estuve completamente de acuerdo con ella.
Pero hay algo mejor que cocinar juntos y es ir de compras antes, que es lo que hicimos. Jade me descubrió las tiendas donde solía comprar víveres, y el por qué le gustaban. Verla oler un tomate me puso duro como una piedra. ¡Un tomate! En serio, esta mujer provocaba en mí reacciones que me desconcertaban.
Y por si se lo preguntan, cocinar con ella fue un baile que muchos coreógrafos matarían por haber creado. Mientras bailábamos en su cocina entre cuchillos, cazuelas y sartenes, no podía dejar de pensar en cómo sería la otra danza que teníamos pendiente. El sexo podía ser sublime con ella.