Jade
Llegué justo a tiempo para ver como Leo golpeaba un par de veces en la puerta de Ramírez. Su enfermera abrió la puerta, y les franqueó el paso con una sonrisa. Como buen chico educado, Leo le indicó a Maryorie que entrase delante de él.
Yo no podía entrar ahí, pero me moría de ganas de hacerlo. El que parecía que iba a hacer mis deseos realidad era Hugo, que caminaba a paso decidido hacia la misma puerta. Corrí como una gacela para impedirle hacerlo. Esto era un asunto de Leo, y nadie tenía que interrumpir. Y eso me llevaba a preguntarme ¿qué le llevaba a Hugo a estar ahí?
Tiré de su brazo para que sus nudillos no tocasen la madera, algo que pareció molestarle.
—No puedes entrar ahí.
—Tengo el mismo derecho que tu novio de estar ahí. —Oh, mierda.
—¿Crees que el niño pueda ser tuyo? —tragué saliva mientras esperaba su respuesta. Pero era evidente que iba a ser afirmativa, de otra manera no estaría delante de aquella puerta.
—Solo hay una manera de averiguarlo, y está al otro lado —aferró el pomo de la puerta, esta vez no iba a llamar, estaba claro. Sus ojos me observaron un par de segundos, como dándome la oportunidad de detenerlo. Pero ¿quién era yo? Esto era entre Leo, Hugo y Maryorie. Solo podía confiar en que Leo me lo contase después. Así que asentí, dándole permiso para entrar ahí y montar el espectáculo que imaginaba.
Cuando abrió la puerta pude echar un vistazo dentro, solo estaban Leo y Ramírez. Lo que significaba que la enfermera y Maryorie estarían en la sala anexa. Me moría de ganas de entrar ahí y poner a esa víbora en su sitio, pero no lo haría, porque como he dicho, le correspondía a Leo encargarse de ese asunto.
Leo
—¿Vas a explicarme qué está pasando? —Ramírez me observaba con una ceja alzada, mientras esperaba una aclaración.
Le eché un último vistazo a la puerta a mi espalda, por la que acaban de desaparecer Maryorie y la enfermera. Se suponía que la enfermera iría haciéndole la ficha con las preguntas básicas; último día de regla, si ya estaba tomando ácido fólico, ese tipo de cosas.
—Dice que está embarazada de mí, pero hace dos meses que no nos vemos. Solo quiero asegurarme de que está diciendo la verdad. —resumí.
—Un aprueba de embarazo no aclararía eso. Así que necesitas…
—Saber de cuanto está. —terminé la frase por él. —Eso de momento. —Ya habría tiempo de hacer una prueba de ADN a ese bebé.
La puerta se abrió en ese momento. Hugo nos miró a ambos y después cerró la puerta.
—Di Ángello, estamos con una paciente. —Hugo revisó el despacho rápidamente, cerrando la puerta detrás de él.
—Lo sé. Precisamente por ella estoy aquí. —La ceja de Ramírez se alzó, mientras nos miraba de uno a otro.
—¿Estás insinuando que…?
—Eso solo nos lo puedes aclarar tú. —Hugo cruzó los brazos sobre su pecho, estaba claro que no se iría de allí. No sabía si alegrarme porque Maryorie se hubiese acostado con él o no. Me explico, si el niño era de Hugo, un problema menos para mí, pero tampoco le deseaba ese destino. Maryorie no era ningún premio.
—Para que me aclare, ¿cuándo tuviste relaciones con ella? —Al menos Ramírez sí que iba directo al grano.
—Entre dos a tres semanas. Ni antes ni después. —Ramírez anotó mentalmente esas fechas.
—De acuerdo. Podemos trabajar con eso. Solo tengo que hacer unas mediciones, y sabremos aproximadamente el tiempo de gestación. —Ramírez se puso en pie, acto que imité para detenerle antes de que entrase en la sala de examen.
—No quiero que salga corriendo antes de saber cuál de los dos es el padre. —le indiqué.
—Entiendo. Entonces será mejor que esperéis aquí. —Ramírez abrió la puerta, con el suficiente cuidado como para que Maryorie no viese a los dos hombres que aguardábamos allí.
Maryorie
Desesperada por atrapar a Leo, sí, lo estaba. Ahora era un hombre rico, no podía dejarle escapar. La única opción que tenía era sacar a la enfermera esa de la ecuación, y solo podía conseguirlo de una manera, con algo que me atase a Leo de una manera imposible de romper, y un hijo lo era.
Cuando le solté la bomba en el aparcamiento hizo lo que esperaba, alejarla a ella para que pudiésemos tratar el asunto. Pero mi buen humor se esfumó cuando descubrí que no íbamos a su despacho, sino a la consulta de un obstetra.
Era demasiado pronto para que destruyese mi jugada, antes tenía que afianzar mi posición junto a Leo. Así que puse cara de buena chica y me dejé llevar. Conseguiría ganar tiempo, era todo lo que necesitaba. No podía dar largas delante de Leo, era médico, seguro que sospecharía. Pero con la enfermera era otra cosa. Así que aproveché el que estuviésemos solas para elaborar un plan que me librase de un análisis de sangre, porque si lo hacían…
—Desnúdese y póngase el camisón. —¡Mierda!, me iba a explorar.
—Ya he pasado por todo esto, ¿de verdad tengo que pasar otra vez por un examen médico? No me sentí muy cómoda la primera vez.
—Eso debe comentárselo al médico cuando llegue. Ahora debe seguir el protocolo y ponerse el camisón. —Me sonrió de manera afable. Ella se había excluido de la ecuación. Tendría que engatusar al médico. Al menos tenía esa edad en que podía apelar a un falso pudor y él entendería. —La ropa interior también. —La mujer era quisquillosa.
—¿Todo? —Esto de hacerse la ingenua había funcionado otras veces.
—El doctor tiene que hacer una palpación de las mamas, y el útero, para comprobar que no hay alteraciones que haya que tratar. Hay que cuidar la salud de la mamá. —Vale, comprobación de que mi anatomía era correcta. Podía hacer esto.
Mientras me quitaba la ropa, ella se quedó al otro lado de la cortina haciéndome algunas preguntas.
—¿Cuándo tuvo la última regla? —Esa la sabía.
—Hace diez semanas. —Se supone que el paciente le dice la verdad al médico.
—¿Ha tenido alguna pequeña perdida? ¿Alguna mancha de sangre en la ropa interior desde entonces?
—No.
La puerta se abrió en ese instante, pillándome a medio poner el camisón.
—Bien, Maryorie. En cuanto termine necesito que se siente en la camilla. —No se parecía en nada a esa cosa en la que mi ginecólogo me examinaba, así que estaba tranquila.
Salí de detrás de la cortina para encontrar al médico ajustándose los guantes. Bien, eso indicaba un examen manual, podía con ello.
—Bien, siéntate aquí —palmeó el extremo de la camilla. Obedecí. —. Recuéstate. —¿Qué?
Dejé que la enfermera me guiase. Colocó el brazo por encima de mi cabeza. Con cuidado el médico retiró el camisón y comenzó a palparme el pecho.
—¿Prótesis mamaria? —asentí.
Cuando terminó de explorar los dos, parecía satisfecho.
—Bien. Ahora relájese —accionó una palanca, que elevó un par de sujeciones para mis pies. Mis piernas se abrieron, permitiéndole el acceso a mi vagina.
Sentí sus dedos explorando el cuello del útero. No podía permitir que siguiera más allá, así que fingí incomodidad.
—¿Le duele? —preguntó.
—No es dolor, es que me siento incómoda con usted ahí abajo. —El médico pareció sopesar mis palabras, para finalmente retirarse.
—De acuerdo, vamos a probar con esto. —Antes de darme cuenta, estaba metiendo un objeto parecido a un bolígrafo por mi vagina. Estaba frío, pero apenas lo noté, aunque fingí de nuevo incomodidad.
Después de un largo silencio, en el que el médico parecía mirar la pantalla del monitor del ecógrafo, supuse que era eso, finalmente lo sacó, se quitó los guantes, y se puso en pie.
—Carol, hagamos un Dogenmeyer. —No me sonaba de nada ese nombre, pero apreté los dientes esperando lo que fuese. ¿Muestra de orina? ¿Analítica?
—Sí, doctor.
La chica llegó con uno de esos kits con tiras reactivas. ¿Eso era? Sí, iba a hacerme un test de azúcar en sangre. La lanceta me perforó la yema del dedo, y tomó la gota de sangre en la tira.
—Aquí tiene. —El médico leyó el resultado.
—Muy bien. Puede ir vistiéndose. —Sí que había sido rápido.
La sorpresa vino después, cuando salí de nuevo de detrás de aquella cortina para encontrarme no con uno, sino con tres médicos. Y no, al tercero no me lo esperaba. ¿Qué hacía allí el doctor Di Angello?
—Bien, podéis estar tranquilos, ninguno de vosotros es el padre. —¡Mierda!
—¿Estás seguro? —preguntó Leo.
—No está embarazada. —Mi último cartucho acababa de mojarse.