Leo
Cuando quieres tranquilizarte lo mejor es tomar varias respiraciones lentas y profundas, y si puedes hacer una parada entre la inspiración y expiración, mucho mejor. Y eso era lo que estaba haciendo antes de entrar en la sala donde aguardaban el resto de herederos de Jasper, mantener mis nervios a raya. ¿Miedo? No, nada de eso. Lo que estaba era excitado, igual que un niño de 8 años que baja corriendo a ver que ha dejado Papá Noel bajo el árbol la mañana de Navidad.
Cabía la posibilidad de que alguno de ellos se lanzase sobre mí para arañarme, pero estaba seguro de que entre Dimitri y yo podríamos contenerlos. Sabía que él estaría a mi lado no solo para defenderme “legalmente”, sino que no le importaría utilizar los puños si fuese necesario. Podía parecer un abogado cualquiera, pero escondía un cuerpo duro debajo de aquel elegante traje. Y no era yo solo el que intuía lo que había allí, la becaria que pasamos de camino a la sala le dio un buen repaso a mi primo.
Mi primo. Confiaba mucho más en Dimitri que en casi todos los presentes en aquella sala, y eso era porque excluía a mis padres. Ni siquiera los abogados del bufete me inspiraban algún tipo de confianza. No trabajaban para mí, ni lo harían nunca, eran solo esbirros de un difunto manipulador. Eso me hizo sonreír, iba a ver sus caras cuando vieran que las maquinaciones de Jasper habían sido desmanteladas. ¡Dios!, qué bien sienta golpearle en la cara a Jasper, aunque esté muerto.
—¿Listo? —me preguntó antes de abrir la puerta de la sala.
—Oh, sí. Vamos a montar un buen jaleo —Dimitri soltó una profunda carcajada antes de negar con la cabeza y seguirme.
—Ya era hora —protestó el tío Magnus. Alguien como él, acostumbrado a ser el que hace esperar, no lleva bien el cambio de puestos. —Algunos tenemos obligaciones que atender. —Se cruzó de brazos mientras fruncía el ceño.
—A mí me lo vas a contar. —Nada como recordarle que yo también tenía un trabajo. Pero claro, él pensaba que ahora que había heredado el imperio Kingsdale ya no volvería a ejercer.
—¿Ha tomado una decisión? —preguntó impaciente el abogado de Jasper.
—Sí. —deslicé una mirada hacia Dimitri antes de sentarme en una silla libre de la mesa de reuniones, dejando la otra para Dimitri.
—¿Y bien? —Sí que estaba impaciente Sofía.
—Voy a pedir una lista con el valor de mercado de las propiedades que están ocupando. Después las pondré a sus nombres, y cubriré la diferencia en efectivo hasta igualar el de la más cara. —se escuchó una aspiración colectiva— Así todos recibirán la misma parte de herencia.
—Eso está genial. —No sé qué familiar lo dijo, solo que era una voz femenina.
—Sigue. —Magnus estaba impaciente por que llegase a la parte que involucraba su puesto dentro de la empresa.
—En cuanto a sus asignaciones, contarán con ellas durante un año a partir de la fecha de hoy. Después no recibirán más. —La reacción conjunta se materializó en forma de protestas antes de que terminase la frase.
—¡¿Qué?!
—¡No puedes hacer eso!
—¿Y qué vamos a hacer cuando se acabe el año? —Esa pregunta sí pensaba responderla.
—Tenéis ese tiempo para buscar trabajo, un plazo más que razonable a mi forma de ver.
—Como si fuese tan fácil —se quejó uno de mis primos jóvenes.
—Solo es cuestión de buscar —me encogí de hombros, quitándole importancia.
—¿Y si no los conseguimos? ¿Qué será de nosotros después de ese año? ¿De qué viviremos? —Me giré hacia Sofía, con esa frase de Clark Gable en la boca, esa que le dijo a Escarlata O´Hara: “Francamente querida, me importa un bledo.” Pero me contuve.
—Puedes vivir sin dar un palo al agua con el dinero que te darán por la propiedad que os voy a legar. Solo véndela y cómprate otra más asequible. Una familia entera podría vivir con ese dinero si lo gestiona bien.
—Pero esto es inadmisible. No podemos vivir con esa miseria. Tenemos un estatus, una categoría social que mantener. —Que eso lo dijese mi abuelo me hizo sonreír. Oh, sí, precisamente a él esto le iba a doler. ¿Sentir remordimientos? Con ellos no los tendría jamás.
—Yo os he ofrecido una sugerencia, lo que hagáis, es cosa vuestra. —Por mi parte ya había terminado, así que me puse en pie.
—¿Y qué ocurre con el resto? Con mi puesto, quiero decir. —El tío Magnus había estado rápido en interceptarme, pero que casi me susurrase al oído me decía que trataba de salvar su propio culo, el del resto de su adorada familia no le importaba.
—Eso no dependerá de mí. He contratado los servicios de un CEO externo. Está en sus manos el decidir si tu trabajo beneficia la empresa o es un lastre del que se puede prescindir. Le he dado carta blanca para que proceda según su criterio. —Mis palabras le sorprendieron y asustaron a partes iguales.
—¿Qué? ¿Cuándo has contratado a ese CEO? —Pánico, el pobre tío Magnus estaba realmente asustado. —Apenas te has ido unos minutos —me recordó.
—Cualquier asunto con las empresas o con mi decisión de hoy, podréis consultarlo con el responsable que he contratado o en su defecto con mi abogado, aquí presente. —Lo dije en voz alta, extendiendo la oferta a todos los allí presentes.
—Pero ¿qué? —Ni me interesó saber quién lo había dicho.
—Dimitri Costas. Aquí les dejo mi tarjeta. —Dimitri la extendió sobre la mesa, para que cualquiera pudiese tomarla. El más rápido fue el abogado del difunto.
—AV & asociados, de las Vegas. —Me encantó ver cómo tragaba saliva.
—Si me disculpáis, mis padres y yo tenemos que aclarar algunas cosas antes de que regrese a Las Vegas. —Les dediqué una mirada a mis progenitores, para encontrar una sonrisa orgullosa en sus rostros. ¿Qué voy a decir? Alguien tenía que hacerlo, y ese había sido yo.
—Quiero toda la documentación en mi correo lo antes posible, y… —Dejé de escuchar a Dimitri mientras hablaba con el otro abogado. A partir de ahora, él se encargaría de todo.
—Pobre Dimitri, no sabe dónde le has metido. —Miré hacia nuestra espalda, tratando de asegurarme de que las palabras de mi madre no debían preocuparme. Allí, erguido como un faro en mitad de la tormenta, con una presencia inamovible, mi primo de Las Vegas parecía no tener miedo de ninguna de aquellas hienas hambrientas.
—Creo que le va a ir bien, no es de los que se asustan —la calmé.
—De alguna manera me tranquiliza el saber que están cuando los necesitas.
—Es porque ellos son una familia como debe ser, y no este grupo disfuncional que lleva el apellido Kingsdale. No te ofendas papá.
—No me ofende. —Acompañó su respuesta con una sonrisa.
—Y hablando de familia. Hay cierta joven que nos está esperando. —Mamá apretó mi brazo mientras nos dirigíamos a los ascensores. Verla sonreír de aquella manera cuando mencionó a Jade me llenó de una felicidad que no había experimentado antes. No solo era aceptación, sino que parecía estar contenta con la mujer que había escogido para pasar el resto de mi vida. Y sí, he dicho el resto de mi vida, porque no me imaginaba que esto fuese algo menos que eso.