El edificio era impresionante, y no me refiero a la remodelación que habían hecho con el viejo, sino a la torre que se anexionó más tarde. No solo era hermosa y funcional, sino que me moría de ganas de ver lo que había dentro. Investigué tanto como pude el Hospital Altare, y a medida que más encontraba, más fascinado me sentía por todo lo que albergaba. No solo eran las instalaciones, era el equipo médico y el departamento de investigación, lo que les hacía estar en la vanguardia. ¿Referente nacional? Era un referente a nivel internacional.
Tomé aire, ajusté mejor mi corbata, y di el primer paso hacia el que deseaba se convirtiese mi futuro. Quizás la forma en que me fui de San Francisco fue demasiado precipitada, pero a veces hay que quemar tus naves para obligarte a ti mismo a no dar un paso atrás. Puede que no consiguiese el trabajo, pero no volvería a lo que tenía antes.
—Buenos días, ¿podría indicarme dónde está recursos humanos? —pregunté a la mujer de la recepción.
—¿Tiene cita?
—Sí.
—Su nombre, por favor.
—Leo Kingsdale. —La mujer tecleó en su terminal.
—Le esperan en la quinta planta del edificio de administración. Siga por este pasillo, y cuando llegue al hall de consultas, tome los ascensores de la derecha. —Me fue informando al tiempo que me tendía una tarjeta de visitante, de esas que se cuelgan en la solapa de la chaqueta.
—Gracias.
Seguí las instrucciones mientras me colocaba la identificación en un lugar visible. Parecía que había bastante gente que acudía a las consultas, pero no es que estuviese masificado. Me extrañó ser el único que usó el ascensor, esperaba no serlo. Pero si eran los que comunicaban con el área administrativa, probablemente no se usarían mucho, solo para el acceso del personal que trabajaba allí.
Nada más abrirse las puertas en la planta quinta, me encontré con un pasillo casi vacío, y digo casi, porque había un hombre imponente esperándome. No llevaba traje ni uniforme, pero parecía un guardaespaldas de esos que con solo mirarte te amedrentaban.
—Señor Kingsdale. —No era una pregunta.
—Sí.
—Le estábamos esperando. —Me indicó cortésmente que le acompañase, y yo obedecí. Cualquiera le decía que no a ese hombre. Acabaría allí donde quisiera que fuera, por las buenas o por las malas.
El hombre abrió la puerta de un despacho, donde había tres personas más; un hombre y dos mujeres. Reconocí enseguida a Pamina Costas, la especialista en traumatología, que figuraba como directora técnica en el organigrama del hospital. Como dije, me empapé de toda la información que encontré del Hospital Altare.
—Buenos días. Tome asiento. —dijo el hombre que presidía la mesa, señalándome una de las sillas libres.
Me extrañó que el hombre que me había traído hasta aquí se sentase con nosotros, y lo hizo como si aquel fuese su lugar, con confianza.
—Voy a presentarle al comité de evaluación. La doctora Costas; directora médica, la subdirectora Costas, y yo soy el director del hospital. —No me pasó por alto el que no me presentase al grandullón.
—Grigor Vasiliev. —se presentó él directamente.
—La doctora Bowman nos ha propuesto su candidatura, para ocupar el puesto de cardiólogo infantil que necesitamos cubrir. La doctora Costas ha revisado su trayectoria médica y está de acuerdo con apoyar la propuesta, pero antes de aceptarla, necesitamos conocer a la persona detrás del curriculum.
—¿Qué desean saber? —En el currículum que les envié incluí mis períodos de cooperación en Médicos sin fronteras, porque sabía que eso podría darme experiencia y algo de brillo a mi historial laboral.
—¿Cree que el paciente está por encima de su origen o condición? —Su pregunta me extrañó.
—Hice un juramento; guardaré el máximo respeto a la vida y dignidad humanas. No practicaré, colaboraré, ni participaré en acto o maniobra alguna que atente a los dictados de mi conciencia. Respetaré siempre la voluntad de mis pacientes y no realizaré ninguna práctica médica o experimental sin su consentimiento. —recité.
—Ahí no queda aclarada esa parte que está sujeta a su criterio ético, doctor. ¿Qué haría si se presenta frente a usted un hombre negro, gritando consignas en árabe, con una bala en el estómago y un revolver en su mano? ¿Le atendería? —No tuve que meditarlo mucho. Esa situación no es que la hubiese vivido, pero podría decir que pasé por algo parecido.
—Mientras tenga el arma en la mano, no. El que sea negro, árabe, musulmán, o el que el origen de su herida sea un acto fuera de la ley no influirían en mi obligación de prestarle ayuda. Pero si voy a hacerle daño es mejor que esa arma esté lejos de su poder, porque puedo ser médico, pero no soy tonto. Y no se trata de poner en riesgo mi vida, sino en hacerlo sin cabeza. Si alguien se encargase de quitarle el arma, no tendría ningún inconveniente en atenderle.
Observé como intercambiaban una extraña mirada entre ellos. Solo esperaba que no acabase de arruinar mi oportunidad siendo sincero con respecto a ese delicado asunto.
—Voy a dejarle un historial médico. Quiero que lo revise y me de su opinión. —La doctora Costas deslizó un tablet sobre la mesa.
Abrí el informe que estaba a simple vista y empecé a estudiar los resultados de las pruebas analíticas. Estaba claro que habían hecho todo tipo de pruebas diagnósticas, algunas de ellas con equipos realmente buenos y de tecnología punta. ¿Que máquina había creado aquella representación en 3D del corazón del paciente? Podía moverle a mi antojo para ver el órgano desde cualquier perspectiva, agrandarlo, empequeñecerlo, meterme dentro, y ver el flujo de la sangre mientras latía. Era fascinante, sobre todo por el detalle de la recreación.
Me tomé mi tiempo, porque antes de dar un diagnóstico me gusta leer con detenimiento cada palabra de los informes, regresando a alguna parte cuando necesito aclarar algún punto en concreto. Pero tampoco podía demorarme mucho, ellos esperaban una respuesta.
—Parece una cardiopatía congénita que no pudo ser solucionada. Las operaciones solo han sido un parche para mantener al paciente con vida hasta la siguiente intervención. —podía sonar duro, pero era la realidad. A sus familiares no se lo diría de forma tan cruda, pero entre médicos y personal de hospital, podía decir lo que había sin necesidad de cuidar las palabras y las formas.
—¿Cuál cree que sería la mejor solución? —Por primera vez habló el guardaespaldas que llegó conmigo. Vale, no sé si es guardaespaldas, pero, hasta no saber quién era o lo que era, me quedaría con ese nombre.
—Yo le buscaría un corazón nuevo, aunque por lo que he visto es un paciente demasiado joven, un niño. Es difícil encontrar un corazón que encaje en su pequeño pecho. —Por eso las operaciones, no para darle tiempo de vida, sino para acercarle a ese trasplante. Cuando más mayor, más fácil de encontrar un corazón que le sirva de repuesto.
—Si apareciese ese corazón, ¿estaría dispuesto a ponérselo? —Me pareció una pregunta estúpida.
—Por supuesto. —Otra vez se miraron entre ellos.
—¿Le daría igual el origen del órgano si fuese viable? —¡¿Qué?!
—¿Está hablando de algún animal? ¿o quizás de una bomba mecánica? Porque lo de un órgano del mercado negro no se atreverían ni siquiera a sugerírmelo. —¿Qué hospital haría eso? El confesar que trabajan con órganos comprados en el mercado negro, seguramente conseguidos de forma no muy ética.
—Nada de eso. —dijo con una sonrisa el director.
—Digamos que estamos trabajando con investigadores de vanguardia que han abierto el abanico de posibilidades. —Aquello me interesó considerablemente.
—¿Qué tipo de posibilidades? —pregunté ávido por conocer la respuesta.
—Eso lo sabrá en su momento. Ahora pasemos a la siguiente fase de su contratación. —¿Estaba contratado?
—En su tablet tiene una carpeta con la documentación que debe revisar. Son un contrato de confidencialidad, que debe firmar antes de revisar y firmar su contrato laboral. —dijo la subdirectora Costas. Revisé mi tablet. Efectivamente había una carpeta con el nombre de contratos. ¿Cómo no la había visto antes?
—¿Debo hacerlo ahora? —No creía que me dejaran llevarme el aparato.
—Puede tomarse el tiempo que necesite. —El director se puso en pie, seguido de la doctora Costas. El guardaespaldas también abandonó su sitio. Solo quedamos la subdirectora y yo en la habitación.
—Muchos vendería a su primogénito por tener delante ese contrato. —me dijo sin apartar su mirada de mí.
—Supongo entonces que las condiciones serán buenas.
—La familia Vasiliev es rigurosa y exigente, pero trabajar para ellos es lo mejor que me ha pasado en la vida, bueno, una de las mejores cosas. —Apartó la mirada mientras sonreía con timidez.
—¿Por qué lo del contrato de confidencialidad? Soy médico, estoy atado por el secreto profesional. Jamás revelaría los datos de mi paciente si no es con su consentimiento.
—En este Hospital se ingresan no solo pacientes famosos, sino que tanto los familiares y los pacientes que pasan por nuestras instalaciones exigen un grado de confidencialidad superior. Todo lo que presencie o escuche en este hospital no debe salir de aquí, y tampoco comentarlo con personas no relacionadas con el caso del paciente. Espero que me haya entendido.
—Creo que sí. —Ricos, famosos o gente con poder político, mediático… Hoy en día, había informaciones que era mejor mantener en secreto.
—Bien. Continúe leyendo. Si necesita cualquier tipo de aclaración, con gusto se la resolveré.
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