Leo
No estaba tan impaciente y nervioso desde que iba al instituto, al menos con lo referente a una chica. Pero no podría decir que fuese malo. Sentir de nuevo ese cosquilleo en el estómago, mientras esperaba a que la puerta de la consulta de Jade se abriera, era como tener de nuevo esas ganas de vivir experiencias que se nos olvida cuando nos hacemos adultos. No soy de esas personas a las que les gusta el riesgo, aunque podría decirse todo lo contrario por algunas de mis experiencias en Médicos sin Fronteras. ¿O tal vez si me gustaba y lo nuevo era que no necesitaba poner mi vida en riesgo para sentir la adrenalina corriendo desbocada por mi sangre?
La puerta se abrió mostrando a un hombre cercano a los sesenta años, que tenía a la vista una cita con un cirujano para colocarle un cuádruple baipás, y no lo digo porque conociese su historial médico, bastaba con mirarle. Ese hombre había abusado por demasiado tiempo de las grasas saturadas, era carne de quirófano. Perdonen mi oscuro sentido del humor.
Sabía que no tenía más pacientes después de este, gracias a cierto enfermero que averiguaba lo que fuese con un pequeño incentivo; John se quedó con dos de los bollos, pero mereció la pena. Así que avancé para entrar en su despacho.
—Té caliente y un bollo. —le ofrecí mientras me acercaba a su mesa.
—Servicio a domicilio. Esto es peligroso, puedo acostumbrarme. —Tomó la taza entre sus manos y aspiró con deleite el aroma del té. Solo con verla sonreír me sentí el tipo más importante de todo el edificio por haber conseguido eso.
—Espero que esta dinámica también se aplique en mi caso. —Era mi forma de decirle que me gustaría que ella me sorprendiese con el mismo gesto. ¿Había algo mejor que abrir la puerta y encontrarte con un duende de ojos verdes sonriéndote? Sí, que trajese en sus manos un café caliente y un bollo. Tenía razón, esto era peligroso, uno puede acostumbrarse a estas cosas con demasiada facilidad. —Bueno, colega—me senté frente a ella—, tenemos que preparar la intervención del pequeño Montero.
—Está programada para dentro de hora y media. —Ella revisó la hora en su reloj.
—Revisé su expediente, y creo que si ajustamos la medicación con cuidado, no habrá ningún problema con la sedación que tienes previsto usar con él. Di orden de suministrarle la medicación para su corazón una hora antes de la intervención, así estará preparado. —le informé.
—La doctora Khandhari está muy contenta con tu colaboración. Es más, creo que no le importaría si te pasas más a menudo por la zona de neonatología. —comentó con una sonrisa que me desconcertó.
—En neonatología conocen mi extensión, y saben que pueden llamarme cuando crean oportuno. —Antes no había cardiólogo infantil, pero ahora sabían que podían contar con esa nueva especialidad como refuerzo.
—No me refería solo a eso. —Jade sonrió con picardía mientras sorbía con prudencia de su taza. Tardé un par de segundos en comprender por qué caminos se estaba metiendo nuestra conversación.
—¡Oh!, ¿estás insinuando…? —No me atreví a decirlo en voz alta, pero era evidente que ella creía que le gustaba a la doctora Khandhari.
—Estoy asegurándolo. —Volvió a dar otro pequeño sorbo.
—Vaya—me rasqué nervioso la barbilla—. Pues siento decepcionarla, pero ni siquiera tengo intención de valorar esa opción. —Los ojos de Jade se abrieron sorprendidos.
—¿No serás…? Quiero decir, ¿te gustan los hombres? —Que ella pensase eso me alarmo.
—Nada de eso. Soy heterosexual de los pies a la cabeza. Es tan solo que… ella no es precisamente mi tipo. —Tenía un vago recuerdo de esa doctora, pero a todas luces no, no era el tipo de mujer que me atraía en ese momento, porque mi tipo estaba precisamente frente a mí.
—¿Y cuál es su tipo? —¡Mierda! Ella me estaba mirando como si fuéramos dos chicas contándose eso, cosas de chicas. Ni de broma quería que me viese así, como una amiga a la que contarle que había conocido a un chico.
—No suelo saltar de un taxi en marcha para comprar bollos por un compañero de trabajo. —La miré directamente para que entendiese que ese compañero de trabajo era ella. Lo entendió, y lo sé porque casi se atraganta con su té.
—¡Uh! ¿Yo? —preguntó algo sorprendida.
—Siento si he sido muy directo, pero me gusta dejar las cosas claras desde el principio. —Tuve que contener una sonrisa malévola al ver como el rubor cubría su rostro. Un duende tímido. Imposible que ella fuese la chica dura que aseguraba John.
—Han quedado claras. —me aseguró, con una voz más firme de lo que evidenciaba su sonrojo.
—Si te sientes incómoda por mis intenciones, no tienes más que decírmelo y desistiré caballerosamente. —Jade soltó una sonora carcajada.
—Nadie habla así hoy en día. —dijo al reconocer mi artimaña para destensar la situación.
—Lo sé, pero eso no quiere decir que no lo haga. —dije serio.
—De acuerdo. —Ella volvió a sorber de su taza, dejándome con la incógnita de si era correspondido o no. He perdido bastante práctica con el tiempo.
—¿Y bien? —la apremié a responderme.
—¿Tengo que decírtelo ahora? —Este duende travieso se estaba mofando de mí.
—No te he propuesto matrimonio, solo unas citas, conocernos mejor… Lo que suele hacer la gente normalmente. —Ella volvió a sonreír ante mi incomodidad. Este duende se estaba ganando unos azotes.
—Ah, eso. Supongo que podemos hacerlo. —Estiró su mano para coger el bollo que estaba dentro de la bolsa, así, como si estuviésemos hablando de una película que hemos visto recientemente.
—Un alivio saberlo. —dije algo irritado. Para mí era algo serio, y ella no parecía tomárselo así.
—Así que… colega médico que salta de los taxis en marcha para comprarme bollos, ¿esta es tu manera de pedirme una cita? —¿Qué?
—Me parece que sí. —Ahora la entendía, yo le hacía una broma a ella, y ella me la devolvía a mí. Era traviesa la chica.
—Entonces me parece que aceptaré.
—Bien.
—¿Y dónde tenías pensado que fuéramos?
—No sé, apenas conozco la ciudad, pero supongo que habrá algún sitio al que pueda llevarte a cenar. —reconocí.
—¿Y si en vez de invitarme tú a mí a una cita, soy yo la que te invita a ti? —Su idea me gustó. Una mujer con iniciativa, más o menos.
—Me parece bien. Siempre puedo invitarte a cenar más adelante, cuando consiga que alguien me haga una buena recomendación.
—Podría hacértela yo, pero me parece que eso sería jugar en mi contra.
—¿No sería al revés? Así estaría seguro de llevarte a un lugar que sé de antemano que te gusta.
—Ya, pero lo bueno de las citas es que la otra persona te sorprenda, y de esa manera el sorprendido es el que invita, no el invitado. ¿No sería raro? —Tenía su lógica.
—Visto así, tienes razón. Aunque solo veo una manera de solucionar eso. —dije, sorprendiéndola.
—¿Cual? —preguntó curiosa.
—Llevarte a San Francisco o a Los Ángeles para esa cita. —¿Pensaría que voy demasiado rápido?
—Paso a paso, doctor Kingsdale, paso a paso. —Volvió a sorber de su taza con una enigmática y tentadora sonrisa en sus labios. Definitivamente, mi duende no se parecía a ninguna mujer que hubiese conocido, y eso era excitante y aterrador a partes iguales. Me gustan los retos, y ella hacía que este fuese el que más ganas tenía de llevar a cabo.
—No tengo inconveniente en que seas tú la que marque el ritmo. Yo solo he hecho una sugerencia a futuro. —Que me encantaría llevar a cabo.
—Ahora trabajemos un poco, doctor Kingsdale. Las citas hay que dejarlas fuera del lugar de trabajo. Política de la empresa. —Ya, eso que se lo recordasen al doctor Amor.
—Vamos a ello, doctora Sokolov, tenemos un pequeño paciente al que arreglar la vida.
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