Leo
Nada más cerrar la puerta, después de que saliese por ella mi último paciente, John se giró hacia mí con rostro sonriente.
—¿Vamos por ese café? —Ya decía yo que estaba contento.
—Coge el bollo que quieras, yo tengo una cita pendiente. —Sus cejas se fruncieron ante mi comentario.
—Lo siento, tengo que preguntar. Ya que no es ningún paciente… ¿se refiere a una cita, cita? —Creo que sonreí como un tonto antes de responder.
—Eso espero. —Traté de no mirarle al decirlo, porque parecía que John se daba cuenta de esas cosas que uno no dice en voz alta, o más bien, yo no quería que descubriese lo que estaba en mi cabeza. No quería que el rumor fuese corriendo por ahí antes de que siquiera fuese verdad.
—Vaya, doctor Kingsdale, apenas acaba de llegar y ya tiene una cita. Eso sí que es ir rápido. —Sus ojos se entrecerraron, como si estuviese tratando de ver el nombre de la otra persona implicada.
—Solo hemos quedado para tomar un café, le debo un favor. —aclaré con fingida inocencia.
—Ya. No se tratará de cierta doctora con apellido ruso, ¿verdad? —Podía haberme hecho el sorprendido, mentir y decir que no, pero he aprendido que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Además, si jugaba bien mis cartas, podía conseguir un aliado.
—Pues sí. —confesé.
—Entonces será mejor que no le haga esperar. —me sugirió.
—Primero tengo que preguntarle si tiene un hueco libre para invitarla.
—Adelante. —Pero John no se fue, es más, se acomodó esperando a que hiciese esa llamada. Algo un poco incómodo.
—Me puedes dar algo de privacidad. —John puso los ojos en blanco, como si acabase de estropearle la diversión.
—Sí, doctor. —Estaba a punto de irse cuando pareció darse cuenta de que olvidaba algo. —Rooibos.
—¿Qué? —No entendía lo que era eso.
—La doctora Sokolov prefiere el té de rooibios en vez del café.
—Ah, gracias por decirme. —le agradecí la información, pero no por ello hice la llamada. Esperé a que se fuera para marcar el número.
—Hola, Leo. —Escuchar su dulce voz elevó mi ánimo un poco más.
—¿Es buen momento para invitarte a ese bollo?
—Me encantaría, pero en este momento no puedo abandonar la consulta. Estoy esperando a un paciente que llega tarde.
—Puedo hacerte compañía hasta que llegue. —me ofrecí.
—¿Pero tú no trabajas?
—Por hoy ya he visto a todos mis pacientes.
—¡Qué bien vivís los médicos especialistas! ¿He dicho que os odio? —Su sentido del humor me arrancó una carcajada.
—No te creas, es solo porque soy nuevo. Espera un par de meses y verás. Tendrás que pedir cita incluso para saludarme. —Escuché su risa al otro lado de la línea.
—Nunca podrás darme pena. Por mucho que te quejes, tus guardias nunca serán como las mías.
—Ah, ¿no?
—¿Cuantas urgencias de corazón pueden llegar en un día? Y además de niños.
—Una o dos.
—Pues eso, que mis guardias siempre serán más movidas que las tuyas. Un anestesista se come un montón de intervenciones de urgencias, sobre todo traumas.
—Me das pena. —dije con voz lastimera.
Escuché un par de golpes en una puerta, la de ella.
—Mi paciente ha llegado.
—Hasta luego. —Suspiré después de que la línea se cerrase, y me recosté derrotado en mi sillón.
Un par de golpecitos se escucharon en mi puerta, dando paso después a John.
—¿No hay cita? —dedujo John.
—La habrá. —Me puse en pie con energía. Si ella no podía ir a tomar ese tentempié conmigo, el tentempié iría a ella. —Dijiste té de rooibios, ¿cierto?
—Solo tiene que pedirlo en la cafetería, y si además dice que es para la doctora Sokolov, se lo darán un una de las tazas que a ella le gustan. —Supongo que ser familiar de los dueños del hospital tenía ese tipo de ventajas.
—Una doctora con enchufe. —dije en voz alta.
—Desde que le montó una escena al doctor Di Angello en la cafetería, es la heroína de las mujeres despachadas por él. —Eso me sorprendió.
—¿Escena? ¿Despachadas? —Tomé el brazo de John y lo guie para que me acompañase a la cafetería mientras me seguía contando ese cotilleo.
—Yo no estaba presente, pero creo que escuché que hubo aplausos y todo. El doctor Amor ha dejado un reguero de chicas con el corazón roto por estos lugares.
—Ese Di Angello parece un peligro si tienes pechos.
—La verdad, no sé cómo sigue haciéndolo, las mujeres caen en sus manos aun sabiendo como es él.
—Vaya, y yo que creía que era un tipo muy simpático.
—Y lo es, pero no es de los que se comprometen. Todas quieren ser la mujer que le hará cambiar, la definitiva, pero ya ve doctor Kingsdale, ninguna lo ha conseguido todavía.
—Bueno, es joven, está en edad de divertirse, y mientras haya quién quiera jugar con él, como adultos hemos de respetarlo. —John se giró para mirarme de forma acusadora.
—No será usted un rompe corazones como el doctor Amor, ¿verdad? —Fingí hacerme el ofendido por su pregunta.
—¿Pero qué tipo de hombre crees que soy? —Los ojos de John se entrecerraron acusadoramente hacia mí.
—Del tipo que tiene una cita con una compañera en su segundo día de trabajo. —atacó.
—Touché. —reconocí.
—Más le vale ser bueno con la doctora Sokolov, porque puede salir perdiendo.
—¿Lo dices por su familia? ¿Por su hermano? —Pensándolo detenidamente, podía meterme en líos si la cosa no salía bien.
—La doctora es una chica dura, no necesita a nadie que salga en su defensa. Si sobrepasa una línea inadecuada, estará lamiendo el suelo antes de darse cuenta. —¿Chica dura? ¿Mi dulce duende? No podía creerlo.
—¿La doctora Sokolov? —pregunté incrédulo.
—Hágame caso, sea bueno con ella. Me gusta trabajar con usted, doctor Kingsdale. —¿Me estaba diciendo que mi integridad física peligraba? ¿Que lo hacía mi puesto? ¿Todo ello a la vez? Bueno, si algo había sacado de los Kingsdale era el espíritu aventurero de mi padre, él fue el primero en salir de la dinámica familiar y convertirse en arquitecto y crear su propio estudio, sin el beneplácito ni la ayuda del resto de la familia. Además, me he curtido en lugares conflictivos, podré con un duende peligroso.
Viktor Vasiliev
—¿Se puede saber a qué viene esto? —preguntó Nick mientras se quitaba la tirita del lugar en el que habían pinchado la aguja para sacarle sangre.
—Será mejor que te sientes, que os sentéis los dos. —Deslicé la vista hacia Andrey, para que supiese que también esto le implicaba a él.
—Al grano. —me exigió mi hermano mayor.
—Papá se tropezó el otro día con alguien que se parecía sospechosamente a su difunto hermano Nickolay.
—¿Una casualidad? —Aunque la pregunta proviniese de Nick, todos tratábamos de la misma manera ese tipo de situaciones.
—Súmale que acabe de entrar a trabajar al hospital.
—Dos casualidades, eso no tiene buena pinta. —añadió Andrey.
—Supongo que le hayas sometido a una investigación a fondo. —dijo Nick
—Me ofende que lo preguntes. —respondí. —Está limpio
—¿Y lo del análisis de sangre? —Andrey ya se olía la razón de ello.
—El ADN lo ha situado como descendiente de papá, aunque por su edad no puede ser su hijo, así que solo quedamos…
—Nosotros tres. —interrumpió Nick.
—El margen es pequeño, porque poco después de su nacimiento nosotros pasamos a la vida monógama, pero no es imposible. A fin de cuentas, los tres hemos disfrutado de una activa vida sexual en nuestros años de soltería. La única forma de estar seguros es un análisis. —Ambos asintieron conformes.
—¿Cuándo estarán los resultados? —preguntó Andrey.
—En doce horas. —informé.
—¿Quién es el tipo? —preguntó Andrey.
—Leonidas Kingsdale. —Les pasé una copia del informe que tenía sobre él.
—Ese nombre me suena. —Andrey y yo nos giramos hacia nuestro hermano pequeño, muy interesados.
—Ah, ¿sí? —quise saber.
—Un nombre como ese es difícil de olvidar. Ha solicitado alquilar uno de los apartamentos de la Torre.
—Entonces algo me dice que lo va a conseguir. —Fuese el resultado que fuese el que arrojaba aquel análisis, era bueno tener a nuestro doctor Kingsdale bien vigilado.
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