Jade
Cuando abrí los ojos me encontré sola en la cama. No me extrañó, todos tenemos que ir al baño en un momento dado, como me estaba recordando mi estómago. Salí disparada de la cama, directa a evacuar la deliciosa cena de la noche anterior. Solo esperaba que Leo no estuviese acaparando el retrete, porque vomitar en el lavado es una auténtica guarrada.
Por suerte, mi primera preferencia estaba disponible. Pero no pensé en ello hasta que me sentí aliviada y en paz. Si no estaba aquí, ¿donde estaba mi recién estrenado esposo? Me cepillé los dientes, hice gárgaras con el enjuague y me dispuse a explorar la suite. No di con él. Estaba a punto de regresar a la habitación en busca del teléfono, cuando la puerta se abrió con un chasquido.
—Buenos días. —No me pasó desapercibido el carrito de servicio que empujaba.
—¿Has ido a por el desayuno? —Mi mano fue derecha a levantar el cubreplatos. Lo sé, acababa de vomitar, no podía tener hambre.
—Justo lo que una mujer embarazada necesita. —Pues sí, desde las galletitas saladas, hasta la infusión calmante. Da gusto cuando alguien presta atención a tus necesidades, y además se preocupa de atenderlas con aquel mimo.
—Tú sí que sabes complacer a una mujer. —Besé sus labios, siendo recompensada con una gran sonrisa por su parte.
—Solo a la mía, esposa.
—Conociendo a Lena, seguro que tenía preparado con antelación todo el surtido para embarazadas en las cocinas del hotel. —Éramos dos, tres si contaba a Nika. Como crece la familia.
—No quise esperar al servicio de habitaciones, preferí ir directamente a buscar lo que sé que te gusta. —Revisé su atuendo, unos pantalones deportivos, una camiseta de algodón, y con el pelo revuelto. Era un sueño para cualquier chica, y él había aparecido de esa guisa a primera hora de la mañana en una cocina industrial. Las ayudantes estarían encantadas.
—Es un detalle. —Mordisqueé una galletita salada con timidez, al menos hasta que mis papilas gustativas se impregnaron con su sabor. De un bocado me comí el resto de la pieza.
—Tengo que reconocer que no fui el único con esa idea, aunque sí el primero. Me encontré con mi hermano Grigor.
—Dafne ya tendría que haber superado la fase de los vómitos. —Calculé mentalmente, ella debería estar en la semana 17, había sobrepasado el período habitual. Eso solo podía significar que esas molestias podrían extenderse hasta el final de la gestación.
—Podría ser, pero con todo el ajetreo de la boda, mi hermano no ha querido arriesgarse a una recaída. —Leo se encogió de hombros, lo que me hizo poner los ojos en blanco. Por Dios, que era médico, sabía tan bien como yo como funcionaban los embarazos, al menos a groso modo.
—Eso no funciona así. —le recordé.
—Trata de convencerle tú de lo contrario. —Ah, ahora lo entendía. Grigor estaba en modo sobreprotector.
—No, paso de hacerlo.
—Y hablando de mi hermano y mi cuñada—levanté la vista de mi desayuno, porque parecía que la conversación iba a tomar un giro interesante—, creo que nos han incluido en su luna de miel.
—¿Cómo? —¿Lo había escuchado bien?
—No te molestes ni en hacer la maleta, ya lo han hecho por nosotros. —Y lo decía como si fuese lo más normal del mundo, antes de beberse su taza de café.
—No pueden…
—Oh, sí que han podido.
—Pero…pero… —Leo estiró las manos para tomar las mías.
—Te prometo que tendremos nuestra propia luna de miel, cariño. Quiero llevarte a Egipto, a Grecia, a Italia. Incluso puede que tengamos que hacer varios viajes, porque hay países que quiero descubrir contigo.
—Dudo que no hayas estado en muchos.
—Estar, visitar, no es lo mismo que descubrir.
—Buena puntualización.
—¿Has estado alguna vez en China? Me muero por caminar por la Ciudad Prohibida, probar la auténtica comida en una taberna local rodeado de trabajadores, visitar alguno de sus parques temáticos. ¿Sabías que existe un parque temático de ciudades de Europa? Hasta puedes comer paella española.
—¿Quieres comer paella española en un parque temático en China? ¿No sería mejor ir a España?
—No lo estás entendiendo. Podemos ir a España a comer paella, pero también podemos probar lo que ellos creen que es una de esas.
—Quieres decir, ¿que sería divertido probar todas las variaciones de la misma experiencia?
—¿Cómo puedes saber si no cual es la mejor? ¿O cuanto se acercan a lo auténtico?
—Mira que eres raro. —le acusé.
—Y aun así me quieres. —Estiró su cuello para besarme.
—No, precisamente por eso te quiero. —¿Quién se conformaría con algo vulgar y anodino, cuando puede tener algo extraordinario? Y Leo es precisamente eso, material de primera clase.
—No quiero interrumpir una escena tan tierna, pero—Grigor estaba parado a nuestro lado, mirando su reloj de muñeca—tenemos un avión que tomar. —¿De verdad nos estaba sonriendo como si fuese un asistente de vuelo?
—No he desayunado. —me quejé. —Y tengo que vestirme, y …—Grigor puso los ojos en blanco.
—¿No le has contado lo de la maleta? —recusó a Leo.
—Lo de la maleta sí, pero al menos esperaba a que nos diese tiempo de desayunar. —Grigor bufó.
—Por que estás embarazada. —me señaló Grigor con el dedo— Tenéis media hora. Para entonces estaréis desayunados, vestidos y listos para irnos. —se dio la media vuelta y se fue´.
—Siempre podemos ir por nuestra cuenta. —dije.
—Eso no es negociable. —Grigor ni siquiera se giró para responder.
—No sé porque creo que no nos vamos a divertir mucho. —Lo peor de los viajes, es que alguien esté encima de ti arrastrándote con un reloj en la mano. Las vacaciones son para relajarse, no para aumentar el estrés.
—La parte divertida déjamela a mí. —Leo se acercó de nuevo para besarme. Sí, esa parte iba a ser mi favorita.
—Media hora. —¿Todavía no se había ido?
Viktor
Desde la ventana del despacho podía ver como se alejaba el vehículo de los chicos. Con ellos fuera de la ecuación, tenía menos puntos débiles que cubrir. Había sido fácil convencer a Leo para que me dejase ocuparme del asunto. Como él bien dijo; es mejor dejarlo en manos de profesionales. Y no cabía duda de que en asuntos de juego sucio, de falta de escrúpulos, y de acciones duras, yo tenía mucha más experiencia que él.
—¿Creés que ha sido buena idea enviarlos a Miami? —Nick parecía estar observando el mismo punto que yo.
—Allí no podrán rastrearlos. —No solo era un vuelo en avión privado, sino que estarían en la casa de Irina, con unas medidas de seguridad superiores, y con hombres que sabían para quién trabajaban y qué se esperaba de ellos.
—Lo decía por si se ponen picajosos en Los Ángeles. —Ya contaba con ello. Si había problemas, siempre podíamos recurrir a la tecnología.
—Una videollamada para ponerlos en su sitio sería suficiente. ¿Cómo vas con la contabilidad?
—Drake ha conseguido piratear el acceso a sus servidores. Llevo filtrando datos desde hace una hora. —Nada como la unión de informáticos, matemáticos y contables para crear un buscador eficiente de rastros sospechosos. Un desfalco, operaciones opacas, lo que fuera, el análisis de aquella enorme cantidad de datos no sería un problema para Nick.
—Bien, así quizás Anker tenga algo contundente con lo que atacar el lunes. —Cuando te enfrentas a tiburones de tierra adentro, lo mejor es ir preparado con uno o varios arpones.
—Todas las empresas grandes tienen cadáveres enterrados en el jardín. Solo necesito encontrar los de nuestra rata y sacarlos a la superficie. Los de los demás podemos utilizarlos como moneda de cambio en el futuro. Nada como una amenaza velada para mantener sus culos prietos y sus bocas cerradas. —Eso me hizo sonreír.
—Eso quiere decir que nadie de la empresa se atreverá a echarle una mano a nuestra rata.
—Este árbol caerá solo. Ese tipo de gente no tiene lealtades.
—¿Estás seguro de que no quieres venir? —Giré la cabeza hacia la mesa donde Andrey revisaba los documentos diseminados sobre la mesa, para responder a su pregunta.
—Esta vez la parte divertida os la dejaré a vosotros. —Su sonrisa se ladeó, pero yo sabía que no era por lo que estaba leyendo.
—Nada como dos bufetes de abogados sacando sus penes para ver quiénes los tienen más largos. —A Andrey le gustaban ese tipo de situaciones. Enviarle como refuerzo con Dimitri para él era mucho más que una manera de igualar la pelea, era como regresar a los tiempos en que teníamos que dejar bien claro cual era nuestro poder, fuera o dentro de la ley.
—No es mi estilo. —reconocí.
—No, a ti te gusta más estar en las sombras manejado los hilos. —No era un reproche. Y tenía razón, el cabeza de la familia debía minimizar sus apariciones, porque no debía estar en el centro de ninguna diana más. Ya tenía suficiente con estar en mis zapatos, eso significaba ser el gran objetivo que alcanzar. ¿En cuantos diagramas policiales estaría mi fotografía en la cúspide del organigrama? Los mismos en los que los hilos se rompían antes de alcanzarme.
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