Jade
Es curioso lo que decidimos guardar en nuestra memoria. La extracción de sangre, el resultado de los análisis, la ecografía intrauterina… Nada de eso se quedó grabado en mis recuerdos de la misma manera, a como lo hizo la sensación de la mano de Leo sosteniendo la mía en todo momento. Juntos era una palabra que acababa de tomar un nuevo significado para mí.
—No es posible. —Juro que traté de rebatir la fecha que nos dio Ramírez, pero no pude.
—Las mediciones es lo que dicen —se excusó con una ligera inclinación de cabeza. No quería mirar a Leo, porque sabía lo que iba a encontrarme.
—Es lo que hay, Jade. —Y el idiota se reía con esa sonrisa arrogante de super macho. ¡Dios!, no habrá quién le aguante, estoy segura. Que un médico te confirme que has dejado embarazada a tu novia la primera vez que practicas sexo con ella, inflaría el ego de cualquiera.
—No te vengas arriba, muchachote. Pudo ser cualquier otro día de esa semana. Lo hicimos varias veces, y esa medición da una fecha aproximada. —Nada, que no le valían mis palabras, él seguía agarrándose a lo de “con el primer disparo la preñaste”.
—No vas a conseguir hacerme cambiar de idea, cariño —reconoció en voz alta.
—Te he prescrito los suplementos, y asignado la próxima cita para el seguimiento. —Ramírez parecía centrado en el monitor de su ordenador, pero tampoco podía ocultar su sonrisa. Todo esto lo estaba divirtiendo demasiado.
—Ya, pues entonces, hasta entonces —me puse en pie y me dispuse a irme de aquel despacho. Había demasiada testosterona allí dentro.
—¡Eh! —Leo corrió para ponerse a mi lado después de despedirse de Ramírez y darle las gracias. —No te enfades.
—No estoy enfadada. —Aunque sí un poco molesta.
—Ah, hola. —Leo se detuvo hacia una pareja a nuestra derecha, lo que me hizo girarme hacia ellos. ¡Mierda!, iba tan obcecada en mis cosas que no los había visto.
—Vale, yo no digo nada de lo tuyo, si tú no dices nada de lo mío. —¿De qué estaba hablado Grigor? ¡Oh! Él y Dafne estaban cogidos de la mano, y por ese brillo en su mirada.
—Acabará sabiéndose —le recordó mi novio.
—Ya, pero será cuando nosotros lo decidamos. —Se puso serio Grigor.
—Creo que a ellos no les importa que lo averigüen —añadió Dafne. Ella parecía haber leído en Leo la necesidad de contárselo a todo el mundo.
—Hagamos un trato —ofreció Grigor—. Dejemos que nos confirmen que todo está bien y hacemos el anuncio de manera conjunta.
—Me parece bien —Leo le tendió la mano sellando el acuerdo.
—¿Yo no tengo nada que decir? —me quejé.
—Dudo que tengas mucho tiempo para hacerlo. Después de la que habéis montado con esa mujer, ¿crees que Viktor no se enterará?
—Querrás decir Anker, él controla todo lo que ocurre en el hospital —le recordé.
—No me he confundido. A estas alturas ya tendrías que saber que los únicos secretos que no revelas a la familia son los tuyos propios, el resto enseguida llegarán a oídos del gran jefe antes de que te de tiempo a desmentirlos. —Eso me puso nerviosa.
—Todavía no estoy preparada para contárselo a mis padres. —¿Lo dije en voz alta?
—He dicho el gran jefe, no tu padre. Conociendo a Viktor, él te llamará antes de hacer nada. —Y como si el diablo hubiese escuchado sus palabras, su teléfono empezó a sonar. Su cara palideció ligeramente cuando vio el nombre del llamante.
—¿Sí? —Grigor soltó el aire pesadamente—. Déjanos al menos asegurarnos de que todo está bien —giró la cabeza para comunicarse en silencio con Dafne—. Esta noche. Te avisaré —cortó la comunicación y después nos miró con expresión seria—. Os dije que él se enteraba de todo.
—¿Era Viktor? —pregunté sorprendida.
—Tienes media hora para decírselo a tus padres, antes de que Viktor avise a todos de que tenemos una cena familiar esta noche.
—Bueno, al menos lo haremos a la vez. La presión es menos cuando la repartes. —Dafne no parecía tan tensa como Grigor.
—Ya, pero somos los que estamos más adelantados. La tía Lena va a prepararnos una boda exprés de las suyas. —Si Grigor lo dijo para poner nerviosa a su novia, no lo había conseguido.
—¿De cuánto? —pregunté.
—Dieciséis semanas —confesó ella.
—Siete semanas —reconocí yo.
—¿Dafne? —preguntó la enfermera de Ramírez.
—Sí. —Ella arrastró a Grigor hacia el interior de la consulta. Creo que, de los cuatro, era la que se tomaba esto con más tranquilidad.
—¿Quieres hacerlo sola? —me preguntó Leo cuando estuvimos solos. Medité mi respuesta.
—No. Como ha dicho Dafne, es mejor repartir la presión. Si vienes tú, papá estará más centrado en ti que en mí. —El rostro de Leo se tornó pálido.
—El premio merece la pena —me tomó por los hombros para pegarme a su costado. Nada iba a disuadirle del plan que habíamos montado para nuestra vida en común.
Esa noche, como no podía ser de otra manera, la noticia de mi embarazo y el de Dafne fue el motivo principal de nuestra reunión familiar. Creo que Leo estaba empezando a acostumbrarse a que nos reuniéramos a la menor ocasión para celebrar. Aunque el que parecía más relajado era mi padre. No sé si por el hecho de que Leo y yo estuviésemos comprometidos, o por que mamá estuviese pletórica de alegría por que iba a ser de nuevo abuela. Lo sé, mi hermano Drake ya le había otorgado ese título, tres veces, pero creo que esta vez estaba feliz porque era otra de sus hijos la que iba a dar el paso a la paternidad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al darme cuenta de que esa era yo, de que había cruzado esa puerta sin haberme dado tiempo a hacerme a la idea de que estaba caminando hacia ella.
Creo que fue el hecho de que no bebí nada, como las otras dos embarazadas allí reunidas, lo que me hizo darme cuenta de que algo ocurría. Que el tío Viktor dejé un vaso de vodka sin terminar sobre la mesa y contestar el teléfono con una rapidez que me sorprendió, era una señal inequívoca de que ocurría algo grave.
En el momento en que abandonó la mesa y se giró para hablar, no aparté la vista de su espalda. Soy médico, puedo notar cuando los músculos de la espalda se tensan, y eso era lo que estaba viendo. Inconscientemente me puse en pie, lista para ponerme en movimiento. No tuve que mirar a la gente a mi alrededor para advertir que la mayoría se había quedado en silencio cuando Viktor se giró de nuevo. Su rostro se había vuelto serio, señal inequívoca de que la fiesta había terminado.
Nadie hizo la pregunta, pero estaba en el aire. Viktor deslizó la mirada sobre todos nosotros, algo rápido, y todos entendimos. En un parpadeo todos estábamos en pie, listos para lo que hiciese falta.
Todavía recuerdo la primera vez que me tocó entrar en acción. No debía de sorprenderme que alguien llegase a urgencias con una herida de bala, en Las Vegas eso es frecuente. Pero sí que es muy diferente lo que ocurre cuando es alguno de los hombres que trabajan para Viktor. Los que trabajan en su empresa de seguridad no cobran un plus de peligrosidad porque les quede bien el uniforme.
Como decía, aquel día estaba de guardia en el Altare, cuando entraron tres heridos de bala aún con los uniformes militares puestos. No es que tuviesen un logo o algún tipo de insignia en la ropa, pero las botas y los pantalones son claramente identificables.
¿En qué se diferencia un herido de bala de la empresa del tío Víktor con alguien externo? A parte de que el protocolo es claramente más opaco con las autoridades, puedo haber visto a ese hombre paseando con su uniforme por los pasillos del hospital.
Se supone que mis padres no son parte activa en la zona oscura de las actividades de la familia Vasiliev, así que el que me tocase a mí no era algo que asumiesen, al menos hasta ese día. Ser un médico anestesista en el hospital gestionado por la familia era una invitación directa a entrar en su mundo por la puerta pequeña. Pero estaba dentro.
Así que, si había algún problema como el que estaba imaginando, mi presencia en el hospital era más que necesaria. Pamina caminó junto a mí, porque su especialidad era la traumatología, y se había especializado en un hospital militar. Conocía de primera mano las lesiones que un conflicto armado puede producir.
—¿Qué necesitas? —Pamina fue la primera en preguntar cuando llegamos al despacho.
—Están llevando a algunos hombres al Altare. Un helicóptero aterrizará en unos minutos en el jardín para llevaros allí. —No necesitábamos saber más.
—Cogeré mis cosas —Pamina habló por las dos.
—¿Qué ocurre? —me preguntó Leo cuando cogí mi bolso del lugar donde lo había dejado.
—Una emergencia en el hospital. —No podía contarle más.
—Iré contigo —ya estaba cogiendo su chaqueta cuando le detuve.
—Has bebido mucho, no servirías de mucha ayuda. —¿Era eso o que no quería meterle en este lado oscuro de la familia?
—Pamina también ha bebido —dijo con el entrecejo fruncido. Se estaba oliendo algo, pero no tenía tiempo de darle explicaciones.
—Hay sitio también para él. —La voz de Viktor me atenazó el estómago, pero no tanto como su mirada. No necesitaba decirlo, pero estaba claro que había decidido que Leo conociese también esa parte de nuestra familia. Y cuando Viktor da una orden, todos obedecen.