Cuando trabajas en un hospital como el Altare estás acostumbrado a ver a todo tipo de gente; desde sencillos trabajadores hasta snobs mujeres floreros con sus viejas y recargadas parejas. Algunas estaba claro que se acercarían a hombres como esos de no ser por su posición o inmensa cartera.
Por eso no me resultó extraña aquella mujer. Alrededor de treinta años, zapatos y bolso a juego, ropa sexy pero elegante, y una pulcra coleta, tan estirada, que seguro debía de haber utilizado medio bote de laca para que ningún pelo escapara de su cabeza. Su maquillaje trataba de parecer natural, pero era evidente que le había dedicado un buen rato a conseguir ese perfecto acabado. Gritaba estirada por cada poro de su piel, y su postura arrogante, como si el resto del mundo oliese mal. Una niña rica que no sabía lo que era pasar 15 horas trabajando sin descanso, con apenas unos minutos para ir al baño o comerse una barrita energética, como era mi caso en ese momento.
Mi aspecto debía ser el epítome de lo que venía caminando hacia mí. No necesitaba verme en el espejo, porque sabía perfectamente la imagen que me devolvería; ropa arrugada y sudada, mechones escapando de mi trenza, y probablemente unas marcadas y grisáceas ojeras por haber pasado toda la noche despierta. Es lo que tienen las guardias en urgencias un fin de semana.
—Perdona —se dirigió a mí, indicándome con un gesto de su índice que era a mí a quién hablaba. —¿Podrías indicarme donde está el departamento de Cardiología Infantil? —Que ella quisiera ir allí me hizo sentirme mal, porque por muy diva que se creyese, la enfermedad también podía alcanzar a un ser querido. Al final es lo único que nos iguala, la enfermedad y la muerte, ellas dos no discriminan entre ricos y pobres cuando golpean.
—Las consultas están por allí —señalé, con una sonrisa en los labios. Mi madre enseñó a sus hijos a ser amables con todo el mundo.
—No, busco el despacho del director médico. El doctor Kingsdale. —Estiró el cuello al decirlo, como si su estatus estuviese más acorde con el de un director médico, que el mío. No me agradó, pero tampoco merecía la pena hacer un drama por eso.
—Entonces debe retroceder hasta el final del pasillo y torcer a la izquierda —le indiqué.
—Muy amable. —Sus palabras eran corteses, pero su tono seguía pareciendo condescendiente.
La observé mientras se alejaba con aquel andar estudiadamente elástico, hasta que mi cansado cerebro reaccionó. Leo, aquella mujer buscaba a Leo. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, como si me advirtiese del peligro. Mis pies se pusieron en marcha detrás de ella, hasta verla llamar a la puerta de mi novio y entrar después de recomponer su ropa. ¡Mierda!, sabía lo que pretendía. Un fuerte instinto de proteger lo que era mío se despertó en mi interior, aquella víbora no se iba a acercar a mi chico.
Llamé a la puerta un par de minutos después de ella y esperé a que me diesen permiso para entrar. Tardó un poco, pero fue Leo el que me abrió la puerta personalmente.
—Hola, Jade. —No había visto aquella expresión en su cara, así que no supe descifrarla. —Maryorie, como te decía, estoy ocupado.
—Ya veo. —Pero la forma en que ella me miró sí que la descifré, deseaba asesinarme. —En fin, puede que nos veamos más adelante. —Ella salió del despacho de Leo, empujándome ligeramente al pasar por mi lado.
—¿Qué ha sido eso? —Le pregunté nada más cerró la puerta.
—Esa es mi ex, Maryorie. —Acabáramos, ahora entendía muchas cosas, aunque suscitaba muchas más preguntas.
—¿Trata así a toda la gente? —Leo bufó mientras ponía gesto de exasperación.
—Solo a aquellos que no le caen bien.
—Pues ella a mí tampoco me simpatiza. —Leo intentó cambiar el mal ambiente, encerrándome entre sus brazos.
—Tienes mala cara. ¿Una mala guardia? —Pasó su nariz contra la mía de forma juguetona.
—Mortal —reconocí, mientras pasaba mis brazos alrededor de su cuello. Por su forma de mirar mis labios, sabía que estaba pensando en besarme.
—Siento lo de Maryorie —se disculpó.
—Ella es la borde, no tú.
—Ya, pero parece que vino hasta aquí por mi culpa. —Mi sentido arácnido se puso en alerta, o lo que fuera que avisa a las novias del peligro.
—¿Tú culpa? —Quería que me explicase mejor es punto.
—No le ha dado tiempo a decir mucho antes de que entrases, pero quería mi ayuda para algo que iba a pedir aquí. Antes de que se explicase le dije que no. Estaba por echarla fuera de mi despacho cuando justo llegaste tú. —Eso me intrigó.
—¿Que querría pedirte?
—Algo que sabe que si tramito en su nombre será más fácil de conseguir. —Se encogió de hombros, como si no le importase.
—Pero no piensas hacerlo —deduje.
—Creo que le ha quedado bastante claro que no. Aunque con Maryorie nunca se sabe, son de las que insisten hasta que consiguen lo que quiere. —Algo me decía que esa característica podía estar entre las cosas que le gustaron de ella en el pasado, el que fuese una persona tenaz.
—Bueno, si necesitas ayuda para deshacerte de ella, solo tienes que llamarme. —Sonreí al decirlo. Había quedado claro que no había perdido el tiempo para irse cuando yo llegué. Seguramente porque no quería oídos extraños que se enterasen de sus pretensiones. Tenía curiosidad, ¿que quería pedirle a Leo?
—¿Qué vas a pedirme por esa ayuda? —Me encantaba cuando se ponía travieso.
—Unos pocos mimos, solo eso. Me gustaría llegar a casa, darme una ducha, desayunar algo rico, y meterme en la cama a dormir por lo menos diez horas, y después, cuando me levante, me encantaría tumbarme en el sofá, y ver una película mientras alguien me da un masaje en los pies. ¿Crees que podrías encargarte de eso último? —pedí.
—Creo que puedo mejorarlo.
—Ah, ¿sí?
—Puedo acercarme a por unos de esos pelmeni rellenos que te gustan tanto, recoger un poco de yogur de frutas, y preparar la mesa para la cena. Tú eliges, ¿en mi casa o en la tuya? —Porque es delito el canibalismo en el estado de Nevada, si no me lo comía.
—Si lo preparas todo en mi casa te invito a desayunar. —Sus dedos se clavaron de forma juguetona en mi trasero.
—Mmmm, fiesta de pijamas. ¿Cómo podría rechazar eso? —Besé sus labios antes de tomar fuerzas para irme.
—Sé bueno, doctor Kingsdale. Nos vemos esta noche. —le guiñé un ojo.
—Lo intentaré.
Mientras me dirigía a mi taquilla para cambiarme de ropa, no perdí el tiempo. Envié un mensaje a Drake. ¿De qué servía tener un hermano que controla el sistema informático del hospital si no podía pedirle que investigase a esa víbora? Apenas leyó el mensaje, recibí una llamada suya.
—¿Maryorie? —¡Porras!, había picado su curiosidad. Tendría que contárselo todo, no le servía con el escueto mensaje que le había enviado.
—Sí. La ex de Leo acaba de salir de su despacho, y al parecer quería que él le tramitase algo. Algo me dice que trama algo, y no me gusta que involucre a mi novio. —Escuché la risa ahogada de mi hermano al otro lado de la línea.
—No estarás algo celosa, ¿verdad? —Puse los ojos en blanco ante su comentario.
—¿Tú que harías si un ex de Tasha aparecería de repente tratando de retomar su relación?
—¿Crees que es eso lo que pretende? —Esta vez su voz había perdido todo rastro de diversión.
—La he visto arreglarse la ropa antes de entrar al despacho de Leo, y soy una chica, sé lo que significa eso. —Que quería causarle una buena impresión, y si le sumábamos eso a que habían estado juntos, pues para mí quedaba bien claro.
—Está bien, echaré un vistazo y después te cuento.
—Gracias hermanito.
—Oh, esto no te va a salir gratis. Es posible que necesite una canguro para los gemelos un día de estos.
—Acabo de salir de guardia, espero que no sea hoy.
—Soy malo, pero no tanto. —Otra vez ese tono divertido.
—Mándame un mensaje, así lo veré cuando me despierte.
—Descansa. —Ya, como si eso fuese fácil, ahora tenía una ex que me atormentaría en sueños.